La brillante relación de la química y la bailarina

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TEXTO POR JOSÉ PARADA
ARTÍCULOS
QUÍMICA | RELATO
17 de Junio de 2019

Tiempo medio de lectura (minutos)

—¡Pierre! ¡¿Pero cómo es posible que tardes tanto en arreglarte?! ¿Tan difícil es escoger una corbata?
—La corbata ya la tengo, estoy dando cuerda al reloj de bolsillo.
—¿Y de qué nos sirve que el reloj vaya en hora si nosotros no?
—¿Y si cojo la otra corbata? La azul te gusta más, ¿verdad?
—(Respiración profunda) ¡Vámonos antes de que me oigan los vecinos! ¿Has cogido las invitaciones?
—¡Uy! Están encima de mi escritorio, voy a por ellas.
—Desde luego… Bien me valía cambiarte por un sillón ¡Más servicio me haría!
—No exageres, a mí ya me has cogido cariño. Además, el estampado de un sillón nuevo te aburriría en un par de meses.
—¡Aburrida sí que me tienes tú! El coche está esperándonos y las flores se me van a marchitar en las manos, ¡anda, vamos!
—¡Espera! Chérie, estás francamente guapa esta noche…

(Mirada fulminante)

Pierre no puede evitar reírse:

—Lo pillo, allons!

La noche del 25 de mayo de 1898 se presentaba especialmente emocionante para Pierre y Marie Curie. En este momento les dejamos subiendo al coche de caballos que los llevaría a uno de los espectáculos más sonados del París de la Belle Époque: Marie Louise Fuller, conocida artísticamente como La Loïe Fuller actuaba en el Folies Bergère, uno de los más impresionantes cabarets de la época. Era el mayor competidor el archiconocido Moulin Rouge y quedó inmortalizado en la historia del arte a través de la pintura Un bar aux Folies Bergère del artista realista, precursor del impresionismo, Édouard Manet. Según se acercan al 32 de la calle Richer se nota cómo el ambiente calmado da paso al bullicio tan propio del ocio burgués de la ciudad de la luz. Pero… esperen, el coche de caballos acaba de hacer un movimiento brusco. ¿Qué pasa? Pierre se dirige al conductor:

—¡Oiga! ¿Qué ha sido eso?
—¡Disculpe, monsieur! He tenido que tirar de las correas, casi alfombramos el empedrado con un gato negro.
—¡Mon dieu! ¿Le ha pasado algo?

—Se ha librado por los pelos del bigote, no sé si del suyo o del mío… pero yo diría que del susto ha perdido una vida de esas que lleva de repuesto.

Pierre mete la cabeza de nuevo en el carruaje. Se dirige a su mujer:

—Parece que casi atropellamos un gato, ¿te imaginas qué muerte tan horrible? Pisoteado por los caballos embravecidos de un carro para rematar bajo sus mismas ruedas.
—¡Ay, por el amor de dios! ¿De verdad te parecen pensamientos esos? Buena velada nos aguarda si empezamos con estas.

Pasan unos segundos y Pierre sigue absorto en su funesto pensamiento, como si de una epifanía premonitoria se tratase, sus ojos quedan clavados al infinito y su tez pálida.

—¡Vamos chérie! Escucha el sonido de las calles, ¡París es una fiesta! Y nosotros hoy brindaremos con champagne.
—Un brandy es lo que necesito yo ahora.

El carro se para. El ruido efervescente que viene de afuera no deja lugar a dudas, han llegado.

Cientos de parisinos hacen cola para entrar, tomarse unas copas y disfrutar de un espectáculo sin precedentes en Europa. Y es que ciertamente, a este lado del charco, nadie podía competir con el jolgorio parisino. Se acercan hasta un trabajador del local que guarda las puertas del teatro:

—Buenas noches monsieur. La mismísima Loïe Fuller nos ha dado estas invitaciones para su función de hoy.
—Déjeme ver… ¡Ah! Deben ser ustedes monsieur y madame Curie. Mademoiselle Fuller ha hecho reservar la mejor mesa para ustedes, en contra de la voluntad del dueño, pero si ya la conocen, poco tengo que decirles de ella, es todo felicidad y encanto… hasta que no, ¡jajaja!
—Es amiga de mi mujer, yo no la conozco pero me tomo su comentario como aviso.

