Las vacas no miran las estrellas

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Texto finalista del segundo concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento.
Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR DIEGO HERNÁNDEZ
ILUSTRADO POR CARMEN SÁNCHEZ
ARTÍCULOS
6 de Febrero de 2020

Tiempo medio de lectura (minutos)

En un campo verde y grande vivía un rebaño de vacas. Era una rebaño casi como cualquier otro, en donde casi todas las vacas pastaban y mugían en el día y dormían por la noche. Y digo casi todas porque había una vaca especial que no hacía lo que hacían las otras vacas. Esa vaca se llamaba Gloria y en el día leía libros y por la noche se echaba en el pasto a mirar las estrellas.

A las demás vacas les daba risa ver a Gloria tirada en el pasto leyendo esos gruesos volúmenes llenos de letras y figuras que ellas no entendían. Gloria no las escuchaba porque siempre estaba entretenida pensando en miles de cosas que leía en los libros o que se imaginada.

Aunque estar leyendo y viendo las estrellas no era lo único que hacía la vaquita Gloria. En ocasiones buscaba por todo el campo y en el granero cosas para construir extrañas máquinas que servían para un sinfín de cosas.

Una vez, por ejemplo, construyó un aparato para espantar a esas terribles moscas que siempre molestan a las vacas. En otra ocasión hizo una hamaca tan grande que todas las vacas que pastaban en el campo cabían dentro de ella.

Pero el mayor logro de Gloria era un telescopio que había construido usando espejos y lentes y un tubo que se encontró por casualidad en un camino. Con ese telescopio todas las noches veía las estrellas y a veces también las otras vacas lo hacían.

Por eso, a pesar de que a veces se reían de ella, las otras vacas sabían que Gloria era muy lista y la escuchaban cuando hablaba de las cosas que leía o que se imaginaba.

Ella les contaba cómo en las estrellas se producía la luz que veíamos de noche y cómo el Sol que salía de día también era una estrella. O cómo la Luna que veían en la noche giraba alrededor del planeta Tierra que a su vez giraba alrededor del Sol.

Y Gloria les hacía imaginarse esos lugares lejanos en donde ninguna vaca había pisado nunca, dónde no había pasto y todo estaba lleno de árboles con hojas tan grandes que no dejaban pasar la luz al suelo o lugares tan secos y calientes donde había plantas que en vez de hojas tenían espinas.

Todos en el campo escuchaban hablar a Gloria, menos el mayoral, un toro negro y grande que se llamaba Antonio. Antonio pensaba que lo que hacía Gloria no estaba bien, porque no era lo que las vacas hacían y por eso siempre se la pasaba regañándola y diciéndole que se comportara como una vaca.

—Las vacas deben pastar y mugir en el día y dormir por las noches —le decía Antonio a Gloria—. Lo que las vacas no hacen es leer libros, ni inventar máquinas para espantar moscas y sobre todo ¡las vacas no miran las estrellas!

Entonces Antonio escondió todos los libros que había en el campo y las máquinas que había construido Gloria y le puso un gran candado al telescopio, en el cual, además, escribió con letras grandes: ¡LAS VACAS NO MIRAN LAS ESTRELLAS! 

Como Antonio era el mayoral y todas las vacas debían obedecer al mayoral, Gloria tenía que pasarse todo el día pastando y mugiendo con las otras vacas.

Así pasaron algunos días hasta que llegó el verano. Y un día en que hacía mucho calor y las colas de las vacas no bastaban para espantar a las numerosas moscas, todas las vacas recordaron la máquina que había inventado Gloria.

—¡Ojalá tuviéramos la máquina de Gloria! —se decían unas a otras. 
—Ojalá la tuviéramos —se respondían. 

Antonio las escuchaba mientras movía con ímpetu su cola sin lograr espantar a todas las moscas. Y es que ese verano había en particular tantas moscas que fue conocido como el verano de las moscas.

Como el deber del mayoral era cuidar a todas las vacas, Antonio pensaba cómo resolver el problema de las moscas. Y nada se le ocurría, nada. Solo la máquina de Gloria. Y después de pensarlo muchas veces decidió sacar la máquina espanta moscas de su escondite. La puso en marcha y las vacas ya no tuvieron que sufrir por las moscas ni ese verano ni ningún otro.

Los días siguieron pasando y entonces llegó el invierno. Ese en particular fue un invierno tan frío que el pasto se secó y el suelo se volvió incómodo para que las vacas

se echaran. Entonces pensaban en la hamaca que había hecho Gloria que era cómoda y en la que todas ellas cabían. 

—Ojalá tuviéramos la hamaca de Gloria —se decían unas a otras.
—Ojalá la tuviéramos —se respondían.

Y Antonio las escuchaba y pensaba en cómo solucionar el problema del suelo incómodo. Después de pensar mucho se dio cuenta de que la hamaca de Gloria era la mejor opción. La sacó pues de su escondite y todas las vacas pudieron subirse en ella para echarse con comodidad.

Los días siguieron pasando hasta que un día pasó lo impensable. De pronto, mientras todos pastaban, el cielo se oscureció. Y entonces las vacas se espantaron porque no sabían qué estaba pasando.

—¿Qué está pasando? —le preguntaron las vacas a Antonio—. ¿Por qué se fue el sol? ¿Es que ya nunca va a volver? 

Y Antonio no sabía cómo responderles porque él no sabía las respuestas. Y las vacas se ponían más nerviosas, todas menos una, Gloria, quien seguía pastando y mugiendo tranquila. Sin saber qué otra cosa hacer, Antonio se acercó a Gloria y le preguntó: 

—Gloria ¿tú sabes qué está pasando? 

Ella le respondió:

—Claro, es un eclipse.
—¿Un eclipse? —preguntó Antonio confundido.
—Sí, un eclipse se produce cuando la Luna se pone entre el Sol y la Tierra y no deja pasar la luz. Terminará en unos pocos minutos.

Dicho y hecho. El eclipse se acabó unos minutos más tarde, pero Antonio seguía interesado en lo que había pasado y le preguntó a Gloria todo lo que sabía sobre eso. Ella le respondió todo lo que sabía y le contó que en los libros que había escondido había más información. Antonio fue a por los libros y los dos leyeron todo el día, aunque eso no fue suficiente para el toro, que ya estaba por completo fascinado con las estrellas, los planetas y el espacio exterior.

—Podemos usar el telescopio —le dijo Gloria a Antonio.
—Sí —le respondió—. Hay que usar el telescopio. 

Los dos fueron a por el telescopio y estuvieron observando toda la noche, y la siguiente noche y la siguiente también. Antonio se quedó maravillado ante todo lo que veían sus ojos y quiso saber más y más. Gloria le ayudó en todo lo que pudo y al pasar los días el toro se dio cuenta de todo lo mal que había hecho y quiso compensarlo.

Siguiendo el consejo de Gloria, Antonio puso los libros donde todos pudieran tomarlos y leerlos para que conocieran sobre lo que quisieran. Y su biblioteca se volvió tan grande y llena de libros interesantes que vacas y toros de otros campos iban hasta ese campo para leer y conocer sobre otros lugares lejanos y otras cosas desconocidas para ellos.

E iban, sobre todo, porque podían usar el telescopio de Gloria al que ya nunca más le pusieron ningún candado y con letras grandes tenía escrito: ¡LAS VACAS SÍ MIRAN LAS ESTRELLAS!

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