El problema plástico

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Tenemos un problema. Existe entre nosotros un material, creado por el hombre, que está invadiendo nuestro ambiente y a nosotros mismos: el plástico. Este invento nos ha conquistado. Ha tardado muchos años pero, finalmente, lo ha conseguido.

TEXTO POR YERAY SANTANA
ILUSTRADO POR NURIA RODRÍGUEZ
ARTÍCULOS
BASURA | BIOLOGÍA MARINA | PLÁSTICOS
9 de Julio de 2018

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Cuando hace unos cuarenta y cinco años, la NASA publicó la fotografía más recurrente de nuestro planeta, entendimos que nuestro hogar era, como se denominó, una canica azul (o blue marble, como es conocida la foto). Esa imagen, realizada durante la misión Apolo 17, y que muestra la zona sur de África y la Antártida en primer plano, ilustró nuestro planeta como realmente es: una enorme extensión de agua (Océano, pues, resulta un nombre más adecuado que Tierra) que inunda la paleta de colores de azul. A macroescala, por supuesto, el azul sigue siendo el color predominante de nuestro planeta. Sin embargo, si uno se acerca lo suficiente, puede que se lleve la desagradable sorpresa de que ese azul está infestado de microplásticos.

Blue marble. Imagen de la Tierra tomada en la misión Apolo 17. Créditos: NASA

Los microplásticos son partículas de origen industrial de menos de cinco milímetros, ya sea porque han sido concebidas así o —mayoritariamente— como resultado de la fragmentación de objetos mayores, que se encuentran en ambientes naturales. Estos compuestos orgánicos, debido a que han sido tirados directamente al mar o porque indirectamente han acabado allí, están acumulándose en nuestros océanos a marchas forzadas. En muchas zonas, estos plásticos son aún visibles y forman verdaderos vertederos flotantes en nuestros océanos, los mismos cuyo color azul define nuestro planeta. Aglomeraciones de material fabricado por el hombre que, al igual que ocurre con elementos naturales, se agregan y compactan formando sedimento. Tanta es la aglomeración que, seguramente, el estrato geológico que defina nuestra civilización en el futuro estará principalmente formado por plástico.

Tenemos un problema. Existe entre nosotros un material, creado por el hombre, que está invadiendo nuestro ambiente y a nosotros mismos: el plástico.

A pesar de que el plástico es, hoy día, omnipresente, su invención data del siglo XIX. Al parecer, en 1860 se organizó un concurso para sustituir el marfil natural, que en ese momento se usaba para la fabricación de bolas de billar, por un elemento más conveniente. Uno de los materiales presentados fue el celuloide, un material compuesto por celulosa, alcanfor y etanol, que a la postre se utilizó ampliamente, como ya habrán imaginado por su nombre, para la industria del cine. Este primigenio plástico contenía un elemento natural (la celulosa), pero fue el primer paso para conseguir el útil pero peligroso material que conocemos hoy día. Con él, además de usarse a gran escala en la industria del cine que se desarrollaría años más tarde, se comenzaron a fabricar piezas dentales, teclas de piano o mangos de cuchillos, materiales todos ellos que utilizaban exclusivamente marfil hasta entonces. Años más tarde, en 1907, Leo Baekeland inventaría la considerada como primera resina totalmente sintética: la baquelita. Este material se considera el primer plástico y se usó principalmente para recubrir cables por su resistencia y sus propiedades de aislante eléctrico. Unos veinte años más tarde, llegaría el PVC o cloruro de vinilo, el plástico, inventado por la empresa B.F. Goodrich, que aún hoy se utiliza. Un buen número de los plásticos más usados y conocidos actualmente como el polietileno o el nylon fueron elaborados por primera vez durante los siguientes años 30. Posteriormente, llegaría el polipropileno y después el tereftalato de polietileno (PET), el que más se ha desarrollado en la actualidad y cuyo uso principal se encuentra en el envasado de alimentos, la aplicación en la que más plástico se utiliza llegando a suponer hasta el 40% de la producción.

