¡Hola, señora E. coli!

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Tercer premio del primer concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento.
Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR ISABEL MURILLO CABEZA
ILUSTRADO POR BERTA MALUENDA
ARTÍCULOS | KIDS
BACTERIAS | MICROBIOLOGÍA
6 de Octubre de 2018

Tiempo medio de lectura (minutos)

¡Hola! Me llamo Hannah y tengo 7 años. Mi mamá es científica y trabaja investigando la vida de unos minúsculos seres llamados microbios. Mi mamá suele contarme muchas historias sobre microbios y lo importantes que son. ¡Cómo me gusta escucharla! Me explica que algunos son malos y nos pueden hacer enfermar pero que también hay otros muchos que son buenos y que nos ayudan.

El problema con los microbios o gérmenes, como a veces los llama mi mamá, es que son tan pequeños que ni se pueden ver. Necesitas un aparato especial llamado microscopio que aumenta las imágenes. Mi mamá dice que es importante estudiar ciencia y que hay que hacerlo con entusiasmo y curiosidad.A veces, cuando me cuenta cosas de estos seres tan pequeños se apasiona y parece ¡como si pudiera hablar con ellos! Creo que mi mamá pasa demasiado tiempo con esos microbios porque parece como si los considerara parte de nuestra familia ¡Me encantaría conocerlos un día!

Cada día, después de dejarme en el cole, mi mamá se va a su colegio grande, que se llama universidad, a cuidar de sus otros «hijitos». Se preocupa de que tengan comida y estén calentitos en unas incubadoras especiales. Dice que si no fuera así, no crecerían y se morirían.

También me explicó que hace unos noventa años, un científico británico llamado Alexander Fleming dejó olvidadas en su mesa de trabajo unas cajitas redondas de cristal, llamadas placas de Petri, que contenían microorganismos. Cuando Fleming volvió de vacaciones, las placas estaban contaminadas con círculos de «terciopelo» verde. Fleming, que era curioso como cualquier buen científico, observó que donde había esos círculos no crecían otros microbios. Fleming siguió investigando y descubrió que los seres minúsculos, llamados hongos, que formaban el círculo verde, producían una sustancia que mataba a los otros microbios, conocidos como bacterias. ¡Y así fue como Fleming descubrió el primer antibiótico llamado penicilina!

Uhm... penicilina... solo tengo siete años pero ese nombre me suena mucho. Una vez me puse malita con fiebre y me dolía la garganta. Mi mamá me llevó a ver a mi médica y esta le dijo que me diera un líquido naranja tres veces al día y lo llamó jarabe de penicilina. Me pregunto si será lo mismo. ¡Me puse buena muy pronto! Estaba tan contenta que le pregunté a mi mamá si la penicilina lo cura todo. Le hice reír. Me contestó que no y me explicó que debido al sobreuso de este medicamento ahora hay microbios que se han hecho muy fuertes y resistentes y producen enfermedades que son más difíciles de curar con antibióticos.

Un domingo mi mamá tenía que ir a su laboratorio a cuidar de sus microbios. Papá no estaba y no había nadie que me pudiera cuidar. Así que me llevó con ella a su oficina. Me quedé allí coloreando un cuento mientras mi mamá iba al laboratorio de prácticas a preparar el material para su clase del día siguiente. Bueno... ese era su plan. Pero no lo seguí.

Lo que si seguí fue a mi mamá. Y mientras ella cruzaba la puerta de su laboratorio yo me escurrí y entré detrás. Era una sala blanca inmensa con muchas botellas de cristal y placas redondas de plástico ¡Como las de Alexander Fleming! Algunas contenían una gelatina marrón y otras roja. Me pregunté que serían... uhmmm.

De repente oí una vocecita. No sé de dónde venía.

 —¿Quién eres? —preguntó.

La voz me indicó que mirase a través de unos tubitos de metal conectados a una base con ruedas giratorias donde había una placa con un líquido transparente y algo pequeño flotando de color rosa. Miré y era como un telescopio que ampliaba la imagen del puntito rosa. ¿Podría ser este aparato a lo que mi mamá llama microscopio?, me pregunté.

¡Y allí estaba ese microbio tan simpático! 

