Los Caballeros de la Mesa Viruela

Portada móvil

Tercer premio del III concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento. Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR PAULA MARIEL LIVERATORE
ILUSTRADO POR NAIARA F. CANTERO
ARTÍCULOS | KIDS
BACTERIAS | VACUNAS | VIRUS
7 de Septiembre de 2020

Tiempo medio de lectura (minutos)

Maite era una niña muy curiosa y nada miedosa que disfrutaba mucho de las historias que su abuelo le contaba a la hora de la siesta. Sin embargo, Maite tenía una debilidad: lloraba con terror cada vez que iba a la pediatra. Ni hablar cuando veía esos tubos gigantes con una aguja puntiaguda infinita en el extremo que todos llamaban jeringas y ella apodaba «flechas de fuego».

Un día, a lo lejos, en el jardín, Maite veía que su mamá hablaba con su abuelo. Faltaban pocos días para que Maite cumpliera años, para su visita a la pediatra y sobre todo para la «flecha de fuego». Curiosa, se acercó y le pidió a su abuelo que le repitiera el nombre de las plantas que había en el jardín.

—Aloe vera, narciso y lavanda y ¿qué más sigue Maite?
—Romero, margarita y ¡geranio!
—Muy bien, ahora… ¡A comer!
—¡Y después, cuento, por favor!

Al terminar de comer, el abuelo y su nieta se sentaron en el sofá para el cuento de la siesta, como de costumbre. «Érase una vez, hace mucho tiempo —comenzó su historia el abuelo—, un reino muy poderoso donde la gente vivía tranquila y alegre. Los valles eran verdes y corrían ríos de agua transparente. Este territorio estaba protegido por un ejército de caballeros. Eran miles y en sus caballos recorrían pueblos y bosques, montañas y fortalezas. No quedaba rincón del reino sin su presencia. Se hacían llamar los Caballeros de la Mesa Viruela.

Su tarea, nada sencilla, era defender y estar alerta ante posibles ataques. En el raro caso en que algún bandido se saltase los controles y se infiltrase en el reino, debían responder de inmediato para apresarlo y expulsarlo. Para ello, entrenaban día y noche. Escudos, cascos y armaduras para todo tipo de terreno y batalla eran fabricados. Arsenales de flechas, catapultas, espadas láser específicas para cada enemigo en reserva guardaban.

No solo entrenaban físicamente, sino que diseñaban estrategias y tácticas para identificar los diferentes enemigos y saber exactamente dónde atacar. Sabían, por ejemplo, que los malvados sapos apestosos del norte no soportaban el fuego y que no había nada mejor que espolvorear con polvo de pimienta a los piratas colorados que llegaban de lejanos mares. Cada vez que vencían una batalla, los caballeros se reunían para discutir las estrategias que habían funcionado, y así estar preparados si los enemigos se presentaban de nuevo. Todo quedaba anotado en el Libro Magistral de la Defensa, que estaba guardado en la Gran Biblioteca Central, junto a los documentos del arte de la guerra más importantes del Reino.

Los Caballeros de la Mesa Viruela habían existido desde siempre y jamás habían permitido una invasión. Entre sus proezas contaban batallas terribles, como contra los gigantes de un solo ojo, que habían surgido de las plantaciones de maíz. Tampoco había sido fácil aquel invierno en que aparecieron los cuervos verdes mutantes y cómo les costó descubrir que no soportaban la luz del sol. Pero siempre habían salido victoriosos.

Como todo iba muy bien desde hacía un tiempo, algunos caballeros engreídos que se creían invencibles se quejaban al rey: «¿Por qué tenemos que aprender tanto de nuestros adversarios? ¿Todos los días tenemos que practicar?¡Somos los mejores, los Caballeros de la Mesa Viruela!».

El rey, silencioso y con mirada pícara, no respondía a sus quejas.

Un buen día de verano, cuando la gente del reino disfrutaba de sus vacaciones, cuando nadie se lo podía imaginar, un ejército de mil millones de Boroboro robots apareció de la nada. ¿Cómo era posible? Ataques así solo sucedían en invierno o en días oscuros. Eran cientos, miles, millones, y llegaban por todos los caminos. Nadie los había visto antes, eran espeluznantes. Estaban cubiertos de pinchos afilados, sus ojos eran de vidrio y venían montados en bestias extrañas de incontables colmillos. Rápidamente los Caballeros de la Mesa Viruela se ubicaron en sus posiciones y hubo un enfrentamiento sin igual.