Desde entonces, el plástico sigue su incansable andadura hasta conquistarnos, a pesar de la existencia de diferentes movimientos que promueven prescindir de su uso, y de que cada vez la conciencia global sobre este problema es mayor. En los años 50, cuando el mundo se recuperaba de la reciente Segunda Guerra Mundial, el consumo de plástico se estimaba en más de millón y medio de toneladas. Hoy día, ese ya de por sí increíble número ha aumentado a los más de trescientos treinta millones de toneladas de plástico anuales, según recoge PlasticsEurope (datos de 2016). Ya no solo se usa para que nos llevemos la compra a casa o para empaquetar zumos, embutido o comidas preparadas. No. Ahora también se usa para envolver alimentos ya naturalmente envueltos como frutas y verduras. La industria ha conseguido un mercado para un nuevo tipo de productos que presentan rodajas de manzana o trocitos de naranja pre-cortados (creo que en breve nos venderán comida pre-masticada, que es aún más sencilla de consumir). Por suerte, también existe un resurgir de los mercados tradicionales donde se puede usar una bolsa de tela y elegir libremente los productos que comprar. Sin embargo, las personas que abogan por este tipo de comercio son aún minoría. En cualquier caso, el uso indiscriminado de los plásticos nos está acercando a su total conquista. Según Greenpeace, en España solo se reutiliza el 30% de todos los plásticos que se consumen. Haciendo un poco de ejercicio numérico, teniendo en cuenta que, de media, en España se usan unas 180 bolsas de plástico por habitante y año, el número de bolsas asciende —asumiendo que en España viven un poco más de 46 millones de personas— a la escalofriante cifra de 8280 millones de bolsas de plástico. Sin reutilizar —un solo uso y a la basura— unas 5800 millones de ellas.

En 1907, Leo Baekeland inventaría la considerada como primera resina totalmente sintética: la baquelita. Este material se considera el primer plástico y se usó principalmente para recubrir cables por su resistencia y sus propiedades de aislante eléctrico.

El enorme uso de estos elementos (todos ellos compuestos por polímeros derivados de petroquímicos como el petróleo o el gas natural) se debe principalmente a la bondad de sus propiedades: su fabricación es relativamente sencilla, pueden ser moldeados, tienen una baja densidad, son impermeables, etc. Entre dichas bondades, sin embargo, se encuentran también sus peligros. Los plásticos son muy resistentes y su tasa de degradación es muy baja, lo que provoca impactos negativos al persistir en ambientes naturales. Entre esos ambientes, se ha estimado que cerca de 9 millones de toneladas de basura plástica, lo que equivale a casi 2 millones de elefantes o casi 4 millones de BMW X5, terminan en el océano cada año. De hecho, en el Pacífico Norte, debido a las corrientes oceánicas, se aglomeran una enorme cantidad de plásticos que ya tiene una extensión mayor que países como España o Francia, incluso mayor que ambos juntos. Se le ha puesto hasta nombre: «Gran Parche de Basura del Pacífico». Nombre, por cierto, que incluye la denominación geográfica dando pie a la existencia de otros como la llamada «Isla de Plástico» situada en el Índico, o las 3000 toneladas de residuos plásticos que, se estima, flotan en la superficie del Mar Mediterráneo. Esto no solo constituye un impacto visual, sino que supone un peligro real contra organismos marinos y, más allá, contra organismos terrestres y nosotros mismos.

En España se usan unas 180 bolsas de plástico por habitante y año, el número de bolsas asciende —asumiendo que en España viven un poco más de 46 millones de personas— a la escalofriante cifra de 8280 millones de bolsas de plástico. Sin reutilizar —un solo uso y a la basura— unas 5800 millones de ellas.

Foto gran parche de basura del Pacífico. Créditos: Phys.org

Uno de los ejemplos clásicos de la perjudicial interacción de los organismos marinos y el plástico es la imagen del contenido del estómago de una tortuga en el que se adivina rápidamente la presencia de restos de bolsas de supermercados y otros plásticos. O la imagen de una de ellas atrapada en nuestras letales creaciones. Esto último, aunque parezca una casualidad, se debe a que las tortugas están codificadas genéticamente para verse atraídas por el brillo del color blanco, principalmente porque este color y brillo les indica dónde se encuentra el mar una vez el huevo eclosiona en la playa y se deben dirigir hacia su medio. Además, uno de sus principales alimentos son las medusas, también muy similares a la imagen de una bolsa flotando. Por ello, sienten una irremediable y peligrosa atracción hacia nuestras tóxicas bolsas de supermercados.