Marie escucha la conversación sin dar crédito. Pone los ojos en blanco y piensa en lo frágil que es la masculinidad cuando se topa con una mujer poderosa y valiente.

—Hace bien, mon ami. No he visto a nadie ganarle una discusión. Vengan, por favor, les acompaño a su mesa. Mademoiselle también ha hecho guardar una muy buena botella de champagne para ustedes, ahora mismo se la traen.

Al poco rato de llegar, los Curie ya se encuentran sentados y brindando por una velada que promete. Al tercer sorbo de espumoso las luces comienzan a atenuarse. Marie se emociona. Desde que conoció a la bailarina, poco después de su llegada a París en 1892, desea ver una de sus espectaculares danzas. El brillo de sus ojos, fruto de la emoción y el champagne, se desvanece con la última de las luces que alumbraban el salón. De pronto, dos potentes focos eléctricos, uno verde y otro rosáceo, iluminan a la bailarina, estática, en el centro del escenario. Apenas se le ve solo el rostro, va cubierta con múltiples capas de seda de varios metros que la cubren de la cabeza hasta los pies. Lentamente comienza a levantar los brazos sujetos a unas varillas de metal que los prolongan y consiguen soportar dos alas de seda que se bañan de los colores de la luz. La pieza que interpreta es la famosa danza serpentina. La revolucionaria coreógrafa desafía la rigidez del cuerpo con sus movimientos repletos de saltos, torsiones, giros y balanceos. Moviendo sus telas consigue que los espectadores olviden por un momento que debajo de ese espectáculo abstracto de luz y movimiento hay una mujer con huesos firmes. Por momentos parece una crisálida, otras veces una mariposa y muchas otras un remolino, abstracto y fascinante que remite a la belleza de los grandes espectáculos que solo las más increíbles maravillas de la naturaleza podían ofrecer.

Termina la función y el público tarda unos prudentes segundos en salir de su asombro para romper en aplausos y vítores que no cesan. La bailarina, sonriente, reverencia a su público. Este continúa en su afán por tirar el edificio abajo con el batir de sus palmas. Extenuada y radiante se retira del escenario. Pierre y Marie apuran sus copas antes de seguirla a su camerino.

Marie asoma la cabeza por la puerta entreabierta.

—¿Se puede?
—¡Oh Marie, darling! ¡Claro que sí! Me alegro mucho de que hayas venido.
—Ha sido asombroso, nos has dejado de una pieza. Mira que había oído hablar de tu espectáculo, pero ninguna palabra puede hacerle justicia, es sin duda algo que hay que ver.
—Sin duda, tú lo has dicho. ¡Ni palabras, ni fotos, ni películas! Nada se ha inventado en este mundo que pueda hacer justicia a la danza en vivo, nunca me veréis actuar más allá del escenario, la que baila para el cine ni respeta la danza ni la siente, y mujeres de esas sobran, por desgracia. Bueno, entiendo que el caballero de la puerta debe ser monsieur Curie. Adelante darling, ¡que no muerdo!

La bailarina, ahora vestida con una bata de seda de un verde profundo se acerca a darle un beso a Pierre, visiblemente nervioso, mezcla del espectáculo y de su poca costumbre a acercarse a mujeres apenas vestidas. Parece que vuelve a la vida para felicitarla:

—Sin duda, un espectáculo fascinante mademoiselle. No cabe duda de que es usted una gran artista. ¡Qué suerte tenerla ahora en nuestra ciudad!
—Su suerte no es otra cosa que fruto de mis desgracias, darling  —dice mientras les acomoda unas sillas.
—Marie me comentó que en Estados Unidos la cosa no fue bien. No quisiera ser maleducado pero… ¿Cómo es eso posible?
—No se crea que fue por falta de interés en mi trabajo, al contrario. En mi país mis espectáculos gustaron, y mucho. Tanto que al poco tiempo había decenas de muchachas copiando mi trabajo. Poco a poco los teatros me fueron sustituyendo por esas imitadoras. Para cuando quise registrar mi obra todo eran problemas y me fue imposible. En fin, amor al arte y desprecio a los artistas.

