Don Alexander

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Relato finalista del certamen «Ciéncia-me un cuento» 2021. Organizado por SRUK/CERUK (Society of Spanish Researchers in the United Kingdom).

TEXTO POR MÓNICA INÉS NAPP
ILUSTRADO POR MIREYA CHORRO
ARTÍCULOS | KIDS
MICROBIOLOGÍA | PENICILINA
4 de Noviembre de 2021

Tiempo medio de lectura (minutos)

Les voy a contar una historia que me gusta mucho. Es la historia de un gran descubrimiento. Lo hizo un señor que se llamaba Alexander Fleming. Él era un científico. ¿Saben lo que hace un científico? Pues, todas las cosas que hacemos nosotros todos los días como lavarnos los dientes, comer, trabajar, soñar, ver la tele. Pero lo más importante que hace es preguntarse cosas. Es una persona muy pero muy curiosa y no se queda sin una respuesta. No se cansa de preguntar y si nadie le puede dar una explicación que lo conforme, la buscará él haciendo pruebas y más pruebas que se llaman experimentos.

¿Qué preguntas hacen los científicos? Por ejemplo, cualquier persona, un día de sol, se pone bronceador y se acuesta en una lona a disfrutar de su calorcito. Un científico hace lo mismo, pero mientras tanto se podría preguntar ¿de dónde vienen este calor y esta luz del sol? ¿Se va a apagar el sol algún día?

O cuando, de paseo, ve un camino de hormigas en el bosque se preguntaría ¿cómo encuentran las hormigas su camino de vuelta al hormiguero? ¿Hacen señales para no perderse?

Y cuando ven brillar la luna en el cielo oscuro de la noche dirían, pero la semana pasada la luna era finita y hoy es un queso redondo, ¿es la misma luna de siempre? ¿Por qué cambia de forma con los días?

Ustedes, ¿no se preguntan muchas cosas todos los días? Tal vez podrían ser buenos científicos.

Bueno, como ven un científico es un verdadero preguntón que tiene muchas dudas al mismo tiempo, pero él trata de concentrarse en unas pocas preguntas para contestar porque si no, no le alcanzaría la vida para responderlas.

Don Alexander había nacido en Escocia, Inglaterra, en 1881 y había estudiado medicina. Era muy serio y formal y a su trabajo iba siempre vestido de traje y con una corbata de pajarita. Nada de jeans y remera. Allí hacía un trabajo muy importante estudiando cómo mejorar las vacunas. Luego comenzó la Gran Guerra y muchas cosas cambiaron. Él tuvo que dejar el laboratorio para ir a socorrer a los soldados ingleses. Durante ese tiempo salvó muchas vidas en el campo de batalla.

Cuando volvió de la guerra se puso a estudiar a las bacterias. ¿Saben qué son? Unos organismos muy pequeños, que están en todos lados. En nuestras manos, en nuestra boca, en el suelo, pero son tan pero tan minúsculas que no las podemos ver con nuestros ojos a menos que usemos un microscopio. Aun así, se ven como puntitos o pequeños gusanitos movedizos. Hay bacterias buenas que nos sirven como las que producen el yogur, las que tenemos en el intestino y nos ayudan a aprovechar los alimentos, las que tenemos sobre la piel y nos defienden de los hongos.

Ustedes se preguntarán por qué don Alexander estudiaba a las bacterias. Bueno, pues porque algunas no son buenas y son las causantes de muchas de nuestras enfermedades, algunas muy graves. Por ejemplo, cuando nos duele la garganta, cuando se nos infecta una herida, cuando nos descomponemos y nos duele la panza, es casi siempre culpa de unas cuantas bacterias que se las arreglaron para entrar dentro de nuestro cuerpo.

Don Alexander las estudiaba para ver cómo las podía combatir. Las hacía crecer dentro de unas cajitas de vidrio que tenían que estar muy pero muy limpias y después trataba de eliminarlas usando distintas cosas. Eso es un experimento. El asunto es que, a pesar de ser buen investigador, su laboratorio estaba siempre bastante desordenado. Había frascos, polvos, libros, aparatos raros y todas esas cosas que hay en los laboratorios y en un descuido ocurrió un error. Aunque uno sea muy cuidadoso, siempre pueden ocurrir errores.

Una de las cajitas con bacterias quedó mal cerrada y pudo colarse allí dentro, junto con las bacterias, un hongo que nadie había invitado. Un intruso, que creció y creció. Se ve que le gustó ese lugar para crecer. Cuando, a los pocos días, don Alexander vio ese desastre se agarró de los pelos, estaba tan enojado que casi tira todo el experimento a la basura. ¡Tanto trabajo arruinado!

Pasa muchas veces que, cuando cometemos un error, nos enojamos con nosotros mismos. ¿Ustedes qué habrían hecho si les pasaba lo mismo? Bueno, él hizo algo especial. Cerró los ojos un momento, contó hasta veinte, que era lo que hacía para calmarse y respiró varias veces bien profundo para sacar toda su rabia afuera. Cuando estuvo tranquilo nuevamente volvió a mirar las cajitas con más atención y se dio cuenta que alrededor del hongo intruso ¡no crecía ninguna bacteria! Esto era muy raro. Era como si el hongo les dijera «¡por aquí no van a pasar!».

Seguramente el hongo no las dejaba crecer, pensó. En lugar de tirar todo guardó el hongo y trató de ver qué fabricaba que mataba a las bacterias. Siguió haciendo pruebas y más pruebas hasta que se dio cuenta que había descubierto algo con que combatir a esos bichitos tan pequeños. Ahora nosotros lo llamamos antibiótico, pero el primer nombre que tuvo fue «penicilina», porque el hongo que la producía se llamaba Penicillium.

Cuando un científico descubre algo nuevo se lo cuenta a los otros, para que ellos también lo prueben. Esa es la forma en que se van aprendiendo las cosas nuevas. Don Alexander siguió investigando aquel hongo que impedía crecer a otras bacterias, pero no logró aislarlo. Esto se consiguió diez años después, gracias a otro joven investigador, Ernst Chain, y a su jefe, Howard Florey, que habían leído los trabajos de don Alexander. Gracias a las investigaciones de estos tres científicos y al trabajo posterior de la científica Dorothy Crowfoot Hodgkin se pudo empezar a producir mucha penicilina para salvar a miles de personas en todo el mundo. Seguramente alguno de ustedes alguna vez tomó un antibiótico. Denle las gracias a don Alexander, Chain, Florey, Dorothy Crowfoot Hodgkin y muchas más científicas y científicos que contribuyeron al desarrollo de este y otros muchos más antibióticos.

Su trabajo fue reconocido en 1945, cuando les dieron el premio Nobel —que es el premio más importante que puede recibir un científico y se lo dan a las personas que descubren o inventan algo bueno para la humanidad— compartido a don Alexander, Ernst Chain y Howard Florey.

Con esta historia aprendí tres cosas: que los errores nos pueden enseñar algo si los sabemos mirar, que muchas veces necesitamos ayuda para seguir adelante y que todo lo que un científico puede descubrir debe ser compartido con todas las personas del planeta.

 

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