Sobre Científicas que conducían ambulancias en la guerra
«La leyenda tejida en torno a la biografía de Mary cuenta que poco después de la muerte de Richard —cuando tenía once o doce años— demostró ser una cazadora de fósiles aventajada al descubrir y desenterrar los restos de un Ictiosaurio, un reptil marino del Triásico. El fósil medía cerca de 5,2 metros de largo y la familia obtuvo 27 libras con su venta. El autor del hallazgo parece haber sido sin embargo su hermano Joseph», Científicas que conducían ambulancias en la guerra. Y otras mujeres en la ciencia. Carlos Prego.
Tenemos que hablar de ellas, de las que conocemos y de las que no: Maria Sibylla Merian, Henrietta Leavitt, Rita Levi-Montalcini o Hedy Lamarr. Tenemos que verlas pasearse más y más frecuentemente por libros, películas y artículos; por exposiciones, ilustraciones y reseñas: Ada Lovelace, Alice Ball, Maria Gaetana Agnesi, Jane Goodall e Hipatia de Alejandría. Igual que se pasean, la mayoría de las veces anónimos, todos los logros de sus investigaciones, todas las repercusiones de su ciencia.
No sé lo que pasaría por la cabeza de Carlos Prego cuando se embarcó en la ardua y fascinante tarea de documentación que alimentaría un día las páginas de Científicas que conducían ambulancias en la guerra, pero tuvo que ser algo muy parecido. Una chispa, una idea insomne, una convicción profunda: la gente debe conocer el trabajo de estas mujeres, oculto durante años y años tras los visillos de la Historia de la Ciencia.
Confieso que, cuando me pidió que fuese una de sus lectoras cero y tuve una copia del manuscrito entre mis manos, apenas conocía un puñado muy disperso de las más de veinte protagonistas que aparecen en el índice. Menos aún del casi centenar de científicas que se citan en el libro. Y eso que soy mujer, de formación científica y he cursado la asignatura de Historia de la Ciencia en la universidad. Pero, después de leerlo, no puedo dejar de coincidir con Carlos. Tenemos que hablar de ellas, es obligatorio, hasta que nos sepamos sus nombres de memoria.
Para la cita inicial he elegido un fragmento que trata sobre uno de mis personajes favoritos del libro: Mary Anning, la cazadora de monstruos fósiles en los acantilados de Inglaterra. Sí, sí, he dicho «personaje». Porque el principal acierto, diría yo, de Científicas que conducían ambulancias en la guerra es que tiene muy presente todo el tiempo el género al que pertenece: la divulgación científica. Y, como bien saben las lectoras y los lectores de Principia, como bien sabe Carlos Prego, en toda obra divulgativa la información debe ser veraz, pero también amena y, cuanto más atractiva, mejor.
Desde la primera de sus páginas tenemos la impresión de que nos van a contar una historia (o, en este caso, muchas, muchísimas historias), y nos preparamos mental y anímicamente para ello. Abrimos los ojos, los oídos, cada uno de los sentidos y nos dejamos llevar por un placer aún mayor que el del aprendizaje: conocer historias fascinantes. Como la de Hildegarda de Bingen, la monja que hablaba del orgasmo femenino en el siglo XII; o la de Joan Clarke y Bletchley Park, las mujeres que burlaron el enigma de los nazis; o la de las conocidísimas Marie e Irène Curie, de las que poca gente sabe que se sentaron al volante de una ambulancia para salvar vidas en la guerra. Historias de botánicas, matemáticas, filósofas, astrónomas, médicas, entomólogas, parteras o informáticas. Mujeres que, en muchos casos, tuvieron que ponerse pantalones o esconderse tras el nombre de sus maridos para poder investigar. Mujeres que, si yo fuera Isabel Coixet, correría a hacerles una película.
El libro, sin embargo, no se queda en una documentación muy interesante y muy bien seleccionada y presentada, con el fin último de la difusión y el entretenimiento. En esta obra habita una reflexión muy valiosa y profunda. O, al menos, es lo que su lectura me ha provocado.
Recuerdo que uno de los pocos aspectos «a recapacitar» que le mencioné a Carlos tras mi primera lectura, fue el exceso de nombres, que me producían cierta confusión. Recuerdo una discusión interna que tuve en torno a la forma de referirse a las científicas, que a veces aparecían con nombre propio y otras solo con su apellido. En mi opinión, el texto presentaba más claridad y cercanía cuando las protagonistas aparecían con nombre propio, como si el uso del apellido las confinara a un sector exclusivamente académico. Algo que, por otro lado, es costumbre en la ciencia. Esto me provocó una pregunta: ¿será que mi mente tiende a asociar a los hombres científicos con una clasificación académica y a las mujeres científicas con una clasificación más familiar?
Historias de botánicas, matemáticas, filósofas, astrónomas, médicas, entomólogas, parteras o informáticas. Mujeres que, en muchos casos, tuvieron que ponerse pantalones o esconderse tras el nombre de sus maridos para poder investigar.
La duda se resolvió en el que para mí es el gran hallazgo de este libro: es capaz de elevar la categoría de historia personal a la de Historia (con mayúsculas), a la de Historia de la Ciencia. Y es que, aunque tendamos a la despolitización de la ciencia, nos olvidamos de que en la práctica es y ha sido a menudo todo lo contrario. La ciencia no es «buena» ni «mala» per se, pero sin duda su historia incluye también luchas de poder y desigualdades de género. De esta forma, Historia de la Ciencia es también la vida personal y familiar y todos los caminos laboriosos, extraños e intrincados que tuvieron que recorrer para poder hacer ciencia todas las mujeres que aparecen en este libro. Y así debemos reivindicarla, a mi parecer.
Un último aspecto a destacar sería que Científicas que conducían ambulancias en la guerra no solo abarca muchos niveles de lectura posibles (y por tanto muchos públicos, desde primerizas a expertas, desde curiosos a concienzudos), sino también un amplio espectro geográfico. Al tiempo que nos refresca la memoria con científicas españolas como Ángela Ruiz Robles, que transformó un parque de artillería en un laboratorio de e-books, nos descubre a mujeres apasionantes de diferentes continentes, como Wang Zhenyi, la sabia viajera de la dinastía Qing, o Wangari Maathai, la «mujer árbol».
Historia de la Ciencia es también la vida personal y familiar y todos los caminos laboriosos, extraños e intrincados que tuvieron que recorrer para poder hacer ciencia todas las mujeres que aparecen en este libro.
En definitiva, creo que tenemos que dejar que entre la luz en los rincones ignorados de nuestra historia, y que esta lectura nos ayuda mucho en tal propósito. Y, si bien no puedo ser una lectora del todo imparcial, por conocer de antemano la gran pluma de su autor, debo decir que precisamente por eso sé también todo el esfuerzo, el trabajo y el cariño que se aloja entre las páginas de este libro que os recomiendo encarecidamente: Científicas que conducían ambulancias en la guerra. Y otras mujeres en la ciencia.
Autor: Carlos Prego Título: Científicas que conducían ambulancias en la guerra Fecha publicación: 2020 Edición: Editorial libros.com ISBN: 9788417993030
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