¿Sabías que a los treinta años comienzas a oler a viejo?

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Me presento; me llamo Albertiño Socapalousa pero podéis llamarme Pelusa. Así me llamaban cuando era muy pequeñico y querían herirme, pero al final me vine arriba y pensé que aquello que tanto me ofendía podía convertirse en algo bueno. Y decidí que me llamaran Pelusa. Eran buenos tiempos. Eran tiempos en los que creía que tener treinta años estaba a años luz. Treinta años, madre mía, ni siquiera concebía llegar a los veinte. Pero llegué, fue lento, pero lo conseguí. Y de la misma forma que era muy muy MUY lento llegar a los veinte, fue bastante pesado llegar a los veinticinco y sacarme una carrera. Pero llegué, llorando porque había suspendido otra vez bioquímica, pero llegué. Veinticinco años y con carrera, madre mía. Y pensé «voy a ser investigador que parece que mola mil». Y me tiré los siguientes cuatro años y trescientos cincuenta y cinco días empeñado en ello y de repente… ¡BOUM! ¡PAF! ¡ZAS! ¡PIMBA! Treinta años. «What the fuck!», pensé. ¿Cómo puede ser esto? ¿A qué se debe? ¿Por qué se pasan diez años como si fueran cien, cinco como si fueran cuarenta y otros cinco como si fuera uno? ¿Por qué antes daba la sensación de que faltaban eones para los Reyes y ahora no has llegado a perder los kilos de más de la Navidad y de repente ha llegado la siguiente puta Navidad? Lo he buscado en Scopus y nada. En serio, he escrito en la barra de buscador «What the fuck is happening with time?» y me dice que no hay resultados.

TEXTO POR ÁNGEL ABELLÁN
ILUSTRADO POR MIKEL MURILLO
ARTÍCULOS
BIOQUÍMICA | OLOR
8 de Abril de 2019

Tiempo medio de lectura (minutos)

La ciencia necesita revisar sus prioridades. Porque ya os digo que estaba a un día de los treinta años cuando mi compañero decidió hundirme un poquito más en mi pozo existencial:

—¡Ey, Pelusa! Que mañana cumples treinta años. Ya te haces viejo.

—Jajaja. Sí…

—¿Sabes que el CSIC ha descubierto que a los treinta años es cuando empiezas a oler a viejo?

—¿Qué?

—Sí, lo han descubierto hace poco. Es por no sé qué compuesto.

Me reí de mentira. Luego me puse en mi ordenador y estuve pensando un rato largo. Me olí el brazo. Todo parecía normal pero ¿y si era lo mismo que ocurría con el aliento, que te huele pero tú no lo sabes? Tenía que informarme más, conocer ese compuesto que me va a convertir en un ser ajado y preparado para la fase final de la vida. Solo tenía un día y cumpliría los treinta, así que me fui a Scopus y escribí en la barra del buscador «please help me, Scopus, I am getting old», lo que me llevó a una respuesta: 2-nonenal.

Ese compuesto cabrón era el responsable de ese olor que se generaba en las casas de los abuelos. Ese tan característico que te golpeaba los sentidos cuando eras pequeñico. Y no es un mal olor, en absoluto, es simplemente que yo tenía veinticinco años hace un par de días y mañana voy a tener treinta, y me gustaría por favor que alguien me devolviese mi tiempo.

Así que esta información tenía hasta el momento: me había hecho mayor de repente, se había descubierto que el 2-nonenal era el responsable de que olieses a viejo a partir de los treinta años y, además, según mi compañero y corroborado por una noticia en El País, esto lo había descubierto un investigador del CSIC.

Con esas pistas, me aventuré en el maravilloso mundo de la bibliografía científica para descubrir otra cosa interesante, y aquí la cosa se vuelve muy turbia, porque resulta que en 2001, un investigador llamado Shinichiro Haze y su equipo analizaron este compuesto en personas desde los veintiséis a los setenta y seis años con un separador cromatográfico acoplado a un espectrómetro de masas que, básicamente y para que lo entendáis, es un sistema de detección muy pero que muy preciso. Lo primero que pensé fue «setenta y seis años, madre mía me queda un montón», pero luego me acordé de que eso mismo pensé con los treinta y mira ahora, ¡la vida qué graciosa es! La cuestión es que Haze dejaba claro que todo se debía a la degeneración oxidativa de ciertos ácidos grasos insaturados de la piel, como el omega-7, y que dicha oxidación se correlaciona con la producción del aldehído famoso, el 2-nonenal. Y al capuzarme un poco más, descubro un diagrama de dispersión que sitúa el inicio de producción de este compuesto oloroso en los treinta, tal y como decía el artículo de El País. Diecisiete años después.

