La guerra (biológica) de la castaña

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¿Tiene el magosto —fiesta en algunas regiones del norte peninsular vinculada a la recolección de la castaña— los días contados? ¿Corre el riesgo el inconfundible aroma de las castañas asadas, ese que recorre con deleite las frías calles invernales, de desvanecerse para siempre en la niebla del olvido?

TEXTO POR ESTEBAN G.R. LUNA
ILUSTRADO POR HARRY PATOS
ARTÍCULOS
BIOLOGÍA | CONTROL DE PLAGAS
5 de Marzo de 2020

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Invasión

Resulta difícil de aceptar que la amenaza sea una simple avispa del tamaño de un grano de arroz. Pero su fama le precede. A semejanza del legendario Atila, Dryocosmus kuriphilus, más conocida como avispilla del castaño, viene de dejar a su paso un reguero de desolación en el largo periplo desde su origen en la remota Asia hasta su llegada a occidente.

Pocos castaños son capaces de resistir su acometida. Las picaduras de este diminuto insecto en las yemas y las hojas de esos árboles, a través de las cuales inyecta sus huevos, provoca unas malformaciones llamadas agallas que los debilitan y ralentizan su crecimiento. Se producen hinchamientos en los tejidos que suelen medir entre cinco y veinte milímetros de diámetro, de color verde a rojizo y que se localizan en las ramillas jóvenes y en los peciolos (zona por la que se une la hoja al tallo) y los nervios centrales de las hojas. Muchas de esas hojas se caen y, con ello, la actividad fotosintética del árbol disminuye. A la larga, esto acaba por devaluar su madera y, lo más importante, por reducir de manera drástica su producción de frutos. Las pérdidas en la cosecha de castañas, bien lo saben los que ya han sufrido los estragos de la plaga, pueden llegar a ser casi totales tras pocos meses de infección.

La globalización descontrolada, ese demoledor torbellino que amenaza con llevarse por delante no solo esta sino muchas otras tradiciones locales, ha servido de vehículo para la propagación de esta especie foránea. Como ya lo ha sido para muchas otras antes. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés) lo dejaba claro en un informe de 2010. Por sí sola, la avispilla del castaño tiene una limitada capacidad de dispersión de unos pocos kilómetros al año, pero el tráfico de material vegetal infectado, de la mano del hombre, es lo que ha hecho posible que se distribuya por casi todo el planeta. Desde China viajó hasta Japón, después Corea, EE. UU., Nepal y, por último, a Europa.

En España aterrizó en 2012, en Cataluña y, hasta la fecha, ya se ha detectado su presencia en la mayoría de las comunidades autónomas. Aunque también acecha desde Portugal, donde se registró por primera vez en mayo de 2014, en la región de Barcelos, en el litoral norte del país. Y su avance, por ahora, se antoja imparable. Los productos químicos convencionales se han mostrado ineficaces para contener su propagación, dado que los estados de crecimiento inmaduros de la avispilla (los huevos, las larvas y las pupas) se desarrollan protegidas de los insecticidas dentro de esas agallas. Y los medios mecánicos, como las talas, las podas o las quemas, también fracasan, porque suelen pasar por alto las infecciones que aún no han mostrado sus síntomas. Algunos técnicos han propuesto desarrollar variedades de castaños que resistan el ataque del invasor. Esto, aunque podría ser una buena estrategia para las nuevas plantaciones, tampoco parece que sea la solución definitiva, ya que no ayudaría a las miles de hectáreas de castaños que ya existen.

Para hacernos una idea de lo que estamos hablando, valgan los siguientes apuntes. La superficie de castaño dedicada a la producción de fruto ronda en España las 110 000 hectáreas, que se concentran en Galicia (70 000 hectáreas), Castilla y León (28 000 hectáreas), Andalucía (9000 hectáreas) y Extremadura (3000 hectáreas). No obstante, hay otras autonomías como Asturias, Cantabria, Islas Canarias, Navarra y País Vasco que también cuentan con importantes extensiones de castaños, si bien su principal objetivo productivo no es el de la recolección de fruto, sino el maderero. En total, el castaño actualmente ocupa una superficie superior a las 300 000 hectáreas en nuestro país, en torno al 0,6% del territorio.

