El hombre de Piltdown, querido Watson

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¿Un individuo con aspecto humano pero con características de otros simios? ¿El verdadero eslabón perdido? El caso del hombre de Piltdown y su engaño sigue siendo uno de los casos más controvertidos en el estudio de la evolución humana.

TEXTO POR OXALA GARCÍA
ILUSTRADO POR FRANCISCO RIOLOBOS
ARTÍCULOS
BIOLOGÍA | EVOLUCIÓN
31 de Enero de 2019

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Nadie en la pequeña ciudad de Piltdown, en Sussex, al sur de Londres, podría haber sospechado la fama que su lugar tendría a principios del siglo XX. Durante esta época, el mundo científico (y la sociedad en general) vivía con ganas de cierta revolución. Y el hallazgo de un cráneo humano junto a unos dientes que no lo parecían tanto cumplía todas las expectativas.

Charles Dawson, abogado de oficio y buscador de fósiles aficionado, escribió una carta al Museo de Historia Natural de Londres a su amigo, el paleontólogo sir Arthur Smith Woodward, alertándole de un descubrimiento único. Una porción de cráneo enteramente humano que se encontraba asociado a unos dientes y otros restos de huesos que no eran tan fácilmente identificables como tales. Este conjunto de fósiles, en palabras del propio Dawson, «rivalizará con el descubrimiento de Homo heidelbergensis», una nueva especie humana extinta presentada a la comunidad científica algunos años antes en suelo alemán. Cuando miembros del Museo de Historia Natural se acercaron al lugar, aumentaron su emoción y desconcierto a partes iguales.

Tanto Dawson como Woodward presentaron a la comunidad científica sus resultados, en los que el cráneo humano y un maxilar inferior de aspecto más simiesco eran los protagonistas. Además, basándose en el color de los huesos, junto a la fauna fósil asociada, se atrevieron a estimar una edad de unos 500 000 años, convirtiéndolos en los restos humanos más antiguos encontrados en suelo europeo. Ya tenía incluso su nombre científico Eoanthropus dawsoni, en clara alusión a su amigo y descubridor.

Las excavaciones en Piltdown y sus alrededores continuaron proporcionando principalmente nuevo material faunístico, pero la prematura muerte de Dawson y el estallido de la Primera Guerra Mundial influyeron en la continuidad de las actividades paleontológicas. Sin embargo, el interés por estos restos ya se había establecido y extendido por toda la comunidad científica, sobre todo debido a la importancia de este hallazgo en el campo de la evolución humana.

Desde la publicación de El origen de las especies en 1859 por Charles Darwin se había sospechado de la posibilidad de un eslabón perdido entre los humanos y otros simios y el hombre de Piltdown cumplía todos los requisitos. Los principales investigadores abrazaron con ganas el descubrimiento y también lo utilizaron como un ejemplo de la importancia del nacionalismo inglés creciente en la época, siendo incluso bautizado como «el inglés más antiguo», en palabras del propio Woodward.

Desde la publicación de El origen de las especies en 1859 por Charles Darwin se había sospechado de la posibilidad de un eslabón perdido entre los humanos y otros simios y el hombre de Piltdown cumplía todos los requisitos.

Durante cerca de treinta años, el hombre de Piltdown fue el paradigma de la evolución humana en Europa. Sin embargo, los descubrimientos de nuevos fósiles en el continente europeo y en Asia, que no se asemejaban tanto a este «primer inglés», hicieron saltar algunas alarmas entre paleontólogos y antropólogos, deseosos de probar sus nuevas técnicas de datación y contextualizar sus nuevos conocimientos. Tres investigadores, Oakley, Weiner y Clark, empezaron a tener cierta reticencia a la veracidad de los restos y consiguieron, tras un gran esfuerzo, volver a analizar el material de Piltdown.

