Elena y la cámara del secreto

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Las noticias en la tele parecen preocupar mucho a papá y mamá, y, aunque intenten aparentar normalidad, lo cierto es que a mí no me la dan con queso. Es evidente que está pasando algo grave porque desde hace unos días la escuela está cerrada y vivimos confinados en casa sin poder hacer ninguna de nuestras actividades favoritas. «Es para evitar el contagio del Coronavirus —nos ha dicho la maestra Julia desde la plataforma online donde damos clase unas horas al día—. Pero, tranquila, Elena —ha añadido con talante afable—, porque se trata de un virus que neutralizaremos si evitamos el contagio entre nosotros. Por eso es necesario, aunque nos cueste mucho, permanecer lo más aislados posible y bla bla bla…». Tendré nueve años pero no soy tonta, chicos.

TEXTO POR ESTER MARTÍ SENTAÑES
ILUSTRADO POR AIDENLIE
ARTÍCULOS | KIDS
EPIDEMIAS | MICROBIOLOGÍA | PESTE
22 de Marzo de 2020

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Para empezar, ¿por qué lo llaman coronavirus? A mí me parece mejor que usemos su nombre científico, virus SARS-CoV-2, que es el virus responsable de una enfermedad infecciosa llamada Covid-19.  Además, ¿por qué nos hablan de él todo el munso sin excepción y, lo peor, muchas veces personas sin conocimientos que solo dan su opinión sobre algo que desconocen? En clase nos piden que seamos precisos haciendo los deberes y que verifiquemos siempre la fuente de donde sacamos la información para  luego toparte con adultos que actúan de esa manera. Si es que estamos muy perdidos en la era de la información. ¡Qué tiempos! Menos mal que tenemos un personal sanitario y científico estupendo. Yo de mayor también quiero ser científica, vamos, creo que lo soy ya, porque mi abuelo Antonio, que era médico, decía que esto se lleva dentro y yo me lo siento.

 

Desde hace poco más de un mes vivo con mis padres y mi hermano mayor, Alejandro, en una casa enorme en medio del campo, afortunadamente, que fue de mis abuelos y que hemos restaurado casi completamente. Es una suerte disponer de tanto espacio al aire libre y más durante la cuarentena… «Cuarentena», qué palabra tan extraña. Cuando la oí por primera vez, la busqué en el diccionario y descubrí que se trata de un periodo de tiempo (que inicialmente solía ser de cuarenta días) de aislamiento preventivo al que nos sometemos, principalmente por razones sanitarias, como es el caso ante el que nos encontramos:evitar el contagio de este antipático SARS-CoV-2.

En casa hemos conservado la biblioteca de mi abuelo. Papá no ha querido cambiar nada porque cree que a él le hubiera gustado que así fuese. La verdad es que esta habitación es mi preferida, llena de libros antiguos cubiertos de polvo, una chimenea muy coqueta, una gran mesa y dos butacas de piel marrón al lado de la ventana desde donde se ven las montañas, todavía muy blanquitas por las nevadas de hace unas semanas. Adoro hacer los deberes en este cuarto, quizás porque me recuerda mucho al abuelo Antonio. Cuando pueda volver a salir, me iré a comprar lo necesario para poder instalar allí mi laboratorio privado. El mundo necesita ayuda urgente para descubrir cómo frenar este virus.

 

Hoy, precisamente, estoy aquí realizando una tarea que nos ha pedido la maestra: hacer una búsqueda sobre las epidemias a través de la historia y qué supusieron para las comunidades que las padecieron. Imagino que para que nos demos cuenta que no es la primera vez que el mundo se enfrenta a un problema así y lo supera. He buscado por internet, con la ayuda de mi hermano, pero la verdad es queesto es una jungla de información. Así que he optado por revisar la biblioteca de mi abuelo, a ver si encuentro algo interesante entre sus polvorientos libros de medicina.

 

He revisado distintos tomos que no consigo entender demasiado bien, lo confieso. Aan así, he leído que las enfermedades epidémicas en Europa, aquellas que se extienden rápidamente en muchos países y que atacan muchas personas a la vez, desde la Edad Media, han sido muchas. La peste, la lepra, el tifus, el cólera, la malaria, la varicela, la poliomielitis, el sarampión o la gripe, han causado en distintas ocasiones millones de enfermos y muchísimos muertos, como por ejemplo la pandemia de gripe de 1918-1919, que antes era conocida por error como gripe española. Esta última me sonaba, pues la abuela Carmen siempre nos cuenta que por su culpa murió una hermanita de su padre, mi bisabuelo, que tenía solamente dos años.

