Los descubrimientos de Melí

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Primer premio del segundo concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento.
Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR SONIA PATRICIA CASTELLANOS JIMÉNEZ
ILUSTRADO POR ANGYLALA
ARTÍCULOS
9 de Noviembre de 2019

Tiempo medio de lectura (minutos)

¿Qué es el amor? Fue la pregunta con la que se levantó Melí una mañana en el mismísimo instante en el que abrió los ojos. Aún tenía sueño, y se levantó cargando su conejo de peluche. Era muy temprano. Su madre todavía dormía.

Fue a orinar. Se sentía bien al orinar. De pronto pensó que había amor en orinar. Le pareció importante. Cuando terminó su labor corrió a su alcoba, tomó papel y lápiz y escribió: «Se siente bien». Miró lo que acababa de escribir por unos prolongados instantes y sintió agrado.

Aún tenía abrazado al conejo y pensó en él. Lo tomó con sus dos manos, mirándolo. Pensó que lo quería, así que trató de observar cómo era eso que sentía. «Es suave, calientito, bonito a la mirada, tierno y me dan ganas de abrazarlo... se siente bien...». Y notó que la última frase coincidía con la que tenía escrita. Le pareció sorprendente. Así que subrayó la frase y se le ocurrió empezar a ver qué más cosas, le harían coincidir con lo escrito.

Oyó a su madre levantarse y salió corriendo a su encuentro. Esta, con los ojos hinchados por el sueño, le miró y se agachó para abrazarle y saludarle tiernamente. Melí cerró sus ojos. Sintió agradable el calor de su cuerpo y la voz que le hablaba con palabras bonitas. «Se siente bien», pensó de nuevo y se soltó de sus brazos para correr a subrayar con una segunda línea la frase en la hoja de papel.

Consideró que faltaba algo. Así que al frente de la frase doblemente subrayada escribió enumerando una lista: 1 orinar, 2 el conejito de peluche, 3 el saludo de mamá. Leyó el esquema escrito y sintió satisfacción. Sonrió. Y comenzó a crecer el entusiasmo en lo que llamó «Investigación sobre qué es el amor». Añadió ese título en la parte superior de la hoja.

Durante todo el día Melí estuvo recopilando datos. Al parecer el amor era todo aquello que hacía sentir bien.

Al día siguiente llegó a la escuela y experimentó un contento especial, surgido de su concentración, de su disciplina y de los resultados de su investigación.

–¿Qué haces? –Le preguntó una compañera mirando las anotaciones.
–Investigo –contestó Melí–. Investigo qué es el amor.

La niña soltó una carcajada, le miró extrañada y le preguntó:

–¿Y qué es?
–Al parecer –contestó Melí–, es todo aquello que hace sentir bien –concluyó.

La niña se quedó pensando.

–Déjame ver tu hoja. –Y la tomó abruptamente en sus manos para leer–. ¿Orinar? –exclamó incrédula–. Lo del abrazo de tu mamá y lo de tu conejo de peluche lo entiendo, pero ¿orinar? ¿Quién te ha dicho que en orinar hay amor? –insistió.
–No me lo ha dicho nadie, yo lo he comprobado. Lo que pasa es que, aparte de mí, nadie más se ha dado cuenta.
–¿Y por qué hay amor en eso?
–Porque se siente bien. Y todo lo que se siente bien, es amor, al parecer.

La niña miró a Melí con desconfianza, como quien cree estar hablando con una persona loca. Le sonrió con una mueca de compasión, le devolvió la hoja con sus anotaciones y se marchó dándole la espalda.

Melí no se sintió bien. La miró alejarse. Vio su hoja y sintió como si todo lo que había estado haciendo fuese una estupidez. Sintió que decaía el ímpetu y la fuerza para continuar con su investigación. Quiso llorar y tirar el papel a la basura. Entonces sonó el timbre para entrar a las aulas y con su mal sentimiento se dirigió al baño para orinar antes de ir de nuevo a su clase.

Mientras orinaba verificó una vez más que se sentía bien. Sí, en orinar había amor. Era como un amor propio de su cuerpo, de su salud. Tal vez el amor era una forma de energía que estaba en muchos más aspectos de la vida, aspectos tan sencillos y cotidianos que normalmente no se les prestaba atención y pocos se habían dado cuenta. Pensó en ese señor que se llamaba Newton, al que cuentan que le cayó una manzana en la cabeza y se le ocurrió pensar en algo tan corriente como el hecho de que las cosas caigan hacia la Tierra. De ahí había derivado el conocimiento de lo que llamaron la gravedad y eso permitió comprender y desarrollar muchas cosas.

Entonces Melí volvió a sentirse bien. Desarrugó la hoja de papel y recobró la certeza de que sus anotaciones no eran una estupidez. La energía y el ímpetu le volvió al alma.

Entró a clases y el maestro le preguntó:

–Melí, ¿qué quieres ser cuando seas grande?
–Lo mismo que soy ahora –respondió–, una persona de ciencia. 

Los niños y las niñas se rieron.

–¡Ah! –dijo el maestro–. ¿Entonces ya eres una persona de ciencia? ¿Y cómo es eso?
–Pues investigo.
–¿Y qué investigas?

Melí miró a la audiencia de su clase con los ojos clavados en su persona. Vaciló si responder o no. Luego recordó la manzana en la cabeza de Newton. Recobró su autoconfianza y respondió:

–Investigo qué es el amor.
–¿Y para qué investigas eso?

Melí se quedó en silencio unos instantes. No había pensado ni por qué ni para qué hacía su investigación. Solo recordó el momento en el que le surgió la pregunta. Así que respondió:

–Me desperté una mañana con la pregunta en mi mente.
–¿Y entonces? –inquirió el maestro.
–Pues me di a la tarea de contestarla –respondió Melí.
–¿Y cuando sepas qué es el amor qué piensas hacer?

Melí volvió a quedar en silencio. No entendía por qué el maestro le llevaba todo el tiempo a pensar en lo que haría en el futuro. Así que respondió:

–No lo sé, depende de lo que encuentre. Cuando sepa qué es el amor sabré qué hacer. Mientras no lo sepa completamente, ¿cómo voy a decir qué voy a hacer o qué no voy a hacer?

El maestro le miró con cierta sorpresa y le dijo:

–Bien, Melí, tienes talento para ser una persona de ciencia, pero no olvides llevar tu pensamiento siempre más allá, y te felicito por tu amor al conocimiento.

Melí se sintió bien. Pensó que su maestro le quería.

Se acostó pensando en «su amor al conocimiento». Investigar se sentía bien, luego, el sueño le venció.

Al día siguiente, al despertarse, apareció una pregunta en su mente: ¿Qué es el conocimiento?

Salió corriendo a orinar. Se sintió bien. Sintió amor hacia su persona y se le ocurrió pensar que en orinar podía haber conocimiento: algo entra, algo sale, se limpia el cuerpo, hay un ritmo, una armonía y todo está bien.

Tomó una nueva hoja en blanco. Anotó y pensó en seguir observando las cosas sencillas de la vida buscando responder su nueva pregunta. Y como le recomendó su maestro, iría más allá con su mente. Recordó sus palabras. ¿Qué haría con el conocimiento cuando supiera lo que este es?

–Tiene que ser para que todos se sientan bien –respondió para sí. Y vio la estrecha relación entre el amor y el conocimiento.

Supo que tendría mucho trabajo ese día, así como el resto de sus días. Miró a su conejo de peluche, y antes de que se levantara su madre para abrazarlo, Melí entendió que una persona de ciencia tiene mucho por saber y mucho que amar.

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