Lo que La Luna nos dio y lo que nos dejamos en ella

Portada móvil

¿Para qué sirve la exploración espacial? La respuesta más inmediata es que ayuda al ser humano a ampliar su conocimiento, pero también nos deja insospechadas aplicaciones prácticas para la vida cotidiana. En esta entrega sobre la llegada a la Luna veremos algunos de los avances que hay que agradecer a ese hito, del que se cumplen cincuenta años el 20 de julio. Son las cosas que la Luna (y la carrera espacial) nos dio, pero no podemos olvidar lo que nosotros nos dejamos en ella.

TEXTO POR LAURA DEL RÍO LEOPOLDO
ILUSTRADO POR MARINA MANDARINA
ARTÍCULOS
APOLO | CARRERA ESPACIAL | VIAJE A LA LUNA
20 de Abril de 2019

Tiempo medio de lectura (minutos)

Uno de los muchos desafíos de la misión Apolo 11, la primera que consiguió llevar seres humanos a la Luna, era el de la alimentación. No era lo mismo mandar a unos astronautas unas horas al espacio que enviarlos a una misión de más de una semana. Había que contar con alimentos nutritivos, a ser posible apetecibles, y que pesasen poco. Para ello se perfeccionó la liofilización, una técnica de deshidratación que ya se utilizaba de forma rudimentaria en los Andes. En el procedimiento más moderno, los alimentos se cocinan, después de congelan rápidamente y posteriormente se calientan en una cámara de vacío para eliminar los cristales de hielo formados durante la congelación. El producto final mantiene el 98% de los nutrientes pero solo tiene un 20% del peso original.

Seguro que también os suena un material llamado espuma viscoelástica (o temper foam, en inglés), e incluso tenéis una de esas almohadas o colchones que se adaptan a la forma de vuestro cuerpo. Pues bien, fue obra de Charles Yost, un ingeniero contratado por la agencia espacial estadounidense. Había ayudado a construir el sistema de recuperación del módulo de mando del Apolo en 1962 y cuatro años después fue contratado de nuevo por la NASA, esta vez para mejorar la respuesta de los asientos de sus aviones ante la vibración y los choques. Este ingeniero creó un material capaz de absorber impactos y que a la vez era suave y confortable. Desde entonces, ese material ha pasado a formar parte de nuestra vida cotidiana y se ha colado en nuestras camas o nuestros zapatos.

¿Y habéis utilizado alguna vez un aspirador de mano? Pues tenéis que agradecérselo a la misión Apolo. Bueno, y también a la empresa Black & Decker. Pero no os imaginéis a Neil Armstrong o Michael Collins aspirando migas de pan en el módulo lunar. En realidad, lo que la NASA necesitaba era un taladro autónomo para extraer muestras del subsuelo lunar. Ese aparto tenía que ser potente, ligero, compacto y contar con una fuente propia de alimentación. Así que Black & Decker desarrolló un programa informático para optimizar el diseño del motor del taladro y minimizar el consumo eléctrico. Ese software llevó después al desarrolló de un pequeño aspirador sin cable que empezó a comercializarse en Estados Unidos en 1979.

Y esto nos lleva a hablar de algo que los astronautas se han traído de la Luna en los viajes del programa Apolo. Piedras, kilos y kilos de rocas, arena y polvo lunar. Para ser exactos, trescientos ochenta y dos kilogramos de material que transportaron a la Tierra las seis misiones tripuladas de la NASA que aterrizaron en la Luna entre 1969 y 1972. Fueron dos mil doscientas muestras diferentes, tomadas en seis puntos distintos del satélite, y os podéis imaginar la emoción que sintieron los primeros astronautas que las tuvieron entre sus manos y los científicos que las recibieron en la Tierra.

La mayor parte de ese material está en el Laboratorio de Muestras Lunares, un edificio del Johnson Space Center de Houston (Texas). Allí se preservan en condiciones adecuadas y son estudiadas, además de que cada año se envían unas cuatrocientas muestras a todo el mundo para proyectos educativos y de investigación.

Gracias al estudio de esas rocas y polvo conocemos en parte la composición química de la Luna y sabemos, por ejemplo, que su corteza se formó hace cuatro mil cuatrocientos millones de años. Pero todavía quedan misterios por descubrir y hace muy poquito la NASA eligió a nueve equipos para estudiar rocas lunares que permanecían selladas desde su llegada a la Tierra. Os preguntaréis por qué no se había investigado todavía ese material en casi medio siglo pero todo tiene su explicación: se decidió preservarlo sellado para que pudiese ser analizado en el futuro con técnicas más avanzadas.