Descargaron sobre ellos todo su arsenal: flechas de fuego y catapultas llenas de serpientes venenosas. Lucharon con sus sables láser, les hicieron las llaves más complicadas de artes marciales milenarias, les pellizcaron… Nada funcionaba, no había manera, los Boroboro robots parecían invencibles. La desesperación comenzaba a invadir a los Caballeros de la Mesa Viruela.

De repente, después de horas y horas de lucha: ¡Eureka! En un extremo del campo de batalla sonó un extraño silbido piiiinnnnggg… ¡El Boroboro robot se había desactivado! Un valiente Caballero había encontrado el punto débil de sus adversarios: un agujero en forma de estrella en el costado derecho, debajo de su axila. Bastaba con meter un destornillador con punta en forma de estrella y piiiinnnngg, el terrible Boroboro robot se paralizaba de inmediato. Minutos después, no quedaba ni uno de ellos en pie en la zona de combate.

Gracias a la unión, la preparación y el ingenio, los Caballeros de la Mesa Viruela habían logrado vencer a los salvajes Boroboro robots. Al terminar la batalla, se jactaban de sus proezas: «¡somos realmente invencibles!¡Hip, hip, hurra!¡Hip, hip hurra!».

Cuando fueron llamados al palacio, el rey los felicitó por su gran labor, pero les reveló que esos Boroboro robots habían sido construidos sin armas por expresa petición suya para que ellos pudiesen derrotarlos y así hacer más fuerte al reino. «Esos Boroboro robots —les dijo— no son más que la copia de un ejército de Boroboro robots terribles, con increíbles armamentos que se pasean por ahí fuera y que pueden atacarnos cualquier día. Por esto, queridos Caballeros, es muy importante estar siempre alerta y entrenados».

Los Caballeros le miraron sorprendidos y un poco preocupados. Habían recibido una buena lección y contentos festejaron con un gran banquete, cantos y bailes junto a todos los habitantes del Reino. Ya exhaustos, los súbditos descansaron plácidamente porque sabían que mientras ellos descansaban eran defendidos por un ejército invencible, los Caballeros de la Mesa Viruela.

Al terminar de contar su historia, el abuelo le preguntó a Maite:

—¿Qué te parece que pasó después, cuando llegaron los Boroboro robots fuertes con armas letales?
—Me parece que nadie se debe haber dado cuenta, porque los Caballeros de la Mesa Viruela ya sabían que tenían que atacar en el agujero en forma de estrella con sus destornilladores, y ganaron sin problemas —Maite respondió duvitativa.
—Exacto, Maite —sonriente dijo el abuelo—. Lo mismo sucede con la «flecha de fuego» cuando vas a la pediatra. El líquido que hay dentro de las jeringas se llama vacuna. Hay muchos tipos de vacunas, y fueron descubiertas gracias al trabajo arduo y meticuloso de muchos científicos. Algunas de ellas son millones Boroboro robots debiluchos o su carcasa o, como en la historia, sin ningún arma. Son seres muy chiquititos que se llaman microorganismos. La mayoría de las vacunas son contra microorganismos como las bacterias o los virus. En nuestro cuerpo se inyectan microorganismos debilitados o partes de ellos o su envoltorio o inactivos, que sirven para que nuestro sistema de defensa los analice y sepa cómo defenderse; que aprenda a reconocerlos. Todo esto por si alguna vez llegan los Boroboro robots tremendamente fuertes con armamentos increíbles, los microorganismos nocivos, y así podamos derrotarlos sin darnos cuenta y no enfermarnos.

Maite se quedó pensativa cuando el abuelo terminó su explicación y durmió su siesta soñando con caballeros, batallas, flechas de fuego y seres muy chiquititos.

Varios días después, el cumpleaños de Maite llegó y el abuelo le regaló un disfraz precioso de caballero, un casco, un escudo y una espada láser. Más feliz que una perdiz, ya sabía cuándo lo usaría por primera vez.

Cuando finalmente tuvo que ir a la pediatra, muy sentadita en la sala de espera estaba Maite equipada con su disfraz de Caballero de la Mesa Viruela. «¡Ya no te tengo miedo, "flecha de fuego"!», sonrió satisfecha.

Deja tu comentario!