Vale, llegados a este punto y con este diagrama en mente, pude relajarme bastante al comprobar que ni siquiera a los cuarenta años la presencia de ese compuesto con olor a viejo era significativa. Sí, a los treinta se detectaba ese maldito 2-nonenal y a los cuarenta aumenta un poquito, pero nada preocupante. Así que tengo mucho tiempo para pensar (nos veremos aquí a los cincuenta con un nuevo artículo que demuestre que esto que acabo de decir es una mentira como una catedral).

Total, que mi afán por saber qué demonios ocurría con esta noticia me hizo releerme el artículo de El País en busca de respuestas. ¿Por qué situar una noticia científica tan desfasada en una posición tan actual justo ahora? ¿Por qué insistir en la treintena de esa forma tan asertiva, cuando es evidente que la edad clave son las edades más altas? ¿Por qué el título de este artículo es tan amarillo? Bueno, el investigador del CSIC justifica lo siguiente:

«Los japoneses, muy respetuosos con sus mayores, denominan a esta esencia corporal kareishu, "el olor de los abuelos". […] Es ese olor que se nota en los asilos, por muy limpios que estén».

Es curioso, porque el artículo parece decirme que la movida de los japoneses viene de su cultura y no de algo puramente esencial en cada uno de nosotros. Viene a decir que, cuando yo iba a casa de mi abuela, esa casa no olía a mi abuela, olía MAL. Y me duele, porque yo sigo pensando a día de hoy en ese olor y me sigue encandilando. Recuerdo entrar a su baño y ver los litros de colonia Nenuco y pienso que se echaban medio vaso al día y que así funcionaban. Y yo los abrazaba y no pensaba nada despectivo de su olor y, por supuesto, no lo hacía por respeto. Era porque consideraba, ya siendo pequeñico e inconsciente e irracional (y feliz), que la edad así debía ser, olorosa.

Pero yendo más allá, revisando un poquito más el artículo, me doy cuenta de otra cuestión que parece clave pero que prefiero que juzguéis por vosotros mismos. Este señor que, de repente, asocia el «mal olor» a los treinta años y que tanto insiste en el 2-nonenal, resulta que es también dueño de una empresa de cosméticos que acaban de crear una movida que permite neutralizar estos olores. «What the fuck, Pelusa!», pensé. Si esto me hubiera pillado con veinte lo mismo lo habría dejado pasar, pero uno ya es mayor y empieza a oler lo suficientemente mal como para pensar que aquí hay algo que sí huele lo suficientemente mal. Así que la última pregunta está clara, según este artículo ¿cómo se acaba con el 2-nonenal? Pues con algo llamado Sertalice y Seadermium, que he buscado en Scopus y no he encontrado, pero que, según el artículo, «proceden de sendos microorganismos localizados por el CSIC a 3400 metros de profundidad cerca de Isla Reunión».

¡Buah! Si no fuese porque ya soy mayor, y no sé ni cómo, diría que este producto es poco menos que un anillo para poseerlos a todos: «A 3400 metros de profundidad, cerca de la Isla Reunión, con el fin de acabar con el olor a viejo», ahí es nada. Pero entonces ¿por qué te haces mayor y no te ahogas con tu propio y putrefacto olor? Pues porque, según este artículo, la naturaleza es poco menos que el Joker de Batman: «Si se está preguntando qué hace la naturaleza para advertirnos de que nuestro cuerpo o el de nuestros coetáneos empieza a exudar 2-nonenal, la respuesta es bastante desalentadora. A medida que envejecemos, vamos perdiendo capacidad olfativa. No percibimos el olor del vecino que nunca nos gustó, pero tampoco esas rosas recién cortadas del jardín».

Mirad, voy a terminar siendo sincero con vosotros. No sé hasta qué punto esto es poco ético, un publireportaje o, directamente, un montón de medias verdades, pero lo que sí sé es lo siguiente. Si cuando era un pequeño Pelusa siendo atacado por sus compañeros por el mero hecho de llevar gafas, hubiese ido a la casa de mi abuela para que me abrazase y consolase (y me diese una merienda muy alta en azúcares simples), y yo le hubiese dicho que en el futuro la ciencia trabaja para eliminar su olor, ella hubiese pensado lo mismo que yo: que eso, ni es ciencia, ni es nada. Así que supongo que intentaré vivir los próximos diez años intentando echarme un montón de colonia Nenuco y siendo todo lo feliz que pueda, ya que meriendas azucaradas ya no me quedan, y abuelas tampoco. Y ojalá, ojalá, estuvieran aquí para poder olerlas una vez más.

Os quiero, María y Cruz.

 

Referencias

Shinichiro Haze, Yoko Gozu, Shoji Nakamura, Yoshiyuki Kohno, Kiyohito Sawano, Hideaki Ohta, Kazuo Yamazaki. 2001. 2-Nonenal Newly Found in Human Body Odor Tends to Increase with Aging. Journal of Investigative Dermatology. 116: 4: 520-524.

Salomé García. 2018. El olor a anciano empieza a gestarse en nuestro cuerpo a partir de los 30 años. El Pais. LINK

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