Encuentro entre un conspicuo viajero científico y un prudente pensador matemático de corte

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Se confrontan aquí dos formas diferentes y complementarias de curiosidad por conocer y comprender la naturaleza. Sirva también este texto de ejemplo para ver cómo en periodos históricos donde no existía internet se transmitían los hallazgos científicos, se establecían sinergias entre grupos de pensadores y se discutían los temas candentes.

TEXTO POR ROSA MARÍA HERRERA
ILUSTRADO POR JOSÉ PARADA
ARTÍCULOS
CIENCIA | MATEMÁTICAS
25 de Febrero de 2019

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El viajero científico

Los viajeros científicos estuvieron de moda en el siglo XVII y posteriores. Estos personajes desempeñaron un papel crucial en la transmisión del conocimiento científico y en la conexión entre distintas ideas y las controversias que suscitaban. Ellos mismos, en no pocas ocasiones, eran científicos, exploradores y siempre estudiosos de amplio espectro, llenos de curiosidad. 

Uno de estos cultos caballeros fue el francés Balthasar de Monconys (1661-1665, Lyon), quien escribió un diario de viajes, Journal de Voyages, que su hijo publicó a su fallecimiento. Este autor se nos aparece como un gentilhombre de vasta cultura: viajero, naturalista, aventurero y, además, experto en leyes. En suma, inquieto hombre de mundo que llegó a ser consejero real en su país.

En esta obra, el autor relata con aire de hechos probados, que durante uno de sus viajes a Italia, en 1646, visitó Florencia, y dado que entre sus múltiples intereses la ciencia ocupaba un lugar primordial, hizo todo lo posible por conocer al afamado matemático de la corte del gran duque de Toscana, Evangelista Torricelli, sucesor en el cargo tras el fallecimiento de Galileo Galilei y discípulo suyo en la última etapa de su vida.

Y debía estar muy interesado, pues varias de las citas prefijadas resultaron fallidas, tanto por las múltiples ocupaciones de Torricelli como por su precario estado de salud. Pero por aquello de que la perseverancia es imprescindible para cualquier tarea humana, consiguió su propósito y logró conversar con él sobre asuntos científicos de su interés.

El cauto copernicano de la corte

Torricelli, clérigo de ideas copernicanas y galileano ma non troppo, era cuidadoso y discreto en sus manifestaciones. 

Presentarse copernicano en los agitados tiempos que siguieron al asunto de Galileo con el Santo Oficio no era cuestión baladí. Y si bien parece que Torricelli estaba posicionado en esta línea de pensamiento, no lo prodigó urbi et orbi. Sabemos que se lo declaró a Galileo, ¿a quién si no? Constancia documental de este dato es la carta de presentación que escribió de su puño y letra dirigiéndose a su futuro mentor, pero poco más. 

Claro que con un viajero extranjero —por importante que fuera, incluso en Florencia—, quizá se pudiera hablar con menos precauciones y así proporcionar alguna pista sobre su línea de pensamiento. Esto permitiría difundirla por el continente y obtener información sobre las novedades y hallazgos provenientes de otros lugares.

La breve y fructífera reunión entre el viajero y el matemático de la corte 

Así, el caballero Monconys explica a sus lectores que el estudioso italiano le había hablado del movimiento de los cuerpos celestes. Por ejemplo, relata el francés que su anfitrión le detalló que «el Sol, Júpiter, la Tierra giran en torno a su eje, haciendo evolucionar el éter que está a su alrededor pero mucho más velozmente las partes vecinas que las lejanas, de manera análoga a como lo haría un bastón rotando en agua. Así se comportan los planetas con sus estrellas, los mediceos (satélites galileanos) con respecto a Júpiter...».

Es este uno de los pocos rastros escritos que se han hallado de la afición de Torricelli por estudiar el universo y, en ese sentido, es casi una curiosidad.

Se sabe que Torricelli participó en el debate cosmológico de su tiempo, adoptando una reflexión algo distinta a la de Galileo. Parecía estar más cerca de la línea de pensamiento que había emprendido Kepler sobre 1596 y que este, a su vez, habría recogido de Copérnico y de las ideas de Aristarco de Samos, propuestas varios siglos antes. Según esta línea de pensamiento, el Sol es el elemento dinámico principal. 

Este punto de partida de Kepler, en la línea de Copérnico, es interesante porque dió lugar, por una parte, a la propia noción de una especie de efluvios inmateriales emanados directamente del Sol. De este concepto derivaría posteriormente la idea de «acción a distancia» propuesta por Newton. El científico británico estuvo atento a la geometría de Kepler y a sus elipses y supo darles contenido físico y encuadrarlas en su teoría. Sin embargo, Galileo pasó por alto los estudios de su contemporáneo a quien no parece que tuviera en gran estima personal, por lo que es posible que no quisiera prestar atención deliberadamente.

Por otra parte, Kepler propició la noción que, retomada por Descartes, devenía en una explicación según la cual el Sol y los demás cuerpos primarios se arrastrarían mecánicamente en un soporte de naturaleza material y de consistencia fluida. Es lo denominaría «fluidos circulantes», responsables de portar a los astros, y que se podría identificar con el éter.

En este segundo sentido parece que iban las exiguas reflexiones que compartió Torricelli con Monconys. Pero hay una faceta astronómica que el matemático de corte no quiso mostrar a su visitante: su talento y minuciosidad artesanales como constructor de lentes para catalejos y telescopios. Esta destreza y técnica para el pulido se llevaba en alto secreto para que no se filtrase a cierto competidor suyo, célebre constructor napolitano  (no solo de especulaciones e ideas vive el científico) hasta el punto que fue uno de los secretos que el maestro Torricelli solo compartió con los Medici hasta la tumba, y que quizá sea objeto de un nuevo y merecido texto.

Bibliografía

— Herrera, R.M.: Biografía de Torricelli (preprint)
— Monconys, B. de: Journal des voyages. 1, Voyage de Portugal, Provence, Italie, Egypte, Syrie, Constantinople et Natolie (1665). Horace Boissat & George Remeus.
— Torricelli, E: Opera Geometrica (1644). Florentiae Typis Amatoris Mallae & Laure J. de Landis.

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