Conocemos la historia de las ballenas de oídas

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¿Qué parecido hay entre un libro sobre griegos, los anillos de los árboles, la radiación de fondo de microondas y la cera de los oídos de las ballenas? Pues que los cuatro permiten conocer la historia que han pasado los protagonistas de cada muestra. Los tres primeros casos pueden parecer más o menos obvios, pero ¿cómo se relaciona la cera de las ballenas con su historia?

TEXTO POR SERGI VILA
ILUSTRADO POR PABLO MARTÍNEZ FERNÁNDEZ
ARTÍCULOS
BIODIVERSIDAD | ZOOLOGÍA
29 de Agosto de 2019

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Registrar nuestra historia, los acontecimientos que nos suceden, es la forma que tenemos los humanos de mantener vivos los hechos que ocurren, cosa que hemos hecho durante miles de años y por eso sabemos tantas cosas de civilizaciones antiguas.

Conocer lo que ha pasado permite extraer lecciones y aprender para no repetir los errores. Nos permite saber por qué tal imperio cayó o por qué se desencadenó una guerra. Así, si vemos indicios parecidos en la actualidad podemos evitar que se repitan estos eventos.

Ahora, ¿cómo podemos saber qué le ocurre a la Tierra y al resto de especies? ¿Cómo sabemos cuál es la historia del universo?

El ser humano ha conseguido desentrañar numerosos fenómenos pasados gracias al estudio de diferentes disciplinas y mediante diferentes técnicas: la física ha permitido conocer la existencia del Big Bang y teorizar sobre la evolución posterior del universo con el estudio de la radiación de fondo de microondas; la geología ha permitido conocer la historia de la Tierra; y gracias a la biología ahora intuimos cómo se originaron los seres vivos y cómo han evolucionado hasta nuestros días. Y todo ello sin olvidar el papel de la química: puesto que sin el análisis de los compuestos existentes en las rocas o los fósiles no se hubiera sabido nada de eso.

Todas estas disciplinas científicas se han valido de pruebas físicas como el extracto de suelo que contiene diferentes sedimentos o de nieve que contiene las capas depositadas a lo largo del tiempo. O como los anillos de los árboles o de los huesos largos de los vertebrados que permiten conocer la edad de los ejemplares y qué les ha ocurrido.

Es cierto que para mucha gente eso no significa gran cosa, pero para quien sabe interpretarlo significa tener una ventana al pasado. Igual que las lenguas y escrituras antiguas para quién las entiende: permite saber cómo se vivía y cómo era el mundo.

Por este motivo, descubrir que se puede conocer la vida de las ballenas a través de la cera de sus oídos implica tener una forma de saber qué le ha ocurrido a ese animal a lo largo de su vida.

Así, podemos saber la edad del ejemplar a través de las bandas oscuras y claras de cera que se alternan, cada una de las cuales se corresponde con 6 meses de edad. Y estas bandas se corresponden con las migraciones que hacen las ballenas dos veces al año para pasar de los lugares de alimentación a los de cría. Así, las bandas claras se refieren a la época en la que se alimentan, mientras que las oscuras a la que se aparean.

Pero el estudio de la cera permite ir más allá, puesto que también contiene concentraciones de otros elementos que se acumulan en los tejidos, como hormonas o contaminantes.

Estas bandas se corresponden con las migraciones que hacen las ballenas dos veces al año para pasar de los lugares de alimentación a los de cría

En el caso de los contaminantes, nos permite saber a qué sustancias han estado expuestos los ejemplares y en qué momento del año. ¿Qué significa esto? Que si encontramos compuestos orgánicos, como pesticidas, en la banda oscura, significa que la ballena ha entrado en contacto con esta sustancia en la época de cría. Y si sabemos dónde cría esta ballena, podemos saber qué zona del océano tiene concentraciones detectables de pesticidas y de qué país pueden proceder.

Poniendo como ejemplo el mercurio, se ha visto que hay una presencia notable de este metal tóxico en el primer año de vida de algunas ballenas. Esto podría indicar que el ejemplar ha obtenido el mercurio a través de la leche materna, demostrando que hay transferencia materna. Y si además observamos picos anuales el resto de su vida, podemos extraer la misma información que antes con los compuestos orgánicos: qué zonas del planeta presentan mercurio en el mar y de dónde puede provenir.

