El pasado 5 de junio, como cada año, fue el Día Mundial del Medio Ambiente. Este día, establecido por la Asamblea General de Naciones Unidas, pretende concienciar del impacto que tenemos los seres humanos en el planeta con nuestras actividades y estilos de vida. Para este 2018, la conmemoración ha estado centrada en dejar de usar plásticos de un solo uso (bolsas, botellas, envases, etc.), y para el que se ha creado una etiqueta de uso en las redes sociales: #SinContaminaciónPorPlásticos.
Los plásticos representan el 10% del residuo que se genera y no todos se pueden reciclar. Por este motivo, muchos terminan en el medio natural, donde no se degradan, sino que se van rompiendo en trozos cada vez más pequeños.
De hecho, es tan abundante que en una playa de Hawái se ha llegado a encontrar un nuevo tipo de roca que se ha llamado plastiglomerado. Este material está compuesto por plástico fundido, arena de playa, fragmentos de lava basáltica y residuos orgánicos.
El efecto más grave de los plásticos se da en los mares y océanos, los cuales reciben ocho millones de toneladas al año de plásticos y sufren importantes daños en los ecosistemas y las especies. Solo hay que ver todas las fotos que se han hecho de animales atrapados en plásticos o con el estómago lleno de estos compuestos. Este pasado 8 de junio, tal y como sucede cada año, se ha conmemorado el Día de los Océanos y el mensaje ha ido dirigido a la problemática de los plásticos en los ambientes marinos.
Para evitar que su impacto sea mayor hay que reducir muchísimo su uso, sobre todo cuando son plásticos de un solo uso. Hay cuatro gestos fáciles de realizar para cambiar nuestros hábitos: ir a comprar con bolsas de tela, beber agua del grifo usando jarras con filtros, usar botellas de metal reutilizables y no comprar comida envasada, sino comida fresca.
Además, hay que tener en cuenta que los plásticos se generan a partir del petróleo. Se calcula que se usan diecisiete millones de barriles de petróleo para producir botellas de agua. No tiene sentido usar un derivado de un recurso no renovable cuando tampoco queremos usar la materia primera como combustible.
Pero el plástico no es el único elemento que dejamos: rocas creadas por nosotros (el hormigón o los ladrillos, por ejemplo), compuestos minerales sintéticos (como el carburo de wolframio, presente en herramientas y bolígrafos), vidrios, dióxido de carbono (que queda atrapado en las burbujas del hielo y la nieve en los casquetes polares), compuestos orgánicos persistentes (que contaminan sedimentos) o nitrógeno y fósforo usados en exceso y que provocan la eutrofización (el enriquecimiento de nutrientes de un medio acuático causando un aumento desmesurado de fitoplancton que termina generando zonas en las que ningún organismo puede vivir).
Todos estos elementos podrían llegar a ser persistentes en función de los procesos geológicos y de la magnitud del impacto humano. Así, se podría dar el caso de que, una vez nos extingamos, hayamos dejado una marca en el planeta que mostrará para siempre lo que causamos, incluso cuando pasen miles y millones de años.
Precisamente esta marca que quedaría en el registro geológico es la base para definir el Antropoceno, la época donde es perceptible la huella del ser humano. Hay quien defiende que ya hemos empezado esta nueva era geológica, puesto que ya se puede ver esta marca a nivel geológico; otros consideran que aunque el impacto del ser humano en el planeta es notable, este no puede observarse en el registro geológico y, por tanto, no podría considerarse la nueva época geológica que suceda al Holoceno.
Si se considera que no ha empezado, estaríamos aún en la época del Holoceno, que empezó hace diez mil años, pero esto podría cambiar si se confirma que la huella humana es tan fuerte como indican numerosos estudios.
Aun así, hay que tener en cuenta que no hay ninguna especie que no haya dejado huella, en el presente o en el pasado. Los fósiles o los estromatolitos son un claro ejemplo de organismos que vivieron en el pasado y que dejaron su rastro. El paso de un animal en un bosque o la construcción de una presa por parte de los castores es otra muestra que indica la presencia de ese organismo.
A veces, estas marcas pueden favorecer a ciertas especies. Por ejemplo, se ha visto que las pisadas de los elefantes, cuando se llenan de agua, pueden generar microhábitats donde se han contabilizado más de sesenta especies de microinvertebrados e, incluso, anuros (grupo que incluye a las ranas y sapos). Este hecho muestra un aspecto más del enorme papel ecológico que tiene el elefante en el ecosistema donde vive, aparte de ser dispersor de semillas y de mantener los bosques abiertos con su paso evitando que se cierren demasiado. Por este motivo es considerado un ingeniero de ecosistemas, es decir, una especie que tiene un impacto directo en su hábitat (creándolo, modificándolo, manteniéndolo o destruyéndolo).
Este concepto también es aplicable al ser humano de forma muy obvia. Llevamos muchos años modificando nuestro entorno: hemos destruido bosques, creado pastos y ciudades y protegido áreas naturales para evitar su degradación.
Queda claro que nuestro impacto es mucho más amplio y notorio, puesto que afecta a todo el planeta, y que ha sido principalmente malo. Un impacto que ha llegado hasta el punto de no solo dejar algunos restos de nuestra existencia (igual como encontramos fósiles de los dinosaurios) sino de plantear la posibilidad de marcar una nueva época geológica.
Pero ser ingenieros de ecosistemas y ser conscientes de nuestro impacto también implica un rayo de esperanza: podemos modificar el entorno para bien.
Aún estamos a tiempo de revertir nuestra huella, al menos hasta cierto punto. Podemos evitar generar más residuos, contaminar más ecosistemas y destruir más hábitats. Podemos cambiar nuestro modo de vida, nuestra mentalidad y nuestra sociedad para asegurar un futuro decente para el planeta, donde puedan vivir las generaciones futuras sin problemas.
Este es el mensaje real del Día del Medio Ambiente y del Día de los Océanos. De unos días de reivindicación, de reflexión y de entonar el mea culpa con tal de cambiar el chip y empezar a tener un impacto positivo en nuestro hogar y en el de millones de especies más. Solo así podremos mantener un equilibrio entre nuestras actividades y las de los demás organismos.
Juntos lo podemos hacer, pero tenemos que empezar ya, aunque sea con pequeños gestos.
Bibliografía
—Platt, J.R. 2016. Una huella por hogar. Investigación y Ciencia 482: 8.
—Zalasiewicz, J. 2016. ¿Qué huellas dejaremos en el planeta? Investigación y Ciencia 482: 23-29.
—Corcoran, P.L.; Moore, C.J.; Jazvac, K. 2014. An anthropogenic marker horizon in the future rock record. GSA Today 24 (6): 4-8.
—Día Mundial del Medio Ambiente. Naciones Unidas.
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