Plan de contingencia

Así que solo queda ir a la guerra. A la guerra biológica. Emplear seres vivos para que eliminen, devorando, parasitando o infectando hasta la muerte, a otros organismos cuya presencia es perjudicial para el ser humano es ya una práctica habitual en multitud de situaciones. Es lo que se denomina control biológico y, en los cultivos agrícolas, donde más se ha generalizado su uso, supone una excelente alternativa natural a los productos químicos, a veces tóxicos y perjudiciales para el medio ambiente. El fin último del control biológico es la reducción de las poblaciones de las plagas a unos niveles que no causen (demasiados) daños económicos y que, al mismo tiempo, garanticen la supervivencia del agente que las controla. Entre los mayores exponentes de este tipo de lucha biológica se encuentran numerosas especies de artrópodos depredadores y parasitoides (arañas, ácaros, escarabajos, avispas, moscas, etc.), aunque cada vez es más común el alistamiento de otras especies pertenecientes a grupos biológicos diferentes como bacterias, hongos, nematodos o virus.

Atendiendo a su concepción más teórica, el control biológico puede llevarse a cabo de tres maneras distintas, cada una de ellas con unas características singulares con importantes implicaciones medioambientales. El control biológico clásico consiste en la introducción de una especie exótica para el control de una plaga, con el objetivo de que esa especie se establezca de forma permanente y pase a formar parte de la fauna local. El control biológico aumentativo, por el contrario, trata de incrementar la población de los posibles enemigos que ya ocurren naturalmente en el área en cuestión mediante crías en laboratorio, para luego liberarlos en gran cantidad varias veces al año. Por último, el control biológico por conservación se basa en la modificación del entorno natural y de las prácticas agrícolas o forestales existentes, con el fin de proteger y fomentar la población de enemigos naturales ya presentes en la zona. Muchas veces, es la combinación de todos ellos lo que acaba por resolver el problema.

Curiosamente, en lo que respecta a la avispilla del castaño se ha observado que en algunos lugares de su zona nativa en China sus poblaciones se mantienen bajas y no provocan los daños que se han ido registrando en los castañares del resto del mundo. Se sabe que eso es debido a la actividad de sus enemigos naturales locales, en concreto a la de otra pequeña avispilla parasitoide de nombre Torymus sinensis, cuyas hembras depositan sus huevos en las agallas que forma Dryocosmus kuriphilus a principios de primavera, para que las larvas que salgan de los huevos del parasitoide se alimenten de las de la plaga. Pero esta especie no vive naturalmente en los países en los que se ha ido asentando la avispilla del castaño. En Europa, según EFSA, las especies locales apenas alcanzan niveles de respuesta significativos frente a la plaga, así que solo cabe el control biológico clásico. La especie exótica Torymus sinensis se postula como la única barrera de defensa eficaz capaz de hacer frente a la invasión de la avispilla del castaño, con un ciclo de vida que se sincronice con el de esta.

El gabinete de crisis

En noviembre de 2014, en el marco de la Feria Internacional de la Castañicultura (Biocastanea), el Bierzo se convirtió en la improvisada sede de unas jornadas científico-técnicas que reunieron a los principales investigadores que luchan contra las plagas del castaño. A la cita acudió también el científico Seiichi Moriya, el primer técnico que se enfrentó a la plaga una vez que esta salió de China. El salón de la UNED en Ponferrada estaba lleno para seguir la charla del enjuto japonés de pelo cano. No era para menos. La especie, a la que ha dedicado gran parte de su carrera, se ha convertido en la pesadilla recurrente con la que sueñan los productores de castaña de medio mundo.

Tras más de treinta y cinco años trabajando con este insecto, Moriya, ya jubilado, lanzaba la recomendación de «hablar con los italianos, que tienen mucha experiencia con este problema». El país transalpino fue el que recibió la primera oleada de ataques en Europa en 2002, y allí ya se llevan tiempo realizando sueltas masivas de Torymus sinensis, siguiendo la estela de los casos japonés y estadounidense, países en los que el problema ya venía de más antiguo.

El profesor Moriya comenzó su exposición sobre la avispilla del castaño remontándose al periodo entre 1979 y 1981, cuando supervisó la suelta de doscientas sesenta hembras de Torymus sinensis en castañares japoneses para ver su efecto sobre la plaga. Hacia 1986, las poblaciones del parasitoide ya se habían multiplicado por veinticinco y se había convertido en el agente de control más eficaz de la avispilla del castaño. A partir de entonces, la dispersión de Torymus sinensis se sincronizó con la de Dryocosmus kuriphilus, lo que permitió alcanzar un control biológico efectivo, con niveles de ataque sobre castaños que se situaban por debajo del umbral del 30%. Algo muy parecido a lo que ya se había logrado en EE UU hacia finales de la década de los 70.

