La cuarentena no es aislamiento y tampoco dura catorce días

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En la Europa del siglo XIV, la población vive atemorizada por la epidemia de peste negra. Los gobernantes no saben qué medidas tomar para vencer a un enemigo que desconocen. En este contexto nace la palabra cuarentena, que ha llegado hasta nuestros días.

TEXTO POR JOSE LUIS F. BLANCO
ILUSTRADO POR PAOLA VECCHI
ARTÍCULOS
AISLAMIENTO | CORONAVIRUS | COVID | CUARENTENA | PANDEMINA
1 de Diciembre de 2020

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No parece necesario insistir en la importancia que el uso adecuado de la terminología desempeña tanto en el debate científico como en la transmisión del conocimiento y en la divulgación de la ciencia. 

En referencia a la COVID-19, los términos aislamiento y cuarentena se emplean, con más frecuencia de la que sería deseable, indistintamente en los medios de información general. Una consecuencia de esto es cierta confusión sobre sus significados, cuando, en realidad, se trata de conceptos distintos desde el punto de vista de la epidemiología o de su equivalente en la medicina veterinaria, la epizootiología.

 El término aislamiento se refiere a una persona o grupo de personas (o animales) que sufriendo una enfermedad contagiosa se separa totalmente del resto del grupo para evitar el contagio de los individuos sanos de su comunidad.

Por el contrario, el concepto de cuarentena implica apartar del resto de la comunidad a un individuo o varios, de los que razonablemente se sospecha que pueden haber estado expuestos al agente causal de una enfermedad contagiosa. Cuando una persona —o animal— se pone en cuarentena implica que aún no ha manifestado síntomas clínicos. Tal vez no los manifieste nunca, pues  bien pudiera ocurrir que finalmente no se confirme la sospecha de infección; aunque también pudiera ocurrir que estando infectado no hubiese mostrado aún síntomas de la enfermedad.

Existe la posibilidad de que los individuos asintomáticos estén infectados y, de este modo, puedan convertirse en un futuro más o menos próximo en foco de infección para el resto. Eso es, precisamente, lo que trata de evitar la cuarentena.

La duración de la cuarentena variará en función de cada enfermedad infecciosa. Para establecer cuanto ha de durar es necesario conocer primero el periodo de incubación de la enfermedad.

Cuando un animal,  incluido el hombre, es infectado no desarrolla inmediatamente síntomas de la enfermedad en cuestión. Ha de transcurrir un tiempo para que el microorganismo alcance el órgano u órganos diana y  ejerza en ellos su acción patógena; consecuencia de la cual, y en función del órgano afectado,  se manifestarán en el individuo los síntomas y signos característicos de la enfermedad.

El período que transcurre desde que el individuo se infecta hasta la aparición de los primeros síntomas clínicos se conoce como  periodo de incubación de la enfermedad.

Este periodo no tiene una duración precisa, sino que fluctúa  en un rango de tiempo en función de múltiples circunstancias: la bacteria o el virus implicado, su virulencia, la dosis infecciosa o la susceptibilidad individual, entre otras.

Para la COVID-19, se ha observado un  periodo de incubación que oscila entre  2 y 14 días en la inmensa mayoría de los casos.

La extensión del periodo de incubación determina, como decíamos, la duración de la cuarentena. Para una enfermedad concreta,  la duración de la cuarentena ha de ser igual, al menos, al periodo de incubación más largo descrito para esa enfermedad, con el fin de asegurarse de que todos los individuos potencialmente infectados desarrollen síntomas de la enfermedad.

El objetivo de la cuarentena, por tanto,  es prevenir la difusión de la enfermedad en el rebaño, o en la comunidad, en el hipotético caso de que existan individuos que aun no presentando síntomas puedan estar infectados. Por tanto, una cuarentena podrá tener una duración variable en función de la  enfermedad y no necesariamente será de  cuarenta días.

Si la duración de la cuarentena no es de cuarenta días, ¿cuál es el motivo de que se le llame cuarentena?

Para averiguar el origen del término debemos remontarnos a mediados del  siglo XIV. En esa época,  Europa estaba siendo asolada por una epidemia devastadora: la peste bubónica o peste negra. Estamos en 1347, y barcos mercantes procedentes de Oriente surcan el Mediterráneo para arribar a los más importantes enclaves comerciales del sur de Europa. En sus bodegas, repletas de mercancías exóticas, viajaban las ratas portadoras del germen, y con ellas las pulgas que actuarán como vector de la peste a los humanos. En unos pocos años, la peste se extendió por Europa y los muertos se contaban por millones. 

Sin una base científica en la que apoyarse, en las mentes médicas de la época anidaba la idea de que los individuos enfermos eran un foco de contagio  de la enfermedad. Aún restaban quinientos años para  que Louis Pasteur y Robert Koch desarrollaran la teoría microbiana de la enfermedad, y más tiempo aún para que se identificase el agente  causal: una bacteria llamada Yersinia pestis.

Ante la impotencia de los gobernantes, la peste avanzaba dejando tras de sí un reguero de muertos. En un intento por contener la propagación de la enfermedad, el vizconde italiano Bernabo de Reggio promulgó, en 1374,  un edicto en el que, además de imponer a los enfermos la obligación de abandonar la ciudad y permanecer fuera de ella hasta curar —o morir—, se ordenaba a todos aquellos que hubiesen atendido a enfermos de peste a permanecer incomunicados diez días.

Algunos años después, en el año 1377, la ciudad portuaria de Ragusa —en la actualidad Dubrovnik, Croacia— aprobó nuevas medidas para el control de la peste bubónica. Entre ellas, la obligación de que los visitantes de la ciudad procedentes de lugares donde hubiera casos de peste negra permaneciesen extramuros durante un periodo de treinta días. Los buques mercantes que arribaban a la ciudad dálmata debían observar la misma medida y, en consecuencia, sus tripulaciones no podían desembarcar hasta transcurrida la  treintena.

Las ciudades portuarias mediterráneas más importantes de la época —Pisa, Venecia, Marsella o Génova—, que sufrían el azote de la peste negra, adoptaron medidas similares en los años posteriores. De acuerdo con G. Walter Ledermann, fue Marsella la primera que, en 1383, incrementó la duración de la medida a cuarenta días. Nacía así el término cuarentena.

El motivo de este incremento no está del todo claro. Algunos autores han sugerido que la ampliación fue debida a que las autoridades sanitarias de la época consideraron insuficiente la treintena. Otros, por el contrario, encuentran una explicación más plausible en el simbolismo que para la religión cristiana tiene el número cuarenta: la Cuaresma dura, como periodo de purificación del alma, cuarenta días;  los mismos que Jesucristo permaneció en el desierto, o Moisés en el Monte Sinaí; o los cuarenta días del Diluvio Universal.

Sea como fuere, el término cuarentena hizo fortuna y quedó incorporado a la terminología médica en el ámbito de las enfermedades contagiosas, como concepto sinónimo de confinamiento preventivo, independientemente de su  duración.

Referencias:

Dossey, Walter. 2020. Alone, together: Social isolation, quarantine, and the coronavirus pandemic. Explore.16 (5): 275-277

Ledermann D, Walter. 2003. El hombre y sus epidemias a través de la historia. Revista Chilena de Infectología. Edición aniversario: 13-17.

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