Pitágoras

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No me creerán, pero a pocos días del sorteo estatal anual, me dirijo a un establecimiento local para adquirir un décimo. Quiero el número 10. Siempre ha sido mi número preferido. Soy consciente de que es poco probable que salga premiado, pues los boletos binarios son poco agraciados: 00010. Pero me gusta el número y lo quiero para mi. Lamentablemente, y pese a la rareza del número, no soy la única persona que lo desea… allá me encuentro un señor exigiendo el mismo número, es el mismísimo Pitágoras.

TEXTO POR MIA MEN
ILUSTRADO POR LINO ABAD
ARTÍCULOS
FILOSOFÍA | MATEMÁTICAS | PITÁGORAS
6 de Mayo de 2021

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Le reconozco enseguida por la toga griega, el turbante en la cabeza y por sus gritos al empleado «Pero ¿usted sabe quién soy? ¡Pitágoras!»
Le abordo por la espalda: 

—Admirado Pitágoras de Samos…
—Ya estamos con Samos…
—¿No es Samos?
—Sí, es Samos, pero ya estamos con llamarme Pitágoras de Samos, cuando marché echando leches de la isla, entre otros menesteres, porque gobernaba un dictador llamado Polícrates. Si no le molesta, Crotona, en Italia, es mi segundo hogar y de allí me gustaría ser recordado. Allí me quisieron. ¿Pero sabe qué? Aunque no la conozco, me cae usted bien, llámeme simplemente «Genio».
— Genio, sí, y humilde, por lo que veo. Poca información fehaciente nos ha llegado sobre usted querido Pit…Genio. Ni siquiera queda constancia histórica de que fuera usted el auténtico creador del teorema de Pitágoras.
—A ver, señorita, si tan lista es usted, dígame, ¿por qué iba a llamarse el teorema de PITÁGORAS si no fuera yo el padre de la criatura? ¿Cuántos Pitágoras conoce usted? 
—Debo avisarle, querido GENIO, de que sin ir más lejos existió otro Pitágoras de Samos boxeador y, por cierto, ganador de los Juegos Olímpicos. Dudo que se quisiera encontrar a su tocayo... 
—¿Y esto fue...?
—En el año 588 antes de Cristo.
—¿Antes de quién?
—Es igual. Pero el teorema no parece claro que fuera obra exclusivamente suya, tal vez una obra conjunta con alguno de sus fieles pitagóricos. 
—Fui yo. El teorema es mío. En todo triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los...
—¡Pero hay quien aduce que ya en Mesopotamia y el antiguo Egipto se propusieron planteamientos similares! ¡Que usted solo ayudó en la demostración de un teorema prácticamente elaborado!
—¡Catetos! ¡Catetos!
—Catetos, sí... No concuerda tanta rabia con su célebre y bella cita «No desprecies a nadie; un átomo hace sombra». 
—Joven, ¿sabe usted contar? Pues no cuente conmigo. Yo solo venía a comprar un número para la rifa del domingo.
—De acuerdo, hablemos de números. Señor Genio, también se le atribuye a usted y sus discípulos el desarrollo de las raíces cuadradas, el descubrimiento de que el resultado de numerosas raíces cuadradas comportaba un resultado irracional. 
—Así es. 
—Usted y los suyos entendieron también que la estructura del cosmos era numérica, matemática. Puesto que todo a nuestro alrededor era reducible a números: la música, a la cual eran tan aficionados; e incluso todos los objetos que nos rodean, números, geometría pura. 
—Así es, cosmos significa orden, en este caso numérico. Y en este cosmos o universo, todo cuanto acontece no pasa de meras transformaciones, nada perece. Nuestro interés, y el mío especialmente, han sido siempre los principios matemáticos; los problemas se los dejo a usted. Veo claramente números femeninos, masculinos, algunos más bellos y otros más feos. El más bello es el 10. Deme ese boleto, por favor.
—Es usted un auténtico filósofo.
