Flotando en medio del mar

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Y después de mucho magma saliendo por el fondo marino, se elevó un terreno desierto en medio del mar. Los voladores llegaron planeando sin problemas. Los animales terrestres lo tenían un poco más complicado. Entre ellos había buenos nadadores y algunos rafteadores. Otros solo cruzarían mediante un puente terrestre. Así, debían esperar a una bajada del mar para alcanzar esos nuevos hábitats. Había nacido una nueva isla.

TEXTO POR BLANCA MONCUNILL-SOLÉ
ILUSTRADO POR AÍDA VALUGO
ARTÍCULOS
BIODIVERSIDAD | DARWIN | SELECCIÓN NATURAL
28 de Marzo de 2019

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Coautor: Alejandro Blanco

El naturalista inglés Charles Darwin es considerado como uno de los grandes biólogos de la historia. En su magnum opus El origen de las especies por medio de la selección natural (1859) desentrañó una de las preocupaciones más primitivas que inquietaba el pensamiento racional humano: ¿cómo las especies hemos llegado a ser como somos? Las ideas sobre la evolución a través de la selección natural emanaron de la mente de Darwin después de su gran aventura y de muchas tazas de té reflexivas en Down House (Inglaterra). Su odisea de cinco años (1831-1836) le permitió conocer de cerca flora y fauna de sitios muy alejados de su querida Inglaterra. En especial, fue cautivado por la gran biodiversidad de las Islas Galápagos. La observación meticulosa de las distintitas especies de pinzones y tortugas que habitaban cada una de las islas fueron las evidencias clave que le llevarían a definir el fenómeno de la selección natural como mecanismo de la evolución biológica.

Aproximadamente en la misma época, otro naturalista británico llevaba una vida muy parecida. También llamado por el afán de conocimiento de la historia natural, Alfred Wallace se embarcó en expediciones hacia tierras remotas y salvajes. Así fue como pisó por primera vez el archipiélago malayo (sudeste asiático, 1854), algunas de cuyas islas se conocen actualmente como Wallacea. Las observaciones sobre la flora y fauna insular fueron la piedra angular que le llevarían a idéntica conclusión que Darwin: las especies evolucionamos por medio de la selección natural. Así, contemporáneamente, ambos naturalistas de forma independiente, habían resuelto uno de los mayores secretos de la vida. Un comunicado conjunto en 1858 en la Sociedad Linneana de Londres esbozó las ideas principales de la vigente teoría de la evolución: De la tendencia de las especies a formar variedades y de la perpetuación de las variedades y especies por medios naturales de selección. Posteriormente, tanto Wallace como Darwin desarrollarían personalmente en cada una de sus obras, el vademécum de los actuales biólogos, Darwinismo: una exposición de la teoría de la selección natural con algunas de sus aplicaciones y El origen de las especies por medio de la selección natural, respectivamente. ¿Se trata de casualidad? Posiblemente es un hecho fortuito que estos dos grandes científicos de gran intelecto, atraídos por la naturaleza, coexistieran en una misma época. No obstante, no es accidental que los gérmenes de las ideas evolutivas de ambos autores fueran los ambientes insulares y sus especies.

En Sicilia, hace entre 0.7-0.3 millones de años, vivió el elefante más pequeño conocido hasta el momento, tan solo medía alrededor noventa centímetros hasta la cruz (donde se cruzan los omóplatos con la columna vertebral). Su hábitat era compartido con musarañas y lirones que doblan el peso de sus respectivos ancestros continentales.

Todos tenemos en nuestro imaginario mental un esbozo de una isla, una simple porción de tierra rodeada de agua por todos sus lados. Sin embargo, si observamos atentamente a nuestro alrededor también podemos encontrar islas en medio de un continente. Podríamos verlas en una charca o lago, en un oasis en medio del desierto o también en la cima de una montaña. ¿Qué las caracteriza? Son hábitats comprendidos en medio de otros totalmente discordantes, que impiden el éxodo de las especies que los habitan. Los animales terrestres no pueden cruzar el mar abierto, pero unos peces de charca tampoco pueden aventurarse por tierra firme. Así, recluidas en un territorio generalmente poco extenso, su biología las impulsa a intentar pervivir en esas condiciones. Su evolución será completamente independiente de la población ancestral de la que provienen, desencadenando la aparición de formas insólitas y rasgos inéditos y, al fin, el origen de nuevas especies. Grandes taxones como los lémures (primates de Madagascar) o las jutías (roedores del Caribe) encuentran su origen en porciones incomunicadas del continente madre. Esta es la razón por la que los científicos califican a las islas como laboratorios naturales. Los investigadores recurren a ellas para entender cómo la evolución ha moldeado, en cada caso particular, unos organismos u otros. Estos laboratorios flotando en medio del mar son los que maravillaron los ojos y la mente de Darwin y Wallace.