De repente, Marie se acuerda de que todavía sostiene el ramo entre sus manos:

—Bueno, confiamos en que tu nueva etapa aquí será brillante. Te hemos traído estas flores que a tu lado poco parecen.
—¡Oh darling, son preciosas! Hmmmm… Lirios y rosas. Siento como se me calienta el corazón. ¡Muchas gracias!

La artista se mueve por el camerino buscando un jarrón acorde a la envergadura del ramo.

—Hablando de cosas brillantes, quedamos que íbamos a hablar de negocios.

Fuller, ya acomodada en su asiento, mira con ojos pícaros a Marie mientras sujeta un cigarro a una boquilla más larga que su brazo, lo arrima a una pequeña lámpara de gas para encenderlo. Toma una bocanada de humo y prosigue:

—¿No me irás a decepcionar? ¡Con lo fascinada que tu trabajo me tiene!
—Te prometo que si apagas esa lámpara tu fascinación será mayor.

Así como se lo dice lo hace. Marie saca de su bolso un recipiente de vidrio cuya luminiscencia alumbra la cara de fascinación de la americana. Esta pasa de una sonrisa impaciente a una expresión de auténtica sorpresa.

—Es radio. Y tiene propiedades luminiscentes, por eso brilla, como puedes ver.
—No me lo creo. ¡Es fascinante! Jamás había visto un brillo tan hermoso. Es puramente cautivador… darling, necesito esto en mis espectáculos.
—Sabía que te iba a encantar.
—¿Y tiene alguna relación con las sales fosforescentes que Edison me regaló para mi traje?
—Nada que ver. La fosforescencia requiere de luz para ser activada. Pero la radiación emitida por el radio es luminiscente, como tú, chérie, brilla con luz propia.
—Increíble… ¿Crees que podremos hacer un nuevo traje para esta maravilla?

Pierre carraspea y mira a su mujer para a continuación entrar en la conversación:

—Verá, mademoiselle, no quisiera desilusionarla, pero por ahora esto no puede salir a la luz. Entiendo que el hecho de que mi mujer se lo haya mostrado tiene que ver más con el afán de compartir nuestro descubrimiento con alguien a quien estima que con alguna posibilidad de emplearlo en un futuro inmediato. Sentimos mucho lo que le ha pasado en su país, no nos gustaría que a nosotros nos pasase aquí algo parecido con nuestro hallazgo.

—Entiendo…
—Además, la luz que emite es muy tenue en relación con lo difícil que es aislarlo, así que no creo que sea un buen sustituto a sus sales fosforescentes, por lo menos de momento.
—Pues qué poco me ha durado esta alegría  —admitió Loie Fuller decepcionada—. Desde luego, no quiero que os metáis en problemas por mi culpa, pero prometedme que me tendréis al tanto de todas vuestras investigaciones. Aunque lo vea lejano, creo que esto va a dar mucho que hablar, y yo lo quiero en mis sedas.
—No te preocupes, estarás al tanto de cualquier novedad que suceda.

Los tres se quedan charlando. Al ritmo que bajan una botella de champagne la conversación se torna más trivial y amistosa en aquel pequeño camerino de aquel gran teatro…

 …O hubiese sido así si esto hubiese pasado. El texto que acaban de leer es una ficción basada en la amistad real de Marie Curie con La Loïe Fuller. Es cierto que estuvo interesada en incorporar el radio en sus danzas, pero es algo que nunca llegó a pasar y La Loïe Fuller tuvo que conformarse con su traje fosforescente, colaboración con su amigo Edison. A continuación, les dejo un enlace (https://performatus.net/traducoes/loie—fuller—cartas/) (en portugués) con información sobre una conferencia dada por la misma Marie Louise Fuller sobre el radio.

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