Llegando a las hormonas, los estudios han detectado andrógenos y cortisol. Los primeros están presentes principalmente en machos y permiten saber en qué momento el ejemplar ha llegado a la edad reproductiva, mientras que el segundo se relaciona con el estrés y ayuda a ver en qué momentos ha sufrido problemas el individuo.

Curiosamente, a través del aumento de cortisol en algunos ejemplares longevos y en momentos puntuales, se han podido relacionar eventos humanos con la vida de las ballenas. Así, se vio que había un pico de esta hormona en la década de 1940, justo con una disminución de avistamientos y capturas de estos animales. Coincide con la Segunda Guerra Mundial, cuando se empezaron a usar sónares y submarinos y decayó la caza de ballenas.

Diversos estudios relacionan el uso de los sónares, las explosiones bajo el agua y una elevada presencia de barcos con una mayor mortalidad y varamientos de distintas especies de cetáceos. De modo que tendría sentido que las ballenas se estresaran en esa época y tuvieran mayores niveles de cortisol.

Pero también a través del cortisol se han podido ver los momentos en que la caza de ballenas ha sido más extrema, como en los años 60 del siglo pasado, cuando los valores de la hormona y de cetáceos capturados son más altos de todo el estudio, a la vez que se ha visto el efecto de la prohibición de su captura en los años 70. Justo a partir de ese momento, el cortisol baja ligeramente, junto con los datos de ejemplares cazados.

Tal y como comentamos en dos artículos de los Episodios 1 y 2 de la Temporada 3 de Principia, la caza de ballenas tuvo su momento álgido en los siglos XIV, XV y XVI, pero en los siglos posteriores fue menguando, sobre todo en España, cuando perdió los derechos de captura en agua norteamericanas debido al tratado de Utrecht. Así, en el siglo XX unos pocos países eran los que mantenían esta industria hasta la prohibición mencionada.

Una prohibición de la que estaban exentas las capturas como actividad cultural y medida adicional de sustento, en el caso de poblaciones aborígenes, y para investigación científica. Justo a este punto es al que se aferran países como Noruega y Japón para seguir cazando ilegalmente a estos animales, dañando aún más sus esquilmadas poblaciones.

Aun así, las capturas han bajado mucho, pero eso no significa que las ballenas hayan dejado de estar estresadas, como muestra el aumento de cortisol otra vez a principios del siglo XXI. Quizá esos picos están relacionados con el aumento del transporte marítimo o de las prospecciones petrolíferas bajo el agua en búsqueda de nuevos yacimientos. Para estar seguros será necesario hacer más estudios al respecto.

Ahora, gracias a este nuevo método tenemos una nueva forma de leer la historia de los océanos, de saber qué ha ocurrido y qué sigue ocurriendo. Gracias a la cera de los oídos de las ballenas tenemos una nueva forma de trabajar en la conservación y protección de estos animales y del océano en general.

Porque sabiendo qué zonas están más contaminadas y generan más estrés para las ballenas, podremos tomar medidas para minimizar estos impactos y contribuir a un futuro sostenible donde las actividades humanas y la naturaleza puedan convivir de forma respetuosa.

 

Bibliografía

—Orizaola, G. 2017. “Un mar vacío y silencioso”. Principia Temporada 3 Episodio 2.
—Vila, S. 2017. “A la caza del leviatán. Principia Temporada 3 Episodio 1.
—Trumble, S.J. et al. 2018. “Baleen whale cortisol levels reveal a physiological response to 20th century whaling”. Nature communications 9: 4587.
—Trumble, S.J. et al. 2013. “Blue whale earplug reveals lifetime contaminant exposure and hormone profiles”. PNAS 110 (42): 16922-16926.
—Gabriele, C.M. et al. 2010. “Sighting history of a naturally marked humpback whale (Megaptera novaeangliae) suggests ear plug growth layer groups are deposited annually”. Marine Mammal Science 26 (2): 443-450.

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