En ambientes naturales hay cerca de 9 millones de toneladas de basura plástica, lo que equivale a casi 2 millones de elefantes o casi 4 millones de BMW X5, terminan en el océano cada año.

Isla del Plástico. Créditos: Caroline Power

Pero las tortugas marinas no son las únicas criaturas que sufren las consecuencias de nuestro descuidado uso del plástico. De hecho, sus tentáculos se extienden hasta muchos otros seres vivos, tanto marinos como terrestres y, en última instancia, hasta nosotros. Actualmente, estamos empezando a conocer la realidad que hay detrás de las bolsas de papel, los envases de aguas y refrescos, las bolsas de ensaladas, etc. En un reciente estudio se realizaron capturas de peces en el océano Atlántico y se observó que alrededor de un 70% de los individuos contenían plástico. Como es de suponer, este plástico nos afecta. Existe un concepto bastante manido cuando se habla de toxicidad, en especial, en los organismos marinos: la biomagnificación. Se trata de un proceso por el que una sustancia tóxica, que se encuentra en bajas concentraciones en organismos productores (como el fitoplancton en el ejemplo del océano) aumenta progresivamente su concentración en los organismos consumidores a medida que se transfiere a lo largo de la cadena trófica. Es decir, la sustancia tóxica se bioacumula a medida que se progresa por la misma. Así, el zooplancton acumula mayor cantidad del tóxico que el fitoplancton y, a su vez, los peces mayor cantidad que el zooplancton. De esta forma, cuando nosotros comemos esos peces —obviamente a medida que el pez es de mayor tamaño y sus presas han ido bioacumulando el tóxico, mayor será su cantidad— la porción inicial de la sustancia tóxica es mucho mayor y, por supuesto, se bioacumula igualmente en nuestro organismo. Es un proceso totalmente conocido para el caso del mercurio en los peces o el caso de insecticidas para el control de plagas que llegan a nosotros a través de nuestra alimentación diaria, y que, actualmente, está tomando mucha relevancia en el caso de la toxicidad del plástico. En definitiva, nuestra alimentación nos está devolviendo una parte de ese plástico que tanto usamos y sin apenas darnos cuenta. 

Desde los años 90, se han estado realizando estudios sobre el riesgo de estos materiales en los ambientes y los organismos marinos. Actualmente, el foco empieza a derivar hacia el peligro que esto supone para el funcionamiento de los ecosistemas y, en última instancia, para la salud humana. Los estudios de la última década indican que los riesgos sobre la salud humana son mínimos y, en todo caso, atribuibles a los aditivos —sustancias químicas que se añaden a los polímeros plásticos para, principalmente, evitar su oxidación— que los plásticos pueden contener, no a los mismos polímeros. Sin embargo, estos aditivos pueden suponer hasta un 80% del producto final. Además, factores abióticos como la radiación ultravioleta, el calor o la abrasión pueden provocar la degradación de los polímeros y su liberación en el ambiente en formas que sí podrían ser tóxicas. Algunos de ellos clasificados como de alto riesgo por sus capacidades mutagénicas y carcinogénicas. Se han establecido tablas de riesgo para los diferentes constituyentes plásticos pero es muy difícil saber la cantidad de ellos liberados en cada proceso (creación, uso, reutilización, etc.). Por ello, los efectos de un acto tan cotidiano hoy día sobre nuestra salud como es llevar la compra en bolsas, son muy difíciles de establecer y son aún desconocidos. Lo que sí es cierto es que su conquista está ya avanzada y se estima que en 2050 la cantidad de plástico en los océanos supere a la de peces. Quizá entonces la canica azul en la que vivimos sea fotografiada como una bola plástica.

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