El ataque de los transposones

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Los transposones fueron descubiertos por Barbara McClintock en 1950. Desde entonces, diversos estudios han demostrado su implicación en diversos procesos biológicos, como la transformación tumoral o la función y estabilidad del genoma. Debido a la importancia de este descubrimiento, años más tarde, en 1983, Barbara McClintock fue galardonada con el Premio Nobel de Medicina, un hito en el mundo de este galardón, no solo porque era una mujer quien lo recibía (tan solo 22 mujeres ha sido galardonadas con este premio en las categorías de Física, Química o Fisiología y Medicina), sino porque era la única mujer que lo hacía en solitario.

TEXTO POR LARA PÉREZ
ILUSTRADO POR GINA MARTÍNEZ
ARTÍCULOS
GENÉTICA | TRANSPOSONES
27 de Diciembre de 2021

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«Tenemos un problema, señor: los transposones amenazan con moverse».

El comandante permaneció unos instantes en silencio. Parecía desesperado y el soldado sabía por qué. Los transposones eran secuencias de ADN rebelde que podían saltar de un sitio a otro en el genoma, causando graves daños en las células. Si no lograban controlarlos a tiempo, cambiarían de posición en el genoma y alterarían los genes expresados. Así, la célula corría el riesgo de perder su identidad, de convertirse en una máquina de proliferación, de volverse maligna.  

El comandante seguía paralizado, le envolvía un miedo irracional. En ese momento, un silencio asfixiante inundó la sala. El soldado debía actuar pronto. Para detener a los transposones rebeldes (llamados retrotransposones) era necesario impedir que iniciaran el proceso de trascripción, puesto que este permitía realizar el salto en el genoma al producir un factor intermediario ARN que facilitaba el movimiento. En concreto, era preciso reforzar las señales de STOP sobre el ADN que impedían la transcripción. Así, los transposones quedarían fijos en sus posiciones y la expresión de los genes celulares se mantendría. La célula conservaría su identidad, su funcionamiento normal. De no ser así… El soldado prefería no pensar las consecuencias: cundiría el pánico, reinaría el caos en la expresión génica. Tenía que impedirlo.

Miró una vez más al comandante, convencido ya de que estaba demasiado paralizado como para actuar. Tomando el control, empezó a enviar indicaciones que modificaran el ADN, poniendo señales muy concretas sobre este y sobre las proteínas que lo empaquetaban (las histonas). Solo tenía grupos metilo para señalizar: tendrían que servir. Después de un tiempo, el soldado se permitió unos instantes para contemplar su hazaña. Los transposones habían quedado rodeados de señales de «no transcribir», procedentes de grupos metilo y otras indicaciones que ahora cubrían el paisaje. ¿Sería suficiente? No podía arriesgarse. Necesitaba una segunda línea de defensa. Sin pensarlo, movilizó a otras proteínas, capaces de frenar el movimiento de los transposones incluso después de la transcripción, cuando ya se encontraran en forma de ARN. Se trataba de proteínas poderosas, preparadas para modificar el ARN o eliminarlo. Protegido ese frente, se limitó a esperar: la maquinaria de transcripción se acercaba. El corazón del soldado palpitaba deprisa, aunque sabía que todo estaba listo. Las marcas sobre el ADN y las histonas desviarían a la maquinaria. Además, en caso de resultar insuficientes, otras proteínas se encargarían de eliminar los transposones una vez transcritos. Aún así, no podía evitar sentirse inquieto…

 

Bibliografía:

Goodier, J. L. (2016). Restricting retrotransposons: A review. Mobile DNA, 7(1). https://doi.org/10.1186/s13100-016-0070-z

Hermant, C., & Torres-Padilla, M. E. (2021). TFs for TEs: The transcription factor repertoire of mammalian transposable elements. Genes and Development, 35(1), 22–39. https://doi.org/10.1101/GAD.344473.120

McClintock, B. (1950). The origin and behavior of mutable loci in maize. Proceedings of the National Academy of Sciences, 36(6), 344 LP – 355. https://doi.org/10.1073/pnas.36.6.344

 

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