Mentirosos

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Voy a emparejar aquí, a la ligera, a dos personas. Voy a decir este hizo esto y este otro hizo lo otro, como si estuvieran relacionados. Voy a hablar de mentirosos enfermizos, desconociendo las patologías. Que no se escandalicen los terapeutas que pasean sus manuales de diagnóstico en el bolso. No pretendo solucionar enigmas clínicos de dos en dos. Tan solo que os maravilléis conmigo de la oscuridad de la mente humana. Que cantemos al unísono: «¿Cómo puede ser?».

TEXTO POR ROSER BASTIDA
ILUSTRADO POR MARÍA ZAFRILLA
ARTÍCULOS
CULTURA | MEDICINA
17 de Febrero de 2020

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Hace mucho que no leo a Emmanuel Carrère, pero encuentro su libro nuevo en la biblioteca. Me acuerdo de Jean Claude Romand, porque Carrère vuelve a dedicarle unas páginas. Pienso, ¿qué habrá sido de Jean Claude? Lo busco en Google. Todas las fotos que me salen son de los noventa, y me parece que tiene cara de actor de cine. Si hubiera tenido que inventarme un oficio para él, habría sido el de actor, definitivamente, pero él escogió inventarse el de médico. Pues bien, este junio salió de la cárcel, después de veintiséis años, y vive en un monasterio benedictino.

Jean Claude fue condenado por haber asesinado a su mujer, a sus hijos y a sus padres. A todos el mismo día. Después tomó barbitúricos y quiso matarse quemando su casa desde dentro. De todas las almas apellidadas Romand que tocaron la puerta de la muerte aquel día (que como ya ha podido verse, fueron muchas), hubo una que no fue aceptada: la suya. Jean Claude fue rescatado por los bomberos y sobrevivió después de tres semanas en coma. Pero ¿qué llevó a este hombre a cometer estos crímenes? Aquí está la historia que Carrère cuenta en su libro El adversario.

Resulta que Jean Claude llevaba dieciocho años fingiendo que era médico y que trabajaba en la sede principal de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en Suiza. Se ponía el despertador temprano, se vestía, desayunaba, daba un beso a los niños, le decía a su mujer «Hasta la noche, cariño», se metía en el coche y se iba a un parque a dejar que las horas pasaran. Cada día durante dieciocho años. Fascinante. El dinero para vivir lo conseguía estafando a amigos y familiares a quienes hacía creer que les abría cuentas en Suiza. Un día se sintió atrapado por sus mentiras y pensó que lo único que podía hacer era matar a su familia y suicidarse.

Leí El adversario hace un par de años. Me lo llevaba a todas partes. Leía mientras comía, mientras andaba por la calle, en la cola del supermercado: quería entender a Romand, necesitaba saber más sobre su historia. ¿Qué sentía cuando salía por la puerta de su casa cada mañana? ¿Cómo había llenado las horas muertas durante esos años? ¿Había algún momento del día en el que creía, realmente, que era un médico que trabajaba para la OMS? Aunque Carrère es un genio, no consigue dar respuesta a estas preguntas.

La historia de Romand me hace pensar en la de Paolo Macchiarini. Me parecen las caras opuestas de una misma moneda deformada y defectuosa. Macchiarini sí que era médico, pero en su currículum hay tantas invenciones que uno haría bien en dudarlo. Se hizo famoso a principios de la década del 2010 por ser el primer cirujano en hacer trasplantes de órganos sintéticos. Substituía tráqueas enfermas o lesionadas por tráqueas de plástico que recubría de células madre de los pacientes. Se suponía que el cuerpo aceptaba el plástico y creaba nuevos vasos sanguíneos para irrigar el órgano artificial. En el futuro no tendríamos que sufrir por la falta de donantes: los órganos de plástico iban a revolucionar la medicina. Era considerado una eminencia en el campo de la regeneración y uno de los cirujanos más famosos del mundo.

