Estrellas del pasado

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Este texto corresponde al accésit del V concurso científico-literario dirigido a estudiantes de 3º y 4º de ESO y de Bachillerato, basado en la novela Las calculadoras de estrellas de Miguel Ángel Delgado (@rosenrod), organizado por la Escuela de Máster y Doctorado de la Universidad de La Rioja (@unirioja).

TEXTO POR SONIA MARTÍNEZ SÁNCHEZ
ILUSTRADO POR ANA CARDIEL
ARTÍCULOS
MUJERES DE CIENCIA | RELATO
5 de Julio de 2018

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—¿Qué tal la mañana, cariño?
—Aburrida, como siempre.
—No digas eso. Estudiar es un derecho que no todos pueden disfrutar —le reprochó Laura a su hija.
—Lo sé, ¡pero es todo tan repetitivo! Me aburre hacer todo el rato los mismos ejercicios y tener que escuchar a los profesores durante toda la mañana.
—Seguro que algo interesante has aprendido.
—Bueno, hoy han venido a darnos una charla a clase unas chicas muy simpáticas, porque es el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia —le respondió Estrella a su madre.
—¿Ves como sí que hacéis cosas interesantes? Bueno, ¿y te ha gustado? ¿Qué os han contado?
—Ha estado bien. Nos han dado muchos datos sobre las mujeres científicas, como que solo alrededor de un 28% de los investigadores científicos del mundo son mujeres. ¿No son muy pocas? Yo pensaba que eran bastantes más, pero resulta que no. Sin embargo, en clase somos más chicas que chicos y muchas de mis amigas quieren ser astronautas, científicas… Qué raro que luego haya tan pocas investigadoras —contestó Estrella entre apenada y extrañada.
—Es que por desgracia la mayoría de mujeres, después de estudiar una carrera, son las que se quedan haciendo las labores de la casa. Además, las carreras científicas, como matemáticas, física, o astronomía han sido siempre vistas como carreras para hombres, y actualmente todavía queda algo de ese tabú en nuestra sociedad. De hecho, antiguamente las chicas no podían acceder a tantos estudios como los chicos. Mira a tu abuela: con nueve años, en cuanto aprendió a leer y escribir, tuvo que dejar el colegio, a pesar de que ella quería estudiar medicina; no pudo hacerlo por su condición de mujer. Antes era bastante raro que una mujer tuviera más estudios que los básicos, ahora los tiempos han cambiado y lo raro es lo contrario, la mayoría de gente quiere seguir estudiando, aunque tú te quejes tanto del colegio —comentó su madre—. ¿Te interesa este tema?
—Sí, me parece curioso y casi nunca se habla de estas cosas.

La madre de Estrella se levantó del sofá y se dirigió hacia el mueble de madera que tenía enfrente. Alargó la mano por encima de su cabeza y cogió un pequeño papel que había en el último estante. Estrella no consiguió distinguir sobre qué era el papel, pero esperó a que su madre se lo enseñara.

 —Esta mañana nos ha llegado esto al buzón, ¿tienes mucho que estudiar esta tarde? —le dijo su madre mientras le entregaba un pequeño tríptico a color.

Estrella cogió el papel y le contestó, curiosa:

—No, ¿por qué?

Y a continuación miró el tríptico que tenía en sus manos: era un folleto de la Casa de las Ciencias de su ciudad. Recorrió rápidamente la portada con la mirada, sin entender muy bien el por qué su madre le había dado ese papel en aquel momento, hasta que, al desplegar el folleto, sus ojos se toparon con unas grandes letras granates que decían: Con A de Astrónomas. Se trataba de una exposición sobre astronomía, enfocada principalmente al papel que jugaron las mujeres en este campo a lo largo de la historia. A Estrella le pareció una buena idea ir a verla esa misma tarde, ya que tenía muchas ganas de conocer más información sobre el tema. Además, siempre le habían gustado las estrellas. Muchas noches, antes de acostarse, solía salir con su padre a la terraza, donde se tumbaban para observar el cielo. Debido a la luz de las muchas farolas que iluminaban las calles de su ciudad, no se veía gran cosa en el firmamento, pero Estrella se sentía extrañamente en paz en las noches así. A veces, durante el verano, cuando estaban en el pueblo y la contaminación lumínica era menor que en la ciudad, Estrella y su padre salían al campo y trataban de identificar distintas constelaciones, a pesar de que ninguno de los dos era un experto en la materia. Por lo tanto, decidieron ir al museo esa misma tarde.

