El secreto de las chaquetas plateadas

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Segundo premio del segundo concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento.
Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR MAGDALENA I. DOMPER
ILUSTRADO POR MARTA ELZA
ARTÍCULOS | KIDS
BIOLOGÍA | ENTOMOLOGÍA | HORMIGAS
14 de Noviembre de 2019

Tiempo medio de lectura (minutos)

Ramona era una rata topo o ratopín del desierto. «Ni rata de alcantarilla ni rata de sótano», solía aclarar al presentarse. A pesar de su aspecto un poco extraño, por su piel rosada al descubierto, con dos grandes dientes frontales, y ciega, poseía capacidades únicas: entre ellas, podía aguantar hasta 18 minutos sin oxígeno y podía vivir ¡hasta 30 años! Todo un récord entre los roedores. Vivía bajo tierra, su casa era una madriguera llena de pasillos subterráneos que compartía con su numerosa familia.

Todos los viernes a las cinco de la tarde, Ramona se dirigía, junto con sus hermanas y hermanos, a la habitación central donde su abuela Rosa los estaba esperando. Uno a uno, tomaban su lugar en la ronda. La hora de las historias había llegado.

—¡Abue, abue!, ¡hoy queremos la historia del Camaleón Namaqua!
—¡No! ¡yo quiero la de la tortuga marina! —dijo la más chiquita.
—¡Noooo! ¡Ese lo contó veinte veces!
—Yaa, yaa, mis pequeñinas —dijo la abuela con su voz temblorosa —. ¿Les conté alguna vez la historia de la lagartija que se hizo amiga de una hormiga?
—¿Cómo que se hizo amiga de una hormiga, abuela?
—¡Las lagartijas se comen a las hormigas! —gritó desde el fondo la mayor.
—¡Qué aburrido abue!
—Ah, mi niña, pero esta no era cualquier hormiga, su color plata la distinguía.
—Ooooh —dijeron con asombro todas juntas.

 La sala quedó en silencio y la abuela Rosa comenzó el cuento.

    Dicen, que dicen por ahí, que hubo una vez una lagartija que se hizo amiga de una hormiga muy rara, una hormiga plateada. Vivian como nosotros, en el desierto, rodeadas de arena, piedras y piedritas, de altas temperaturas y muy pocas plantas. Desde que el sol salía, la temperatura aumentaba rápidamente, y a las doce del día era tan intenso que insectos, rastreros y cuadrúpedos actuaban de la misma manera, se escondían en sus casas o madrigueras, si no querían servir de leña al sol que los prendía como fogata si los encontraba vagando desprotegidos.

    Ofelia, la lagartija, era la última en esconderse. Orgullosa de ser la que más tiempo toleraba el calor, se paseaba por el vecindario deslizando su cola de un lado al otro, mientras buscaba su alimento. Hacía tiempo que se la veía rondar un pequeño orificio en la arena del desierto. En el vecindario se sospechaba que sería de hormigas, el plato favorito de las lagartijas; pero lo curioso es que nunca nadie salía de allí, o al menos no cuando todos lo hacían. Pero si Ofelia rondaba el lugar, algo debía haber.

    La historia cuenta que un día, a la hora que el sol estaba en lo más alto, mientras Ofelia se alejaba para cubrirse bajo tierra, una cabeza plateada asomó del agujero. El sonido despabiló a Ofelia, que se giró curiosa, y vio para su asombro como más cabecitas de un color metalizado brillante salían a verla. Con su estómago burbujeante, quiso abalanzarse, pero todo su cuerpo tembló por el calor y se vio obligada a buscar refugio.

    Esa noche no pudo dormir de la intriga y por la herida al orgullo que esto significaba. ¿Quiénes eran esas hormigas? ¿Por qué salían cuando el sol más quemaba? ¿Acaso no era ella la que más aguantaba?

    Decidida a descifrar estos misterios, ideó un plan: haría una pequeña cueva cerca del hormiguero y se quedaría allí para observar los movimientos de estas extrañas criaturas escurridizas. Así, cuando llegaron las doce del día siguiente, Ofelia se escondió bajo tierra dispuesta a espiar a sus vecinas. Primero salió una hormiga a explorar el territorio. Acto seguido, cientos de ellas salieron a toda velocidad... parecían una explosión de mercurio. Mirando para todos lados, recorrían el perímetro y cada tanto una volvía con algún insecto inmóvil entre sus mandíbulas. Al cabo de diez minutos, las vio volver apresuradas, y una a una desaparecer en el hormiguero.

—Ahora tengo más preguntas que antes. Algo más tendré que hacer si quiero saber la verdad —se dijo a sí misma.

Al día siguiente, las hormigas comenzaron su desfile. Ofelia, escondida en su refugio, puso sus ojos en una de ellas.

