Un tatuaje con superpoderes

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TEXTO POR ÍÑIGO BRETOS ULLÍVARRI
ILUSTRADO POR LAURA DÍEZ
ARTÍCULOS | KIDS
PIEL ELECTRÓNICA
5 de Abril de 2021

Tiempo medio de lectura (minutos)

—¿Piel electrónica? —Preguntó Noa con cara extrañada.
—Sí, piel electrónica. Eso es lo que investigo en mi trabajo —respondió su papá—. Es una piel artificial que imita, o incluso mejora, las propiedades de la piel humana. ¿Qué te parece?
—Muy bien. Pero... ¿para qué sirve?
—Imagínate un robot que pudiera levantar toneladas de peso pero que no fuera capaz de coger un huevo sin romperlo. Si recubriésemos su mano con piel electrónica, como si fuera un guante, el robot podría adquirir el sentido del tacto y controlar la fuerza con la que aprieta el huevo. O también saber si un objeto está demasiado caliente o frío. ¿Lo entiendes ahora?
—Sí. Sería una especie de robot humano.
—Eso es. Un robot humanoide —corrigió sutilmente su papá—. Pero, además, la piel electrónica podría hacer que el robot tuviera propiedades que no tenemos los humanos. ¿Te imaginas que tu piel se iluminara en la oscuridad como las luciérnagas o cambiara de color como los camaleones?
—¡Ostras! —Exclamó Noa—. ¡Es como si esa piel le diera superpoderes al robot!

Con tan solo seis años, Noa ya sabía más cosas de ciencia que muchos niños mayores de su cole. Le encantaba. Quizás era la ilusión con la que veía a su padre hablar de su trabajo lo que le contagió unas ganas enormes de convertirse en científica. Incluso un día participó en una obra de teatro que organizaron en el trabajo de su padre sobre la gran científica Marie Curie. Ella hizo de una de sus dos hijas, Irène (la mayor), y fue uno de los mejores días de su vida. Sin embargo, también recordaba con preocupación ese día por otra cosa que había hecho sin que nadie se enterara...

—Lo has hecho genial, Noa. ¡Menuda actriz que estás hecha! —Dijo con orgullo su papá una vez terminada la obra y dirigiéndose juntos a su despacho—. Espérame aquí mientras voy al baño a quitarme la peluca de Einstein y a cambiarme de ropa.
—Vale, papá —respondió Noa mirando con curiosidad el interior de una caja de plástico que estaba sobre la mesa—. Oye, ¿por qué guardas calcomanías aquí? 
—En realidad son muestras de piel electrónica —dijo sonriendo su papá—. Por la parte de atrás del dibujo que ves se encuentran los componentes electrónicos y las conexiones que hacen posible que funcionen. ¿Recuerdas lo que te conté sobre los robots humanoides? Pues pegándoles estas calcomanías tendrían listos sus superpoderes. Y lo mejor es que serían unos superpoderes ocultos, ya que el resto de personas solo vería un simple tatuaje —y salió del despacho guiñándole un ojo.

Noa se quedó boquiabierta. No podía dejar de mirar aquellas coloridas calcomanías e imaginarse mil historias fantásticas. Había de un unicornio, un gato, una calavera, un corazón, un dragón y una estrella. Ella tenía clara su favorita. Y justo cuando la cogió para verla con detalle, entró su padre de vuelta al despacho.

—Ya estoy listo. ¡Qué gusto haberme quitado el bigote! No veas cómo picaba. Venga, vamos al coche que hay que volver a casa a contarle a mamá el exitazo de nuestra obra.

Y así fue como rápidamente y sin apenas pensarlo, Noa cerró su mano derecha y se la llevó al bolsillo de su abrigo amarillo donde quedó escondida la calcomanía del gato gris con ojos verdes que había cogido sin que, efectivamente, nadie se enterara.

Pasó el fin de semana bastante nerviosa temiendo que sus padres le pillaran el sitio donde había escondido la calcomanía. Pero, por suerte para ella, no fue así. El lunes la metió en su mochila del cole sin todavía saber muy bien qué hacer con ella. Ese día tocaba examen de educación física y Noa se encontraba en los vestuarios del gimnasio vistiéndose. Era la última y estaba sola. Pensó que quizás era un buen momento para ponerse su nueva calcomanía. Eligió su brazo derecho, en la muñeca, donde tenía una mancha de nacimiento que sus padres le decían que le hacía especial. Después de humedecerla con agua y despegar el plástico adhesivo, apareció la cara gris del gato pegada a su piel como un tatuaje más de los muchos que se veían en su clase. En ese instante entraron sus amigas Irene y Eva.