Además, los hábitats insulares resaltan por otras características no menos importantes. Se trata de ecosistemas muy simples. Se configuran como redes sencillas, elementales y claras. Contienen pocas especies, ya que la cantidad de recursos insulares son finitos debido a su área limitada. Por contra, los ambientes continentales están repletos de organismos que interactúan unos con otros y son auténticos ovillos donde es difícil identificar factores concretos y aislarlos. Los ecólogos han encontrado en esta sencillez insular la base para poder aproximarnos a entender el funcionamiento de muchos de los componentes del ecosistema continental. Además, como zona de origen de nuevas especies, las islas son puntos calientes de biodiversidad. En otras palabras, son hábitats donde encontramos muchos endemismos (especies que solo viven en una región limitada). Todo ello hace que sean ecosistemas muy sensibles frente a pequeñas alteraciones externas. La acción antropogénica sobre los ecosistemas insulares ha propiciado la extinción de muchas especies, representando una pérdida abismal en la biodiversidad global del planeta. Por otra parte, los ecosistemas continentales también están afectados ampliamente por la presencia del hombre. La deforestación y contaminación están reduciendo a mínimos insólitos los hábitats originales de las especies, quedando estas aprisionadas en áreas diminutas. Una fotografía desde el espacio exterior nos mostraría la Tierra como un inmenso mosaico de hábitats, cada uno de los cuales actuaría como una isla. Con el fin de anticiparse, los conservacionistas se han fijado en la evolución de parientes directos que habitan islas marítimas. Su objetivo es obtener patrones y tendencias que nos ayuden a entender cuál es el futuro de dichas especies y elaborar protocolos de conservación adecuados para cada una de ellas.

¿Se trata de casualidad? Posiblemente es un hecho fortuito que estos dos grandes científicos de gran intelecto, atraídos por la naturaleza, coexistieran en una misma época. No obstante, no es accidental que los gérmenes de las ideas evolutivas de ambos autores fueran los ambientes insulares y sus especies.

Podemos decir que el conocimiento de las islas actuales y su funcionamiento ha sido y es esencial para el avance de las ciencias biológicas. No obstante, dichas investigaciones no dejan de estar condicionadas por la presencia del hombre. Las alteraciones (directas o indirectas) que causamos conllevan, en muchos casos, la extinción de especies endémicas. Así, no es de extrañar, que en las actuales islas mediterráneas solo podamos encontrar cuatro pequeños mamíferos endémicos (terrestres): dos musarañas (Crocidura sicula y Crocidura zimmermanni, de Sicilia y Creta respectivamente) y dos roedores (Mus cypriacus y Dipodillus zachariai, de Chipre y las islas Kerkennah respectivamente). Los demás residentes (ratas, lirones, cabras, ovejas, martas, zorros, etc.) han sido introducidos por el ser humano desde época histórica. Podríamos obtener una visión ecosistémica más genuina si pudiéramos retroceder unos pocos millones de años atrás, cuándo el ser humano aún no había pisado esas tierras. Hace entre cinco millones y diez mil años (periodo Plio-Pleistoceno), las islas mediterráneas eran el hogar de una fauna completamente distinta y sorprendente. Eran habitadas por una amplia variedad de mamíferos, desde tamaños medianos y grandes (hipopótamos, elefantes, ciervos, cabras, etc.) hasta formas pequeñas (conejos, roedores o musarañas). No obstante, estos presentaban unas dimensiones y características muy distintas a las especies continentales. Mientras que los de mayor tamaño eran una versión reducida de sus parientes, los pequeños adquirían formas gigantescas. En Sicilia, hace entre 0.7-0.3 millones de años, vivió el elefante más pequeño conocido hasta el momento, tan solo medía alrededor noventa centímetros hasta la cruz (donde se cruzan los omóplatos con la columna vertebral). Su hábitat era compartido con musarañas y lirones que doblan el peso de sus respectivos ancestros continentales. Una fauna insólita, calificada por muchos de quimera. Esta imagen bucólica fue desvaneciéndose poco a poco con la entrada del ser humano. No llegamos solos, sino acompañados por un conjunto de nuevas enfermedades víricas y bacterianas, de competidores y depredadores (domésticos o salvajes) y de actividades de caza y modificación de los hábitats. Unos paraísos de los que solo nos quedan unos cuantos fósiles de los que debemos obtener todo el conocimiento que nos sea posible.

Esta es la razón por la que los científicos califican a las islas como laboratorios naturales. Los investigadores recurren a ellas para entender cómo la evolución ha moldeado, en cada caso particular, unos organismos u otros. Estos laboratorios flotando en medio del mar son los que maravillaron los ojos y la mente de Darwin y Wallace.

La riqueza científica que ofrecen los ecosistemas insulares ha impresionado a evolucionistas, ecólogos, conservacionistas, paleontólogos y muchos otros. Estos simples y característicos hábitats y sus especies puede que sean esenciales para conocer mucho mejor el mundo donde vivimos. E incluso podemos ir más allá. Pueden ser una de las pocas llaves para dar respuestas y proponer soluciones a los problemas inminentes que afronta el ser humano y el conjunto de la biodiversidad en la actualidad.

Fuentes

—Whittaker & Fernández-Palacios. 2007. Island Biogeography. Ecology, evolution, and conservation. Oxford Biology

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