—¡Ezzta es mi oportunidad! —dijo decidida, con su lengua de lagartija deslizándose entre sus labios. Hizo un chasquido y vio, para su sorpresa, que la hormiga la oyó y se acercó.
—No te azzustes, no quiero lastimarte —dijo Ofelia cuando el insecto dio un paso hacia atrás temiendo ser su almuerzo—. Puede parecerte un poco dezzcabellado, pero me muero por saber, ¿cómo hacen para sobrevivir con estas temperaturas? Y esas chaquetas plateadas, ¿para qué son?

La hormiga, impactada y aun incrédula de que la lagartija no se la comería, tomó aire y contestó:

—¿Ycomoséquenovasacomerme?¿Eh?¿Eh? —dijo con la misma velocidad con la que caminaba.

Ofelia, con su boca abierta y sus ojos petrificados, la miraba en estado de shock.

La hormiga sonrió entre sus enormes mandíbulas dándole ánimos para responder.

—Perdón, pero no te entendí, nada —dijo Ofelia.

La hormiga sonrió y repitió su pregunta más pausadamente, a lo que Ofelia respondió, levantando la pata en forma de juramento: 

—Zzoy una lagartija de palabra, prometo no hacerte nada.

La hormiga dudó, pero accedió al trato y le explicó:

—Lo que llamas chaquetas en realidad son pelos que cubren parte de nuestro cuerpo, y tienen la función de refractar los rayos del sol, es decir, hacer que reboten, evitando de esta manera que la temperatura de nuestro cuerpo aumente. En nuestra panza no tenemos pelos, ¿ves? Así, evitamos también el calor de la arena.
—Pero, aun así, ¿por qué salen cuando el sol más quema? ¿No ezz acaso mejor salir de noche que está más fresco?
—Esa es una muy buena pregunta, pero primero dime: vos, ¿qué es lo que comes?
—Ehhh, bueno yo... ehhh —dijo la lagartija y bajó la cabeza avergonzada—.Hormigas —contestó finalmente en voz baja.
—Entonces, ¿cómo crees que hemos logrado sobrevivir teniéndote como vecina, todo este tiempo?

 Ofelia pensaba entrecerrando los ojos, y al cabo de un momento contestó:

—No sé, escondiéndose de mí, zzupongo.
—¡Exactamente! El mediodía es el único momento donde todos nuestros depredadores deben esconderse del sol si quieren vivir. Nuestro sistema para regular la temperatura nos permite salir a esa calurosa hora, pero solo durante diez minutos. Somos carroñeras, es decir, que nos alimentamos de insectos moribundos que no lograron regresar a sus refugios antes que las temperaturas suban. De esta manera, salir a esa hora es una ventaja adaptativa, no solo nos da alimento sino también nos protege de ser comidas por otros animales.
—Zzanto cielo, ¡qué gran invento!... pero, aun así, ¿cómo saben cuándo es la hora de salir si no tienen reloj?
—Igual que vos para esconderte. Tenemos sensores de temperatura en nuestro cuerpo, y cuando ésta empieza a aumentar, nos acercamos a la salida del hormiguero; chequeamos que no haya depredadores esperándonos, y salimos todas juntas.
—¡Ahora entiendo por qué no las veía nunca! ¿Y pueden zzoportar cualquier temperatura?
—No, somos las criaturas terrestres que aguantamos con mejor éxito el calor extremo, pero, aun así, si estamos buscando comida y el calor subiera más de lo que logramos tolerar, tenemos que bajarlo en el momento, o de lo contrario correría riesgo nuestra vida. Si te preguntas cómo lo hacemos, ¡muy fácil!, nos subimos a rocas o plantas secas que encontramos en el camino, aislándonos así de la arena caliente, lo que nos permite bajar unos grados la temperatura corporal. Ahora, si me perdonas, tengo que irme, mi tiempo afuera ha terminado.
—Ezzpera un momento —dijo Ofelia, sacando de su pata una escama de terciopelo dorada—. Toma, es un obsequio por haber confiado en mí y contarme tu zzecreto.
—¡Esmuyhermosagracias! —Dijo la hormiga ansiosa—. Y gracias por no comerme y cumplir tu palabra. ¡Ah! Por cierto, mi nombre es Platina —dijo y dio la vuelta, perdiéndose en la ola de calor que meneaba como una nube transparente.

Dicen que desde ese día se hicieron amigas, y la hormiga Platina paseaba por allí de vez en cuando, ansiosa por aprender las habilidades de una lagartija para vivir en esas tierras calientes.

Y ahora sí, este cuento de colas largas y cabezas plateadas, ha terminado.

El silencio invadió la sala.

—¿Y?¿Les gustó? —preguntó la abuela impaciente.
—¡Sííííí! —Gritaron todas a la par.
—¿Es verdad que existen hormigas plateadas, abuela?
—Claro, mi niña...y viven en el desierto como nosotras.
—¿Y es verdad que se hicieron amigas?
—Bueno, eso nunca lo sabremos cariño, pero dime si no es lindo, pensar que sí. 

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