Fanny Hesse: cocinando para bacterias

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La mente abierta de Fanny Hesse (1850—1934) contribuyó sobremanera a la microbiología con la introducción del agar-agar —un extracto de algas empleado en la cocina— como medio de cultivo para las bacterias. Tan significativa resultó su aportación que permitió grandes descubrimientos, entre ellos, la identificación de los agentes causales de enfermedades infecciosas como la tuberculosis y el cólera.

TEXTO POR SERGI GARCIA SALCEDO
ILUSTRADO POR MARINA MANDARINA
ARTÍCULOS
BACTERIAS | MUJERES DE CIENCIA
28 de Enero de 2019

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Corría el año 1881. Fanny Hesse no había estudiado microbiología ni ninguna otra disciplina científica. De hecho, era ama de casa, atendía las tareas del hogar y el cuidado de sus hijos. Y aun así consiguió cambiar la forma de cultivar microorganismos para siempre.

En aquel año, su marido, Walther Hesse, decidió dejar su profesión como médico rural para estudiar los microorganismos del aire en el laboratorio de Robert Koch, el que hoy día es considerado el padre de la bacteriología.

Por su parte, su esposa le ayudaba en todos sus proyectos como técnica de laboratorio, además de ilustrar sus publicaciones. Pincel en mano, Fanny recreaba meticulosamente en el papel cómo las bacterias que había cultivado su marido crecían y se distribuían en colonias.

Pero la mayor contribución de Fanny no vino de su talento para pintar sino de sus habilidades culinarias. Pongámonos en contexto para poder relatarlo.

En el laboratorio de Koch utilizaban patatas cortadas en rodajas para cultivar bacterias. Sí, patatas. Puede sonar cutre pero con este método se consiguió descubrir la bacteria que causa el ántrax (Bacillus anthracis). Pese a eso, los nutrientes del tubérculo eran limitados y muchas bacterias no podían crecer en él.

Walther probó con medios de cultivo de gelatina, pero esta se derretía en verano. Sin contar que había microorganismos que utilizaban la gelatina como fuente de nutrientes y se cargaban el medio de cultivo.

Sin medio en el que crecer, era imposible poder estudiarlos.

Sin embargo, la solución a este problema no la encontró experimentando en el laboratorio, como cabría esperar, sino charlando con su mujer. Para ilustrarlo, imaginémonos una escena ficticia como esta.

—¡Odio el verano! —exclamó Walther nada más llegar casa. Se sentó en la silla de la cocina y exhaló un suspiro de frustración.
—Pero si estamos en mayo, cariño —le recordó Fanny, con un tono burlón.
—¡Lo sé! Pero hace tanto calor que aquí no hay quien cultive nada. La gelatina apenas aguanta unas horas sin derretirse.

Una media sonrisa asomó al rostro de Fanny.

—Pues a mí el pudin no se me derrite —comentó, orgullosa, mientras se sentaba frente a su marido y colocaba el postre en la mesa, entre los dos.
—¡Pero qué injusticia! —se quejó Walther, aunque al ver que era de chocolate, dejó el drama y se centró en lo que realmente importaba—. ¿Cómo lo haces para que no se te derrita?
—Si te lo dijese tendría que matarte —le respondió ella, muy seria. Al ver la expresión de espanto de su esposo, no pudo contener la risa—. Era broma. El truco está en un ingrediente secreto: el agar-agar.
—¿«Aga…» qué?
—Agar-agar —le aclaró, mientras partía el pudin e iba sirviéndolo—. Es una sustancia gelatinosa que proviene de las algas rojas. ¿Te acuerdas de los vecinos holandeses que tenía cuando vivía en Nueva York? Pues lo descubrieron en un viaje que hicieron a la Isla de Java. Se ve que, por ahí, que hace más calor, lo usan mucho para dar consistencia a los postres. La cuestión es que se lo enseñaron a mi madre al volver y, como te imaginarás, ella compartió el truco conmigo. Alguna ventaja tenía que tener ser la mayor de diez hijos.
—Espera. ¿Me estás diciendo que llevo comiendo algas desde que nos casamos?
—Walther, céntrate. —Fanny le cogió de las manos, sobre la mesa, y le miró directamente a los ojos—. Quizás en nuestros platos esté la solución para poder cultivar microorganismos sin problemas.

Walther llevó a cabo la sugerencia de su mujer y, efectivamente, funcionó. De hecho, el agar-agar era una maravilla como medio de cultivo: se mantenía sólido a altas temperaturas, los microorganismos no podían destruirlo, se podía esterilizar y guardar durante un largo periodo de tiempo y era translúcido, por lo que se podían estudiar las bacterias de una manera mucho más sencilla.

Eufórico, Walther se lo comentó a Robert Koch, su jefe, quien no dudó en incluir este nuevo método en su investigación. Al año siguiente, en 1882, Koch publicó el artículo donde expone el descubrimiento del agente causante de la tuberculosis, Mycobacterium tuberculosis, que le valió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1905.

Este hallazgo no hubiese sido posible sin el medio agar-agar, con el que consiguió cultivar estas bacterias para poder estudiarlas. Sin embargo, en la publicación solo se hace referencia a este medio de cultivo en una frase y en ninguna parte se menciona al matrimonio Hesse; ni siquiera recibieron ningún tipo de recompensa financiera por tal aporte. Dado que era la primera vez que se nombraba este medio de cultivo, se le atribuyeron los méritos a Koch.   

Según las palabras de Wolfgang Hesse, nieto de Fanny y Walther, casi nunca se volvió a hablar del agar-agar en la familia. Él pudo conocer a su abuela y relata que ella nunca habló del tema, probablemente porque era una persona muy modesta, según Wolfgang. Aun así, siempre guardó las publicaciones y los documentos de su marido, por amor a él y al trabajo que realizaron juntos.

Por fortuna, con el tiempo esta historia encontró a su verdadera protagonista: una mujer que revolucionó la bacteriología con un nuevo componente, el agar-agar, que hoy día sigue utilizándose extensamente en los laboratorios de microbiología. Una mujer que no fue reconocida en su época, pero no por ello ignorada en la nuestra.

Referencias

—Hesse. 1992. Walther and Angelina Hesse-Early Contributors to Bacteriology. American Society for Microbiology News 58(8): 425-428.

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