El lienzo

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Un alegato a la pertinencia de una mayor visibilidad social y cultural del trabajo de los historiadores de la ciencia a través de un lienzo que en 2018 cumple 230 años…

TEXTO POR LUIS MORENO MARTÍNEZ
ILUSTRADO POR DANIEL CRESPO
ARTÍCULOS
CIENCIA | HISTORIA
18 de Diciembre de 2018

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El Metropolitan Museum of Art (MET) de Nueva York alberga en su colección un óleo sobre lienzo de un matrimonio francés confeccionado por uno de los más destacados pintores neoclásicos: Jacques-Louis David (1748-1825). Una obra, de proporciones imponentes (2,6 x 2 m, aproximadamente), que en 2018 cumple 230 años. Si quien lo confeccionó constituye una figura destacada en la historia de la pintura neoclásica, el matrimonio retratado no lo es menos en la historia de la química. Él, Antoine Laurent Lavoisier (1743-1794), considerado frecuentemente el padre de la química moderna. Ella, Marie Anne Pierrette Paulze (1758-1836), protagonista del lienzo y de estas líneas.

Portrait d’Antoine Laurent Lavoisier et de sa femme (1788), por Jacques-Louis David.

Un sucinto análisis de este espléndido retrato neoclásico revela al menos dos de las estrategias seguidas por David a fin de erigir a Marie Anne como la auténtica protagonista del lienzo. En primer lugar, la composición triangular del retrato, reforzada por el trazo diagonal que dibuja la pierna de Antoine Lavoisier. En segundo lugar, la mirada que este dirige a su esposa. Este lienzo suele conocerse como Retrato de Antoine Laurent Lavoisier y de su esposa. No obstante, Retrato de Marie Anne y de su esposo se nos revela hoy no solo más fiel al diseño pictórico del propio David, también a la importancia de visibilizar a las mujeres en la historia de la ciencia.

Son muchas las lecturas que este célebre lienzo nos ofrece para la historia de la ciencia, en especial, de la química. De forma frecuente ha acompañado trabajos de tinte biográfico (o más bien hagiográfico) sobre Lavoisier, erigiéndole como principal artista de esa obra (ciencia) que llamamos química. El lienzo de David ha sido frecuentemente esgrimido como icono visual de la fundación de la química. La imagen de quien pasa a la posteridad por haber despojado a la química de perniciosas ideas, como la teoría del flogisto, y lenguajes confusos. Lavoisier ocuparía así el puesto de honor en el árbol genealógico de la química.

Si asumimos la definición de disciplina científica que nos ofrece la historiadora de la ciencia Mary Jo Nye, veremos que los integrantes de las mismas suelen compartir una genealogía (además de un lenguaje especializado, una serie de problemas sin resolver, revistas especializadas…). Dicha genealogía conectaría a los integrantes de la disciplina del presente con los que lo fueron en tiempos pretéritos. De este modo, se erigen deudores de sus ancestros, a los que suelen rendir homenaje a través de efemérides o conmemoraciones. Esta sensibilidad histórica puede ser de gran interés a fin de poner en valor la historia en el seno de las distintas ciencias actuales. Sin embargo, puede ser también un arma de doble filo, pues si se lleva a cabo sin marco metodológico e historiográfico alguno, da lugar a la emergencia de no pocas imágenes distorsionadas sobre la ciencia y su pasado. Algo que se acusa cuando son estas genealogías las que se transponen para la enseñanza y la divulgación.

A lo largo del siglo XX, la historia de la ciencia fue forjando su carácter disciplinar, siendo en la actualidad una disciplina consolidada a nivel internacional. No obstante, la figura del historiador de la ciencia sigue siendo todavía hoy poco conocida, incluso en los círculos académicos. Algo que también afecta a los historiadores de la química, tal y como señala el último mapeo sobre la enseñanza de la historia de la química en Europa. Dos destacados historiadores de la química dirigieron la mirada a los protagonistas del lienzo de David hace más de medio siglo. Aldo Mieli (1879-1950) y Hélène Metzger (1889-1944) abordaron la figura de Lavoisier, criticando la forma en que este era presentado como padre fundador de la química, algo que no se sostenía a la luz del análisis riguroso de las fuentes históricas. 

