Aperitivo de maíz frito con sabor a queso

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¿Saben? en ocasiones veo fantasmas. Pero no de esos espíritus malhumorados que encantan mansiones o se comunican a través de una ouija. Los espectros que me visitan son cultos, personalidades que hicieron carrera en la Historia, con mayúscula, o que escribieron un capítulo importante de la ciencia. En sus visitas no buscan que les ayude a resolver un crimen, sino que más bien son invocados cuando me encuentro ante objetos donde confluyen ciencia e historia. En el caso que nos ocupa, unos aperitivos de maíz frito con sabor a queso. Unos nachos.

TEXTO POR ÁNGEL L. LEÓN PANAL
ILUSTRADO POR DANIEL CRESPO
ARTÍCULOS
ALIMENTACIÓN | HISTORIA
22 de Abril de 2019

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Todo ocurrió mientras esperaba en el apeadero de la estación de trenes. Había llegado con tiempo, tenía hambre y me compré un paquete de nachos. Al abrirlo, sentí un escalofrío. La primera pista de que se aproximaba un episodio paranormal fue un grupo de soldados romanos que se quejaban del escaso salario cobrado. Ojee los ingredientes de los nachos y ahí estaba la sal, aquello con lo que pagaba el Imperio Romano a las milicias. Al abrir el paquete, había dejado sueltos los fantasmas atados a los ingredientes de aquellos triángulos naranjas. 

—¿Podría probar eso que toma, joven?

Un señor de pelo blanco y rizado, ataviado con un traje rojo con grandes botones dorados, se había sentado a mi izquierda. Le tendí el paquete. 

—¿Y usted es? —pregunté.
—Carl von Linné, naturalista, botánico y zoólogo. Creador del sistema de nomenclatura binomial para nombrar las especies —dijo mientras comía un nacho.

 Por supuesto, entre los ingredientes había nueve plantas. Todas ellas bautizadas por Carl.

—Mmm. Cebolla y ajo en polvo —empezó—. Allium cepa y Allium sativum. Plantas originarias de Irán. Durante la época de los faraones, los obreros que trabajaban en la construcción de las pirámides se alimentaban de cebolla —comió otro nacho—. Harina de trigo, Triticum aestivum, domesticado en la tierra abrazada por los ríos Éufrates y Tigris. Sin embargo, fue en Egipto donde se consiguieron plantas de trigo cuyos granos no se caían de la cáscara —otro nacho más—. Azúcar, obtenida de la caña de azúcar, Saccharum officinarum. Griegos y romanos la llamaban sal de la India, donde la conocían desde hace 5000 años. Fue introducida por los polinesios y llegó a Persia en el año 510 a. C., cuando el emperador Darío I el Grande conquistó parte del territorio indio.
—Colorante caramelo natural —me animé a aportar leyendo los ingredientes—. Obtenido a partir del tratamiento térmico de carbohidratos como la glucosa, también conocida como dextrosa. Que dicho sea de paso, es otro de los ingredientes y se obtiene de la hidrólisis enzimática del almidón de cereales, como el trigo o el maíz. Este último constituye el ochenta por ciento de los nachos.
—Al maíz lo llamé Zea mays
—Y yo panizo —replicó alguien a mi derecha. Sin duda alguna, era Cristóbal Colón. —Así lo anoté en mi diario el 16 de octubre de 1492. Los nativos lo llamaban mays, que significa lo que sustenta la vida. Según la religión inca, Mama Sara era la madre del grano y fue transformada por Inti, el dios Sol, en maíz.

Le ofrecí a Cristóbal unos nachos. Tras comer algunos, prosiguió. 

—El 15 de enero de 1493 escribí en mi diario de a bordo sobre el ají. En la Española había mucho ají. Era su pimienta y nadie comía sin ella. Como era más fuerte que la pimienta, lo llame pimiento.
—Disculpe, señor Colón, pero esa historia es poco apropiada para los tiempos que corren… —espeté.
Capsicum annuum —dijo de repente Carl—. Con el que se hace el extracto de pimentón. En Hungría, con esta planta crearon la paprika.
—Esa me la sé —continué—. De la paprika aisló el húngaro Albert Szent-Györgyi la vitamina C, ya que en ese condimento hay más vitamina C que en los cítricos. El descubrimiento le valió el premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1937. ¿Y qué me decís del tomate?
—Los aztecas —Colón cogió un puñado de nachos— conocían dos variedades que llamaban xitomatl y tomatl en la lengua náhuatl. En Europa lo llamaron pomodoro, la manzana de oro.
—Yo lo llamé Solanum lycopersicon —dijo Carl—. Al ser una planta de la familia de las solanáceas, como la belladona, se la consideraba venenosa. Se creía que provocaba angina de pecho, convulsiones y ácido úrico. Por eso al principio solo se usaba en Europa como planta ornamental. Como el girasol. 

