Frankenstein o el moderno Prometeo. Una oportunidad para el diálogo entre ciencia, literatura y ética

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«No puedo negar el inestimable bien que podré transmitir a toda la humanidad, hasta su última generación, al descubrir, cerca del Polo, una ruta hacia aquellos países a los que actualmente se tarda muchos meses en llegar; o al desvelar el secreto del imán, para lo cual, como de que esto sea posible, solo se necesita de una empresa como la mía»

TEXTO POR LUIS MORENO MARTÍNEZ
ILUSTRADO POR ELSA VELASCO
ARTÍCULOS
LITERATURA | QUÍMICA
14 de Junio de 2018

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En estos términos se dirige Robert Walton a su hermana Margaret en las primeras páginas de la obra Frankenstein o el moderno Prometeo publicada por Mary W. Shelley en 1818, aunque de forma anónima. Con tan solo veinte años, la autora publicó una novela que se convertiría en un éxito de público y crítica, siendo hoy un referente en el ámbito de la novela gótica. Dejando a un lado su calidad literaria, ampliamente abordada por filólogos e historiadores, la obra de Shelley nos permite reflexionar sobre ciencia, literatura y ética. Así, las primeras líneas de esta obra, que este año 2018 cumple su segundo centenario, reflejan una de las señas de identidad de la filosofía natural de la época: las expediciones científicas.

No obstante, estas no son las únicas cuestiones científicas presentes en la novela. La cuestión anatómica la encontramos en el kernel de la obra: la creación de la criatura por parte de Víctor Frankenstein. Aspecto que concuerda con el renovado interés que experimentó la disección anatómica desde el siglo XVII, materializado en la creación de nuevas escuelas y en el déficit de cadáveres, lo que llevó a la existencia de auténticos ladrones de cuerpos. Aun así, los restos humanos no bastaban para la creación del engendro. Los rayos de la tormenta que insuflan vida a la criatura permiten introducir una tercera cuestión vinculada a la filosofía natural de la época: la electricidad. Mary W. Shelley, conocedora de los estudios sobre el galvanismo de la época, refleja en el nacimiento del monstruo la idea del fluido eléctrico —que se había demostrado capaz de activar músculos de especímenes inertes— como un fluido vital:

«Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos. Con una ansiedad rayana en la agonía, coloqué a mi alrededor los instrumentos que me iban a permitir infundir un hálito de vida a la cosa inerte que yacía a mis pies».

Mary W. Shelley (1797-1851) retratada por Richard Rothwell (1840). Fuente: Royal Academy of Arts.

Además de las expediciones científicas, la anatomía y la disección o el galvanismo; la novela también dedicó unas palabras a la joven química, «teoría más racional y producto de descubrimientos modernos». En palabras del señor Waldman, otro de los personajes de la obra:

«La química es la parte de la filosofía natural en la cual se han hecho y se harán mayores progresos; precisamente por eso la escogí como dedicación. Pero no por ello he abandonado las otras ramas de la ciencia. Mal químico sería el que se limitara exclusivamente a esa porción del conocimiento humano. Si su deseo es ser un auténtico hombre de ciencia y no un simple experimentadorcillo, le aconsejo encarecidamente que se dedique a todas las ramas de la filosofía natural, incluidas las matemáticas».

Estos fragmentos de la obra son solo una muestra del diálogo que históricamente se ha producido entre ciencia y literatura. Aunque embebidas actualmente en una cuestionable, cuestionada y, esperemos, perecedera división, literatura y ciencia consolidaron sus relaciones a lo largo del siglo XIX. Tal y como ha apuntado el físico e historiador de la ciencia Pedro Ruíz Castell, comisario de la exposición Frankenstein o el moderno Prometeo. Diàlegs entre ciència i literatura que hasta el 23 de febrero se pudo visitar en el Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia López Piñero de la Universitat de València, ciencia y literatura no han sido culturas independientes, sino que han dialogado a lo largo de la historia.

La cuestión de la construcción de la identidad constituyó una de las secciones de la exposición dedicada a Frankenstein en el Instituto Interuniversitario López Piñero (Palau de Cerveró, Valencia), tal y como ha reseñado Paula Navarro para la Revista Mètode. En la misma se expusieron más de una treintena de piezas históricas, incluyendo instrumentos de cirugía, obras de Humboldt e instrumentos científicos antiguos como una máquina de Wimshurst o un aparato de rayos X del principios del siglo XX. Fuente: El autor.   

Según Ruíz Castell, la manera en que la literatura ha presentado históricamente la actividad científica ha sido fundamental para seducir y preparar a los lectores para comprender determinados aspectos científico-técnicos, a la par que la literatura habría actuado como herramienta privilegiada para la reflexión ética sobre asuntos científicos.  En esta línea, el abandono del monstruo por parte de su creador, Víctor Frankenstein, reflejaría el negligente olvido de cuestiones sociales y éticas por parte de la investigación científica. Lejos del estereotipo de Frankenstein como un estigma para la figura del científico, mostrándole a la sociedad como autor de algo perverso contra natura; la historiadora Isabel Burdiel ha señalado que es la incapacidad de Frankenstein de hacerse cargo de su criatura y no la creación de la misma lo que constituye el elemento cuestionable de la empresa de Frankenstein, que podíamos comparar con la actividad científica. 

En esta línea, los estudios históricos de la ciencia revelan la literatura romántica —de la que la novela de Shelley constituye un exponente destacado— como una oportunidad para comprender cómo la filosofía natural del siglo XIX era valorada por la sociedad de la época como una forma de comprender y transformar el mundo realmente estimulante, pero no exenta de importantes amenazas; como cualquier otra actividad humana.

«Los científicos modernos prometen muy poco; saben que los metales no se pueden transmutar, y que el elixir de la vida es una ilusión. Pero estos filósofos, cuyas manos parecen hechas sólo para hurgar en la suciedad, y cuyos ojos parecen servir tan sólo para escrutar con el microscopio o el crisol, han conseguido milagros. Conocen hasta las más recónditas intimidades de la naturaleza y demuestran cómo  funciona en sus escondrijos. Saben del firmamento, de cómo circula la sangre y de la naturaleza del aire que respiramos. Poseen nuevos y casi ilimitados poderes; pueden dominar el trueno, imitar terremotos, e incluso parodiar el mundo invisible con su propia sombra».

La novela de Shelley ha inspirado numerosas producciones artísticas, como la película cuyo cartel aparece en la imagen (1931).  Fuente: Universitat de València. 

Dos siglos después, la novela Frankenstein o el moderno Prometeo nos ofrece la oportunidad de cuestionar las divisiones entre ciencia y literatura, entre investigación y sociedad. La literatura puede seguir encontrando en la ciencia sus musas. La ciencia puede seguir encontrando en la literatura una forma de hacer partícipes de las dimensiones sociales y éticas de la investigación a los múltiples y cambiantes públicos de la ciencia. Algo fundamental para que a diferencia de Víctor Frankenstein, la ciencia actual no cometa el error de desatender sus ineludibles responsabilidades para con la sociedad.

Este artículo es una versión adaptada del publicado en la sección Apuntes de Historia de la Ciencia del Boletín del Grupo Especializado de Didáctica e Historia de la Física y la Química de las Reales Sociedades Españolas de Física y de Química, constituye una colaboración de dicho grupo con Principia.

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