Cuando Estrella hubo terminado los pocos deberes que tenía aquel día, su madre, su padre y ella montaron en su viejo coche gris y se dirigieron hacia el museo. Mientras los dos padres hablaban animadamente en los asientos delanteros, la niña miraba distraídamente por la ventana del coche en dirección al cielo, como si pudiese ver todas y cada una de las estrellas del universo, a pesar de que el sol de finales de invierno se encontrase en todo lo alto y le impidiera ver una sola estrella. Llegaron en apenas quince minutos al museo, y penetraron por la pesada puerta de madera que señalaba la entrada al edificio. Mientras los dos adultos se acercaban al mostrador que había nada más entrar, Estrella miró con curiosidad a su alrededor. No recordaba haber estado nunca allí y le pareció un lugar interesante. A un lado había unas estanterías repletas de libros, tanto infantiles como para adultos, y al otro lado había distintas salas que no sabía para qué eran. Enfrente se encontraba el mostrador de información en el que estaban sus padres y una pequeña estantería metálica que exhibía una amplia colección de folletos de diversos colores y tamaños sobre las exposiciones y talleres que albergaba el museo en ese instante. Estrella se acercó a ellos y los miró detenidamente uno a uno hasta que dio con el que estaba buscando: Con A de Astrónoma. Alargó la mano y lo cogió, procurando no desordenar el resto. Abrió el folleto y lo leyó detenidamente, fijándose en todas las fotos que acompañaban al texto. Eran fotos a color y en blanco y negro, retratos de científicas y de estrellas lejanas, de planetas y de nebulosas. A Estrella todo eso le pareció fascinante, y, tras terminar de leer el tríptico y guardárselo en el bolsillo de su pantalón, se dirigió al estante repleto de libros. Al igual que con los folletos, miró las portadas de los libros una a una, pero esta vez ninguna le llamó especialmente la atención, así que volvió al lado de sus padres.

—Estrella, vamos a ver primero esta exposición sobre la memoria y luego vamos a la de astronomía, ¿vale? —le dijo su padre.

Estrella, a pesar de que tenía muchas ganas de ir ya a la exposición sobre astronomía, asintió a regañadientes y siguió a sus padres. Los tres entraron en una amplia sala que estaba a rebosar de mesas, vitrinas y paneles. No había mucha gente, apenas cuatro o cinco familias y una pareja de jóvenes que se reían mientras hacían las diferentes actividades de la sala. Parecían divertirse, lo que animó a Estrella a acercarse a la mesa que tenía más cerca y leer las instrucciones que había escritas en un panel.

—¡Mamá, papá, venid aquí, vamos a hacer esto! —dijo Estrella con una sonrisa.

Ambos se acercaron al lugar desde el que les llamaba su hija y se dispusieron, al igual que la niña, a leer las instrucciones del juego para hacerlo después. Hicieron lo mismo en cada una de las mesas que había en la sala y observaron con interés todo lo que se exponía en las vitrinas. Así se recorrieron la sala entera, disfrutando de la exposición. Durante el tiempo que estuvieron en esa sala, Estrella se olvidó por completo de la exposición sobre astronomía, estaba distraída con las decenas de juegos y actividades que había a su alrededor, sin darse cuenta de que las manecillas del reloj avanzaban lenta pero inexorablemente. La niña les pedía constantemente a sus padres repetir los juegos que más le habían gustado y parecía no tener prisa por salir de allí.

Mientras Estrella y sus padres estaban realizando por tercera vez una actividad que le había gustado mucho a la niña, una de las encargadas del museo entró en la sala y dijo en voz alta: 

—Disculpen, se acerca la hora de cerrar. Les rogamos vayan saliendo del museo en los próximos minutos.

