¿Sabéis quién soy? ¿No? Seguro que me has visto en anuncios, como escenario de historias catastróficas o de momentos románticos. ¿Nada? ¡Venga! ¡Di algo! Estoy seguro de que me conoces de sobra, pero ahora no caes. Te voy a ir contando mi historia a ver si tú mismo me pones nombre antes de que te lo diga.
Fui construido entre 1933 y 1937 y no te creas que fue demasiado tiempo, que para lo grande que soy y las condiciones ¡no fue tanto! Piensa que mi longitud es de mil doscientos ochenta metros aproximadamente y que mis dos torres centrales tienen doscientos veintisiete metros de altura cada una, cimentadas bajo el agua, y con una altura de sesenta y siete metros desde la superficie para el paso de barcos. Además, piensa que mi calzada central está compuesta por seis carriles rodados (recuérdame que un poco más adelante te cuente una curiosidad sobre ellos) más los carriles accesibles para peatones y bicicletas. ¿Ves como no es tanto el tiempo que tardaron en construirme? También hay que sumarle a ello los fuertes y helados vientos que tengo que soportar en esta bahía.
Quiero lanzar desde aquí un reconocimiento a mi padre, Joseph Strauss, ingeniero jefe del proyecto, quien confío plenamente en mí y en que conseguiría soportar el peso de la fama y durar muchos años. Por favor, un fuerte aplauso para él (vale, me hacía ilusión decir esto, como los presentadores de la televisión).
Gracias a mi padre conseguimos innovar en las redes de seguridad móviles, instaladas por debajo de la obra que usaban para construirme, y salvar muchas vidas. Esto, posteriormente, se implementó en muchos otros tipos de obras siendo a día de hoy imprescindible. Además, y hablando de innovaciones, mis cables fueron fabricados aquí mismo con el proceso que mi otro padre, John A. Roebling (fundador de la compañía que realizaba los trabajos en mi estructura), inventó en el siglo XIX de hilado de cables. En este proceso se cogían bien los alambres finos y se llevaban de un extremo al otro, asegurándolos en los anclajes, hasta que cada cable quedaba compuesto de unos veintisiete mil alambres finos como lápices. ¡Menudos viajes tuvieron que hacer! Imagina, con todo el alambre podría darse la vuelta al mundo ¡tres veces! Pero he de decir que solo les llevó seis meses realizar este trabajo.
Soy un puente colgante porque la autopista que pasa por mi calzada está sostenida por los dos cables que la unen a la parte superior de las torres. Y vaya, ¡soy uno de los puentes colgantes más largos y altos del mundo! Además, soy todo un símbolo de mi querida San Francisco (uy, otra pista para que sepas quién soy).
Bueno, en realidad no soy exactamente un puente colgante, sino que tengo un tramo que sí lo es y otro que no. Soy un puente híbrido (ale, ya lo he dicho). Mis extremos se apoyan en armaduras voladizas.
Os quiero contar también la proeza de los buzos, descendiendo hasta treinta y tres metros de profundidad. Ellos se encargaban de la colocación y retirada del material sobre el que se asentaron las grúas durante mi construcción, así que tuvieron que colocar las cargas de dinamita y limpiar el material suelto al terminar para que no se dañase más de lo necesario la dinámica del entorno. Así que, imaginároslos, allí abajo, con el frío y la oscuridad, ¡y lo que se movían esas aguas! Los pobres únicamente podían trabajar cuando las corrientes disminuían su furia, lo cual pasaba poco, solo durante el cambio de marea. Yo solo veía la manguera que les proporcionaba aire desde la superficie. Unos valientes, sin duda.
Y ¿sabéis que me tuvieron que pintar rápido porque aparecían problemas de oxidación? ¡El susto que se dieron por ello! Resulta que el acero de mi interior, que es una aleación de hierro con pequeñas cantidades de níquel, carbono y demás, sufre un proceso químico llamado corrosión al estar expuesto al oxígeno presente en el ambiente. En este caso se crea un óxido que corroe al acero y lo hace más pequeño y quebradizo. ¡Menos mal que se dieron prisa! Eso, combinado con que previeron esta posibilidad y ya me hicieron las secciones más grandes, fue todo un acierto. Desde entonces, cada veinte años me pintan y me dejan bien guapo.
¡Ah! Y no me quiero despedir sin contaros los modernos sistemas que hay en mis carriles. Fue hace poco, en 2015. Resulta que desde que abrí las puertas he visto chocar frontalmente unos ciento veintiocho coches, así que para evitarlo han puesto un sistema novedoso llamado «barrera mediana movible», que no es otra cosa que una barrera móvil de más de tres mil quinientos bloques de hormigón que se mueven con un camión cremallera que va a unos quince kilómetros/hora. Os cuento como funciona. El sistema aspira y mueve la barrera de un carril a otro según las necesidades de las horas punta o más carriles en dirección Sausalito o más en dirección San Francisco.
Además, soy todo un icono, así que millones de personas al año se hacen fotos conmigo. Y sea desde el ángulo que sea… ¡salgo guapísimo!
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