El horror blanco
La vida de una hormiga es dura y está expuesta a numerosas amenazas. Inundaciones, hambrunas y depredadores son solo ejemplos de las vicisitudes que sufren estos insectos. Son supervivientes natas y pelean en comunidad contra estos peligros. Sin embargo, hay una amenaza invisible que todas las hormigas temen. Nadie habla del horror blanco.
2 de Mayo de 2019
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Me quedan pocos días de vida.
Como todas las hormigas, había oído hablar del horror blanco. Es tan antiguo como nuestra especie, y lo hemos temido generación tras generación desde los albores del tiempo. En una colonia viven muchas hormigas y eso facilita que las historias se diseminen. Especialmente si son de terror.
En general, nuestra vida transcurre apaciblemente. Algunas hormigas se quedan dentro del hormiguero excavando nuevas galerías para ampliar la colonia. La hormiga reina también permanece siempre resguardada, encargada de engendrar las nuevas generaciones de hormigas. Las aguerridas hormigas soldado, de robustas mandíbulas y absoluto desprecio por la muerte, se enfrentan a los depredadores que se alimentan predilectamente de miembros de nuestra especie. Y algunas hormigas salen cada mañana del intrincado sistema de túneles para buscar comida para las larvas y para el resto de la comunidad. Yo formo parte orgullosamente de ellas. He explorado estos árboles y me los conozco como la punta de mis antenas. He cargado con alimentos varias veces más grandes que yo. He visto caer a compañeras en telas de araña y ser devoradas por seres tan grandes como montañas. Todo por el bien de mi colonia.
Por supuesto, existen otros peligros que perturban la paz del hormiguero, además de los depredadores. En la jungla tropical que habitamos, las hambrunas o las inundaciones repentinas siempre están al acecho, pero son avatares que podemos tratar de afrontar juntas, trabajando colectivamente, como sociedad. Todo el mundo les tiene miedo, pero son comprensibles.
El horror blanco es muy diferente. No es posible predecir de dónde va a venir o cuándo va a aparecer. Es una amenaza ajena contra la que no podemos combatir y que nos afecta cuando estamos solas. Cuando somos más débiles.
Nadie quiere hablar de esta amenaza: las hormigas más ancianas dicen que cuando algo se nombra, en cierto sentido, se le está invocando. Sin embargo, todos conocen su existencia, a pesar de que nadie se pone de acuerdo en cómo es. Al fin y al cabo, nadie ha vuelto vivo tras ser alcanzado por el horror. Algunos dicen que es como una niebla blanca que surge entre las briznas de hierba los días de lluvia. Otros, que es un manto pegajoso y húmedo. Las hormigas más jóvenes a veces se topan con una telaraña —otra amenaza nada desdeñable— y piensan que es el horror blanco, gritan y se alejan corriendo. Las hormigas obreras sabemos que ambas amenazas no se pueden comparar: ser devorado por una araña al menos proporciona una muerte rápida.
Todas se equivocan. Ahora puedo decir que es un polvo fino y blanco que viene arrastrado por el viento y que brilla reflejando la luz del sol. Resultaría hermoso si no fuese letal.
Sé que lo que me espera es terrible. Para mí ya es demasiado tarde: el demonio invisible ha penetrado por mi cutícula y casi puedo sentirlo crecer en mi interior, en silencio. Ahora vendrá un periodo, el peor de todos, en que no pasará nada. Fingiré tranquilidad mientras espero una muerte segura: en este punto no puedo contagiar a ninguna de mis compañeras, y aún puedo resultar útil. Pero, muy pronto, el parásito se adueñará de mí: extenderá sus tentáculos a mis articulaciones y arraigará en mi sistema nervioso central. Dicen que, cuando toma el control, el parásito fuerza al cuerpo a convulsionar cuando subimos por el tronco de los árboles para hacernos caer.
Después, el monstruo nublará mi conciencia. Aparecerá en mi rostro la mirada perdida de la que hablan las historias. Mis ojos aparecerán vacíos y vítreos ante las demás, fiel reflejo del horror que habrá tomado control de mí.
Será entonces cuando desapareceré.
Sé que esto ocurrirá por la noche, porque muy pocas han visto a una infectada marcharse del hormiguero. Y las que lo ven, callan o fingen no haber visto nada. El ser invasor que crece en mi interior me forzará a buscar un lugar elevado. Este suele ser la parte interna de una hoja de una rama particularmente alta. Una vez ahí, el parásito, ya completamente dueño de mi sistema nervioso, estimulará la musculatura de mi mandíbula y forzará a que muerda la pieza de vegetación bajo mis pies. Lo llaman la dentellada de la muerte. En ese preciso instante, los tentáculos del ser invasor bloquearán los músculos y me quedaré atrapado en mi propio bocado, esperando mi muerte. Espero para entonces haber perdido la conciencia de mi propio ser.
Las hormigas que salimos al exterior vemos cosas hermosas, pero también cosas terribles que no contamos a las demás. Todas nosotras hacemos un pacto de silencio para mantener en secreto la existencia del cementerio de hormigas que se extiende al otro lado del árbol donde vivimos. Es allí donde mis pasos sin conciencia me guiarán a morir: si me quisiesen buscar, mis compañeras hormigas obreras me encontrarían en sus lindes, como la última víctima de un verdugo cruel e invisible.
Sin embargo, no me buscarán. Yo tampoco lo haría. Las que hemos visto los cementerios de hormigas malditas sabemos el verdadero aspecto del horror blanco.
Transcurrido un tiempo desde la muerte de la hormiga infectada, crecen desde sus entrañas unos hongos espantosos, hirsutos y pálidos, que se abren paso a través de su cutícula. Si alguna hormiga incauta se acercara al cadáver y rozara alguno de esos seres, este expulsaría la polvareda letal y la infectaría. Y si esto no ocurre, el polvo blanco letal sería liberado al aire en una posición elevada, desde donde es más sencillo que llegue hasta nuevas víctimas. Por eso ninguna hormiga en su sano juicio se acerca a un cementerio.
Ya han pasado unos días desde que cayó sobre mí la maldición del horror blanco. Nadie sabe con seguridad cuándo una hormiga infectada pierde el control de su cuerpo y de sus sentidos, pero no creo que me quede mucho tiempo.
Solo me queda disfrutar de un último paseo por este hermoso bosque tropical.
Referencia
—Hughes et al. (2011) Behavioral mechanisms and morphological symptoms of zombie ants dying from fungal infection. BCM Ecology. 11: 13.
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