Los loros se mudaron a la ciudad

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Hola, amigos. Me llamo Paco, soy un loro salvaje del Amazonas. Tuve la fortuna de nacer en la familia de las aves Psittaciformes, a la cual pertenecen muchas de las criaturas más asombrosas de la naturaleza, como los loros, cacatúas, guacamayos, loris y cotorras.

TEXTO POR LORENA PLAZ (PIMIENTA)
ILUSTRADO POR LORENA PLAZ (PIMIENTA)
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CONSERVACIÓN | ESPECIES INVASORAS | ZOOLOGÍA
12 de Marzo de 2020

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Soy uno de los seres más inteligentes del mundo, mi masa cerebral es similar a la de los delfines y los simios. Ahora qué sabes esto, ¿«cerebro de pájaro» te sigue pareciendo un insulto?

Mi especie posee uno de los sistemas más complejos de comunicación, ya que involucra tanto a sonidos como al color de nuestro hermoso plumaje. Algunos de nosotros hasta podemos comunicarnos con los seres humanos gracias a nuestra siringe (órgano equivalente a tus cuerdas vocales), que nos permite reproducir una gran cantidad de sonidos y palabras.

No solo soy hermoso e inteligente, (¡A qué soy todo un galán!) también soy muy sociable; tengo la capacidad de sentir amor por mis seres queridos, sean de mi especie o no. Cuando encuentro a mi pareja, la amo y acompaño durante toda la vida, nos damos cariño y juntos cuidamos a nuestros bebés.

Mi familia se divide en casi cuatrocientas especies distribuidas en las zonas tropicales de América, Asia, África y Oceanía. En la naturaleza solemos habitar selvas, bosques secos, húmedos, andinos, sabanas y pastizales, lugares donde encontramos deliciosas frutas, insectos, flores y semillas que nos mantienen felices y saludables.

Tengo un sinnúmero de primos que, aunque muy diferentes, compartimos algunas similitudes que nos caracterizan: poseemos un pico curvo, prensil y muy fuerte que nos permite romper nueces sin dificultad, también nuestras patitas tienen cuatro deditos, dos orientados hacia adelante y dos hacia atrás (como si tuviésemos dos pulgares). Estos nos convierten en excelentes trepadores y nos permiten sostener objetos.

Por si fuese poco, la mayoría de nosotros vestimos un colorido plumaje en el que generalmente destacan los tonos verdes, amarillos, rojos y azules; con ellos podemos camuflarnos y comunicarnos entre nosotros y además nos hace muy bonitos.

Al ser hermosos, sentimentales e inteligentes, resultamos demasiado atractivos para los seres humanos, cosa que rara vez termina bien.

Ya habiéndome presentado, quiero decirles que estoy aquí para contarles mi historia, de cómo terminé junto a mi esposa, Petunia, acostumbrándome al frío invierno de un pequeño pueblo del sudeste alemán llamado Stuttgart, de como cambié el sabor tropical del mango y la papaya por las nueces y las migajas de pan en las históricas plazas y jardines románticos.

Hace muchos años, antes de que tú nacieras (vivimos mucho tiempo, algunos de nosotros alcanzamos los noventa y cinco años), vivía junto a Petunia en la selva húmeda del Amazonas. Volábamos entre los árboles de frutas dulces bajo el cálido sol del sur, vivíamos en comunidades muy grandes cuidándonos entre nosotros y de los depredadores.

Cuando llegaba algún felino hambriento a molestarnos, si lo veíamos a tiempo, bastaba con escondernos en un enorme nido en lo más alto de un árbol al que llamábamos hogar, pero un día, nos tuvimos que enfrentar a un depredador del cual es muy difícil escapar: el hombre.

Fuimos capturados y encerrados en unas oxidadas jaulas junto a muchos de nuestros compañeros, nos metieron en un camión llevándonos en un largo viaje a otro continente y allí fuimos vendidos a una pareja humana que nos convirtió en sus mascotas.

Al principio fue muy duro para nosotros ser prisioneros de esos seres tan gigantes. Los mordíamos y chillábamos todo el día, pero cuando descubrimos que tenían mucho en común con nosotros nos encariñamos de ellos.

Se llamaban Rudolph y Gretel, ellos nos enseñaban palabras en su idioma, nos consentían y nos alimentaban con semillas y deliciosas galletas cuyos sabores jamás habíamos probado. Aunque nos tenían encerrados en una jaula, llegamos a sentirnos en nuestro hogar y a apreciar su compañía.

Un día, mientras Rudolph nos alimentaba, olvidó cerrar bien la puerta de la jaula en la que Petunia y yo estuvimos encerrados durante años, así que aprovechamos su descuido para estirar un poco nuestras alas. ¡Cómo nos hacía falta volar!

