El legado de Hemingway

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Cada vez que visito a mi hermana, al ver a mi sobrino, soy consciente de lo rápido que pasa el tiempo. El ritmo de vida en Madrid es frenético y el laboratorio nunca te deja tiempo para las cosas importantes porque siempre hay algo urgente que acabar. Así que, cuando me quiero dar cuenta, han pasado varios meses desde mi última visita a Sevilla. Allí, sentados en el sofá de siempre, junto al calor del brasero, tarareamos las canciones que cantaba nuestra abuela en los días de invierno en que nos enfermábamos de pequeños.

TEXTO POR JESÚS VICTORINO SANTOS
ILUSTRADO POR NAIARA NIETO REMENTERIA
ARTÍCULOS
GATOS | GENÉTICA | HEMINGWAY | LITERATURA
3 de Mayo de 2021

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Al otro lado de la mesa, Blancanieves, la gata blanca, negra y naranja, reposa en el suelo, exhausta tras haber dado a luz a cinco gatitos: tres de ellos de pelaje negro y blanco; los otros dos o, mejor dicho, las otras dos, tricolor. Observamos a la pequeña familia gatuna mientras les explico a mi hermana y a mi sobrino que, sin molestar a los cachorros, ya podemos saber que los gatos calicó, así se llama a los de tres colores, son hembras. «Los importantes son el naranja y el negro –le digo a mi sobrino–, porque estos dos colores comparten el mismo lugar en el ADN. Son dos variantes del mismo gen y los gatos, al igual que los humanos, tienen dos copias para cada uno de sus genes: una que viene del padre y otra que viene de la madre». Entonces, mi sobrino me mira como si le molestara aquello que acababa de decir. «No lo entiendo», se lamenta impaciente. Al ver a mi sobrino nada convencido, pienso que es demasiado pronto para que le hable de genética. Ya tendré tiempo de contarle que el ADN está dividido en unidades llamadas cromosomas, que nosotros —los humanos— tenemos 23 parejas y los gatos 19, y que cada pareja contiene información para las mismas funciones. Seguro que cuando le diga que, a la última de estas parejas, los dos cromosomas más pequeños de todos, se les conoce como cromosomas sexuales, el cromosoma X y el cromosoma Y, vuelve a enarcar las cejas como hace siempre que le intento cambiar una moneda grande por dos pequeñas. Necesitaríamos hablar de equis e íes para desentrañar el secreto de las gatas tricolor, ya que las hembras (XX) tienen dos cromosomas X y los machos (XY) uno de cada. La clave se esconde en que tanto el color negro como el color naranja son dos variantes del mismo gen que se encuentra en el cromosoma X, por lo que cada cromosoma X solo puede ser de un color: negro o naranja. Blancanieves y las recién nacidas, al ser hembras y tener dos cromosomas X, pueden tener uno de cada color. «Yo quería que tuviera siete bebés para llamar a cada uno como los enanitos de Blancanieves», me dice enfurruñado.

Definitivamente, con mi sobrino funcionan mucho mejor las historias de piratas, al menos de momento. «Blancanieves va a tener ya mucho trabajo con cinco bebés –le dije–, pero ¿sabes qué tenía otra gata llamada Blancanieves en lugar de siete cachorros? Siete dedos. Y se trataba nada más ni nada menos que de la gata que Ernest Hemingway acariciaba mientras escribía su conocida novela Tener y no tener». La verdad es que, para mi sobrino, Hemingway no sería más que un nombre raro a menos que hubiera una gran historia detrás, así que me concedí la licencia de adornar un poco el reportaje que había leído en una biografía un tanto peculiar sobre la vida del escritor estadounidense. Al parecer, en la década de los años 30, Ernest Hemingway tenía su residencia de invierno en Cayo Hueso (Key West, en inglés), una isla en el estrecho de Florida que constituye el extremo más meridional de Estados Unidos. Tanto es así, que Cayo Hueso se encuentra físicamente más alejada de Miami que de Cuba, otro lugar clave para Hemingway, pero al que se puede ir por… carretera. La verdad es que es un emplazamiento que merece la pena consultar en el mapa, aunque sea un segundo. Recuerdo mi cara de asombro al abrir la vista satélite del navegador y recorrer horrorizado aquel monstruo sobre el agua.

