Más allá del suelo
20 de Febrero de 2020
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En un bosque cualquiera, cerca de una localidad cualquiera, vivía un roble de casi treinta metros de altura. Se desconocía la edad exacta del árbol, pero se rumoreaba que podía tener más de cien años. Al menos eso parecía indicar su grueso tronco. Eran cientos las especies de animales y plantas que habitaban ese bosque y, sin embargo, nada llamaba más la atención que ese roble. Cada vez que alguien pasaba por su lado no podían evitar pararse maravillados ante su belleza sobrecogedora. Sus majestuosas ramas tapaban el cielo a todo aquel que se encontrase lo suficientemente cerca. A los pies del roble, entre hojas y ramas caídas, apenas se podía distinguir a una diminuta seta asomando de la tierra. Cuando alguien se acercaba al roble, la pequeña seta se sentía celosa de las miradas de admiración que recibía su compañero. Un día, observando con fascinación la altura del roble, la seta le dijo:
—¡Que alto eres! No me extraña que siempre vengan a verte. Entre tantos arbustos y flores, realmente destacas. En cambio, a mí nadie viene a verme… soy minúscula y poco importante.
—Que no te engañe tu pequeño tamaño —respondió el roble con seriedad—. Eres mucho más importante de lo que crees.
—¿Yo? —Preguntó la seta—. ¡Pero si no hago nada! No soy importante para ningún animal, como lo eres tú. Los pájaros no se posan en mí, como lo hacen en tus ramas para crear sus nidos. Además, das de comer a muchos animales con tus frutos. ¡Siempre vienen ardillas a alimentarse de tus bellotas! Y fíjate en los humanos, todos te miran perplejos por tu altura. Se maravillan de tu belleza y te tratan como un ser indispensable en este bosque.
—Pero tú eres tan indispensable como yo, ¿acaso no lo sabes?
—¡Claro que no! —Contestó confusa. ¿Como podía comparar la importancia del roble con la de una pequeña seta?
—Tú eres indispensable para mí —afirmó el roble.
—¿Yo? ¿Por qué?
—Mira debajo de la tierra. ¿No ves que estamos conectados?
La seta se quedó pensativa un momento, mirando hacia el suelo, y contestó:
—Claro, yo soy muy pequeña y apenas me llega la luz del sol. Así que necesito tomar nutrientes prestados puesto que tú tienes acceso de sobra a ellos, ¡eres tan alto!
—Sí, yo obtengo muchas vitaminas gracias a todo el sol que recibo, pero no puedo conseguir todos los nutrientes que necesito —le explicó el roble.
—¿Ah no? —se extrañó la seta.
—¡No! Fíjate en mis raíces.
—¡Tienes unas raíces grandes y fuertes!
—Exacto, tengo unas raíces muy grandes. Necesito tener unas raíces muy grandes para sostener mi gran tronco. Pero tienen desventajas, ¿sabes?
—¿Que desventajas son esas? —preguntó curiosa.
—Como bien sabrás, yo uso mis raíces para absorber agua y otros nutrientes minerales de la tierra.
—Sí, eso lo sabía —afirmó la seta orgullosa—. Yo también tengo una especie de raíces, aunque las llamo hifas. Pero son muy pequeñas y finas comparadas con las tuyas.
—Precisamente. Cuanto más pequeñas son, más cantidad de agua y nutrientes pueden absorber. Por lo que tú absorbes muchísimo más de lo que yo podría llegar a absorber con mis grandes raíces.
—¿En serio?
—Claro. Por eso, aunque tú pienses que te aprovechas de las vitaminas que obtengo del sol, yo me aprovecho del agua y nutrientes que tú absorbes del suelo —le explicó el roble—. Si no estuviéramos conectados yo no podría sobrevivir. Y jamás me hubiera hecho tan alto y tan fuerte.
—¡Vaya! Me sorprende que alguien tan pequeño como yo pueda servir de ayuda a alguien tan fuerte como tú.
—Lo haces. Y no solo eso. Como tus hifas rodean a mis raíces, me proteges de posibles enfermedades que pueda tener —añadió el roble.
—¿Enfermedades? —preguntó asustada la seta.
—Bueno, cuando el suelo es muy salado o la temperatura cambia mucho, puede afectarme, ¿sabes? Pero tú me proteges de todo ello.
—Hala, no sabía que fuera tan importante —dijo la seta sintiéndose orgullosa de repente.
—Y los robles no somos los únicos árboles que necesitamos a pequeñas setas como tú. Por ejemplo, los pinos que más años viven también tienen setas conectadas a sus raíces.
—Entonces… ¿es bueno para los dos que vivamos conectados? —preguntó la seta.
—Sí. Los humanos tienen una palabra para describir nuestra relación. Dicen que tenemos una relación simbiótica, porque ambos nos beneficiamos de estar conectados. Ese es el principio de la simbiosis: es mucho mejor para los dos vivir juntos que separados —le explicó el roble.
—¡Relación simbiótica! —Repitió la seta y, tras estar callada un momento, continuó—. Me alegra poder ser de ayuda. A veces, cuando te miro desde abajo me siento muy diminuta e insignificante, ¿sabes? Nadie me da importancia, piensan que no soy útil.
—Todas las especies del ecosistema son importantes. Hay mucho mas allá de lo que ven nuestros ojos. Así que, la próxima vez que veas pequeñas setas como tú a los pies de un árbol, no las menosprecies. Recuerda que hay todo un mundo que ignoras bajo el suelo.
Y desde ese día, la seta jamás se volvió a sentir insignificante, porque comprendió que cada especie, por minúscula que sea, es imprescindible.
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