En los primeros años de la década de los 50, publicaron sus primeros estudios. Sus sospechas resultaron ciertas. Los restos simiescos encontrados en Piltdown cerca de cuarenta años antes se correspondían con restos de simios actuales, no había duda. Y lo que era aún más grave, estos restos, al igual que los humanos y los restos de otros animales, habían sido artificialmente modificados en color y forma. La mandíbula y el maxilar que se habían asociado con características propias no humanas, se probaron algunos años más tarde como material óseo proveniente de otra especie, el orangután.

La manera en que estos restos habían sido falsificados y modificados era particularmente elaborada. Partículas de minerales de hierro habían sido incluidas entre algunos de los canales nerviosos de los restos óseos con el fin de enfatizar la arcaica edad del material. La introducción de nuevas técnicas, como la datación por flúor, confirmó las diferentes edades de los restos y su no tan antiguo origen.

La mandíbula y el maxilar que se habían asociado con características propias no humanas, se probaron algunos años más tarde como material óseo proveniente de otra especie, el orangután.

Estos resultados fueron un duro varapalo para la comunidad y para algunos de los defensores del hombre de Piltdown. No tanto por la pérdida de un espécimen icónico, y que había marcado buena parte de los estudios realizados en las décadas anteriores en evolución humana, sino como un fraude de enormes consecuencias en el mundo científico. Incluso, la sociedad británica se vio conmocionada por la noticia, exigiendo explicaciones e incluso dimisiones en el seno del prestigioso Museo de Historia Natural de Londres.

Enormes dudas quedaban por resolver. ¿Quién había orquestado este fraude? ¿Eran sus descubridores conocedores de este timo? Al gran detective Sherlock Holmes le hubiera parecido un caso perfecto.

Curiosamente, no andaba tan lejos. Sir Arthur Conan Doyle, el creador del famoso detective, fue señalado como uno de los posibles perpetuadores (o al menos conocedores) de esta estafa. Su cercanía al lugar donde se encontraron los restos, donde solía jugar al golf, y su novela El mundo perdido, donde incluso se llegaba a falsificar algunos restos fósiles, lo apuntaron como uno de los posibles autores de este misterio. Sin embargo, todo parece ser una fantasía creada por otros y no por Doyle en este caso, aunque bien podría haber sido uno de los casos resuelto por el detective más famoso.

Sin embargo, desde un inicio muchos dedos apuntaron a Charles Dawson como el director de esta orquestada historia. En estudios publicados durante los últimos años, que han incluido el análisis de ADN y técnicas de tomografías de gran precisión, han demostrado que, por ejemplo, los restos de orangután parecen provenir del mismo individuo de la especie , Pongo pygmaeus que habita Borneo. Desgraciadamente, el estado de degradación del ADN proveniente de los restos humanos impidió un mejor resultado y conclusión, aunque mediante otras técnicas se cree que los huesos utilizados no provienen de más de dos individuos humanos.

Estos nuevos resultados han ayudado a indicar que el perpetuador de este fraude actuó solo, ya que el modus operandi parece ser el mismo para todos los restos. Y el principal sospechoso continúa siendo Charles Dawson. Fue el único que siempre tuvo acceso al material y su afán por la notoriedad y la reputación científica, unidos a una oscura trayectoria previamente vinculada a fraudes, habrían sido algunos de sus motivos.

El hombre de Piltdown, un hecho negativo que incluso hoy en día creacionistas negadores de la evolución siguen considerándolo un argumento en contra de la paleontología moderna y sus métodos, representa todo lo contrario. Esos mismos argumentos esgrimidos se vienen abajo al comprobar que ha sido la propia investigación antropológica y sus métodos los que han destapado el engaño.

 Ejemplos como este muestran cómo los nuevos estudios y técnicas son capaces de mejorar nuestro conocimiento y cómo la ciencia no debe nunca dejarse llevar por ideas preconcebidas ante nuevos descubrimientos y su evaluación. El rigor científico requerido para evitar estos escándalos está sujeto a la reproducibilidad, que los experimentos puedan ser replicados, y para ello es necesario que el material paleontológico o arqueológico pueda ser examinado y no ocultado ante los ojos de la ciencia.

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