Ötzi, el hombre de hielo

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Felix Randau toma como punto de partida la momia del Hombre de Similaun o el Hombre de Hauslabjoch, más conocido como Ötzi, para construir un sobresaliente relato sobre la violencia intrínseca del ser humano.

TEXTO POR ALFREDO MANTECA
ARTÍCULOS
CINE | RESEÑA
25 de Enero de 2019

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Dos alpinistas alemanes encontraron en los Alpes de Ötztal, cerca de Hauslabjoch, localidad situada en la frontera de Austria e Italia, a un hombre congelado. En un principio todos pensaron que se trataba de otro alpinista que había fallecido, pero cuando comenzaron con las labores forenses se dieron cuenta que se trataba de una momia de un hombre de 46 años que falleció por una herida de flecha, hacia el 3255 a. C.

El director y guionista del largometraje nos lleva a los remotos tiempos del neolítico para contarnos su historia, el drama de Kelab. Este hombre vive en un poblado cerca de un arroyo. Tiene la gran responsabilidad de guardar el santo sagrario, Tineka. Un día, mientras está cazando, otra tribu roba el fetiche religioso y mata a todos los miembros de la tribu a excepción de un recién nacido. Así es como emprende la búsqueda de los ladrones portando al único superviviente, a la par que dolor y la ira le ciegan por completo.

Este es el punto de partida de un formidable relato universal que reflexiona sobre la violencia del género humano. El espectador es testigo de los mecanismos que hacen entrar al hombre en esa espiral. El motor del drama es el robo del fetiche religioso y el asesinato de la tribu que lo posee. La tesis del largometraje es que la historia de la humanidad está ligada a la violencia ejercida por los seres humanos, da igual que hablemos de la lucha por el fuego, el petróleo, etc., la lista de ejemplos que podemos crear es larga. Lo triste es que podemos hacer desaparecer una generación completa de individuos o a casi una raza entera, por ejemplo, los indios estadounidenses. Es llamativo que nada ha cambiado. La mujer es testigo y padece esa violencia ejercida por la mano del varón. Además, el filme sostiene que el vencedor siempre humilla al vencido. Nada más que tenemos que hacer un repaso a las páginas de un libro de historia. Lo más llamativo e interesante es que Radau renuncia a entrar en postulados morales. Deja al espectador la total libertad para que a la salida del visionado pueda establecer un dialogo sobre el tema. La tesis final de la cinta es que la violencia no está ligada a la cultura, a la televisión, o cualquier otro factor exógeno, está más vinculada a la propia biología del hombre. Como dijo Carl Sagan: «La regla es la extinción. La supervivencia es la excepción». Ahora queda ver si la civilización humana es capaz de superar su biología y no acabar aniquilándonos unos a otros, bien sea por un porcentaje de beneficio, las guerras, el cambio climático o el desarrollo tecnológico. Hay que recordar que Sagan sostenía que era crucial que el hombre superara esta adolescencia tecnológica en la que está inmerso.

 

Randau despoja de cualquier artificio o escenas de acción estrambóticas a diferencia de otros relatos situados en la prehistoria, que recientemente han pasado por la cartelera española. Nos referimos, concretamente, a Alpha (Albert Hughes, 2018) que nos llevaba al Mioceno para contarnos la inverosímil historia del nacimiento de la amistad del hombre y el perro. En Ótzi, el hombre de hielo es todo lo contrario. Todo está al servicio de la historia. El lenguaje usado por los personajes para saludarse o en los rituales religiosos ha sido elaborado por el lingüista Chasper Pult a partir de la lengua rética, que surgió, más o menos, hace 5.000 años en la zona donde se encontró la momia. El espectador también podrá comprobar que, al igual que pasaba en el filme firmado por Jean Jacques Annaud, En busca del fuego, el lenguaje se convierte en un elemento prescindible para el desarrollo de la dramaturgia. Es más importante la comunicación no verbal y la gestualidad de los actores.

 

Hace una exhaustiva recreación de la forma de vida del hombre del neolítico. Está plagada de pequeños y diversos detalles. La naturaleza se convierte en la segunda gran protagonista. El filme se ha rodado en la zona sur del Tirol. El realizador sabe mostrarnos la soledad de Kelab ante una naturaleza que le sorprende, que es hostil, y sobre todo, que le supera. Ahí es donde el actor Jürgen Vogel se luce, su gestualidad, sus movimientos son precisos y no resultan nada exagerados. Además, sabe darle los matices necesarios a su interpretación dentro de ese círculo de violencia en el que se ve inmerso.

 

Randau hace un relato ameno, que carece de tiempos muertos, muy descriptivo sin perderse en los detalles. Sabe cautivar y captar toda la atención del espectador. Toma siempre el punto de vista de Kelab, haciéndole protagonista absoluto, hasta su último aliento. De ahí, la inversión de la cámara en la última secuencia. Con ello, el cineasta quiere que el espectador sienta en primera persona, al usar la cámara subjetiva, lo que pudo sentir Ötzi en sus últimos momentos en la cima de la montaña. Es la última mirada de este hombre que quedó sepultado por la nieve y el hielo. También se le puede dar una lectura más filosófica si atendemos al mito de la caverna de Platón. Lo que vemos es un reflejo de nuestra realidad. El hombre se deja llevar por la violencia hasta el punto que esta acaba con él. Y finalmente, le podemos dar una lectura con un carácter más espiritual, para dotar de una cierta positividad a un relato que puede resultar un tanto pesimista.

Imágenes cedidas por Festival Films

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