La tragedia de los comunes: una nueva manera de ver el cambio climático

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La tragedia de los comunes es una teoría publicada en 1968 por Garret Hardin que trata de demostrarnos cómo todos los bienes comunes (todo aquello que no tiene dueño y que, por tanto, pertenece a toda la humanidad) siempre se ven perjudicados por el sobreuso que hacemos de ellos. Esta teoría es la base del cambio climático que estamos viviendo en la actualidad.

TEXTO POR PAULA ZURDO
ILUSTRADO POR FRANCESCA AIELLO
ARTÍCULOS
CAMBIO CLIMÁTICO
26 de Marzo de 2020

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Hoy en día es imposible escapar de términos como «emergencia climática» o «calentamiento global», por mencionar solo dos ejemplos. Sin embargo, pocos han escuchado hablar de la tragedia de los comunes, artículo escrito por Garret Hardin y publicado en 1968 en la revista Science. La tragedia de los comunes es una teoría que nos intenta explicar cómo aquellos recursos que están en un espacio común (accesibles a todos) siempre van a sufrir un deterioro debido a su sobreuso y cómo esto es verificable. De primeras puede parecernos una idea algo lejana a lo que se entiende por cambio climático a día de hoy, pero a continuación veremos cómo este enfoque verdaderamente puede hacernos reflexionar sobre nuestra manera de hacer frente a este problema que nos afecta a escala mundial.

El origen de la tragedia de los comunes se remonta al siglo XIX cuando William Foster Lloyd publicó en 1833 Two lectures on the checks on population. En esta obra ya se debatía el sobreuso de un bien común por parte de un grupo de personas y cómo el aumento desmesurado de la población empezaba a suponer un problema, ya que los recursos son finitos. Sin embargo, Garret Hardin en su artículo The Tragedy of the Commons hace referencia a aquellos recursos que son comunes para todos, como es la propia atmósfera. Pero vamos a poner un ejemplo más evidente para clarificar esta teoría. Si entendemos por «bien común» aquel al que todos podemos acceder porque no pertenece a nadie (hemos de asumir que todos somos responsables por igual del mismo). Siguiendo esta premisa, pongamos como ejemplo el caso del atún, un animal que puede desplazarse por aguas internacionales y que, consecuentemente, puede ser pescado en todo el mundo. Como el atún es un animal salvaje que nos proporciona la naturaleza, creemos estar en nuestro derecho de pescarlo sin ningún tipo de medida ni restricción. Esto ha conducido a que el atún se encuentre en peligro de extinción ya que a todos nos interesa obtenerlo por su valor de mercado y, además, creemos que si nosotros no lo cogemos vendrán otros que lo harán. Sin embargo, el pollo, por ejemplo, es también un alimento de origen animal y no se encuentra en peligro de extinción. ¿Por qué? Porque en este caso, el pollo es proporcionado por empresas privadas y no pertenece a un bien común, así que, si hay una pérdida, recaerá sobre su único dueño.

La tragedia de los comunes es una teoría que nos intenta explicar cómo aquellos recursos que están en un espacio común siempre van a sufrir un deterioro debido a su sobreuso.

¿Podemos evitar la tragedia de los comunes? Aunque Hardin hace referencia en su artículo a la educación como una herramienta con la que hacer frente a este problema, expone dos posibles soluciones:

«We might sell them off as private property». Es decir, privatizar el recurso. Un ejemplo en el que se crearon propiedades privadas a partir de un bien común fue en la pesca en Nueva Zelanda mediante las Individual Transferable Quotas (ITQs), es decir, una cuota que permite pescar una cantidad determinada de pescado. Sin embargo, no es aplicable a todas las superficies comunes ya que supondría realizar tratados entre muchos países y en ocasiones es complicado.

«We might keep them as public property, but allocate the right to enter them». Lo que significa establecer normas… para impedir el uso masivo de un recurso no siempre es útil. Un ejemplo es la normativa de pesca en el golfo de México, que restringió el número de barcos, el número de especies que se podían buscar, los días que se podía llevar esto a cabo, etc… La respuesta fue crear barcos más grandes que recogían la misma cantidad, pero en los pocos días que estaba permitido.

¿Existen, por tanto, otras posibles soluciones? Para responder a esta pregunta debemos hacer referencia a Elinor Ostrom que en su obra Governing the Commons (1990) muestra ejemplos de países y situaciones en los que se evitó la tragedia de los comunes. El trabajo de Ostrom siempre se basó en hacer hincapié en cómo las decisiones públicas influyen en la producción de bienes y servicios finitos (frente a la propiedad privada que se defiende en el artículo de Hardin). De hecho, Ostrom considera que el ser humano no es tan simple como lo enfoca Hardin y, por tanto, puede tomar decisiones más complejas que las propuestas por este, siendo capaz de regular como comunidad los recursos sin necesidad de intervenciones ajenas como las de los gobiernos o de la privatización del recurso.

Una vez dicho esto, ya podemos relacionar la tragedia de los comunes con la situación de emergencia climática que estamos viviendo. Vuelvo a poner como ejemplo la atmósfera, ya que me parece uno de los ejemplos más evidentes de un bien común del cual estamos abusando mediante las continuas emisiones de gases de efecto invernadero que provocan, entre otros, esta innegable subida de las temperaturas contra la que hay que reaccionar de manera urgente. De hecho, fue la propia Ostrom quien también hizo referencia a la situación de emergencia climática afirmando que no podemos mantenernos de brazos cruzados mientras esperamos a que otros tomen una decisión. Nosotros mismos podemos reflexionar mediante teorías como la tragedia de los comunes, sobre qué modelo de producción y de consumo queremos y, sobre todo, animarnos a compartirlas con los demás.

 

 

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