La ilusión de la trepadora

Portada móvil

A veces, cuando nos toca parar, nos permitimos fijarnos un poco más en las plantas. Ahí están, siempre donde las hemos dejado, inmóviles, arraigadas, formando parte del paisaje. Contemplándolo, como ausentes. Pero las plantas esconden historias que nos harían replantearnos la forma en la que vemos el mundo. No cabe duda de que, si pudieran contarlas, no nos dejarían indiferentes.

TEXTO POR RODRIGO GARDELEGUI
ILUSTRADO POR ROCÍO IRIARTE
ARTÍCULOS
BOTÁNICA | CAMUFLAJE | PLANTAS
17 de Agosto de 2020

Tiempo medio de lectura (minutos)

Sucederá una y otra vez. No hay alternativa. Siempre que los niños y niñas piensen en cómo ocultarse, en mimetizarse con el entorno, pensarán en un camaleón. En un maldito camaleón. Ahí, con sus células especializadas, los cromatóforos esos con cristalitos dentro. Al expandirse o contraerse estas células el espacio entre cristales disminuye la longitud de onda reflejada y por tanto la luz reflejada y el color cambia. De principiante, vamos. Son trileros de poca monta, y, sin embargo, ¡oh, miradme. Soy un camaleón! ¡Oh, apenas me distinguís del fondo! Creedme, sí, sí que se os distingue. Bueno, yo no he visto ninguno, ellos tienen otra área de distribución, pero me lo han contado. Me han contado que un ojo en cámara como el humano no tiene problema en distinguirles. El mismo ojo que tiene mucha mayor dificultad para encontrarme.

Claro, os estaréis preguntando quién soy yo. No me extraña que no os hayáis percatado antes de mi presencia. Soy una maestra de pasar desapercibida —de verdad—. La maestra de la ocultación. Pero harta de la ineptitud de este mundo que elige soberanamente mal a sus referentes, haciendo del camaleón el ejemplo del mejor ilusionismo, he decidido romper mi silencio.

Mi nombre es Boquila trifoliata, aunque todos me llaman Houdini. Nah, es broma. En realidad me llaman Boquila trifoliata, pero porque nadie ha pensado aún en ponerme mote. Soy chilena, del centro-sur, de las regiones de Los Lagos y del Maule. Por eso no he visto ningún camaleón, ellos son más del mediterráneo. Hay que ver, ¿eh?, se llevan la fama y encima viven en la costa. Pero no hablemos de ellos, no me quiero encender más. Soy, aunque parezca mentira que lo tenga que aclarar, una planta. Concretamente una trepadora. Como la hiedra. Aunque, no os confundáis, no somos familia. Pero a ambas nos gusta trepar. A mí, además, me encanta esconderme. Y lo hago bien. Me escondo como debe hacerse: a simple vista.

Veréis, como planta trepadora debo asirme a alguna cosa para poder ganar altura. Viviendo en un bosque templado húmedo, el agua no es un problema, por lo que hay muchos lugares donde crecer. Pero un ambiente así también permite la vida de muchos otros organismos, entre ellos gorgojos, escarabajos y pequeños gasterópodos que pueden devorar nuestras hojas. Que no os engañe su pequeño tamaño, son perfectamente capaces de acabar con nosotras. Es verdad que las plantas somos capaces de soportar la depredación de un cierto porcentaje de nuestro cuerpo y seguir funcionando, ya que no tenemos ningún órgano vital o centralizado vulnerable, pero esto no significa que nos guste que cualquier herbívoro se acerque a darse un festín. Así que, cada una como puede, evita ser devorada. Hay quienes secretan compuestos que resultan tóxicos para ciertos insectos, quien llama al siguiente eslabón de la cadena alimentaria para avisarle de que tiene el plato en la mesa o quien tiene unas tácticas un poco más originales. Yo uso la probabilidad.

Claro, os estaréis preguntando quién soy yo. No me extraña que no os hayáis percatado antes de mi presencia. Soy una maestra de pasar desapercibida —de verdad—. La maestra de la ocultación.

Mis depredadores se guían para elegir a sus presas por claves visuales. Por eso, cuando crezco sobre una planta, lo que hago es imitar sus hojas. Soy capaz de copiar su forma, su tamaño, su color, su orientación e incluso su nervadura. Pensad en un tronco lleno de hojas y pensad que yo crezco alrededor de él, pero que no sois capaces de distinguirme. Tengo muchas menos hojas que mi hospedador, por lo que, si queréis atacarme, la probabilidad de que acertéis a una de mis hojas es mucho más baja. Pero imaginaos que mis hojas fueran las de siempre —las que tengo cuando crezco por el suelo—, perfectamente distinguibles, y que algún depredador descubre que, por algún motivo, le gustan más. Estaría perdida.

Pero no sufráis por mí, está todo bajo control. Y es que no solo imito a un hospedador: soy capaz de imitar a todas las especies sobre las que suelo crecer. Es más: si, creciendo y creciendo, paso de una planta a otra, las nuevas hojas me salen como las del nuevo árbol. A ver si os pensabais que estaba condenada a vivir ligada a otra planta, a mi hospedador, como si fuera un parásito. Para nada: soy un espíritu libre e independiente. Bueno, todo lo independiente que puede ser una dentro de un ecosistema.

Quiero creer que, llegados a este punto, si ningún camaleón, iguana o bebé de oso panda os ha distraído, os estaréis preguntando cómo lo hago. Cómo me las apaño para imitar las hojas de las demás plantas. Cómo desencadeno mi magia, mi juego del despiste. Os diré una cosa: darles forma a mis hojas es un fino trabajo de orfebrería que puedo hacer gracias a mi gran plasticidad fenotípica. Según la hoja que quiera crear, por mecanismos epigenéticos, silencio unos genes o expreso otros. Así, mis hojas crecen más largas, más ovaladas, más verdes… Efectivo y elegante.

Mis depredadores se guían para elegir a sus presas por claves visuales. Por eso, cuando crezco sobre una planta, lo que hago es imitar sus hojas. Soy capaz de copiar su forma, su tamaño, su color, su orientación e incluso su nervadura.

Y habrá también alguien que, conmocionado por mi increíble capacidad y modestia, me pregunte cómo se yo cómo es la hoja que debo imitar, si no tengo su ojo en cámara. Y es una gran pregunta, no lo negaré. Hay quienes dicen que lo consigo gracias a señales volátiles de mis hospedadores que yo capto e identifico; otros dicen que de alguna manera me transfiero genes con mi hospedador, lo que llaman transferencia horizontal de genes, así sin protección ni nada; y también hay quienes dicen que podría formar algún tipo de imágenes rudimentarias a través de una especie de ocelos en las células de mi epidermis. Teorías muy interesantes, la verdad, todo sea dicho. Pero… si alguna es cierta o no, solo el tiempo lo dirá. Yo, desde luego, no revelaré el misterio. Y es que, como sabréis, una buena maga nunca revela sus trucos.

 

Referencias

—Stefano Mancuso. 2017. El futuro es vegetal. Galaxia Gutenberg

—Carrasco-Urra & Gianoli, 2014. Leaf Mimicry in a Climbing Plant Protects against Herbivory. Current Biology 24/9: 984-987.

Deja tu comentario!