Por eso, dados los antecedentes, desde la detección de la especie en España, los potenciales afectados no han dejado de movilizarse y de presionar al Ministerio de Agricultura para que se apruebe el uso de esa especie exótica para combatir al enemigo común. Los damnificados argumentan que en los países de nuestro entorno ya se está librando una guerra sin cuartel contra la plaga. En Francia, la administración competente ha autorizado sueltas controladas de Torymus sinensis con fines científicos y en Italia, el primer país europeo afectado, incluso ya se ha permitido la comercialización de la avispilla parasitoide, si bien las primeras introducciones presentaron problemas para que el ciclo de vida de esta se adecuase temporalmente al de la avispilla del castaño.

En Portugal también se llevaron a cabo sueltas controladas pero, según el Decreto-Ley 565/99 del país luso, no se podrán volver a realizar hasta que haya una evaluación ambiental de las ya efectuadas. Uno de esos estudios lo llevó a cabo el equipo de José Alberto Cardoso Pereira, profesor de la Escola Superior Agrária de Bragança (ESA-IPB), en el norte del país, quien confirmó que efectivamente el Estado portugués había tenido que realizar sueltas masivas de la especie Torymus sinensis en las zonas donde se habían constatado mayores ataques de la plaga, a pesar de que eso iba en contra de la regulación de introducción de especies exóticas.

El trabajo del profesor Cardoso Pereira se centró en la recogida de datos sobre los posibles factores que pudiesen limitar las poblaciones de la avispilla del castaño en Portugal de manera natural, sobre todo en relación a sus posibles agentes de control biológico. Que ese estudio estuviese auspiciado y financiado en el ámbito de una red de experimentación y transferencia para el desarrollo del sector agropecuario y agroindustrial entre España y Portugal (RED/AGROTEC), da una idea de la importancia de la amenaza. Las invasoras no entienden de fronteras.

Tras meses de muestreos en campo entre 2014 y 2015, se identificaron diez potenciales especies de parasitoides autóctonos que, en diferentes proporciones y frecuencia, emergieron de las agallas de castaño recogidas. Sin embargo, aunque los resultados fueron prometedores para un par de esas especies (Eupelmus annulatus y Megastigmus dorsalis), que mostraron una abundancia relativa mayor y una presencia relativamente constante, los resultados del trabajo se alineaban con las conclusiones del informe de EFSA de 2010: el reclutamiento de organismos nativos no parece suficiente para dar respuesta rápida al problema.

Preparando la ofensiva

Entonces, ¿por qué en España aparentemente no se hace nada si ya se ha demostrado que Torymus sinensis es una herramienta eficaz y ya se han realizado liberaciones en otros países del entorno? Pues sencillamente porque ese no es un asunto de política comunitaria. Aunque la avispilla del castaño es una plaga de cuarentena en toda Europa, son los distintos países los que tienen la última palabra sobre lo que quieren hacer con ella en su propio territorio. Además, las especies italianas o francesas no son las mismas que en España y, por eso, los expertos defienden que este es un asunto que se debe afrontar caso por caso.

En nuestro país existe una legislación específica que lo regula. En concreto, el apartado primero del artículo 44 de la Ley 43/2002 de Sanidad Vegetal, que establece que «la introducción en el territorio nacional, distribución y liberación de organismos de control biológico exóticos requerirán la autorización previa del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, previo informe del Ministerio de Medio Ambiente (ahora de Transición Ecológica) sobre el posible impacto ambiental y de afección a la biodiversidad», tanto si es para investigación y desarrollo, como si se pretende utilizar como plaguicida biológico.

Lo que ocurre es que, mientras las rigideces estructurales propias de la ciencia impiden que se llegue a tiempo para estudiar y resolver este tipo de problemas acuciantes, los mensajes que llegan desde el frente de batalla no dejan de ser alarmantes. En mayo de 2015, la Red Estatal del Castaño, órgano que agrupa a los representantes del sector de la castañicultura de las regiones productoras más importantes de España, calificaba la situación de «catástrofe ambiental y económica». La preocupación del sector español del castaño ante la expansión de Dryocosmus kuriphilus era máxima y así se lo hicieron saber al Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (Magrama) en repetidas reuniones. En ellas se le insistía a la administración central de la necesidad de aprobar la suelta masiva del parasitoide Torymus sinensis para atajar la amenaza. El presidente de la Indicación Xeográfica Protexida (IXP) Castaña de Galicia, Jesús Quintá, presente en las reuniones, llegó incluso a declarar que si no se autorizaba la medida, en Galicia, la principal región productora a nivel nacional, se iba a empezar a hablar de castaña «en pasado». La respuesta del Ministerio fue y ha sido desde entonces siempre la misma: hay que cumplir con la legislación vigente y los informes técnicos que avalan la seguridad de emprender esa acción aún no han terminado.