Dicen que Hemingway, quien al igual que mi sobrino era amante de los gatos y de las buenas historias, por esa época empezó a oír en los bares y muelles de Cayo Hueso leyendas sobre misteriosos gatos que tenían más dedos de la cuenta y surcaban los mares. «¿Gatos piratas?», me pregunta el renacuajo tapándose ahora un ojo con la servilleta. «Sí, de los de parche en el ojo y bigote puntiagudo». Mi sobrino y yo le añadimos algunos efectos especiales, pero la realidad era que se podía encontrar algunos de estos misteriosos gatos junto a marineros y barcos. Algunos capitanes creían que eran una suerte de amuleto, que eran buen augurio; otros los creían mejores cazadores de ratas. Uno de estos hombres del mar, el capitán Stanley Dexter, conoció a Hemingway en un famoso bar de la isla: el Sloppy Joe’s de Cayo Hueso, que no es el verdadero Sloppy Joe’s de la Habana. El capitán, que sabía que a Hemingway le fascinaban aquellas criaturas, le regaló uno de sus gatos con polidactilia, un trastorno que afecta a los dedos de las manos y pies y que pueden presentar tanto animales como humanos. Hemingway, que nombraba a sus gatos en honor a personajes y artistas de la época, llamó Blancanieves (Snow White) a este gato que no tenía siete enanitos, pero sí seis dedos. He de admitir que le he mentido a mi sobrino poniéndole un dedo de más al gato pirata, pero su cara de fascinación no tiene precio. Además, ahora que lo pienso, tampoco he mentido del todo. Por lo visto, el pequeño felino resultó ser macho y Cayo Hueso una isla muy pequeña, por lo que no pasó mucho tiempo hasta que nacieron más mininos con seis dedos en sus felinas patas. La polidactilia es una malformación dominante, lo que significa que es suficiente con que uno de los progenitores, Blancanieves o alguna felina isleña, transmita la mutación para que la descendencia la manifieste. El resultado: hoy en día hay muchos gatos con seis dedos recorriendo las calles de esta pequeña isla.

Ilustración de Naiara Nieto

La afición de Hemingway por los gatos hizo que en su casa de Cayo Hueso convivieran un gran número de estos animales; una convivencia que en muchos casos excedió cualquiera de sus matrimonios. Los gatos poseen cinco dedos en sus patas delanteras y cuatro en sus patas traseras, por lo que cualquier gato común debería tener dieciocho dedos. En cambio, en «Villa Hemingway” podemos encontrar ejemplares que tienen hasta siete dedos en una misma pata. Sí, más ejemplares. Al parecer, aquí vive parte de la descendencia de Blancanieves, un árbol genealógico gatuno por el que el alelo dominante con la información genética que confiere la polidactilia se ha extendido a sus anchas. La casa de Hemingway, además de museo, lugar histórico y atracción turística, es también hoy la casa de unos cincuenta de estos gatos. Y, como decía, algunos de los descendientes de Blancanieves sí que tienen siete dedos, así que, al fin y al cabo, no era tan grande la mentira.

La polidactilia es una malformación dominante, lo que significa que es suficiente con que uno de los progenitores, Blancanieves o alguna felina isleña, transmita la mutación para que la descendencia la manifieste.

Polidactilia
Polidactilia. Imagen de Naiara Nieto

 

En un esfuerzo por mantener el ritmo frenético de la historia de gatos piratas, no le pude contar a mi sobrino que la polidactilia puede estar causada por mutaciones en un fragmento del ADN que se encarga de controlar el desarrollo de las extremidades. De hecho, esto ocurre tanto en gatos como en otros mamíferos como, por ejemplo, ratones y humanos. Supongo que ya habrá tiempo de que sepa que el ADN es la molécula que contiene la información genética y la responsable de que mi sobrino sea clavadito a su madre y a mí. Además, como este ADN está formado por un código de cuatro letras: A, T, C y G; se podría decir que cuando secuenciamos ADN en el laboratorio, estamos leyéndolo, como si de un cuento se tratara. No puedo dejar de pensar en estos momentos en mi sobrino comparando aprender a leer en la escuela con mis experimentos de la tesis. Pero, ficción o no, lo cierto es que esta secuenciación (lectura) permite conocer cada una de las letras de nuestro ADN, pudiendo detectar la presencia de mutaciones, es decir, erratas que se producen en estas letras. Como ocurre con muchos trastornos hereditarios, existen numerosas mutaciones que pueden generar polidactilia y que la investigación en biomedicina ha identificado a lo largo de los últimos veinticinco años a base de leer y leer ADN.