—¡Guau! ¡Eres muy grande! —dije.
—No, que va, soy muy pequeñita, por eso no me puedes ver sin usar el microscopio —dijo el puntito rosa.
—¡Ah! ¡Esto es un microscopio! Mi mamá habla mucho de este aparato —le contesté.
—Me llamo Escherichia coli pero puedes llamarme E. coli y soy una bacteria. Y tú, ¿cómo te llamas? —me preguntó el puntito rosa.

Era rectangular, un poco gordita y con una cola muy larga que usaba para moverse.

—Me llamo Hannah ¿Por qué eres de color rosa? —le pregunté.
—¡Ah, eso! bueno, es que me han teñido de rosa para verme y poder estudiarme. Se llama la tinción de Gram.
—¡Pues se te ve muy bien! Y estás muy guapa.
—Gracias —respondió y se puso ¡un poco roja!—. ¿Ves ese microbio detrás de mí? —me preguntó E.coli.
—Sí, ¿el que va de violeta? —pregunté yo.
—Sí, ese. Es mi mejor amigo, se llama Lactobacillus. Está enfadado porque siempre le tiñen de lila y a él ¡le gusta más el azul! —dijo E. coli y comenzó a reírse a carcajadas.

Yo también me reí viendo al pobre Lactobacillus con cara de desaprobación y enfado.

—¡Qué bien que hayas venido al laboratorio, Hannah! Estaba muy aburrida. Los fines de semana son muy tranquilos. A mí me gusta más el murmullo de los estudiantes, es más divertido. Aunque con ellos no puedo hablar como hago contigo ¡porque se asustarían! —me reveló E. coli

E. coli me explicó que ella y su familia eran muy buenos microbios, que generalmente viven en la barriga de los humanos y que nos ayudan a estar sanos. Este tipo de microbios se llaman comensales y nos ayudan a digerir nuestros alimentos y a aprovechar nutrientes que los humanos no pueden usar. También me explicó que algunos de sus primos no son tan buenos y nos pueden hacer caer enfermos.

—¡Ah!, pues hay un medicamento que se llama penicilina y si se lo das a tus primos dejarán de ser tan malos —añadí. 

No estoy convencida de que le gustara hablar de antibióticos porque se calló y empezó a mover su colita distraídamente.

—¿Cuántos años tienes Hannah? —preguntó E. coli.
—Tengo siete años —le contesté.
—¿Qué quieres ser de mayor? —preguntó interesada.
—Cuando sea mayor quiero ser científica como mi mamá —le expliqué—. Ella dice que podemos ser lo que queramos si nos lo proponemos con amor e ilusión (y esfuerzo y dedicación).
—¿Tu mamá? ¿Es la investigadora con la bata blanca que está en el otro laboratorio? —preguntó.
—Sí, esa. Pero no sabe que estoy aquí —le confesé.
—¡Ah! no te preocupes, no se lo diré —dijo E. coli.
—Pero, ¿es que también hablas con ella? —pregunté sorprendida—. ¡Lo sabía! Siempre me cuenta tantas cosas de vosotras ¡las bacterias!
—¡Tu mamá es genial! Les explica a los estudiantes que los microbios somos una parte muy importante del planeta —ahora E. coli parecía muy contenta.
—¿Cuántos años tienes tú? —pregunté.
—Uff, es difícil de saber. Nosotros nacemos, crecemos y nos dividimos en dos, así que es como si fuésemos inmortales. ¡Debo de ser muy mayor! —me confesó.
—Bueno, si eres tan mayor te tendré que llamar señora E. coli —le dije.
—Sí, eso suena muy respetable —dijo— .«Señora E. coli»... ¡me gusta!
—Me ha encantado conocerte pero ya es hora de que me vaya —le dije tristemente—. Adiós, señora E. coli, nunca te olvidaré.

Me despedí y volví a la oficina muy contenta por mi aventura. Mi mamá regresó al cabo de unos minutos. ¡Uf! Casi me pilla. Estaba realmente sorprendida de que mi cuento no estuviera más coloreado.

—¡Si tú supieras! —pensé y me reí.

¡Vaya aventura tan emocionante! Ahora quiero ser microbióloga cuando sea mayor. Mi mamá dice que para ser científica hay que ser curiosa... y creo ¡que yo lo soy!

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