Tras la primera y la última misión tripulada de la NASA a la Luna (en 1969 y 1972, respectivamente), Estados Unidos regaló fragmentos de material lunar a varios cientos de naciones. España fue uno de los países que recibió esos fragmentos conseguidos por el Apolo 11 y el Apolo 17, pero eso ocurrió en la época franquista y el destino que corrieron es un tanto peculiar.

Al parecer, uno de ellos estuvo mucho tiempo en el despacho del dictador Francisco Franco, que consideró que más que un obsequio para el país era un regalo personal. Tras su muerte, la muestra permaneció en propiedad de la familia Franco hasta que por lo visto se extravió, según contó un nieto del dictador al diario El Mundo hace una década. El otro trozo lo recibió el almirante Luis Carrero Blanco y aunque sus familiares también se lo quedaron unas cuantas décadas, en 2007 decidieron donarlo al Museo Naval, donde puede visitarse en Madrid. También puede admirarse otro pedazo de roca lunar cerca de la capital, en Robledo de Chavela, donde la NASA tiene un Complejo de Comunicaciones con el Espacio Profundo.

Pero el programa Apolo no solo se trajo material del satélite. También se dejó allí unas cuantas cosas y no precisamente porque se le olvidaran. Las distintas misiones Apolo alunizaron en regiones diferentes y en cada una de ellas hay rastros de nuestra visita, como fragmentos de los módulos lunares, los tres vehículos con los que los astronautas se desplazaron por el satélite y un buen puñado de instrumentos científicos.

Todo eso se quedó allí porque cuanto más peso soltasen las naves con las que los astronautas llegaron a la Luna, más rocas podían cargar de vuelta a casa. De hecho, en el satélite se quedaron los módulos de descenso de esas naves y después se estrellaron los módulos de ascenso que empleaban para poder partir hacia la Tierra. Y cada una de esas partes pesaba entre dos mil y casi tres mil kilos.

También se quedaron en la Luna los sismómetros que se utilizaron para detectar terremotos, las cámaras que usaron los astronautas para inmortalizar sus misiones y un telescopio ultravioleta llevado por el Apolo 16 para realizar las primeras observaciones astronómicas desde otro cuerpo celeste.

Las misiones Apolo 11, 14 y 15 dejaron, además, unos instrumentos muy interesantes: los retrorreflectores de medición láser lunar, que permiten calcular desde la Tierra la distancia que hay hasta el satélite. Los retrorreflectores son paneles cubiertos por espejos que apuntan hacia nuestro planeta. Si se dispara un pulso láser muy potente desde un telescopio terrestre hacia uno de esos reflectores lunares, la señal impacta en él y vuelve al mismo punto de la Tierra. El telescopio registra la señal y se puede calcular la distancia que esta ha recorrido en función del tiempo de ida y vuelta.

Este experimento, que podéis ver en un capítulo del programa Mythbusters, sirve además para demostrar que el ser humano colocó objetos en la Luna durante sus visitas. Y eso significa —¡oh sorpresa!— que la NASA sí estuvo allí, por mucho que algunos se empeñen en negarlo.

Hay otros objetos curiosos que los astronautas del Apolo se dejaron en la Luna, como unas bolas de golf que lanzó el comandante Alan Shepard del Apolo 14. Pero hay unos en particular que siempre han generado mucho interés: las banderas. Y hablo en plural porque aunque la más famosa es la del Apolo 11, en realidad se plantaron seis banderas estadounidenses, una por cada misión tripulada que alunizó.

Las imágenes tomadas por la sonda Lunar Reconnaissance Orbiter mostraron evidencias en 2012 de que la mayor parte de las banderas siguen en pie, o por lo menos los mástiles, aunque lo que realmente se ve son las sombras que proyectan. Otra cosa es el estado en el que se encuentren las banderas en sí, pues los expertos consideran que las telas no habrán sobrevivido medio siglo a las temperaturas extremas de la Luna, los micrometeoritos y la radiación y la luz ultravioleta. La única bandera de la que no se ha encontrado rastro es precisamente la del Apolo 11, la primera que se plantó. Según contó el astronauta Buzz Aldrin, fue derribada por efecto de los gases del despegue del módulo lunar. Quizás si un ser humano vuelve a poner un pie en ese mismo lugar pueda contarnos si queda algo de ella.

Deja tu comentario!