El permiso depende en gran medida de un estudio que está llevando a cabo el grupo del investigador José Luis Nieves Aldrey, del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) del CSIC. Su labor comenzó en mayo de 2017 y estaba previsto que finalizase a lo largo de 2019. Su trabajo, parecido al del portugués Cardoso Pereira, se centra en ver cómo podría afectar la suelta a gran escala del parasitoide de la avispilla a la fauna que está ya presente de manera natural en nuestros ecosistemas. En opinión del científico, que ya ha entregado algunos trabajos preliminares con «resultados optimistas», una introducción masiva de una especie exótica como Torymus sinensis «genera incertidumbres que hay que despejar para estar seguros de que no afecta a otras comunidades de avispas de las agallas autóctonas y sus parasitoides, que viven en los robles y comparten hábitat con los castañares».

Respecto a los catastróficos datos que manejan los damnificados, que indican que la plaga causa pérdidas de producción de hasta el 80%, Nieves Aldrey cree que se trata de «una cifra muy alta como estimación generalizada» y defiende que, como su entrada en España es relativamente reciente, «aún no se puede cuantificar con suficiente realismo cuál es realmente la pérdida de producción». Como cabría esperar, estas declaraciones no sentaron nada bien en el seno de los productores de castaña y la respuesta no tardó en producirse. Apenas cuatro días después la Red Estatal del Castaño tachaba de «negligentes» las declaraciones realizadas por el investigador del CSIC y argüía que, debido a las mismas, seguía viendo «peligrar los castañares ibéricos».

Sin embargo, tampoco es cierto que, en contra de lo que defienden algunos de los afectados, no se esté haciendo nada para resolver el problema. Varias administraciones autonómicas, con el visto bueno del Ministerio, llevan autorizando experimentos con el parasitoide desde hace años. Últimamente, incluso se ha ido incrementando el número de individuos que se han liberado, hasta más de un millón y medio de ejemplares de la pasada primavera solo en Galicia, y se han ampliado las zonas en las que esto se hace en determinados puntos de la propia Galicia, Andalucía y Asturias.

En cualquier caso, con independencia de lo que finalmente decida el Ministerio, aunque todo apunta a que dará luz verde a la ofensiva en breve, Nieves Aldrey cree que la suelta masiva de este potencial agente de control biológico no será «la panacea». Las experiencias de otros países apuntan a que Torymus sinensis podría tardar hasta siete años en implantarse y controlar las poblaciones de la plaga hasta «límites razonables».

Lo que nos lleva de vuelta a 2014, a la charla del profesor Moriya en el abarrotado auditorio de la UNED en Ponferrada. En ella, el japonés recomendaba la liberación de Torymus sinensis, pero también que se debe tener paciencia. «Es muy importante esperar. Entre tres y cinco años para ver los resultados. No es como cuando se utiliza un control químico, que al día siguiente ya se ven los efectos. Es muy importante entender que hay que esperar a que el organismo se establezca y empiece a notarse su labor». En este sentido, según Nieves Aldrey, además hay que tener en cuenta que la suelta puede resultar infructuosa si no hay una gran infestación, puesto que el agente controlador muere si no hay plaga de la que alimentarse.

De ahí que uno de los pilares sobre los que se asienta esta estrategia sea la obtención de nuevos individuos. Y la cría de Torymus sinensis no es barata precisamente. Varias instituciones públicas ya han puesto de manifiesto ante el Ministerio la necesidad de conseguir el insecto parasitoide, la mayoría importado desde Italia, a precios más asequibles que los actuales. Cada ejemplar viene a costar aproximadamente un euro, así que no hace falta saber muchas matemáticas para calcular lo que la Xunta de Galicia se ha gastado este año en sus sueltas controladas. No es de extrañar que, aunque la administración pública le haya encargado a la empresa pública Tragsa la producción masiva de esta especie en sus viveros de Maceda (Ourense), ya haya empresas dispuestas a echar una mano con la cría del parasitoide en cuanto se apruebe su comercialización.