Estrella miró a la encargada atónita, sin creerse lo que acababa de escuchar. ¡Se iba a quedar sin ver la exposición de astronomía! Miró a través de la ventana que tenía al lado como asegurándose de que lo que acababa de decir aquella mujer era cierto y comprobó con amarga decepción que las calles estaban iluminadas únicamente por la luz de la luna y las farolas. Acto seguido dirigió su vista hacia el reloj que estaba colgado en la pared de enfrente y vio, de nuevo con desilusión, que eran ya las ocho. ¡Las ocho! Habían estado casi tres horas allí adentro, pero Estrella no había siquiera puesto un pie dentro de la sala que acogía la exposición sobre astronomía que tanto le interesaba. Estrella miró entonces con ojos tristes y casi llorosos a sus padres.

—No va a poder ser, cariño. Hoy no nos va a dar tiempo a ver la exposición que querías, pero ya vendremos otro día —intentó consolarla su madre.
—¡Pero yo quería verla hoy! Habíamos venido para eso, no quiero irme a casa sin verla.
—No te preocupes, ya vendremos mañana por la tarde después de clase y podrás estar aquí todo lo que quieras.

Estrella agachó la cabeza resignada y se dirigió lentamente hacia la salida del museo, precedida por sus padres. Cuando pasaron por delante del mostrador de información, la misma mujer que les había dado la noticia del cierre del museo hacía apenas cinco minutos, que se encontraba recogiendo y ordenando unos papeles, le dedicó una dulce sonrisa y despidió a la familia con un alegre «adiós». Sin embargo, Estrella le dedicó simplemente una resentida mirada, como si fuese culpa suya que el museo cerrara a esa hora.

Cuando llegaron a casa, la niña se sacó el folleto que había cogido en el museo y lo colgó con una chincheta en el corcho que tenía en la pared de su cuarto, junto a su escritorio. Después se puso el pijama y fue a cenar a la cocina, y tras ayudar a recoger los platos y cubiertos se dirigió a su padre:

—¿Esta noche, podemos salir a ver las estrellas, por favor?
—Claro, espera a que me lave los dientes. 

Y después de cinco minutos de larga espera, padre e hija salieron juntos a la terraza y se tumbaron a ver el cielo nocturno. Era una noche despejada, y a pesar de que al día siguiente la pequeña tenía clase, su padre le dejó disfrutar del firmamento durante casi hora y media. Cuando ya era demasiado tarde, Estrella se despidió de su padre entre bostezos y se dispuso a dormir. 

Al día siguiente, cuando Estrella volvió del colegio, tomó rápidamente el plato de sopa que le había preparado su madre y comió, casi sin masticar, la carne de después. Tenía muchas ganas de volver al museo, y en apenas media hora estaba lista para salir de casa. Esta vez no pensaba quedarse sin ver la exposición. Montaron, al igual que el día anterior, en el coche. La conversación entre sus padres era animada, y Estrella iba mirando distraídamente a través de la ventanilla. Todo parecía igual. Sin embargo, en cuanto atravesaron la puerta de madera del museo, Estrella se dirigió rápidamente a la puerta señalada por el cartel que decía Con A de Astrónoma y llamó desde allí a sus padres. Estos caminaron hacia ella con una divertida sonrisa y atravesaron la puerta que daba a la sala en la que ya estaba Estrella. La estancia tenía una disposición similar a la que habían visto el día anterior: había varias vitrinas a lo largo de toda la habitación con objetos relacionados con la astronomía y las paredes estaban llenas de paneles de fotografías de cuerpos celestes y de astrónomas y científicas diversas.

Estrella se acercó a los paneles que colgaban de las paredes y comenzó a leer lo que decían. A pesar de ser muy joven como para entender lo que decían algunos de los términos empleados, la niña siguió leyendo todos y cada uno de los carteles. De vez en cuando se paraba frente a una fotografía de una nebulosa o de una galaxia tomada por el Hubble, o frente a una fotografía de un agujero negro captada por el Chandra, y se quedaba de pie mirándola durante dos o tres minutos. Mirar esas fotos le transmitía la misma calma que ver las estrellas una noche despejada de verano en su pueblo.