 

Después de leer tantas cosas con palabras un poco raritas empiezo a estar cansada y tengo la absurda sensación de que no sabré poner en orden todas estas informaciones que he copiado en mi cuaderno para hacer mi redacción. Así que creo que es una estupenda idea bajarme a la cocina a por una deliciosa merienda y a dar de comer a Lucho, mi gato persa precioso que adoptamos en una perrera y que debe estar extremadamente aburrido sin que le haga sus peinados punk que tanto detesta. Sí, lo sé, soy un poco revoltosa, pero lo quiero mucho, y él lo sabe.

 

¡Ah, qué gusto reiniciar mis lecturas con la barriga llena y pelos de Lucho por doquier! Me pongo a revisar los libros que hay al lado de la chimenea y luego voy a sentarme en la butaca con mi mantita roja de lunares a leerlos. ¡Qué arriba están estos libros, madre mía! Espera, que me voy a por la escalera. –

 

—¡Mamá!¿Dónde está la escalera? ¿Mamá?

 

¿A vosotros también os sucede que los adultos en casa no os contestan? A mí me da una rabia tremenda…

 

—Mi vida, perdóname, mamá está respondiendo a una llamada, ahora no puedo atenderte.

—Corazón, cierra la puerta, papá está trabajando, luego hablamos.

—¡Volatízate de mi habitación, moco verde!

 

Uf, mi hermano tampoco sirve de gran ayuda, casi nunca, vamos.

 

—¡Luchooo! Ven, que no te hago nada, tontito, te lo prometo. ¿Tu has visto la escalera? ¿Por qué me miras con la cabeza torcida? ¿Eso es un no?

 

Total, que voy a buscar solita esta escalera, o mejor, me voy a pillar una silla y a ver si llego. Un, dos, ya casi estoy… tres, ¡ay madre, ay que me caigo! Zassss, ayyyy, me he quedado colgada en la estantería. ¡Eh!, ¿me oís? ¡Ayudadme! Nada, como siempre, me las tendré que arreglar sola. No aguanto más, qué dolor de brazos… Un momento, ¿qué es este saliente extraño en la madera? Es como un botón gomoso…

 

De repente, un ruido mínimo, como un frío clac, se escucha a mi derecha. Cuando giro la cabeza veo por el rabillo del ojo que se está moviendo algo dentro de la chimenea. Tengo miedo de soltarme, pero mi proverbial curiosidad de científica en potencia puede más y me lanzo.

¡Una mini habitación secreta dentro del hogar se abre ante mí! ¡Pero que emoción! El abuelo tenía un secreto y voy a descubrirlo. Espera, que intento entrar. Puedo introducir en la cavidad solamente la mitad de mi cuerpo. Está muy oscuro y lleno de polvo, tengo ganas de estornudar. ¡Achís! Venga, más polvo. No veo casi nada y tengo miedo de ponerme a tocar cualquier cosa. ¿Y si hay ratones? Que Lucho, miedoso como es, no los toca, vamos, seguro. O peor> ¿y si hay serpientes?

 

Poco a poco empiezo a ver mejor. No me parece que haya nada. ¡Pues mira que bien! Encima me he dado un buen golpe en la caída donde la espalda pierde su noble nombre para nada. Espera, espera…  hay un bulto en el suelo. ¿Lo toco? No, mejor me voy a buscar ayuda. Vale, lo toco. ¡Es un libro!¿Para qué habrá escondido el abuelo un libro aquí? Lo saco con cuidado y me lo llevo al lado de la ventana. Las últimas notas de luz aterciopeladas del crepúsculo lo iluminan, como si fueran candelas románticas. Me doy cuenta que está escrito a mano, en realidad parecen apuntes encerrados en una gruesa carpeta: «Tratado – de – preservación  – de – la – peste» o algo parecido reza el título.

 

Me siento en la esponjosa butaca y lo abro con cuidado. En la primera página, aquí ya mecanografiado, hay escrito el nombre de mi abuelo, de nuevo el título, seguido de un subtítulo mucho más largo. Debajo, con letras mayúsculas horribles, pone: tesis de doctorado en Historia de la medicina, 1987.

—Elena, ¿Qué estás haciendo? ¿Qué querías antes?

—Papá, mira lo qué he encontrado. El abuelo tenía una cámara secreta. ¿Es fantástico, verdad?

