Puquy

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Texto finalista del segundo concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento.
Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR CHRISTIAN BENJAMÍN ZEÑA BARRIOS
ILUSTRADO POR LAUFER
KIDS
27 de Febrero de 2020

Tiempo medio de lectura (minutos)

En un lejano pueblo de algún país muy pobre, donde las casas, hechas de barro y caña, parecían temblar de miedo por la furia de los ríos que bajaban desde las montañas; donde los niños eran tan delgaditos que jugaban columpiándose como monos entre las ramas; donde los adultos cosechaban las tierras de otros; donde haber aprendido a compartir llenaba más el cerebro que comida en los estómagos; ahí, en ese desamparado lugar, se encontraba el hogar de la pequeña Puquy.

Puquy vivía con su padre, don Lalo, quien trabajaba como agricultor en una hacienda que se encontraba a varios minutos de caminata. Don Lalo solía salir por las mañanas dejando el desayuno listo para Puquy y regresaba por la noche luego de avisar a su patrón del final de sus labores. Su patrón confiaba mucho en él, era un hombre muy trabajador.

En un día de fuerte lluvia, don Lalo decidió llevar a la pequeña Puquy a la hacienda. La pequeña Puquy le tenía miedo a los truenos y relámpagos: «no me quiero quedar sola en casa», le pidió a su padre. Don Lalo creyó que sería buena idea que Puquy viera cómo se trabaja la tierra. «Pero sin hacer travesuras, te comportarás como una niña buena», advirtió. Y así marcharon juntos camino a la hacienda. Al llegar, fue la primera vez que la pequeña Puquy vio deliciosas frutas de distintos colores. Ella amaba los colores, pensaba que era el rostro de la naturaleza. Sin embargo, esta visita fue clave y decisiva para la pequeña Puquy, pues observó que la mayoría de las frutas eran esféricas y de diferentes tamaños, lo cual le llevó a formular la siguiente pregunta: «¿por qué?». ¿Por qué la mayoría de las frutas son esféricas? ¿Por qué tienen esa forma? ¿Qué es lo que las hace crecer así? ¿Por qué no pueden ser cuadradas o triangulares o rectangulares? No sabía cómo responder a ese misterio. La mente de Puquy se empezó a llenar de dudas. «Quizá los adultos me puedan ayudar», pensó, y ya que la hacienda contaba con empleados que se dedicaban al cultivo de frutas, se aventuró a interrogarlos. Don Lalo fue el primero.

—¿Papá, por qué la mayoría de las frutas son esféricas?
—Porque así es más fácil abrirlas y comerlas —contestó don Lalo sin dejar de trabajar la tierra.

Pero eso no respondió a la pregunta de Puquy. Decepcionada, la pequeña dejó a su padre y corrió hasta la hacienda. Entró por la cocina. Vio a una señora que cortaba algunas verduras. Era la cocinera. Entonces se acercó a preguntar.

—Señora, ¿por qué la mayoría de las frutas son esféricas?

La cocinera dejó de cortar las verduras para ver a la niña, no sabía quién era.

—Pues porque así se ven más sabrosas para comerlas —contestó la cocinera.

Pero eso tampoco respondió a la pregunta de Puquy. La pequeña abandonó la cocina y se dirigió a las habitaciones, que había muchas por los pasillos. Entró a una de ellas y encontró a una mujer que cuidaba al bebe del patrón. Se acercó a preguntar.

—Señora, ¿por qué la mayoría de las frutas son esféricas?

La niñera dejó de mirar al bebe para observar a la pequeña puquy, sin saber qué responder. —Pues porque así les gusta a los niños —contestó.

Pero eso tampoco respondió a la pregunta de Puquy. La pequeña dejó que la niñera siguiera cuidando del bebe y salió hacia la entrada principal de la hacienda. Ahí se encontró con un hombre de gran autoridad, alto y fornido. Era el viejo capataz. Seguro que él tenía la respuesta.

—Señor, ¿por qué la mayoría de las frutas son esféricas? —Preguntó.

¡Pues porque así las hizo Dios, niña! ¡Y no hagas preguntas! —Gruñó el viejo.

Pero eso tampoco respondió a la pregunta de Puquy. Quedó frustrada.

Al llegar la noche, luego que don Lalo se despidiera de su patrón, padre e hija se encontraban de regreso a casa. Sin embargo, la pregunta que Puquy hizo a su padre lo había dejado intrigado. Don Lalo había cultivado frutas desde muy joven, pero jamás se había preguntado por qué la mayoría de ellas eran esféricas.

—Puquy, ¿lograste saber lo que me preguntaste hoy por la tarde?
—Ni una pista» —contestó Puquy mientras don Lalo se quedaba pensativo.
—¿Te gustaría que lo descubriéramos? —sugirió don Lalo segundos después mientras Puquy parecía renacer.
—¿Cómo lo podríamos descubrir? —preguntó la pequeña Puquy.