A penas nuestro humano se fue a trabajar, desplegamos nuestro vuelo directo hacia la ventana. No podíamos creer que después de tanto tiempo estábamos de nuevo sobre los árboles. Nos emocionamos tanto que volamos más y más lejos, bajo las nubes y a través del cielo, hasta que nos dimos cuenta de que estábamos perdidos y no sabíamos cómo regresar a casa.

—¿Qué vamos a hacer ahora, Paco? —Me preguntó Petunia.
—Viviremos nuestras vidas —le contesté—. Crearemos un nido grande en algún árbol y aprenderemos a vivir aquí, somos muy listos y sabemos adaptarnos a los cambios.

Conseguimos un hermoso árbol en el que anidamos en lo más alto para mantenernos seguros ante cualquier amenaza. Solo salíamos de nuestro hogar para bañarnos, beber agua y buscar alimento para nosotros y nuestros polluelos que nacieron en primavera, trayéndonos mucha alegría.

Sin darnos cuenta, pasaron los años y ya nos habíamos adaptado a nuestra nueva vida en la ciudad. Nuestra familia creció y creció hasta que nos convertimos en toda una comunidad de aves citadinas amantes del pan y las fuentes.

Aunque fue difícil acostumbrarnos a este estilo de vida tan diferente, la compañía de nuestros familiares, los frutos e insectos locales y la amabilidad de los lugareños, que siempre nos ofrecían algo de comer, nos permitieron tener una vida feliz. Incluso llegamos a hacer amigos humanos que nos iban a visitar frecuentemente.

No nos consideramos especiales por ello, ya que, debido a la destrucción de los bosques y selvas y al tráfico ilegal de nuestras especies para ser vendidas como mascotas, muchos de nuestros primos repitieron nuestra historia. De hecho, cada vez es más común ver loros sobre los árboles de las grandes ciudades y se hace cada vez más difícil encontrarnos en la naturaleza.

Roberto y Margarita, nuestros primos cacatúas de cresta amarilla, abandonaron las surreales selvas australianas para hacer una colonia en la moderna ciudad de Sídney, en Australia, de vez en cuando nos mandan postales de la Casa de la Ópera y fotos de canguros que nos encantan.

Ismael y María, nuestros primos guacamayos, abandonaron las exóticas selvas de Brasil para formar una numerosa familia en Cumbria, al norte de Inglaterra. Nos contaron que allá se convirtieron en celebridades y hasta son la imagen del equipo de cricket local.

Y cómo olvidar a Carlos y Malena, nuestros primos cotorros argentinos, que tienen una grandísima colonia en Florida, Estados Unidos, y España. A ellos les encanta construir enormes nidos de hasta cien kilos en cada árbol, poste o rincón que consiguen. Son muy buenos albañiles, deberíamos pedirles que nos construyan una casa.

Si bien algunas de nosotras somos recibidas con cariño, otras estamos causando molestias sin querer. En Florida dejamos a un pueblo sin electricidad por construir un nido en un transformador eléctrico; también, en España, las aves locales nos reclaman que les dejamos sin espacio en los árboles para anidar, que les transmitimos enfermedades exóticas o que nos comemos su comida.

Aunque nuestra diáspora está trayendo problemas, y en algunos lugares nuestra población se está descontrolando, quisiera recordarles que no somos los culpables de lo que está pasando. Los seres humanos son los únicos responsables de la destrucción de nuestro hábitat y del tráfico de mascotas, muchas veces de forma ilegal y otras muchas de forma totalmente irresponsable. Nosotros nos hemos adaptado a la ciudad porque no tuvimos otra opción. ¡Los animales también podemos ser inmigrantes!

Si dejaran de comercializar psitácidas en el mercado ilegal, al mismo tiempo en el que aprendiesen a vivir de una forma más respetuosa con el medio ambiente, las vidas de todos estarían menos perjudicadas y así las aves podríamos vivir felices en nuestros nichos sin molestar a nadie y sin ser molestados.

Nuestra situación es preocupante porque será difícil que regresemos a nuestro hogar natural, ya que está cada vez más destruido y nosotras más dependientes de los seres humanos. Generaciones enteras han nacido en la ciudad, la vida citadina es lo único que conocen.

Tan solo cuatro de nuestras trescientas setenta especies no están en peligro de extinción. Sin embargo, no todo está perdido. Si las personas dejan de destruir la naturaleza y se detiene la venta de aves exóticas, juntos podremos revertir los daños que tantas personas injustas han provocado y disfrutar en armonía de este planeta, que nos pertenece por igual a todos los seres vivos.

Mientras tanto, Petunia y yo estamos cubiertos de copos de nieve en Alemania, lugar donde los vecinos nos aprecian porque devolvemos el verde a los árboles durante el invierno.

Les enviamos un abrazo a todos los que leyeron nuestra historia esperando que, mientras les sea posible, ayuden a nuestra especie a seguir coloreando los cielos y los árboles en el mundo.

Referencias

—Entrevista a Victoria Diez. Veterinaria de la Universidad de León. España.
—El mundo de los loros. Documental producido por Terra Matter Factual Studios 2014.

 

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