—¡Eres realmente increíble! Has conseguido abrir la caja fuerte. Pero no debes subir allí arriba, puedes hacerte daño.

—Pero papi, es que necesitaba algo más para mi redacción sobre contagios colectivos a través de la Historia y…

—Pues eres una futura científica muy afortunada, porque has encontrado la tesis de doctorado de tu abuelo, que nunca consiguió terminar, el pobre, siempre tan ocupado con sus pacientes como estaba. Precisamente se dedicó a estudiar un tratado del siglo XIV de un médico que, basándose en sus experiencias y en las de sus predecesores, escribió qué era la peste y sobre todo cómo tratarla para evitar contagiarse y que ésta se esparciera por otras regiones, países y continentes, creando una pandemia, como es el caso del SARS-CoV-2 que nos preocupa a todos.

—No me preocupa, papá, me ocupa, que es distinto. ¡Vaya con el abuelo! Estaba estudiando cómo se curaba esta peste tantos siglos atrás.  ¿Y qué es la peste, papá? Quizás si se parece al SARS-CoV-2 los apuntes del abuelo pueden darnos pistas para curar a toda la gente contagiada y nosotros podremos salir de casa lo antes posible.

—Mi vida, no es lo mismo. La peste, del latín pestis, es una enfermedad infecciosa muy contagiosa producida por una bacteria llamada Yersinia pestis. Esta produce bubones, una especie de ampollas llenas de pus, en diferentes partes del cuerpo y fiebre, y produjo la muerte masiva de personas. Como crea bubones, también se la conoce como peste bubónica. Tantas veces ha azotado nuestro planeta que Europa todavía recuerda tristemente sus estragos sobre todo durante la Edad Media y Moderna.

—Ahora entiendo por qué mamá me dice que soy una pequeña peste. ¡Pero yo no hago daño a nadie!  

—Es solamente una expresión con connotaciones simpáticas, sin ofender. Pero la peste, la de verdad, sí que era un verdadero problema. En especial la de mitad del siglo XIV, conocida como peste negra, la peor de la historia europea, dicen, que azotó primero Asia y luego Europa, donde exterminó, según muchos especialistas, aproximadamente a un tercio de su población, aunque no se sabe con exactitud. Fue una enemiga cruel, sobre todo por inesperada, por no saber cómo se transmitía entre las personas y desconocer lo más importante: su cura. Además, afectaba a todos por igual, a ricos y a pobres, a cultos y a ignorantes, sin distinciones sociales. Por su gran mortalidad, desató el pánico en muchas poblaciones y sacó lo peor de muchas personas, que, por miedo, desobedecían a las autoridades y salían de sus cuarentenas, intentando escapar de sus ciudades, esparciendo el contagio por donde iban.

—Me recuerda a los que salen de casa ahora con cualquier excusa, papá. Ahora entiendo mejor su inconsciencia y porque tú te enfadas tanto cuando oyes eso en la tele.

—Exacto, Ele. Los hospitales y lazaretos, lugares donde se cumplían cuarentenas masivas, estaban devastados, los muertos se acumulaban, y los pobres voluntarios que los acogían fatigaban para enterrarlos lo antes posible y evitar más contagios. La comida escaseaba, pues nadie la producía. Se usaba el fuego como elemento purificador, a veces exagerando e incendiando espacios sin sentido. La gente en medio del pavor colectivo empezó a pensar que era un castigo de Dios y culpabilizó a grupos como a los judíos, comunidades extranjeras, etc., desatando su ira sobre ellos.

—Debió ser horrible...

—Sí, Elena. Por ello, a raíz de esta peste, se empezaron a escribir tratados de medicina, donde muchos hombres de ciencia explicaban a sus colegas, pero también a la población general y a los dirigentes municipales, qué era esta enfermedad, sus síntomas y sus causas de transmisión y algo muy importante: las principales normas higiénicas y de comportamiento para evitar contagiarse.

—¡Ala, qué interesante! ¿Y eso ya lo hacían en el siglo XIV? Como ahora, que nos dicen qué hacer y qué no, como quedarse en casa, lavarse requetebién las manos, no tocarse la boca, los ojos y la nariz, que son las principales vías de infección...

