El primer examen de mi vida

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«Pero, ¿está bien?».
Esas fueron las primeras palabras de mi madre al verme. El personal que atendía el parto asintió. Lo que ella no sabía en aquel momento es que acababa de pasar el primer examen de mi vida.

TEXTO POR MARTA ISABEL GUTIÉRREZ
ILUSTRADO POR MARINA MANDARINA , ANGYLALA
MUJERES DE CIENCIA
LA EXTRAORDINARIA LIGA DE LA CIENCIA
15 de Agosto de 2019

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Aspecto (color de mi piel), Pulso (frecuencia cardiaca), Irritabilidad (reflejos, del inglés Grimace, o también lo llaman Gesticulación), Actividad (tono muscular) y Respiración (ritmo y esfuerzo respiratorio), todas esas variables observaron y puntuaron nada más nacer. Y todo en el primer minuto de vida fuera del útero. Puntuando cada factor de Apgar de 0 a 2, y sumando cada uno de ellos se obtiene un resultado final. Si este resultado es 7 o superior se considera que el bebé está sano. Si la puntuación es inferior (no quiere decir que el bebé esté enfermo, por ello) se repite cinco minutos después de nacer. Y con este examen el personal médico evalúa la necesidad o no de cuidados médicos inmediatamente posteriores al parto.

Pero este examen no tiene como nombre un acrónimo de las variables a medir. Sino que tiene nombre de mujer. El apellido de la Dr. Virginia, especialista en anestesiología y pediatría, es el culpable. Fue ella la encargada de desarrollar este sencillo a la vez que complejo examen que pasamos todos al nacer.  Y así lo publicó, en 1953, en la revista llamada Current Researches in Anesthesia and Analgesia

Virginia Apgar nació en 1909 en Westfield (New Jersey) siendo la pequeña de tres hermanos. Su hermano mayor falleció por tuberculosis y su otro de sus hermanos tenía una enfermedad crónica. Por ello, cuando se graduó en 1925, tenía claro que quería ser médica. Y así fue. Pionera en muchos aspectos, fundó el campo de la neonatología. A lo largo de su carrera, Virginia Apgar sostuvo, con su optimismo característico, que «las mujeres se liberan desde el momento en que salen del útero», y que ser mujer no había impuesto limitaciones significativas a su carrera médica. Nunca permitió que le fueran impuestas limitaciones por ser mujer y solía evitar las organizaciones feministas, aunque a veces expresaba en privado su frustración por las desigualdades de género, sobre todo en lo que respecta a los salarios.

Mucha gente dice que todos los bebés que nacemos con atención hospitalaria en cualquier parte del mundo somos observados y estudiados primero a través de los ojos de esta mujer.

Aunque su trabajo la mantuvo ocupada, Virginia Apgar encontró tiempo para perseguir otros intereses. Viajaba con su violín, a menudo tocando en cuartetos de cámara aficionados en los lugares a los que viajaba. Durante la década de 1950, junto con una amiga, fabricaron dos violines, una viola y un violonchelo. Era una jardinera entusiasta y disfrutaba de la pesca con mosca, el golf y el coleccionismo de sellos. A sus cincuenta años, Virginia Apgar comenzó a tomar clases de vuelo, afirmando que su objetivo era volar algún día bajo el puente George Washington de Nueva York.

Virginia Apgar publicó más de sesenta artículos científicos y numerosos ensayos breves para periódicos y revistas durante su carrera, junto con su libro, ¿Mi bebé está bien? Recibió muchos premios, incluyendo doctorados honorarios de la Facultad de Medicina de Mujeres de Pennsylvania (1964) y de Mount Holyoke College (1965), el Premio Elizabeth Blackwell de la Asociación Americana de Mujeres Médicas (1966), el Premio al Servicio Distinguido de la Sociedad Americana de Anestesiólogos. (1966), la Medalla de Oro de Alumni por Logros Distinguidos del Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia (1973), y el Premio Ralph M. Waters de la Sociedad Americana de Anestesiología (1973). En 1973, también fue elegida Mujer del Año en la Ciencia por el Ladies Home Journal.

Virginia Apgar nunca se retiró y permaneció activa hasta poco antes de su muerte, aunque la enfermedad hepática progresiva que padecía la obligó a bajar el ritmo de trabajo durante sus últimos años. Murió el 7 de agosto de 1974 en el Columbia-Presbyterian Medical Center, donde se formó y trabajó durante gran parte de su vida.

Gracias a ella pasé mi primer examen, examen que me dió paso a poder seguir su ejemplo y tener una vida llena de inquietudes. Pero lo más importante es que gracias a ese primer análisis, esa observación, la respuesta a la pregunta que mi madre hizo «¿Pero está bien?» fue afirmativa, sin que ella supiera que acababa de pasar el primer examen de mi vida.

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