Que viene el coco

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Una persona muy ordenada podría indignarse alguna vez en la vida por la existencia de la polisemia. Diría que es una fuente innecesaria de caos y confusión, una forma de hacernos perder el juicio poco a poco. Pero en el caos y en la incertidumbre conviven el juego y las historias. Y los humanos, sin ellas, solo serían masa.

TEXTO POR RODRIGO GARDELEGUI
ILUSTRADO POR LA EMEJOTA
ARTÍCULOS
BOTÁNICA | COCO
17 de Septiembre de 2020

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Cuando era pequeño, mi madre me amenazaba con que, si no hacía los deberes o me iba tarde a la cama, vendría el coco. Como es lógico, mi madre no describía ese coco cuando me amenazaba con llamarle, por lo que mi mente se lo tenía que imaginar. Si hubiera visto el grabado de Goya que le retrata, probablemente hubiera pensado en el coco como un ser oscuro con capa que perseguía a las niñas y a los niños que se portaban mal. Pero nadie me llevó al Museo Nacional del Prado a contemplarlo, así que mi mente unió con una lógica absoluta la idea del malvado ser con el fruto del cocotero. Y así, durante años, temí que una planta viniera a por mí. Quien piense que eso era una locura es porque ha olvidado su infancia.

Cuando crecí, seguí con mi vida de adolescente y decidí estudiar biología. Si evitaba los batidos tropicales, las panaderías latinas y los tenderetes de las ferias era por pura precaución, yo ya era todo un universitario embebido en el recto mundo de la ilustración y como tal, no podía tener ningún trauma cocofóbico. Sería incoherente. De hecho, no abandoné la sala cuando mi profesora de botánica comenzó a hablar del coco. Lo curioso es que, al salir, dejé de preocuparme por que viniera el coco y comenzó a preocuparme adónde iba. Y me puse a investigar.

Desde luego, la primera dirección que toma un coco es la que le marca la gravedad hacia el centro de la Tierra, esto es, hacia abajo. Con una aceleración de 9,8 m/s2, los frutos de Cocos nucifera caen sobre la superficie terrestre con una energía que depende de su masa, que puede alcanzar los 2,5 kilogramos, y de la altura desde la que caigan. Y la verdad es que los cocos siempre están en lo más alto. El cocotero es una monocotiledónea, y como tal, no desarrolla crecimiento secundario en grosor ni ramas laterales. El tronco que vemos, falso tronco o estípite para los botánicos, es la acumulación de los restos de las hojas que ha ido generando mientras crecía. Las hojas nuevas surgen sobre las anteriores, que van muriendo, y es así como las monocotiledóneas crecen en vertical. Debido a este tipo de crecimiento, la única zona capaz de producir flores y, posteriormente, frutos, estará siempre en lo más alto del cocotero. A unos 20-30 metros de altura.

La energía potencial gravitatoria que tiene un coco de dos kilos en un cocotero medio de 25 metros son unos 500 Julios. No dice mucho, pero significa que cuando llega al suelo va con una velocidad de 22 metros por segundo, o lo que es lo mismo, casi 80 kilómetros por hora, lo que lleva a concluir que conviene no formar parte de la trayectoria de un coco que cae.

Existe, de hecho, una leyenda urbana que dice que cada año hay ciento cincuenta muertes por caída de coco en todo el mundo. La realidad es que no existen datos sobre ello, la famosa cifra de las ciento cincuenta muertes es una extrapolación de los resultados de una investigación en Papúa Nueva Guinea galardonada con un premio IgNobel, otorgado a aquellos estudios que «no pueden o no deberían ser replicados».  El doctor Peter Barss, su autor, solo quería advertirnos del peligro que podía suponer aquel fruto, tratar de hacernos ver que quizá el saber popular acertaba en la cultura ibérica, haciendo temer al coco, aunque fuera a través de la polisemia y las palmeras estuvieran a varios miles de kilómetros de distancia. Pero su investigación no sirvió para aumentar la precaución o concienciar sobre los peligros. Es más, fue usada exactamente para lo contrario, concretamente para blanquear a los tiburones. George H. Burgess, director del instituto internacional de ataques de tiburones, dijo que era más probable morir por un coco que por el ataque de un tiburón. Como siempre, también hubo quien, aprovechando la celebridad del dato, ofrecía a los turistas de Papúa Nueva Guinea un seguro individual con cobertura de accidentes por caída de coco.