Tanto fue así, que la televisión estadounidense NCB quiso hacerle un reportaje. La productora, Benita Alexander, y él se enamoraron, y empezaron un romance que mantenían en secreto para que Benita pudiera continuar con su trabajo. Se besaban en las góndolas de Venecia, brindaban en Santorini, cenaban en Nueva York y cerraban candados de amor eterno en vete a saber qué puente. Después de nueve meses de noviazgo, Paolo le pidió matrimonio y ella aceptó.

El mismo Papa de Roma iba a casarles, porque Paolo era su médico personal. También era el doctor de confianza de los Obama, los Clinton, los Putins y Sarkozy, y todos iban a venir a la gran boda, en la que cantaría Andrea Bocelli. Iba a ser el evento del año. Benita explicó a la NBC su relación y dejó su puesto de productora. Pronto sería la esposa de Macchiarini y se mudarían a vivir a Europa.    

Unos meses antes de la boda, empezó a haber polémica con el trabajo de Macchiarini: todos los pacientes que habían sido operados (en reconocidos hospitales de todo el mundo como el Karolinska Institute de Estocolmo o el Clínic de Barcelona) habían presentado complicaciones muy graves y la mayoría habían muerto. Aparecieron especialistas que decían que estaba actuando de forma totalmente irresponsable, al aplicar directamente en los pacientes técnicas que no habían sido probadas antes en animales.

En ningún hospital se le cuestionó a Macchiarini si previamente había hecho las pruebas necesarias, porque era tan evidente que tenía que ser así, que se daba por sentado. Hasta ese momento, nadie le había puesto en duda porque su prestigio le avalaba. Los pacientes se morían, pero él continuaba planeando nuevas operaciones como si no estuviera pasando nada.

Benita recibió un correo con el asunto «The Pope». Una amiga le decía que había leído que el Papa planeaba estar en Latinoamérica justamente el día que iban casarse. Debía tratarse de un error. Benita comenzó a sospechar. Contactó con el Vaticano, con la Casa Blanca y con Andrea Bocelli: nadie sabía quién era Macchiarini ni de qué boda les estaba hablando.

Paolo se lo había inventado todo, ¿cómo podía ser? Era evidente que se iba a destapar tarde o temprano. El Papa no iba a oficiar la boda y los Obama no iban a estar en ninguna parte. ¿Para qué montar toda esta historia? ¿Con qué objetivo? Benita ya le había dicho que sí que iba a casarse con él, no necesitaba convencerla con mentiras. ¿Le divertía el reto de intentar salir airoso de sus engaños, como quien se entretiene rellanando sudokus?

El escándalo personal y el profesional llegaron al mismo tiempo. Echaron a Paolo de los hospitales en los que había trabajado (o dejaron la puerta abierta para que se fuera), y tres de sus publicaciones científicas fueron retractadas. La policía sueca investigó el caso y en 2017 hubo un juicio del que incomprensiblemente salió sin cargos. Un año después, la fiscalía sueca reabrió el caso. Por su parte, Benita descubrió que Paolo tenía otras amantes y que seguía casado con la mujer de quien decía haberse divorciado (por lo que era imposible que la boda se celebrara).

En un desfile de personas incomprensibles Paolo y Jean Claude avanzan de la mano. Aunque uno rozara con los pies la cima del éxito y el otro la arenilla de un parque de suburbio, sus cerebros están cerrados con una llave parecida. Uno tiene dentro un viento que lo empuja y el otro un aire muerto que lo abate, pero a ambos se les escapa de las manos, como una sierra mecánica en marcha, la bendita herramienta de la mentira.

 

MÁS INFORMACIÓN

—Carrère, E. (2000), El adversario. Anagrama
—Lindquist, B. (2016), Experimenten. Documentary series.
Vanity Fair: The Celebrity Surgeon Who Used Love, Money, and the Pope to Scam an NBC News Producer
The Lancet: The final verdict on Paolo Macchiarini: guilty of misconduct

 

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