Historias de cuarentena: María Tifoidea

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Hay nombres capaces de resonar en los rincones y en la memoria de todo un país.  Ocurre en América del Norte con el nombre de Typhoid Mary o María Tifoidea.  En estos tiempos de cuarentena, me parece tan acertado como útil volver a ella, a la primera portadora asintomática de Salmonella. ¿Se repite la historia? Quizás seamos responsables de evitar que así sea.

TEXTO POR CRISTINA SANTA
ILUSTRADO POR ANGIE SUÁREZ
ARTÍCULOS | MUJERES DE CIENCIA
CUARENTENA | EPIDEMIAS | MARÍA TIFOIDEA | SALMONELLA
21 de Mayo de 2020

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Hace unos días, navegando por Twitter me topé con el hashtag #TyphoidMary. Un sinfín de tuits venidos desde América que revivían la figura de María Tifoidea. Una mujer a la que forzaron a pasar un total de 26 años en cuarentena. Sí, 26 años. Sin fases, sin desescalada, sin horarios de paseos, sin terrazas al cincuenta por ciento. 26 años aislada.

María Tifoidea era el nombre con el que los periódicos señalaron para siempre a una mujer irlandesa, asentada en Nueva York, cuyo nombre de pila era María Mallon. En 1909 su imagen llenó portadas que advertían a los lectores que llevasen cuidado con aquella «incubadora de gérmenes andante y viviente», que se mantuviesen lejos de «la mujer más peligrosa de América». Hablaban de una mujer portadora asintomática de Salmonella typhi, la bacteria causante de la fiebre tifoidea.

Parte del artículo del New York American del 20 de junio de 1909, primer periódico que describió a María Mallon como María Tifoidea
Parte del artículo del New York American del 20 de junio de 1909, primer periódico que describió a María Mallon como María Tifoidea

«[…] Me tienen prisionera en una isla aun sin estar enferma, sin necesitar tratamiento médico».

Desde su llegada a América, María trabajó como cocinera. Entre 1900 y 1906, varias familias disfrutaron de sus caldos y manjares varios, pero de lo que no disfrutarían tanto (nada, me imagino) sería de los casos de fiebre tifoidea que hubo en todas ellas. Cuando seis personas en la familia Warren contrajeron la enfermedad, el progenitor abrió una investigación en la que se descubrió que todas las casas en las que se habían registrado casos tenían algo en común: María Mallon había trabajado en ellas. El contagio se atribuyó a su postre estrella, el helado con melocotón. Era el único plato que sus comensales recordaban que se manipulase y sirviese frío. Todos los demás se cocinaban y en el proceso, las bacterias mueren al no poder resistir temperaturas tan altas.

Por entonces no existían vacunas ni antibióticos y los casos de fiebre tifoidea aumentaban. Las autoridades lo tuvieron claro: aislarían a María en North Brother Island, en un hospital construido para el confinamiento de personas con viruela, cuyo uso se extendió más tarde a pacientes con otras enfermedades infecciosas que también requiriesen cuarentena. Me imagino aquellas cuatro paredes como un universo microscópico, donde distintos patógenos convivían felices y diseñaban sus planes más maquiavélicos mientras habitaban a unos y a otros.

María pasó allí tres años, hasta que tras varias muestras en las que no se apreció la presencia de la bacteria, decidieron dejarla marchar con la única condición de que no podría volver a trabajar en las cocinas. Pasó el tiempo y calmó las aguas hasta que, en 1915, un nuevo brote de fiebre tifoidea emergía en un hospital de Manhattan. Los ojos de todo el personal sanitario tardaron poco en dirigirse a la cocinera. Se llamaba María, María Brown. Su apellido no levantaba demasiadas sospechas, pero tenía el mismo pelo, la misma altura y los mismos ojos que la mujer de los periódicos. María Mallon, María Brown o María Tifoidea, no importa. Aquella mujer aparentemente sana, recibía su castigo volviendo a North Brother Island. Esta vez pasó allí 23 años, hasta que su vida llegó al final. A pesar de su larga cuarentena, se estima que María fue responsable de más de una centena de contagios. Nunca le concedieron entrevistas (recordemos que era la mujer más peligrosa de toda América, o al menos así la conocían) así que poco guardamos de su testimonio. Tan solo unas líneas: «[…] Me tienen prisionera en una isla aun sin estar enferma, sin necesitar tratamiento médico». En ellas afirmaba estar sana y así lo creyó durante toda su vida.

«si me hubiesen explicado qué era ser portadora asintomática y el peligro que aquello suponía, nunca me habría planteado cambiar de nombre para volver a las cocinas...».

Hoy he soñado que me encontraba con María. Que nos visitaba para ver cómo llevábamos lo nuestro. Y me decía: «si me hubiesen explicado qué era ser portadora asintomática y el peligro que aquello suponía, nunca me habría planteado cambiar de nombre para volver a las cocinas. Si me hubiesen explicado la importancia de lavarse las manos, quién sabe, quizás hubiese salido en los periódicos por tener una de las mejores heladerías. […] Yo nunca conocí lo que ahora llaman la nueva normalidad. Vosotros, sin embargo, os vais acercando al final. Ya casi llegáis al postre. Espero que no sea helado con melocotón. Y si lo es, que quien lo haya preparado se haya lavado previamente las manos».

Le invade un leve picor en la garganta y tose. Me dice que no me preocupe y no duda en hacer responsable a la primavera. «Será alergia», afirma mientras se nos escapa una risa tímida detrás de las mascarillas.

Tan pronto como me despido de ella, saco apresurada el gel hidroalcohólico del bolsillo. Mientras extiendo unas gotas sobre mis manos, pienso en eso que dicen que “la historia siempre se repite”. Yo creo que no se repite si nos negamos a aceptar el papel que nos toca como actores y actrices. Especialmente si tenemos en cuenta que todos podemos recibir el papel de María. Así que, ante la posibilidad de ser portador asintomático, la mejor decisión será la de no acudir al teatro. Pues solo entonces y paradójicamente, la obra será merecedora del mejor de los aplausos.

Referencias

—Carta de María Mallon (NOVA): https://www.pbs.org/wgbh/nova/typhoid/letter.html
—Walzer Leavitt J. Typhoid Mary: Captive to the Public’s Health. 1996

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