Ni de aquí, ni de allí. La ambivalencia que transforma al migrante

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«Partir / es siempre partirse en dos». Este fragmento del poema El viaje, de Cristina Peri Rossi, condensa uno de los sinos del migrante: la ambivalencia afectiva de sentirse extranjero allá donde esté: lugar de origen o acogida. Tambien nos transmite que con el dolor de las pérdidas hay un duelo, pero que junto al duelo hay una experiencia vital que nos ofrece la bonita oportunidad de elaborar una nueva identidad permeable desde donde crecer emocionalmente.

TEXTO POR CARLOS J. RODRÍGUEZ
ILUSTRADO POR MARÍA JESÚS DELGADO
ARTÍCULOS
MIGRACIÓN | MIGRANTE | PSICOLOGÍA
24 de Agosto de 2020

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Cuando comenté a mis abuelos que iba a emigrar a Alemania me regalaron humildes e inolvidables palabras de comprensión y cariño. Aquellas que solo pueden ofrecerte los que te quieren de verdad o aquellos que pueden testimoniar una vivencia tan vital. Mis abuelos, emigrantes extremeños en los años 60, se marcharon como yo y bien sabían lo que supone una experiencia tan importante. 

Y es que siglo tras siglo, migración tras migración, ya sea en condiciones forzosas —como los refugiados o los exiliados— o en aquellas decididas de manera voluntaria donde subyace muchas veces una causa de crisis económica, el fenómeno migratorio nos expone a un proceso dificultoso pero enriquecedor al mismo tiempo. Un viaje emocional de duelos y aculturación que nos situará como extranjeros en un cruce de retos adaptativos donde el ser de aquí o de allí queda diluido en una identidad de identidades.

Ni de aquí ni de allí. ¿De dónde?

De las muchas experiencias adaptativas que vive una persona, hay pocas tan intensas, emocionales y enriquecedoras como la migración. No es un camino fácil porque todo cambia. Tal vez no imaginábamos que en algún momento se iba a dejar el lugar de origen, pero una vez tomada la decisión, emigrar supone una oportunidad de redimensionar el sentimiento de pertenencia en donde la patria y la identidad están más cerca de vínculos afectivos que se hilan con las experiencias anudadas a lugares y personas que de banderas e ideas abstractas.

Decía la misma Peri Rossi que hay algo en común a todos los emigrados: la nostalgia. Es por ello que patria e identidad son tan intangibles que en el caso del migrante deberían conectar con una nostalgia de nostalgias psicosocialmente constructivas y no paralizantes. Aquella que como afirma Teodor Cerić está «exenta de pesadumbre y que no te encierra en el pasado. Al contrario, te liga al presente, como si fueses, no sé, un árbol, con las raíces bien hundidas en la oscuridad de la tierra y la copa expuesta a los cuatro vientos».

...emigrar supone una oportunidad de redimensionar el sentimiento de pertenencia

«¿Y dónde están las fronteras de esa patria de cada y en cada uno?»

Esta patria de cada y en cada uno, como se preguntaba un buen amigo mío, nos revela la ambivalencia del migrante. Un reto psicosocial al mismo tiempo duro y enriquecedor, particular a cada circunstancia y repleto de encuentros y desencuentros con la identidad.

Después un tiempo en el nuevo lugar, y tras la sensación de haberse asentado, se percibe esta transformación donde se desarrollan nuevas actitudes, se adquieren nuevas identidades, se moldean los valores y las conductas fruto del contacto con otra cultura.  El nido que se crea se va haciendo más seguro y la relación con el entorno más real, lo que hace aflorar un duelo migratorio donde se elaboran pérdidas y procesos emocionales asociados a la experiencia vivida lejos de tu origen. Un estado donde la ambivalencia afectiva a las diferentes culturas de pertenencia es uno de los signos más representativos del migrante.

Antonio Machado lo expresaba de esta forma: «Tengo un gran amor a España y una idea de España completamente negativa. Todo lo español me encanta y me indigna al mismo tiempo». Según afirma Joseba Achotegui: «los cambios vividos en la migración modifican para bien o para mal la identidad de la persona que emigra. Nadie permanece igual tras emigrar», y el reto consistiría, tal vez, en asimilar la idea de sustituir el concepto de hogar por el de una realidad interna más transportable como afirma Harry Czechowicz. El escritor Ödön Von Horvath representaba de alguna manera esto último así: «si me pregunta cuál es mi patria, respondo: nací en Fiume, crecí en Belgrado, Budapest, Bratislava, Viena y Múnich, y tengo pasaporte húngaro, pero no tengo patria».