Los estragos de la guerra

Entretanto, como en todas las guerras, sean estas del tipo que sean, conviene no perder de vista las consecuencias de las decisiones tomadas y de las acciones emprendidas desde las esferas de decisión.

En el plano social, no es posible pasar por alto a las familias que viven de esta actividad en España: productores, viveristas, empresas de servicios, industrias comercializadoras y de transformación. La producción de castañas se suele generar, sobre todo en el norte, en explotaciones pequeñas detrás de las que hay miles de personas, para las que los ingresos de la venta de la castaña suponen un importante complemento a su renta.

Y la presión ahora sobre los productores es enorme. Temen perder la posición de privilegio que han ido forjando en el tiempo en el que sus competidores de otros países castañeros del entorno, como Italia y Francia, se han visto afectados por el problema de la avispilla. En los últimos años, los castañicultores españoles han estado vendiendo sus castañas a precio de oro en los mercados internacionales, pero ahora, con el invasor a las puertas, muchas familias cuyo modo de vida y sustento dependen de la recolección de estos preciados frutos, corren el riesgo de perderlo todo. El sector ya ha empezado a dar muestras de debilidad, fundamentalmente en la exportación. La saturación del mercado de castaña, debido a la recuperación de las cosechas en toda Europa y a la entrada de otros países en el mercado, como Albania o Turquía, ha conducido a la reducción de la demanda nacional y al desplome de precios.

Algunos comercializadores también achacan la caída de las cotizaciones a la falta de calidad de los frutos. Creen que lo que lo que está pasando se veía venir. Según estos operadores, en los años en los que no había competencia se desencadenó una gran especulación con la castaña y muchos productores se despreocuparon de producir bien. Ante el aumento de la demanda, algunos compradores acostumbraron a la gente a vender el producto sin seleccionar, pero ahora ese producto (castañas con insectos, abiertas o casi vacías) no sirve para exportar. Simplemente no da la talla y los comercializadores lo saben. Prefieren comprar en otros lugares castañas más caras pero de calidad.

En el plano medioambiental, que, aunque debería, no siempre se alinea con el social, y mucho menos con el económico, también se espera que haya victimas colaterales. Algunas ONG consideran que la solución de usar una especie exótica para atajar el problema podría ser peligrosa. En teoría, según las fuentes académicas, para hacer buen uso del control biológico siempre se debería exigir un estudio previo de viabilidad muy riguroso, para que la especie que se utilice sea lo más selectiva posible y no cause impactos negativos en el resto del ecosistema. También es imprescindible controlar y revisar la cantidad de individuos que se introducen para que estos no se conviertan a su vez en otra plaga. De hecho, habría que asegurarse de que la especie que se introduce pueda ser retirada una vez se haya eliminado la amenaza, para devolver el entorno a su estado original. Pero la realidad, y este es un claro ejemplo de ello, es que no siempre ocurre así. Quizás el caso más sonado de la historia de cómo el control biológico puede generar un problema aún mayor del que se quería solucionar ha sido el intento de controlar las poblaciones de conejos en Australia. La película, que comenzó a finales del siglo XVIII con la suelta de tan solo veinticuatro roedores, aún dura hasta nuestros días y ponerle un fin parece una utopía.

Y aún quedan detalles importantes por conocer sobre el posible impacto ambiental de la suelta masiva de Torymus sinensis. No se sabe a ciencia cierta, por ejemplo, cuál puede ser el riesgo de que desplace o que se hibride con otras especies autóctonas que sean parecidas o con las que esté biológicamente emparentadas, o de que pueda afectar a otras especies formadoras de agallas presentes (y necesarias) en nuestra fauna local, algo que ya se ha visto que ha ocurrido en otros casos. Es cierto que los resultados provisionales de las sueltas controladas, tanto las del CSIC de Nieves Aldrey, como las del Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (Ifapa) de Churriana, en Málaga, y de la Estación Fitopatológica de Areeiro, en Pontevedra, apuntan a que los riesgos de su introducción podrían ser «bajos y asumibles», pero, como apunta el investigador del CSIC, «habría que ser cautos y analizar todas las variables. Es preciso disipar cualquier duda».

En lo que no cabe ninguna duda, y en eso parecen coincidir todas las partes implicadas, es que hay que asumir que la avispilla del castaño ha llegado para quedarse, y que sus poblaciones, al igual que las cicatrices de una guerra, nunca desaparecerán del todo.

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