Los nachos crujían con cada bocado. Un sonido que se consigue al freírlos en aceite de girasol.

—Francisco Pizarro encontró el girasol en Tahuantinsuyo, el territorio del Imperio Inca, donde era venerado como símbolo del dios Sol —apuntó Cristóbal.

—El botánico Pitton de Tournefort le dio el nombre de Helianthus annuus. —Carl hizo una pausa—. Yo acepté ese nombre y lo incluí en mi obra Species Plantarum. Como te decía, a su llegada a Europa el girasol solo se usaba como planta ornamental. En el año 1716, el zar Pedro el Grande mandó estudiar la mejora de las semillas de girasol porque los ingleses habían patentado el uso de aceite de girasol para pinturas. Pero para el año 1779, la gente empezó a utilizar el aceite para freír o se comían directamente las pipas. ¿Sabéis por qué? —Colón y yo mirábamos atentos— Porque la Iglesia Ortodoxa no lo incluyó en la lista de alimentos prohibidos durante la Cuaresma, así que la gente aprovechó el descuido del clero. 

Tanto comer nachos con queso nos había dejado los dedos naranjas. Y para esto Linneo también tenía respuesta. 

—¿Os habéis planteado alguna vez que realmente ningún queso es naturalmente naranja? El color del queso cheddar se debe al colorante annato. —Carl se chupó los dedos y luego sonrió, como aquel jugador que espera sacar la carta ganadora—. Este colorante se obtiene de las semillas de Bixa orellana, planta que por supuesto yo…
—¿Alguien está hablando de queso?

Un señor, de barba canosa y traje negro, apareció delante de nosotros. Miré los ingredientes: suero de leche en polvo, queso en polvo, suero de mantequilla en polvo, proteínas de leche y leche desnatada en polvo. Sí, era el momento de hablar de la leche y sus derivados. Y para ello teníamos a Louis Pasteur. Le cedí el paquete de nachos. 

—¿Sabéis? los hindúes creían que la vida surgió de la ebullición de un océano de leche. Pero poca vida puede salir de ahí. Si tomamos la leche y la calentamos a altas temperaturas, mataremos a las bacterias. La habremos pasteurizado.
Bos taurus, el nombre que le dio Linneo a la vaca —dije dándole un codazo a Carl.
—No me interrumpas —se quejó Louis—. A mí me interesa lo pequeño —dijo mientras rebañaba las migas del paquete—. Un ochenta y cinco por ciento de las proteínas lácteas es caseína. Con la enzima quimosina podemos conseguir la agregación de la caseína para hacer el cuajo y con ello fabricar queso —chasqueó la lengua—. Y aquí, queridos amigos, encontramos a los hongos del género Penicillium que nos ayudan a madurar el queso. 

Pasteur aún tenía cuerda. Tras mirar los ingredientes, continuó hablando.

—El glutamato monosódico, que da el sabor umami, se obtiene al fermentar el azúcar de caña con la bacteria Corynebacterium glutamicum. Mientras que el ácido láctico se fabrica con la ayuda de Lactobacillus delbrueckii subespecie bulgaricus. Esta bacteria se usa para producir yogurt. Al alimentarse de lactosa produce el ácido láctico. ¿Y qué decir del ácido cítrico? Antes de la Primera Guerra Mundial provenía de los limones italianos. Pero el conflicto interrumpió el comercio —Pasteur sonrió enigmático— y una vez más los microorganismos nos dieron la solución. El cultivo de Aspergillus niger, el moho negro, permitió la producción a gran escala del ácido cítrico. Sin duda, hemos domesticado el mundo microscópico.

A lo lejos se divisaba ya la silueta del tren. Una voz monótona anunciaba su llegada.

Los raíles chirriaban y la gente se aproximaba al andén. Tal y como habían aparecido, Carl, Cristóbal y Louis desaparecieron. El paquete de nachos estaba vacío. No había abierto la lata de refresco. La guardé en la mochila para otra ocasión.

Referencias 

—Un paquete de Doritos Tex-mex.
—Núñez, R. (2007). Un científico en la cocina. Editorial Planeta.
—Sagarribay, M. (2017). Esto no estaba en mi libro de historia de la gastronomía. Editorial Almuzara.
—Cock-Starkey, C. (2016). Penguin, pineapples and pangolins. Editorial The British Library.

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