El ayudante de cocina y la cuchara mágica

Portada móvil

Relato finalista del primer concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento.
Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR RODRIGO DELGADO SALVADOR
ILUSTRADO POR VERÓNICA MG
KIDS
13 de Diciembre de 2018

Tiempo medio de lectura (minutos)

Érase una vez, en un reino muy lejano, un ayudante de cocina muy desgraciado. Su pelo estaba negro del hollín de los fuegos de la cocina y su cara, redonda y bonachona, estaba arrugada de lo mucho que se concentraba en su trabajo. Su maestro era el cocinero real, Abrasador Sinmedida, que era el mejor cocinero real del mundo. No tenía comparación: reyes y reinas de todos los rincones del mundo venían hasta palacio para poder asistir a uno de sus festines en nombre del rey.

Nadie sabía cuál era el secreto del cocinero real y aunque este era amable y cordial con todos sus comensales, su ayudante sabía que no siempre era así. Cuando volvía a la cocina, después de ser alabado por todos en el comedor, mandaba limpiarlo todo y ordenarlo sin permitir que nadie comiese o descansase ni un momento, y se escabullía a una pequeña habitación que mandó construir en la cocina, que cerraba con llave. De hecho, Abrasador era el único que sabía hacer aquellas comidas singulares en todo el reino. Incluso su ayudante desconocía cualquier detalle de la preparación. Abrasador cocinaba a parte, lejos de las miradas de los demás.

—Abrasador nos hace trabajar muy duro y nunca nos enseña nada —se quejó el ayudante mientras iba una mañana de camino a la cocina real.

Aquel mediodía, mientras limpiaba los platos y vaciaba de hollín los hornos, deseó poder estar presente cuando su maestro llevase a cabo la magia que le permitía crear esos platos tan ricos. No es que odiase el trabajo que hacía; de hecho, sentía orgullo de lo bien que limpiaba la cubertería, que después de pasar por sus manos, relucían de plata y oro. Y sabía lo importante que era limpiar a fondo en una cocina. Pero él siempre había soñado con ser un gran cocinero y Abrasador le prometió que a cambio de su esfuerzo, él le enseñaría a cocinar. Pero ya había pasado mucho tiempo, y nada había aprendido.

Tan concentrado estaba en estos pensamientos que, cuando fue a dejar todos los tenedores y cuchillos y cucharas que había limpiado en su sitio, se encontró de frente con Abrasador, y...¡PUMBA!

Dieron una voltereta en el aire junto a los cubiertos y, con gran estruendo, cayeron todos al suelo. Los tenedores y las cucharas se esparcieron por el suelo de piedra, y los cuchillos quedaron clavados por sus puntas.

—¡Pero qué haces, majadero! —le espetó Abrasador —¡Rápido, recoge todo y lo vuelves a lavar!

Muy avergonzado, el ayudante hizo lo que le mandaron. Recogió todo lo más aprisa que pudo y lo llevó al fregadero. Allí se puso a limpiar cada cubierto uno a uno otra vez. Y entonces, cuando llegó al último, descubrió una cuchara que no había visto nunca. Era ligera y gruesa como una de madera, pero relucía como si fuera oro.

En ese momento, Abrasador salió de su habitación rojo de furia.

—¿Dónde está? —gritó. El ayudante se guardó instintivamente la extraña cuchara entre sus ropas, y se dirigió, con los demás cubiertos, a su sitio, encogiéndose todo lo que pudo para pasar desapercibido.
—¡Tú! —al escuchar la voz del cocinero, se quedó tieso como un palo. Casi se le caen los cubiertos otra vez, pero consiguió agarrarlos fuerte. Se giró hacia Abrasador.
—¿Sí? —respondió con cuidado. —¡Enséñame las cucharas! —le ordenó.

Separó las cucharas que tenía en la mano y se las acercó. Abrasador las cogió, las miró fijamente, pero al no encontrar lo que buscaba, se las devolvió.

Esa noche, cuando volvió de trabajar, puso una cazuela en el fuego para hacerse la cena. Mientras el agua se calentaba, sacó la cuchara, y tras mirarla intensamente, la dejó en la encimera. Decidió hacerse una sopa que le calentara la barriga para dormir bien, así que empezó a sacar los ingredientes.

Cuando estuvo todo preparado, buscó su delantal y se lo puso. Y entonces, cuando volvió a mirar la cazuela, casi se cayó del susto. La cuchara levitaba sobre la encimera, brillaba con luz propia y se movía impaciente entre la cazuela y los ingredientes.

—¡Es una cuchara mágica! —exclamó. La cuchara mágica asintió con el mango.
—Vamos a ver... ¿Cómo funcionas? —se preguntó. La cuchara se cayó un poco. Entonces, flotó hasta la cazuela, se mojó la punta en el agua, y la usó para escribir la palabra «Sopa» en la encimera.
—¡Ah! ¡Muy bien! —carraspeó un poco y entonó con voz afectada— Cuchara, me haces una sopa, ¿por favor?

