Neuronas al volante

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Abróchate el cinturón de seguridad y acompaña a la cíborg Dorothea y al histérico de Martin en busca del hijo de este: Nemuel. Una aventura llena de caminos laberínticos, malhechores, amor y ciencia, con las neuronas espaciales como las mejores aliadas.

TEXTO POR SERGI GARCIA SALCEDO
ILUSTRADO POR FRANCISCO RIOLOBOS
ARTÍCULOS
29 de Abril de 2019

Tiempo medio de lectura (minutos)

—¡Siga a ese vehículo!

Siempre había querido decir esa frase, pero no en aquellas circunstancias.

Martin estaba a punto de perder lo único que le quedaba: su hijo. Este huía a gran velocidad, dándose a la fuga en la moto que le compraron al cumplir los dieciséis; de los pocos caprichos que le había permitido. Y quizás por eso, por haber fallado como padre, el joven se estaba escapando de casa. A Martin le faltaba el aire, aun estando en la calle. Le temblaban las piernas. Su corazón iba a mil. Por eso no dudó ni un instante en subirse en aquel taxi antes de que pudiera perder de vista a la única familia que le quedaba. Antes de que fuera demasiado tarde.

—Dorothea O’Keefey a sus servicios. Bienvenido a bordo de mi bebé, al que me gusta apodar como Mr. Ray. Es una historia graciosísima, la verdad. Se la cuento a todos mis pasajeros. No se lo va a creer, pero todo empezó cuando…
—¡Puede arrancar ya el coche! —estalló Martin, mientras se abrochaba el cinturón del asiento. La seguridad, ante todo.
—¡Oh! Sí, sí. ¡Allá vamos! —exclamó la taxista, entusiasmada, como si de un juego se tratase—. Por cierto, no me ha dicho su nombre. Ni por qué estamos persiguiendo a un adolescente rebelde con chupa de cuero y una moto de segunda mano.
—Me llamo Martin y ese es mi hijo Nemuel. Se está fugando porque soy el peor padre del mundo. —¿Habría sido por el horario tan estricto de llegar a casa antes de que se encienda el alumbrado de la ciudad? ¿Por el exhaustivo interrogatorio que le hizo al primer y único «amigo especial» que había traído a comer? ¿O tal vez por restringirle el uso de Netflix a media hora diaria?— ¡Y le prohibí coger la moto de nuevo! Hace unos meses tuvo un accidente y… ¡Uf! ¡Qué mal lo pasé! Me llamaron del hospital, que se había fracturado el brazo y… ¿Por qué se voltea para verme y no mira a la carretera? ¡Nos quiere matar!
—¿Qué? ¡No! —negó, divertida—. Me dijeron que era de buena educación mirar a los ojos de tu interlocutor. Puede estar tranquilo, estoy actualizada con la versión 4.2 de cíborgs taxistas. No necesito la vista para ubicarme. Mi hipocampo y mi corteza entorrinal están mejoradas para dotarme de una mayor memoria espacial. ¡Mis células de red son la envidia de Google Maps!
—No es que no me fíe de sus células de… no sé qué, pero me sentiría más seguro si mirase al frente.
—¡El cliente siempre tiene la razón! Y son células de red, no células de no sé qué. Se llaman así porque una misma célula se activa varias veces mientras te desplazas por el entorno y, si representáramos mediante puntos en un mapa las localizaciones en las que se activa, vería que sigue un patrón con una forma de red hexagonal. Cada célula de red tiene su propia red hexagonal virtual y esto proporciona al cerebro un sistema de coordenadas que le permite saber por dónde se está desplazando.

Martin no se sentía más tranquilo con la explicación de Dorothea, pero no le quedaba otra que confiar en ella. Aún seguían la pista de su hijo, a la velocidad máxima permitida en aquella vía, por lo que no podían adelantarle y frenarle. Simplemente se limitaban a ver hacia dónde se dirigía. Dejaron atrás la ciudad y se internaron en el bosque, por un camino de tierra. Martin seguía hecho un manojo de nervios.

—Por aquí ya hemos pasado —advirtió la taxista.
—¿Cómo?
—Sí. Me lo dicen mis células de lugar. —Al ver la expresión de escéptico de Martin, aclaró. —Son neuronas del hipocampo que se activan cada una de ellas en una localización específica. Esto solo puede significar una cosa —sentenció, muy seria.
—¿El qué?
—Tu hijo…
—¿Sí?
—¡Se ha perdido!
—¡Pero no me asuste de esa manera, mujer!

Pasaron los siguientes diez minutos dando vueltas sin sentido por el bosque. Mientras tanto, Dorothea recitaba los puntos cardinales según la dirección que tomaban. Le dio un poco la chapa a Martin sobre las células de dirección de cabeza, la brújula interna, como le gustaba denominarlas a ella.