—Así es, fui el primer filósofo.
—Permítame que discrepe. Fue usted el primero en denominarse a sí mismo filósofo, pero hubo otros antes que usted.
—Si se refiere usted a Tales, Anaxímenes y Anaximandro todo lo que saben me lo deben a mi. Nos conocimos y les facilité algunos datos. 
—Que los conociera no lo dudo, de lo demás sí. Pero, si no le molesta, volvamos a la geometría.
—Mi disciplina preferida. Usted dirá.
—Que geometría significa literalmente «medir la tierra» lo tiene usted claro…
—Sí, sí, pero no entiendo a dónde me quiere llevar.
—A Egipto. Porque usted se valió de la experiencia de los egipcios, los cuales medían triángulos y ángulos rectos con cuerdas, para demostrar su teorema. En la práctica su teorema ya existía… solo que ellos no supieron demostrarlo.
—Y dale, le repito, ¿Teorema de…? ¿De…? ¡¡¡No os oigo!!! 
—Me recuerda usted a Beethoven encima del escenario.
—¿Qué Beethoven? ¿Qué Cristo? Me empieza usted a caer regulinchi.
—Usted y su secta…
—Querrá decir los matematikoi, los matemáticos. Éramos casi 300 y nos consagramos no tan solo a las ciencias formales, sino también a la purificación y transmigración del alma, la teoría órfica. ¿Sabe que juramos lealtad y secretismo?
—Lea mis labios querido Genio: una SECTA. Por cierto, me temo que muchos de sus amigos se fueron de la lengua, porque yo vengo del futuro y sé más cosas de las que debería…
—¿Viene usted del futuro? ¿Y cómo nos va?
—¿No le acabo de decir que he vuelto? Pero volviendo a ustedes y su secretismo, almas, purificación, vida comunal sin posesiones... Se dice que cualquier descubrimiento se le atribuía a usted, los números eran sagrados y los idolatraban (a los números y a usted). Eso es una secta como una catedral. Solo les faltaba ser vegetarianos.
—Efectivamente, éramos vegetarianos. «Nunca mojes tu pan en la sangre de los animales ni en las lágrimas de tus semejantes». ¿No me lo había oído decir? «Mientras los hombres sigan masacrando a sus hermanos los animales, reinará en la tierra la guerra y el sufrimiento y se matarán unos a otros, pues aquel que siembra dolor y muerte no podrá cosechar ni la alegría, ni la paz, ni el amor». Deme el 10 que me voy.
—Uy, como de Samos; por cierto, su añorada Samos es famosa en el futuro por su pescado, ¿lo sabía?
—Si se lo comen, no me interesa. Dejaré mi tierra por fin, dejaré mis campos y me iré lejos de aquí. Cruzaré llorando el jardín y con tus recuerdos partiré lejos de aquí
—No, si va a resultar que Nino Bravo también le debe todo a usted. 
—No sé de qué me habla. No sabe hablar quien no sabe callar.
—Es usted un poeta. En el futuro decimos: «calladito estás más guapo». Por cierto, ¿es verdad que tenía usted fobia a las habas porque le recordaban a las puertas del inframundo?
—Y a más cosas, sí. Pero ¿sabe usted que permanecí durante varios días en el inframundo?
—Engañará usted a sus matematikoi, a mí no. Eso fue lo que les dijo, pero estuvo usted encerrado en un sótano.
—Qué poco respeto… Me ofende. Estoy a punto de pirarme, como de Samos.
—De acuerdo, pero antes de nada me gustaría agradecerle su trabajo. Gracias a usted avanzaron enormemente ciencias como las matemáticas, la astronomía o la medicina. Así que, gracias, querido Genio. 
—Por fin alguna palabra de agradecimiento y reconocimiento a mi lugar en la historia. 
—De nada. Pero lamento decirle que ese boleto lo reservé ayer. Es mío. Siendo quien es y si quiere, le ofrezco compartirlo. Si sale premiado, mitad y mitad. 
—«El principio es la mitad del todo».
—Lo que yo le diga, un poeta. Pero pague su parte y en paz.

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