Hello, Dolly

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Cuando en el cine se intenta grabar un objeto de cerca, existen dos soluciones clásicas: hacer un zoom o acercar la cámara. Ambas estrategias no son equivalentes y esto tiene mucho que ver con el funcionamiento del ojo humano y con los ángulos con los que la cámara captura las imágenes. ¿Y cuál es la relación de todo esto con nombres como los del británico Stanley Kubrick, el turolense Segundo de Chomón y la pionera del cine Alice Guy?

TEXTO POR FERNANDO ANTOLÍN MORALES
ILUSTRADO POR JAUME OSMAN
ARTÍCULOS
CINE
26 de Agosto de 2021

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«¡Corten!», gritó el productor visiblemente enfadado desde las sombras. Los actores titubearon, pues aquella voz no era la de la directora de la película, pero el inesperado alarido dio al traste con su concentración y los sacó de sus personajes. Carmen llevaba años luchando por lograr llevar a la pantalla aquella historia que la tocaba tan de cerca y no pensaba permitir que aquel energúmeno terminase tornando su sueño en pesadilla.  Era consciente de que no estaba haciendo caso de lo que habían hablado tan solo unos días antes, pero también sabía que le habían dado gato por liebre y que todo lo que le habían prometido cuando firmó el contrato había quedado en el olvido cuando por fin se acercó el principio del rodaje. Se dio cuenta de que la habían utilizado y que aquel hombre no tenía interés alguno en su guion, sino que su objetivo era ganar dinero mediante un oscuro entramado que incluía una financiación opaca, acceso fraudulento al sistema de subvenciones y algunos extraños tratos con televisiones locales y autonómicas donde alguna vez se emitiría la película en horario de madrugada. Lo que más le dolía es que ella había oído hablar de estas prácticas, pero se sentía tan orgullosa del proyecto que tenía entre manos que consideró que el interés que mostraba aquella empresa por su trabajo debía ser genuino. Sin embargo, Carmen nunca había sido de rendirse y, tras descubrir el plan del que había sido víctima, resolvió junto a otros miembros del equipo que, a espaldas de los responsables, lograrían hacer la película que se había propuesto. Como había aprendido a hacer tras años de experiencia en el sector, decidió hacer frente a las bravuconadas de aquel hombrecillo con razón y serenidad, así que dejó que fuese él quien se pusiese en evidencia mientras ella se mordía la lengua.

Todo aquel follón en el set se debía a que se había enterado de que, sin ser consultado, en el rodaje estaban utilizando un dolly, uno de esos carritos que van sobre rieles para permitir el movimiento de la cámara. Para aquel tacaño esto significaba más tiempo, más personal y «por lo tanto más dinero». Todos los que estaban ahí lo observaban con cara de póquer, esperando a que se le pasase el calentón, aunque él continuó y continuó durante largos minutos escupiendo al aire toda clase de quejas y lamentos. Que si «hasta Stanley Kubrick pudo grabar con zoom y esta necesita mover la cámara», que si «esto es España, no Hollywood», para rematar con un misógino «yo que doy oportunidades a mujeres cineastas, para que me lo paguéis así».

Después de aquella sucesión de despropósitos se hizo el silencio durante unas fracciones de segundo y, a continuación, todos los presentes rompieron en carcajadas. El productor, nervioso, no sabía lo que estaba pasando, pero en su discurso había demostrado tal ignorancia sobre el arte cinematográfico y su historia que los profesionales del cine no pudieron evitar tomarse todo aquello a risa.

Si bien era verdad que Stanley Kubrick había utilizado el zoom durante el rodaje de Barry Lyndon, esto lo hizo precisamente porque sabía que el resultado sería completamente antinatural. De este modo, se perdería el sentido de la percepción de las tres dimensiones habitual en el cine y las imágenes parecerían más planas, pues pretendía que la fotografía de la película emulase los óleos de los pintores de la época que intentaba representar. Más ridículo todavía resultaba el comentario del productor para quienes conocían otras anécdotas sobre el británico. Cuando rodó una de sus primeras cintas y era todavía un desconocido, se ganó el respeto de su equipo al demostrar que entendía perfectamente cómo el acercamiento producido por el zoom nunca era equivalente al del movimiento de la cámara. Nuestra vista puede aumentar el tamaño con el que percibe los objetos cuando nos acercamos a estos, pero los ojos no son capaces de imitar la visión telescópica. Además, si únicamente se utiliza el objetivo de la cámara, tan solo se puede cambiar el tamaño de lo que se filma, mientras que si esta se mueve, cambian también los ángulos de visión. Por ejemplo, cuando pasamos a través de una puerta, al acercarnos, se nos van descubriendo nuevos objetos que antes nos quedaban ocultos tras el marco. Si se mueve la cámara se consigue este efecto; con el zoom, no. Por si esto fuera poco, Kubrick era también famoso por cómo utilizó el dolly en películas tan populares como El resplandor, por lo que el ejemplo de aquel entendido resultaba hilarante para los verdaderos amantes del cine.

Otra cuestión que les había resultado graciosa era su referencia a comparar España con Hollywood. No es que ellos fuesen unos patrioteros y, desde luego, no habrían puesto nunca en cuestión que en cuestiones de medios, recursos y presupuestos, los americanos les llevaban con mucho la delantera. Sin embargo, cuando el cabreo se debía al uso del dolly, la situación cambiaba mucho, ya que no fue ningún estadounidense quien desarrolló este sistema para rodar, sino que fue justamente el turolense Segundo de Chomón quien lo hizo. Ciertamente, el comentario no podía haber sido más desafortunado.

Para terminar, restaba su menosprecio a las mujeres cineastas. Si bien sus palabras eran repugnantes por si solas, más lo fueron para Carmen, pues le tocaban de cerca. Le resultaba muy irónico que fuese un hombre quien hiciese este comentario ya que, históricamente, fue precisamente una mujer quien dio paso a los varones en aquello de contar historias a través de la cámara. Quizá los hermanos Lumière fuesen los primeros en grabar imágenes en movimiento y proyectarlas sobre una pantalla, pero nunca consideraron la posibilidad de narrar historias de ficción. Tuvo que llegar Alice Guy para comprender que el cine no era solo aquel aparato capaz de captar realidades, sino que había millones de posibilidades, de relatos, de fantasías y mundos que poder representar y contar y que todos aquellos locos sueños que almacenaba en su cabeza podían tener un potencial enorme. Guy introdujo en las películas los planos, el decorado, el vestuario, el montaje… Y luego, sí, vinieron otros y su nombre quedó olvidado durante décadas por la historia, como había sucedido con tantas otras en innumerables campos del conocimiento humano.

«¡Corten!», gritó Carmen desde su silla de directora poniendo fin al rodaje. Le había llevado décadas, pero por fin iba a quitarse aquella espinita que llevaba clavada desde el principio de su carrera. Gracias a su creciente reputación, había logrado reunir al equipo de su malogrado debut para contar una historia muy personal. La historia de un productor avaro e irresponsable que casi termina con sus sueños y que, en vez de esto, le dio el último empujón que necesitaba para que su nombre pudiese aparecer en una película junto a los de Stanley Kubrick, Segundo de Chomón o su admirada Alice Guy. Con ella terminaba el film. Con un plano en el que la cámara avanzaba sobre un dolly para terminar introduciéndose por la pupila de aquella mujer. La primera persona que entendió por vez primera de qué era capaz el cine.

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