—Exacto, hija. Por ello, el abuelo Antonio escogió uno de estos manuales y lo analizó en su tesis, concretamente el escrito por el profesor universitario Jaume d’Agramont en 1348, que se considera unos de los primeros escritos en Europa para prevenir este mal. Leerás algunas cosas en este tratado que después se han revelado completamente inútiles, incluso perjudiciales, pero el autor no podía saberlo por entonces. Esto también forma parte de la ciencia, ¿no? Ver, anotar, analizar datos y crear una hipótesis, experimentarla y si no funciona, pues se vuelve a empezar. En este caso, así se hizo, con poco tiempo, pues era necesario bloquear los contagios, como ahora. La historia siempre se repite, depende de nosotros si queremos aprender la lección.

—¿Y qué medidas proponía este doctor en su tratado?

—Él creía que la causa de transmisión de la peste era la corrupción del aire, idea que mantuvieron muchos de sus colegas a lo largo de la Edad Media. Por ello sugería evitar los lugares cerrados o contaminados, pues era más fácil contagiarse a través de la respiración, del contacto con la piel o de comida infectada. Sugería también comer ciertos tipos de carnes, como el carneo, y evitar el lechón, por ejemplo, para permanecer con buena salud. Y dar prioridad a los alimentos locales, que tenían menos probabilidades de haber sido contagiados. Por ello sugería fijar disposiciones sobre la proveniencia de las carnes que entraban en la ciudad, sobre el pescado y el vino. Siguiendo estas teorías, muchos gobiernos municipales optaron por multar a quien no favoreciese la higiene, en especial del mercado y de las alcantarillas (donde, no disponiendo de agua corriente, terminaban todos los desechos de la casa y los fluidos del cuerpo de sus habitantes).

—Pues no sé si sirvió para algo, teniendo en cuenta el número masivo de contagiados, pero visto así, me parece bastante moderno, ¿a ti no?

—Tienes razón. En realidad durante el siglo XIX se descubrió que la causa de la peste era una bacteria que residía en particular en ratas y otros roedores y que se transmitía a los humanos a través de las picaduras de las pulgas que estos animales llevaban. Y eso en una época donde las ratas abundaban por todas partes, lo que hacía muy fácil el contagio. Se trata de una zoonosis, es decir, una infección que se da en los animales que transmiten posteriormente a las personas. De todas maneras, las normas de higiene eran muy importantes para evitar el contagio. En ello, d’Agramont y tantos otros médicos, llevaban mucha razón. Pero mira, hay una cosa respecto a la actualidad en la que vivimos y en relación a estas epidemias del pasado que entusiasmó a tu abuelo de manera particular. Leyendo el tratado d’Agramont, se dio cuenta de cuanta importancia daba este al estado anímico de los pacientes. Es decir, para ayudar a combatir la enfermedad y el miedo a contraerla hay que permanecer alegres, positivos.

—Mira, como nosotros, que salimos al jardín, por los balcones y terrazas para cantar, encender luces a determinadas horas, que publicamos en nuestros muros que todo saldrá bien, para darnos ánimos, que intentamos seguir con nuestra vida con conexiones con los amigos, lecciones online con la profe de danza y video lecciones con la clase...

—Exacto. La tecnología nos está ayudando mucho. También los hombres medievales intentaron sobrellevar la situación, muchísimo más dura que la nuestra, por la agresividad de la peste y por las duras condiciones de vida de la mayoría. De hecho, muchos gobernantes no permitieron llevar duelo a los familiares de las víctimas, ni tocar las campanas que anunciaban una nueva muerte. Todo ello para prevenir la psicosis colectiva y evitar bajar todavía más el ya de por sí castigado ánimo de los habitantes confinados en zonas epidémicas.    

—Gracias, papá, por esta conversación tan interesante. Ahora me siento más tranquila sabiendo que tantas veces Europa ha pasado por momentos dramáticos y los ha superado. Sé que gracias a nuestros científicos y personal sanitario vamos a salir de este trance. Y ahora tengo mucho más clara la importancia de respetar las normas que nos dan y... me ha entrado un hambre. ¿Qué hay de cena? Lucho, ¿tú ya has cenado? Ven aquí, gatito dormilón, no te escapes.

 

Nota de la autora

Si queréis profundizar más sobre el tema de la peste en la Europa medieval, os puede interesar saber que el médico y el tratado de prevención de la peste en el que se inspira esta historia existieron realmente. Jaume d’Agramont fue un médico y profesor del Studium Generale de Lleida (la actual universidad) y escribió “El Regiment de preservació de pestilencia” destinado en particular al gobierno de la ciudad, para que aplicase las normas de contención de esta epidemia. Murió poco después, víctima de la peste que estaba combatiendo. Encontraréis mucho más sobre este tema y la edición facsímil del tratado aquí.

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