...la sensación de haberse asentado... hace aflorar un duelo migratorio donde se elaboran pérdidas y procesos emocionales asociados a la experiencia vivida lejos de tu origen

Pero entonces: ¿qué es la identidad? El profesor Achotegui hace una buena aproximación desde donde partir definiéndolo como «el conjunto de las autorrepresentaciones que permiten que el sujeto se sienta, por una parte, semejante y perteneciente a determinadas comunidades de personas y, por otra, diferente y no perteneciente a otras». Entonces ¿Qué sucede con las personas que emigran? ¿Qué factor juega el duelo migratorio y qué genera esta ambivalencia tan difícil de elaborar, pero tan liberadora si se logra? ¿Cómo se autoconstruye ese sentir positivo y constructivo de ser extranjero?

Entre dos culturas: duelo migratorio, identidad y ambivalencia afectiva.

No todos partimos de una situación personal, geográfica, política o social igual y/o estamos amparados por leyes de protección similares cuando emigramos. No todas las personas reaccionan de la misma manera ante una experiencia migratoria y no todos los mecanismos de afrontamiento se disponen igual. Migrar se aloja en un proceso con comunes denominadores dentro de innumerables matices.

El duelo tiene una serie de características: es parcial —no es irreversible porque sigue presente—, es recurrente porque se reactiva fácilmente y es múltiple porque engloba varios duelos: lo seres queridos, el estatus, el grupo de pertenencia, la cultura, la tierra o la lengua. También es transgeneracional y afecta tanto al que retorna a su país como a los seres queridos que permanecen en el lugar de origen. Como asegura Phil Rich: «experimentar un duelo, en cierta manera, celebra la profundidad de la unión con aquello que se cerró».

Migrar se aloja en un proceso con comunes denominadores dentro de innumerables matices

Pero hay dos características más y que de alguna manera protagonizan este artículo especialmente: el duelo migratorio es ambivalente y afecta a la identidad de forma vital en la vida de una persona. Investigaciones en psicología social apuntan la importancia de la identidad para ajustar la ambivalencia emocional, porque una vez que emigras no vuelves a ser el mismo: la identidad se transforma. Y esto confirma a su vez que la identidad es flexible y dinámica, desmontando el discurso de entidad fija e inamovible desgraciadamente tan presente. Como afirma Edward Said: «…la historia de la cultura no es otra que la historia de préstamos culturales. Las culturas no son impermeables; así como la ciencia occidental tomó cosas de los árabes, ellos las tomaron de los indios y los griegos. La cultura no es nunca cuestión de propiedad, de tomar y prestar con garantías y avales, sino más bien de apropiaciones, experiencias comunes, e interdependencias de toda clase entre diferentes culturas».

el duelo migratorio es ambivalente y afecta a la identidad de forma vital en la vida de una persona.

«¿Cómo vas a saber quién eres, si no entiendes de dónde vienes?»

Esta situación de ambivalencia supone un reto increíble para el migrante. El nuevo lugar nutre, nos suma, pero se produce una suerte de equilibrios en mantener la propia cultura y a su vez establecer nuevas relaciones con el lugar de acogida. Asumir ese «estar aquí protegiendo el allí», genera un fuerte coste psicológico pero también supone una increíble oportunidad de desarrollo  y transformación personal.

Por un lado, si no se logra elaborar bien el duelo se corre el riesgo de generar una discontinuidad identitaria dolorosa y el migrante se sentirá perdido y extraño. Experimentará que algo le falta, se dudará de su identidad hasta sentirse diferente en un sentido negativo. Este proceso es normal transitarlo, y hacerlo consciente es importante para abrir un camino sano de consciencia y gestión emocional. Pero, por otro lado, si el migrante logra el enorme reto de elaborar esta experiencia e interioriza que su identidad es permeable: habrá logrado transformar su identidad en una más rica de matices, más sosegada, más plena. Se hará más resiliente, capaz de asumir la mezcla como un hecho natural y sentir con plenitud el ser extranjero como una forma conciliadora y no divisora de ser. 

Cuando todo este totum revolutum de vivencias, esta sacudida psicológica y toda esta experiencia tan increíble logra ser constructiva, todo se transformará en un desarrollo personal más sostenible, más permeable a la diversidad y con un mayor bienestar emocional. Sentirse extranjero tendrá espacio para ser un canto de convivencia donde hacer de cualquier espacio un lugar y de cualquier lugar un hogar, sin olvidar todos aquellos otros hogares que emocionalmente forman parte de nosotros para siempre.

Lecturas recomendadas:

—Cerić, T. (2108) Jardines en tiempos de guerra. Elba Editorial

—Zapata Silva, C. Edward Said y la otredad cultural.  Académica del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos. Universidad de Chile.
—Achotegui, J. (2019). La inteligencia migratoria: Manual para inmigrantes en dificultades. Ned ediciones
—Czechowicz, H. y Peña-Czechowicz, S. (2018). Inteligencia migratoria en acción, aquí o allá. Tecni-ciencia libros.
—Krug, N. (2020). Heimat. Lejos de mi hogar. Salamandra graphics.

 

 

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