Al instante, la cuchara empezó a moverse. Se acercó a un ingrediente, cambió de tamaño, y se llenó de lo que necesitaba. Y así, iba hasta la cazuela y derramaba los ingredientes dentro. De vez en cuando, daba unas vueltas al mejunje, que en poco tiempo empezó a desprender un olor irresistible. Finalmente, la cuchara dio por terminada su tarea y se quedó flotando a unos dedos de la encimera.

El ayudante se sirvió un poco de la sopa y la probó.

—¡Qué rica! ¡Es la mejor sopa que he probado en mi vida! —exclamó. Se tomó todo el plato y luego repitió. Después, con mucho cuidado, cogió la cuchara y la limpió con mucho cariño. La dejó encima de un trapo limpio, y se fue a la cama. Tenía mucho en lo que pensar.

A la mañana siguiente, cuando aún no había amanecido, el ayudante de cocina saltó de la cama y se dispuso a llevar a cabo su plan. No fue a palacio, porque durante toda la mañana estuvo observando a la cuchara cocinar, apuntando en diferentes papeles cuánta sal ponía, cuánta cebolla, cuánto aceite... Y así, con todos los ingredientes.

A mediodía, con mucho cuidado, cargó con todo lo cocinado y fue directamente a ver al rey. En la entrada de palacio, los guardas le dieron el alto.

—¿Adónde vas con tanta comida, ayudante del cocinero? —preguntaron extrañados.
—Vengo a ofrecérsela al rey, que tengo algo importante que contarle sobre su cocinero real. Mirad, este plato es para vosotros, como muestra de mi honestidad —respondió.

Los guardias se acercaron a un plato cubierto por una cazuela de barro. Al retirarla, el olor hizo que sus barrigas sonasen, y al probarlo, quedaron encantados por el sabor.

—Puedes pasar —dijeron, y continuaron comiendo.

El ayudante llegó así hasta el salón del trono, donde el rey y la reina se ocupaban de los asuntos del reino. Al verlo, el rey se extrañó.

—¿No eres el ayudante del cocinero? Me dijo que le robaste algo, y que hoy no viniste a trabajar. ¿Es eso cierto? —el rey estaba enfadado, aunque también algo confuso. Sólo había escuchado cosas buenas de su cocina.
—No es... del todo cierto —respondió titubeando el ayudante—. Es verdad que no he acudido a la cocina esta mañana, pero es porque estaba preparando este festín para vos.

Inclinándose, fue colocando todos los platos en una mesa que había allí. Cuando terminó, se retiró a un lado e hizo un gesto para que el rey lo probara. El rey mandó a su catador real, que cogió una cuchara escondida en su manga y probó una sopa.

—¡Es la mejor sopa que he probado nunca majestad! ¡Es incluso mejor que la que sirvió a sus invitados la semana pasada! —exclamó el catador.

El rey y la reina no tardaron en empezar a probar los platos, y su expresión cambió.

—¡Ayudante! Esta comida es deliciosa. ¿Cómo es que nadie me había dicho que el ayudante del cocinero real tenía tanta maña como él?
—Verá majestad. En realidad, la única cocinera con maña es esta cuchara —y con esas palabras, el ayudante se sacó la cuchara mágica de entre las ropas. La dejó en la mesa, y la cuchara flotó brillando suavemente a unos dedos de la mesa.
—Es una cuchara mágica —se adelantó a responder el ayudante ante las expresiones de sorpresa de todos —. Es mágica y cocina sola, y Abrasador la tenía escondida. Ella cocinaba aparte, y los demás limpiábamos y manteníamos el fuego. El cocinero nunca enseñó a nadie a cocinar.
—Entonces, tú serás el cocinero real —proclamó el rey —. Y Abrasador Sinmedida se encargará de limpiar de ahora en adelante. Pero no en la cocina real, sino en los establos.

Se llevaron a Abrasador en ese mismo momento, y el ayudante de cocina, ya cocinero real, habló una vez más con el rey.

—Señor, le doy las gracias. Pero, aún me queda una cosa que contarle. Esta mañana, mientras preparaba este festín, estuve atento al trabajo de la cuchara, y apunté cada medida y cada movimiento que hacía —confesó, sacando un libro —. Aquí están estas recetas y, con su permiso, iré apuntando cada receta que le pida a la cuchara. Así, cualquiera en el reino podrá cocinar tan bien como la cuchara y, tal vez, aparezcan personas que no necesiten la cuchara para cocinar bien. Si todo el mundo pudiera comer comida tan rica, seguro que el reino sería más feliz —concluyó.

El rey estuvo de acuerdo y así, el nuevo cocinero real fue, a su vez, el primer maestro de cocina de la historia, compartiendo su sabiduría, que iba apuntando minuciosamente en el libro de recetas del reino, allá donde iba, repartiendo alegría y barrigas contentas.

Deja tu comentario!