—¡Venga, Noa! Que va a empezar el examen —dijo Eva.
—Oye, ¿sabes qué es lo que pasa cuando te quedas encerrada a oscuras? —Preguntó Irene a Noa mirando de reojo a Eva.
—¡¡¡Que aparece Momo para llevarte!!! —Gritaron las dos mientras salían del vestuario apagando la luz y cerrando la puerta de golpe.

La historieta de Momo estaba de moda por el cole. Una aterradora figura de mujer con ojos saltones y cuerpo de gallina. Noa sabía que era mentira, pero no pudo evitar que una sensación de miedo recorriera todo su cuerpo al verse completamente a oscuras. No le gustaba nada la oscuridad. Estaba a punto de llorar cuando de repente sucedió algo sorprendente. Un pequeño destello de luz verde que salía de su brazo iluminó débilmente el vestuario, lo suficiente para que su miedo desapareciera. ¡Su tatuaje brillaba en la oscuridad! Como las estrellas y los planetas que tenía pegados en el techo de su habitación. O como las salidas de emergencia que había en algunos pasillos del cole. Más tranquila y sonriendo, salió del vestuario y se dirigió al gimnasio donde se encontraba el resto de la clase.

—¡A ver! —Gritó el gruñón profesor Luis—. Vamos calentando y luego hacemos la fila para el primer ejercicio. Cogemos un balón del cesto y lo lanzamos lo más fuerte que podamos. En orden y sin sobrepasar la línea del suelo.

Uno a uno fueron todos lanzando los balones medicinales de un kilo con sus brazos mientras el profesor Luis tomaba nota de la distancia hasta el primer bote en el suelo. Aunque no era de sus asignaturas favoritas, Noa se esforzaba siempre todo lo que podía en educación física. Pero no conseguía destacar nunca. Aquel día notó algo extraño cuando tomó el balón en sus manos. Un calor muy intenso se apoderó de su brazo derecho, como si le quemara. Miró su tatuaje, donde los ojos verdes del gato parecían querer salir de su piel. El resto de la clase la observaba extrañada; nadie sabía por qué tardaba tanto el lanzar el balón. En ese momento, Noa lo levantó con sus brazos, flexionó las rodillas y arqueando su cuerpo lanzó el balón con tanta fuerza que dejó asombrado hasta al profesor Luis. Nunca nadie había llegado tan lejos con el lanzamiento. De hecho, el balón ni llegó a tocar el suelo en primer lugar...

—¡Ayyyyyyyyy! —Se quejó Eva cuando el balón la golpeó en la espalda provocando que sus gafas salieran volando.
—¡Qué pasada! —Gritó Irene—. ¡Noa ha batido el record mundial de lanzamiento!

Sí que fue una pasada. Su mejor amiga, Carmen, empezó a aplaudir y todos la siguieron, incluso hasta los chicos más brutos de clase que ahora miraban a Noa alucinados. Para quitarle importancia al triunfo, algunos decían que se había puesto unos brazos de robot con fuerza sobrehumana. Noa se reía y respondía que mejor no buscaran tres pies al gato, al tiempo que les amenazaba divertida ensañándoles su brazo tatuado.

Ya en casa, Noa les contaba a sus padres el gran día que había tenido en el cole. Todo lo que había sido capaz de hacer. Y todo lo que iba a ser capaz de hacer en los próximos días: aprender a nadar a crol, quitar los ruedines de su bici, dormir con la luz apagada... Estaba tan entusiasmada contando todo lo que pasaba por su cabeza que se le había olvidado por completo tapar el tatuaje de su brazo derecho. Su padre, que se había dado cuenta desde el primer momento, permanecía atento sin interrumpirla. Él también había tenido un buen día en el trabajo. Había conseguido fabricar por fin su primera muestra de piel electrónica en el laboratorio. Sonriendo, se preguntaba cuánto tiempo tardaría Noa en descubrir que ese tatuaje que llevaba era en realidad una calcomanía normal y corriente. Una calcomanía normal y corriente de un gato gris con ojos verdes. Aunque, eso sí, con superpoderes.

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