La estrella vanidosa

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Texto finalista del segundo concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento.
Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR FELIPE CORBALÁN
ILUSTRADO POR HÉCTOR BORBOA
KIDS
ASTRONOMÍA
23 de Enero de 2020

Tiempo medio de lectura (minutos)

Cobijada en el rincón más alejado de una enorme galaxia vivía una estrella, cuyo pequeño vecindario era habitado por dos planetas que giraban a su alrededor. 

Los tres vivían muy tranquilos y pasaban los días sin grandes novedades, aunque a veces los visitaban misteriosos viajeros a los que observaban con curiosidad.

—¿Quién eres, pequeño visitante? —preguntaba la estrella al verlos pasar, aunque siempre la rodeaban y, tras dar la vuelta, seguían su camino en silencio, dejando una estela a su paso.

 Caronte, la única luna de Titán, el planeta más grande y distante de aquel sistema, aseguraba haber oído rumores de que en otros sectores de la galaxia llamaban «cometas» a aquellos viajeros.

—¡Pero qué nombre tan ridículo! —dijo la estrella cuando oyó los rumores. Y estuvo riéndose durante todo un siglo.
—Yo solo repito lo que oí —dijo la luna, sorprendida por la reacción de la estrella. Desde entonces estuvieron millones de años sin hablarse.

Así pasaban los milenios en aquel vecindario, y la estrella se sentía cada vez más orgullosa de ser el centro de atención de todos. Se aprovechaba de su posición privilegiada para que todos pudieran observar cuán brillante era. Los demás, planetas y lunas por igual, odiaban lo vanidosa que era la estrella, pero no decían nada, porque sabían que les brindaba luz y calor, y nadie deseaba que eso se terminara. Pero un día, la estrella se sintió muy desanimada y, aunque trataba de disimularlo para que nadie lo notara, todo el sistema se dio cuenta de que algo extraño le sucedía.

—¿Qué es lo que tiene? —murmuró Caronte a Titán.
—No lo sé. Se ve más grande —dijo Titán.
—Y está más caliente —agregó Pan, que era el planeta que se encontraba más cerca de la estrella—. Para mí que está enferma.
—Pregúntale qué le ocurre —sugirió Caronte.
—¡No, se puede enfadar! —dijeron los otros dos.
—Son unos cobardes. No me digan que le tienen miedo.
—¿Por qué no hablas tú con ella?

Y Caronte, viendo que no tenía alternativa, se aclaró la garganta y dijo:

—¿Qué es lo que te pasa, Estrellita? Pareces muy enferma.

La estrella, sorprendida al oír hablar a la luna, respondió:

—No me pasa nada de nada. Solo he crecido un poco y estoy más ardiente que nunca. 

Todos aceptaron la palabra de la estrella, pero su buen ánimo no duró mucho. Pronto se volvió imposible ignorar lo que le estaba ocurriendo. La estrella había crecido tanto que casi entraba en territorio de Pan y se había vuelto de un color rojo intenso.

—¡¿Qué vamos a hacer?! —dijo Pan, preocupado—. Me estoy empezando a achicharrar aquí.
—No podemos seguir así —dijo Titán—. Nos tendremos que ir.
—Estoy de acuerdo —dijo Pan, y, volviéndose hacia la estrella, agregó—: Estrellita, nos marchamos.
—¿Cómo que se van? —quiso saber la estrella.
—Pues así mismo. Este ya no es el buen lugar para vivir que solía ser. Lo sentimos.
—¿Cómo se atreven? Después de todo lo que les he dado —dijo la estrella ofendida—. ¡Desagradecidos!
—Tropa de ignorantes —intervino Caronte, que había estado observando la situación en silencio—. Por mucho que quisiéramos, ¡no nos podemos ir!
—Claro que sí —dijo Pan e intentó avanzar, pero por más que insistió no hizo más que dar vueltas alrededor de la estrella.
—¿Qué estás haciendo? —quiso saber Titán— ¡Vámonos ya! 

Titán también quiso alejarse, pero no pudo y solo le dio vueltas a la estrella. 

—Es cierto, no nos podemos ir —dijo Titán—. Estamos atrapados.
—Se lo dije —dijo Caronte apenada—. Estamos atados por la fuerza de gravedad de Estrellita y no hay nada que podamos hacer.

A partir de entonces hicieron lo posible por aguantar el terrible calor que irradiaba, pero se hacía cada vez más insoportable y los planetas se volvían cada vez más secos. Hasta que un día sucedió lo inevitable. Estaban todos en silencio tratando de pensar en cosas frías y congeladas, cuando Pan soltó un grito y todos se volvieron a verlo.

—¡Ay, me quemo, me quemo! —repetía sin parar.

La estrella había crecido tanto que estaba prácticamente encima de Pan y empezaba a quemarle un costado.

—¡Apártate, Estrellita! —dijo Titán, sin saber qué hacer.
—Lo siento mucho, amigos —dijo la estrella, llorando—. No lo puedo evitar.

Y abriendo la boca lo más que pudo, se tragó a Pan de un solo bocado. La estrella se volvió tan grande que casi alcanzaba a Titán y a Caronte, tan perplejos por lo sucedido que no lograban hallar una explicación.

—Creo que no nos queda más remedio que aceptar lo inevitable —dijo Caronte—. Titán, amigo mío, gracias por darme refugio.
—Para mí ha sido un placer hospedarte. 

Y tras darse un fuerte abrazo, la estrella se los tragó a ellos también, quedando muy triste y sola, sin nadie más con quien hablar. Pero la estrella no se daba cuenta de que ahora ya no eran planetas, luna y estrella, sino que eran uno solo. Sin esperarlo y sin poder hacer nada para evitarlo, la estrella perdió su forma de esfera y, liberando sus capas más externas, dejó a la vista su radiante corazón, donde conservaba sus últimas energías.

Así se mantuvo por un tiempo, en que de vez en cuando recibía la visita de algún cometa, pero la estrella, a diferencia de antes, ya no los saludaba con entusiasmo, sino que se limitaba a verlos pasar. Empezó a notar que iban cada vez con más frecuencia. Cometas de todas las formas y tamaños. Se había extendido el rumor de que una hermosa estrella había florecido en aquel rincón de la galaxia y todos deseaban verla, pero lo que se decía en otros sectores no era suficiente para describir cuán bella era, por lo que cuando llegaban los visitantes, no podían dejar de sorprenderse por los maravillosos colores que la rodeaban.

—Esta estrella se convertirá en leyenda —decían algunos, y se iban a contarle a todo al que encontraran en su camino sobre lo extraordinario de aquel astro. 

La estrella volvía a sentirse llena de vida y día a día esperaba la visita de los añosos cometas que viajaban desde los más lejanos y apartados lugares, pero poco a poco fue agotando sus últimas energías y su luz se fue apagando, y, con ello, el interés de los viajeros por verla. Hasta que un día, dejando partir los últimos restos de su esencia, ya no brilló más. 

Entonces, la estrella ya no era tal, pero todo su remanente que se esparcía por la galaxia daría paso un día a la formación de nuevas estrellas, nuevos planetas y, quizás, a muchas otras maravillas y misterios del universo.

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