Pero dejando atrás el antropocentrismo y la ética mercantil, lo normal es que cuando un coco cae no haya nadie debajo. Y lo bonito es que a partir de ahí comienza otro viaje, no tan veloz, pero sí más largo.

Veréis, un coco maduro contiene en el interior de la semilla agua y aire, que le permiten flotar sobre la superficie del océano cuando las olas lo alcanzan en la playa. Por el mar, a la deriva, pueden recorrer largas distancias de hasta cuatro mil kilómetros y sobrevivir durante periodos de tiempo que alcanzan los cien días. Gracias a estudios filogenéticos podemos saber que el origen del coco es asiático. La mayor diversidad de nombres y usos de esta planta en la zona no hacen sino corroborar esta teoría. El coco fue capaz, por sí solo, de dominar las costas del sureste asiático y del subcontinente indio. Entonces se topó con los humanos, que comenzaron a aprovechar las bondades que le ofrecía esta monocotiledónea, y se la llevaron de viaje, un poco más lejos de lo que el coco se hubiera imaginado en su larga vida como especie. Así es como desde las poblaciones del sur de la India, el coco se trasladó a las costas africanas y de allí al Caribe. Pero también cruzó el Pacífico desde el sureste asiático, llegando a la costa oeste del continente americano. Gracias a esta dispersión facilitada por los humanos, actualmente podemos encontrar cocoteros en cualquier zona con clima tropical.

Tras mi extensa investigación sobre los cocos, perdí todo el miedo que hubiera podido permanecer en mi interior. Pude tomar sin recelo todo batido tropical, acudir a las ferias y celebrar cumpleaños con pasteles de coco. Y cuando me presenté al examen de botánica, relacionar un mito ibérico con el fruto del cocotero me parecía, si no una estupidez, al menos una anécdota bastante absurda, aunque ciertamente útil para recordar las características de las monocotiledóneas. En la revisión del examen, sin saber muy bien cómo, confesé mi historia a la profesora, enfatizando, claro, que ya no se me ocurriría mezclar cosas que no tienen nada que ver. Ella me observó, sonrió para sí, y me dijo: «Qué pena, tenías coco de marinero portugués».

Intrigado por sus palabras, retomé la búsqueda y acabé encontrando el sentido que se me había escapado. Y es que el nombre del coco no viene de los habitantes de la zona de donde es originario, sino de quienes primero lo comercializaron y lo trajeron a Europa, los marineros portugueses, concretamente las expediciones de Vasco da Gama. El colonialismo también afecta a los nombres y así fue como algún marinero portugués con una madre inclinada a amenazar con la llegada de monstruos decidió que aquel fruto con tres orificios se asemejaba fuertemente al coco con el que había soñado durante toda su infancia. Y así lo bautizó, llegando a nuestros días junto con el mito que le dio nombre y demostrando que, a veces, la imaginación de un niño se acerca más a la realidad de lo que somos capaces de creer.

 

Referencias

Susan Pinker, 2002. The truth about falling coconuts CMAJ (Canadian Medical Association Journal) 166 (6) 801 https://www.cmaj.ca/content/166/6/801 

Gunn, Baudouin & Olsen, 2011. Independent Origins of Cultivated Coconut (Cocos nucifera L.) in the Old World Tropics. PLoS ONE 6(6): e21143. doi:10.1371/journal.pone.0021143

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