Sin embargo, pese a las décadas que nos separan de Mieli (tristemente exiliado en Francia y después, en Argentina, tal y como podrás comprobar en el episodio 2 de la temporada 4 de Principia Magazine) y Metzger (dramáticamente asesinada en Auschwitz), sus trabajos apenas han tenido eco en materiales educativos y obras de divulgación. Investigaciones recientes han mostrado que la historia de la química que podemos encontrar en los libros de texto es aquella propia de las genealogías científicas y no la que emerge del trabajo de los historiadores de la ciencia. Dos “historias  isómeras”, pues teniendo (en un principio) la misma “composición” (los mismos sujetos históricos, los mismos episodios…), tienen “propiedades” muy distintas. Mientras que las genealogías científicas nos proporcionan una visión de la historia de las ciencias como la obra de grandes genios que en fechas clave acaban con saberes pretéritos; los estudios históricos de la ciencia nos muestran la ciencia como una actividad humana eficaz pero falible, en la que hubo dudas y callejones sin salida, y colectiva, en la que “descubrir” se conjuga en plural.

Hélène Metzger (1889-1944), considerada la más destacada historiadora de la química de la primera mitad del siglo XX. Junto con Aldo Mieli, cuestionó férreamente las narrativas históricas de la ciencia basadas en buscar constantemente vestigios de la ciencia actual en la ciencia pretérita o en encontrar un descubridor individual para cada saber científico, lo cual solo conducía a una historia arrogante de la que había que huir. Pese a su labor, las genealogías científicas siguen incurriendo en este tipo de historia.

El desarrollo de la historia de la ciencia como disciplina académica en las últimas décadas ha llevado consigo la aparición de nuevas preguntas, nuevas perspectivas y nuevas metodologías. La historia de la ciencia ha ampliado los personajes y los espacios de ciencia más allá de los que podemos encontrar en las narrativas genealógicas, de modo que estas han dejado de ser historias “isómeras”. Así, cuestiones recurrentes en las genealogías químicas han sido total o parcialmente abandonadas por los historiadores de la ciencia. Sin embargo, sus trabajos al respecto de estas cuestiones no han llegado a entornos como la enseñanza o la divulgación. En dichos contextos, cuando creemos leer historia de la ciencia, muchas veces lo que realmente estamos leyendo son las genealogías de la ciencia, que son a la primera como la punta al iceberg. Es por ello que constituye una apremiante y necesaria tarea para quienes dedicamos nuestra labor profesional a la historia de la ciencia colaborar con científicos, docentes y divulgadores. Los profesionales de la ciencia han vivido en primera persona los cambios y las continuidades en la forma en que han aprendido, han enseñado y han investigado. Los docentes pueden encontrar en la historia de la ciencia una valiosa pléyade de estrategias didácticas y los divulgadores, una forma de marcar la diferencia entre la comunicación científica entendida como propaganda o como servicio social promoviendo la cultura científica.

Cuando creemos leer historia de la ciencia, muchas veces lo que realmente estamos leyendo son las genealogías de la ciencia, que son a la primera como la punta al iceberg.

A este respecto, el 230 aniversario del lienzo de David nos ofrece una valiosa oportunidad para ilustrar la pertinencia de la historia de la ciencia frente a las genealogías científicas. Si devolvemos la mirada al lienzo del Marie Anne y Antoine, podemos extraer múltiples enseñanzas. En primer lugar, Marie Anne ocupa un lugar destacado. No solo en la pintura, también en la propia historia de la conocida como revolución química. Aunque en ocasiones se ha articulado su papel de colaboradora de Antoine incidiendo en su labor como traductora e ilustradora; los estudios históricos de la ciencia en las últimas décadas fueron más allá. Ni su labor traductora, ni su labor ilustradora pueden entenderse sin otorgarle a Marie Anne un importante conocimiento de la química de la época. El nivel de detalle de sus ilustraciones revela no solo el dominio de las técnicas de dibujo (pues Marie fue alumna del propio David,  quien representó la carpeta de dibujo de Marie al fondo del lienzo), sino también un conocimiento avanzado del diseño de los experimentos. Algo que se refuerza con el hallazgo de notas manuscritas suyas en los cuadernos de laboratorio de Lavoisier. Asimismo, los historiadores de la ciencia y de la literatura han mostrado que la traducción no es en absoluto una mera labor de transmisión de un mensaje de un código (lengua) a otro. Por el contrario, la traducción entraña un proceso creativo en el que el traductor ha de tomar una serie de decisiones. Estas decisiones pueden darnos información sobre múltiples aspectos, entre ellos, el conocimiento exigido para llevar a cabo la traducción. En ocasiones, estas decisiones dan lugar a notas y comentarios. Tal es el caso de Marie Anne y sus trabajos de traducción del inglés al francés de Essay on Phlogiston y Strength Acids and the Proportion of Ingredients in Neutral Salts.