Afortunadamente, no le cuento a nadie cómo he llegado a conocer esta historia, de lo contrario dejarían de pensar que me dedico a la ciencia y que, en realidad, tengo demasiado tiempo libre. Pero si algo caracteriza a las personas de ciencia es que somos curiosas –o deberíamos serlo—, pues nos pagan, no mucho (todo hay que decirlo), por descubrir cosas nuevas. Así que yo, que soy científico y curioso, mientras preparaba una conferencia sobre la genética de enfermedades, me topé con algunos de los nombres de esas mutaciones que generaban polidactilia. Procedían de países: mutación cubana, belga, holandesa… Y así un sinfín de mutaciones procedentes de más de una decena de países. Probablemente, el lugar de procedencia de las familias con polidactilia que se habían estudiado. O de los científicos que las descubrieron. ¿A quién le quitaría el sueño? Sin embargo, una de ellas no cuadraba: Hw. Para mi sorpresa, habían investigado el legado existente en Cayo Hueso de aquel gato polidáctil y habían encontrado la mutación responsable: la llamaron mutación Hemingway que, abreviada, se quedaría en Hw. Así pasé mi noche antes de la conferencia: leyendo sobre la afición felina de Hemingway, sobre el legado de aquel gato polidáctil que un capitán le regaló al célebre escritor y sobre Cayo Hueso, una isla situada a más de cien kilómetros de la costa más cercana, a la que se podía ir en coche.

Recuerdo que aquella noche no podía dormir. Supongo que la charla del día siguiente me tenía intranquilo, pero, además, no podía abandonar mi detectivesca investigación sobre Hemingway. Buscando retratos de la familia pensé en lo mucho que me llamaba la atención de pequeño que mi hermana y yo nos pareciéramos tanto a mi padre, pero no a mi madre. Al seguir leyendo me topé con una noticia más dramática. A pesar del éxito cosechado por Ernest Hemingway durante su trayectoria como escritor, sus últimos años no fueron los más estables y terminaron con su muerte tras una herida por arma de fuego. Al igual que sucediera con su padre, su hermana Úrsula y su hermano Leicester, e incluso su nieta Margaux, todo apunta a que su muerte fue un acto de suicidio. De forma similar a lo que ocurría con la polidactilia en los gatos de Cayo Hueso, pareciera que la conducta suicida se heredara entre los miembros de la familia Hemingway. Nada más lejos de la verdad: no hay pruebas para decir que un hecho tan particular de conducta se deba, exclusivamente, a su base genética. Ni siquiera es algo que se entienda muy bien por los expertos. Sin embargo, el padre de Hemingway sí padecía una enfermedad hereditaria llamada hemocromatosis. Una enfermedad genética que produce altos niveles de hierro en sangre. El hierro, pese a que es indispensable para nuestro organismo, necesita estar en unos niveles adecuados y, como casi todo en biología, tan perjudicial es su déficit como su exceso. Aunque esta enfermedad no está directamente asociada con trastornos psiquiátricos, sí que produce daños en diferentes órganos, incluido el cerebro, lo que podría explicar en cierta forma la desgraciada sucesión de eventos.

...pareciera que la conducta suicida se heredara entre los miembros de la familia Hemingway. Nada más lejos de la verdad: no hay pruebas para decir que un hecho tan particular de conducta se deba, exclusivamente, a su base genética.

Pero no me enredo más, porque, con tanto vaivén genético y literario, ya hace un buen rato que mi sobrino se quedó dormido, quién sabe si por lo tarde que se nos hizo o por lo que tardé en llegar hasta el final del cuento. Así que, aprovechando el silencio sepulcral de esta noche de invierno, voy a tratar de dejar por escrito la versión original de la historia para que, si la lee en algún momento, recuerde mis visitas desde la capital.

 

 

Referencias

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