En un momento determinado, la niña se acercó a uno de los paneles que hablaba sobre el papel de las mujeres en la astronomía. Estrella se sorprendió: a lo largo de la historia hubo varias astrónomas, desde Hipatia de Alejandría hasta Paris Pismis, pasando por Caroline Lucretia Herschel, Maria Mitchell o Annie Jump Cannon, entre otras. Todas ellas contaban con grandes e importantes avances a sus espaldas, entre los que se encontraban el descubrimiento de nebulosas, cometas o estrellas, la invención del astrolabio o métodos de clasificación de estrellas. Estrella, tras leer el panel, estaba entre apenada y fascinada. No tenía ni idea de que las mujeres hubiesen tenido tanta importancia en la historia de la astronomía, y se sentía impresionada por ello. Sin embargo, sentía también cierta frustración y decepción porque no se conocieran todos esos datos. Se dio cuenta de que el papel de la mujer había pasado desapercibido a lo largo del tiempo y nadie parecía percatarse de ello. 

De repente, el padre de Estrella se dirigió a ella y le dijo:

—¿Qué opinas de estas mujeres, cariño?
—¡Que eran increíbles! Es una pena que no salgan en los libros del colegio y que nadie conozca su historia.

Entonces, su padre señaló el panel que mostraba las fotos en blanco y negro de varias de las astrónomas de la historia, y, para asombro de Estrella, declaró: 

—Una de estas mujeres anónimas fue tatarabuela tuya. Recuerdo que cuando era pequeño mi abuela siempre me contaba, junto a la chimenea del pueblo, que su madre había sido una gran astrónoma, una de las llamadas calculadoras que trabajaron en la Universidad de Harvard. Siempre decía que había sido discípula de Maria Mitchell, esa chica de ahí —dijo señalando una de las fotos—. Estaba muy orgullosa de ella, aunque, como sucedió con todas las grandes astrónomas, no recibiera el reconocimiento que merecía. Tu nombre, Estrella, es un pequeño homenaje hacia ella. Mi abuela siempre había querido tener una hija que se llamara así, pero solo tuvo hijos. Así que cuando naciste tú decidimos ponerte ese nombre.
—¿En serio? ¡¿Y por qué no me lo habíais dicho antes?!
—No pensábamos que te fuera a importar mucho, y menos siendo algo relacionado con el campo de la astronomía, una ciencia tan desconocida e infravalorada. Pero cuando tu madre y yo te hemos visto tan emocionada con las fotos de la exposición nos pareció adecuado contártelo.

Estrella se sonrojó, y se sintió tremendamente orgullosa de tener la sangre de alguien tan importante corriendo por sus venas. Continuaron con la visita al museo, y cuando comenzaba a anochecer volvieron a casa. Su padre le enseñó un viejo álbum fotográfico de la familia, y allí, en la segunda hoja, reconoció en un retrato a la mujer que le había señalado su padre en el museo. Era su tatarabuela, una de las grandes astrónomas anónimas de la historia. Y estaba en lo alto de su árbol genealógico. No se lo podía creer.

Esa noche Estrella se fue a la cama con una sonrisa dibujada en los labios. Se sentía tremendamente agraciada por tener un antepasado así. Además, la exposición le había animado a estudiar con más ganas, y le ayudó a darse cuenta de lo mucho que le gustaba la astronomía.

———

—¿Qué tal la mañana, cariño? ¿Aburrida como siempre?
—Claro que no, mamá, siempre veo cosas interesantes a través del telescopio, ya lo sabes —le respondió Estrella a su madre.
—Estoy orgullosa de que hayas podido estudiar lo que más te gusta. Seguro que serás tan importante como tu tatarabuela, ella también estaría orgullosa de ti.

Su madre, con el pelo lleno de canas y la cara enmarcada por las arrugas, le dirigió cariñosamente una sonrisa a su hija, que acababa de volver de trabajar en el observatorio. Habían pasado ya quince años de aquella visita al museo que le enseñó a Estrella el camino que quería seguir. Su destino, que parecía estar escrito en su sangre, era el de escribir su nombre en las páginas de los grandes libros de astronomía. Lograría, por todas esas mujeres anónimas que tenía a sus espaldas, hacer justicia, conseguir el reconocimiento que siempre se habían merecido y pasar a la historia. Pero esta vez al mismo nivel que los hombres, para poder inspirar a la siguiente generación de niñas que venían tras ella y que necesitaban, al igual que lo necesitó ella, un modelo a seguir.

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