Don Lalo se volvió a quedar pensativo. De pronto recordó que llevaba una bolsita de semillas en su bolso porque su patrón le había ordenado que las plantara al día siguiente, ya que ese día había estado lloviendo y podrían echarse a perder. Quizá su patrón no se daría cuenta si cogiera unas cuantas...

—¡Tengo una idea! —chilló de repente don Lalo, asustando a Puquy.
—¿Qué idea, papá? —preguntó.
—Ya verás cuando lleguemos a casa —respondió don Lalo.

Cuando llegaron, las lluvias habían cesado y los cielos estaban despejados, dejando al descubierto un mar de estrellas. Don Lalo decidió poner en marcha su plan.

—¿Qué haces, papá? —preguntó la pequeña Puquy al ver que su padre sacaba sus herramientas junto con unas cuantas semillas de la bolsita.

—Mira, Puquy, estas son semillas de naranja. Las plantaremos en nuestro pequeño jardín para observar su crecimiento y así poder descubrir por qué la mayoría de las frutas son esféricas —contestó. Los ojos de Puquy se abrieron con mucho entusiasmo.

Esa misma noche plantaron las semillas de naranja. Al día siguiente, la pequeña Puquy se levantó más temprano para traer agua de la quebrada y regar la tierra que daría como frutos naranjas. Pasaron semanas y sus ramas crecían como brazos enredados, formando poco a poco la copa del árbol naranjero. Cuando aparecieron las primeras naranjas eran pequeñas, pero Puquy, por más que las observaba, no podía responder por qué el árbol naranjero las formaba esféricas. Lo único que ocasionó fue la presencia de pájaros que volaban hambrientos sobre el techo de su casa.

Con el pasar del tiempo, las primeras naranjas comenzaron a caer. Se veían deliciosas. Puquy las recogió y las metió en una canasta. Luego abrió una a la mitad, observando los bordes y el jugo que resbalaba por sus dedos. Eran las naranjas más sabrosas que había probado. Mientras comía con una mano, botaba las semillas en la otra, y en un descuido, algunas cayeron al suelo. Los pájaros tomaron rienda suelta y volaron hasta Puquy. La pequeña Puquy se asustó y cubrió de inmediato las que tenía en la mano. Los pájaros no lograron arrebatarle sus semillas. Segundos después, Puquy tiró su pedazo sin importarle que los pájaros se lo llevaran, pues se dio cuenta del por qué la mayoría de las frutas son esféricas cuando protegió las semillas formando puño. Recordó que los pájaros ponen huevos y que estos son esféricos, recordó que los caracoles y erizos también toman estas formas para protegerse de las amenazas.

—¡La naturaleza crea esferas por protección! ¡Lo hice! ¡Yo lo hice! —festejaba Puquy.

Esa misma tarde, Puquy se pasó ideando un plan para que todos en el pueblo tuvieran un árbol naranjero en sus casas. Se emocionó al darse cuenta que podría dar de comer a su pueblo y que no solo podría plantar naranjas sino también otra clase de frutas. Se convirtió en una tarde de sueños y fantasías, que pronto se harían realidad.

Cuando llegó don Lalo, fue muy confuso para el pobre ver tanta algarabía en su casa.

—¡Papá, debemos plantar un árbol naranjero en cada casa del pueblo! —dijo la pequeña Puquy.
—¿Árbol naranjero? ¿De qué estás hablando, Puquy? —preguntó don Lalo, pues ya lo había olvidado.

La pequeña Puquy llevó a su padre al jardín trasero.

—¡Mira! —dijo señalando el árbol naranjero.

Don Lalo quedó impresionado. La pequeña Puquy le contó todo lo que había hecho para descubrir por qué la mayoría de las frutas son esféricas. Al comprenderlo, don Lalo se comprometió a traer semillas de la hacienda donde trabajaba y repartirlas por el pueblo. Después de todo, todos eran excelentes agricultores.

Y así fue como lo hicieron. Pasaron dos años y las casas ya contaban con árboles de diferentes frutos.

Finalmente, por aquellos días, en una tarde mientras el sol se ocultaba, Puquy se encontraba tendida en el pasto, mirando con atención el ocaso. En ese instante, algunas preguntas pasaron por su mente: «¿Por qué existe el día y la noche?»,

«¿Por qué hay sol y luna?», «¿Por qué las estrellas brillan?». El silencio se apoderó de sus pensamientos. Lo peor de todo era que, probablemente, los adultos que la rodeaban no tendrían la respuesta, pero no importaba porque ella había demostrado que podía responder acudiendo a la observación y el experimento. Era fascinante ver cómo una respuesta podía llevar a otra pregunta, por lo que, devolviendo la vista al cielo, gritó: «¡Lo descubriré!».

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