—Usted también las tiene, pero yo más desarrolladas gracias a mi implante cíborg y soy más consciente de ello. Son neuronas que permiten saber la dirección a la que apunta nuestra cabeza en relación con el entorno. ¡Y la mía está apuntando al norte! ¿Sabe lo que significa eso? —No dejó tiempo a que Martin abriera la boca siquiera—. ¡Que estamos saliendo del bosque!

Efectivamente, dejaron atrás el arbolado y el camino de tierra y llegaron a una carretera abarrotada de tráfico. Nemuel, con su moto, esquivaba los coches y se alejaba cada vez más de ellos. El taxi no podía hacer otra cosa que avanzar en aquella corriente de vehículos, a paso de tortuga.

—A este ritmo perderemos de vista a mi hijo. ¡No le volveré a ver nunca más! —sollozó Martin llevándose las manos al rostro.
—Creo que es buen momento para hablarle de otro tipo celular —comentó Dorothea, con un tono que denotaba preocupación, muy raro en ella—. Las células de límite son unas neuronas que se activan a lo largo de uno o varios límites del entorno, como paredes, esquinas o matones en moto que nos tienen rodeados.

Martin alzó la mirada y giró la cabeza a ambos lados y hacia atrás. Tres motoristas grandullones, con malas pintas, conducían pegados a ellos. No parecían tener buenas intenciones. Y para colmo, el tráfico se detuvo y quedaron ahí retenidos, sin escapatoria aparente.

El de la derecha dio golpecitos al cristal para llamar la atención de Dorothea, y esta bajó la ventanilla.

—Hola, querida. Soy Bruce y mis amigos y yo no hemos podido evitar fijarnos en que eres el último modelo de cíborgs taxistas. Somos fanáticos de la bioingeniería y nos encantaría que nos enseñaras tus nuevas y mejoradas funciones. —Dorothea se mostraba impasible, sin apenas mirarle a los ojos, mientras él se acercaba más al taxi—. ¿Te gustaría subirte a mi moto y escapar de esta caravana? También podríamos llevar a tu amiguito.
—Puedo escapar de esto yo solita, gracias.

Cerró la ventanilla y casi le pilló los morros al motorista, que se había quedado atónito. Dorothea pulsó uno de los botones del salpicadero y el vehículo comenzó a elevarse. Martin se aferró aún más a su cinturón de seguridad, como si eso fuese a servir de algo, mientras observaba tras el cristal cómo iban ganando altura, flotando en el aire.

—Mr. Ray también está actualizado a la última versión de taxi —comentó Dorothea, orgullosa—. No puede mantenerse así por mucho tiempo, pero sí el suficiente como para reencontrar a tu hijo. Recalculando ruta. Células de barrera integrando nueva información sobre la geometría del entorno. Ruta recalculada. ¡Allá vamos!

Arrancó y en pocos segundos ya habían abandonado aquella carretera colapsada dirigiéndose al núcleo urbano.

—¿Y esas nuevas células? —preguntó Martin.
—Las células de barrera son las que incorporan los datos sobre el ambiente y lo actualizan durante la exploración. Ahora estamos surcando el aire, por lo que el espacio en el que nos movíamos se ha ampliado y he necesitado a estas neuronas para reorientarme. Por cierto, ¿no es ese tu hijo?

Efectivamente, era Nemuel. Su cabello pelirrojo destacaba incluso desde la altura en la que se movían. Justo estaba aparcando su moto, así que Dorothea tiró de una palanca y el taxi fue descendiendo hasta caer a pocos centímetros del joven.

—Pero ¿qué es esto? —exclamó Nemuel, sobresaltado. Vio a una cíborg salir del asiento del conductor y, al otro lado, a un hombre que conocía bien—. ¿Papá?
—Hijo mío —pronunció Martin nada más salir. Corrió hacia él y se echó a sus brazos, sin poder retener sus lágrimas—. Lo siento, lo siento mucho. Te prometo que a partir de ahora te ampliaré el horario de llegada a casa, no acosaré a tu amigo Gill y te dejaré ver Netflix tanto como quieras. ¡Pero no me abandones!
—Pero, papá, si yo no te voy a abandonar. Simplemente había quedado con los chicos en el acuario y llegaba tarde. No te dije nada porque sabía que te ibas a poner neurótico si te decía que pretendía coger la moto para llegar a tiempo. ¿Pensabas que me estaba fugando de casa?
—¿Yo? ¡No! ¡Qué va! —intentó disimular Martin—. Yo solo… —suspiró—, quería desearte una buena tarde con tus amigos y decirte que puedes confiar en tu padre, al igual que yo confío más en ti, Nemuel.
—Gracias, papá.
—Qué bonitos son los finales felices —comentó Dorothea—. Y yo más, con la pasta que voy a ganar por este viajecito. Las tarifas de los trayectos aéreos no son baratas, amigo.

 

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