El papel activo de Marie Anne en la revolución química queda reforzado cuando consideramos su participación en los trabajos experimentales realizados en el laboratorio del matrimonio o en la organización de las reuniones científicas de las que fueron anfitriones. La historia de la ciencia nos muestra así que de las dos plumas del tintero que David representa sobre la mesa de terciopelo escarlata, Marie Anne debió de empuñar la segunda en no pocas ocasiones. Precisamente en la mesa nos topamos con otros protagonistas silenciosos y silenciados: los instrumentos científicos. Lejos de su concepción como meras herramientas para obtener datos experimentales, en las últimas décadas los historiadores de la ciencia han otorgado un papel mucho mayor a estos testigos materiales de la ciencia pretérita. Los instrumentos científicos pueden decirnos mucho no solo de la ley o teoría científica con la que se relacionan, sino también de las estrategias que han operado tras las prácticas científicas. En este caso, David representa sobre la mesa del salón del matrimonio Lavoisier-Paulze un barómetro, un gasómetro y una campana de vidrio. Sin duda, un alegato a los experimentos con gases que tanta importancia tuvieron en la revolución química (entre ellos, la síntesis de agua por reacción de hidrógeno y oxígeno gaseosos, en terminología actual). Algo reforzado con la aparición del inmenso matraz de vidrio que apenas roza el pie de Antoine. Sin embargo, quienes conozcan algo de la biografía de Lavoisier echarán en falta el emblema tan destacado en las narrativas genealógicas de la química: la balanza. ¿Cómo es posible que en este lienzo, sin duda, de quien sabe pasará a la posteridad, no aparezca el emblema de su contribución a la química? La respuesta, de nuevo, la encontramos en el trabajo de los historiadores de la química.

Detalle del instrumental científico representado en el lienzo de David (1788).

Los estudios históricos de la química han mostrado que la atribución de la balanza a Lavoisier como icono de su labor en la revolución química se produjo a posteriori. Mucho antes de Lavoisier, la balanza ya era un instrumento utilizado e incluso imprescindible en numerosos laboratorios. Lavoisier la utilizará en su trabajo en el laboratorio, donde (dada su labor contable) hizo uso de los balances en el transcurso de sus experimentos. Algo muy distinto a la imagen transmitida frecuentemente por nuestros libros de texto donde la introducción de la balanza en la práctica química, así como la exagerada “victoria” de Lavoisier frente al flogisto, son esgrimidos como argumentos legitimadores de la paternidad de Lavoisier con respecto a la química.

Un lector familiarizado con los estudios históricos de la ciencia que haya llegado hasta estas líneas podrá advertir que las cuestiones históricas comentadas han sido ampliamente abordadas e incluso ya abandonadas por los historiadores de la ciencia. Sin embargo, estos estudios siguen siendo poco o nada conocidos en la ciencia, su enseñanza y su divulgación. La profesionalización académica de la historia de la ciencia, al igual que otras “historias específicas” (como la historia del arte, de la filosofía o de la educación), no puede entenderse como una ruptura con las disciplinas científicas historiadas. Lejos de esta postura, se hace fundamental trabajar por una mayor colaboración entre historiadores de la ciencia y científicos, entre la historia de la ciencia entendida como área académica de estudio e investigación y el interés de los científicos por indagar en su pasado.

A este respecto, los medios de divulgación científica y cultural pueden desempeñar un papel importante para visibilizar la investigación histórica sobre ciencia, reconciliando la sensibilidad histórica por el pasado de la ciencia con el espíritu crítico propio de las disciplinas científicas. El espíritu crítico que otorgamos a la ciencia presente no puede desvanecerse, como por desgracia ocurre de manera recurrente, cuando miramos al pasado de la ciencia. Ciencia cuya pasado y cuyo presente ha tenido y sigue teniendo, también, nombre de mujer, como hemos podido comprobar para el caso de Marie Anne. Lejos de su imagen como “madre de  la química”, su figura nos permite valorar la colectividad y las diferentes formas de “hacer química” en el pasado.  Un pasado que fue forjado haciendo uso de instrumentos que no podemos permitir que sigan acumulando polvo en almacenes, cajas y sótanos. Dar voz a los instrumentos, al igual que los del lienzo de David, es posibilitar nuevas vías para profundizar en el pasado científico.  La historia de la ciencia se nos revela así no como un árbol genealógico en el que una generación es consecuencia directa  y lógica de la anterior, sino como un árbol más frondoso, con muchas más ramas. Algunas, todavía por injertar. Otras, aun por florecer. Una empresa en la que los historiadores de la ciencia necesitamos de todos aquellos dispuestos a acompañarnos en la apasionante reconstrucción de la ciencia a lo largo del tiempo.

El espíritu crítico que otorgamos a la ciencia presente no puede desvanecerse, como por desgracia ocurre de manera recurrente, cuando miramos al pasado de la ciencia.

Nota del autor

Este artículo constituye una adaptación del publicado en la sección Apuntes de Historia de la Ciencia del Boletín del Grupo Especializado de Didáctica e Historia de las Reales Sociedades Españolas de Física y de Química y es una colaboración de dicho grupo con Principia.

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