La memoria preservada

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Entre julio y noviembre de 1936, se arrojaron los cuerpos sin vida de ciento cuatro personas a una fosa común en el Monte de la Pedraja, en Burgos. En 2010, la fosa fue desenterrada a petición de una agrupación de familiares de las víctimas y entre los huesos se encontraron varias decenas de cerebros momificados y un corazón.
TEXTO POR ESTIBALIZ URARTE RODRÍGUEZ
ILUSTRADO POR MARINA VALENCIA
ARTÍCULOS
CIENCIA FORENSE | MEMORIA HISTÓRICA
6 de Enero de 2022

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Yo ya había visto un par de veces a Maria Arnal en directo, pero Nerea no. Me enteré por casualidad de que actuaba en Burgos ese mismo sábado y escribí a mi amiga para preguntarle si le apetecía ir a verla. Después de dos años sin poder viajar juntas (una pandemia global, las obligaciones de la vida adulta y vivir en ciudades distintas no nos lo han puesto fácil), íbamos a visitar la capital burgalesa y los yacimientos de Atapuerca. Nuestro hostal estaba a cinco minutos del Museo de la Evolución Humana, en cuyo auditorio tendría lugar el concierto. A mi amiga le pareció una idea estupenda.

Maria salió al escenario acompañada de Marcel Bagés, David Soler y «Tarta Relena», un dúo barcelonés formado por Helena Ros y Marta Torrella, reinas absolutas de los cantares medievales, las polifonías y la música a capella. El espectáculo fue similar al que había visto en los Jardines de Pedralbes ese mismo julio, pero ocurrió algo que no me esperaba.

Cuando llegó el momento de interpretar 45 cerebros y un corazón, tema que da nombre al primer disco de la pareja artística «Maria Arnal i Marcel Bagés», la vocalista de Badalona señaló a dos mujeres que había entre el público.

«¡Las dos mujericas de antes!», le susurré a Nerea. Me refería a dos señoras de avanzada edad que habíamos visto llegar al auditorio antes del comienzo del concierto y que nos habían parecido adorables. Avanzaban hacia sus asientos cogidas de la mano e irradiaban ternura. Me pareció extraño ver a dos mujeres mayores en un concierto de música tan experimental, pero enseguida me di cuenta de lo prejuiciosa que estaba siendo y me sentí avergonzada.

Tal y como relató Maria, la canción 45 cerebros y un corazón la compuso al conocer la historia de una fosa común de la guerra civil española que se había desenterrado a poca distancia de donde nos situábamos en aquel preciso momento. A treinta kilómetros de Burgos y casi mil doscientos metros de altitud, en la carretera que va hacia Logroño, se encuentra el Monte de la Pedraja. En julio de 1936, los franquistas cavaron dos grandes zanjas en la zona, a las que fueron arrojando los cuerpos sin vida de cientos de represaliados mirandeses, burgaleses o logroñeses. En una de las fosas se encontraron ciento cuatro cuerpos, y entre ellos, el equipo de profesionales de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, recuperó cuarenta y cinco cerebros y un corazón, inexplicablemente bien preservados.

Maria narró esta historia visiblemente conmovida. Resultaba que aquellas dos mujeres eran familiares de personas asesinadas y arrojadas a esas fosas. El auditorio se puso en pie y aplaudió hasta la extenuación. A mí me acabaron doliendo los brazos de tanto aplaudir. Con lágrimas en los ojos, me dije que investigaría sobre ello y Nerea, que también parecía emocionada, me comentó que podríamos averiguar dónde estaban las fosas e ir a visitarlas, ya que nos encontrábamos cerca.

Y así fue. El 1 de noviembre por la tarde, Día de los Difuntos, nos montamos en el coche y nos dirigimos hacia La Pedraja. El monolito que recuerda a las personas asesinadas y enterradas bajo esas tierras durante casi setenta y cinco años no está señalizado desde la carretera, así que nos costó un poco encontrar la salida. Finalmente, y tras dos intentos fallidos, dimos con ella.

Cuando llegamos al lugar el silencio era estremecedor. El sol comenzaba a caer, el viento era frío, no demasiado para tratarse del monte burgalés, pero a mí se me metió hasta el tuétano nada más salir del coche. Nos encontrábamos en el escenario de un crimen de guerra ocurrido ochenta y cinco años atrás.

En julio de 1936, los franquistas cavaron dos grandes zanjas en la zona, a las que fueron arrojando los cuerpos sin vida de cientos de represaliados mirandeses, burgaleses o logroñeses. En una de las fosas se encontraron ciento cuatro cuerpos, y entre ellos, el equipo de profesionales de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, recuperó cuarenta y cinco cerebros y un corazón, inexplicablemente bien preservados.

Justicia poética (y científica)

La ciencia puede contribuir a hacer justicia recuperando la memoria histórica, y así lo han demostrado los antropólogos forenses Fernando Serrulla y Francisco Etxeberria con sus investigaciones en La Pedraja. En 2017 publicaron un artículo científico analizando el caso de los órganos momificados encontrados en una de las fosas, a la que denominaron La Pedraja 1. Esta fosa medía veinticuatro metros de largo y uno coma ochenta metros de ancho, y en ella se encontraron más de un centenar de cuerpos. Como había relatado Maria en el concierto, cuarenta y cinco de ellos preservaban su cerebro (deshidratado y reducido de tamaño hasta un treinta por ciento) y uno conservaba su corazón. Un hallazgo nada habitual en los enterramientos humanos de estas características, donde los cuerpos no habían sido embalsamados como ocurre en el caso de las momias egipcias o de los pueblos nativos americanos. Quiero pensar que fue un milagro científico, una paradoja convertida en justicia poética.

En las exhumaciones de La Pedraja participaron un surtido equipo de profesionales de diversas disciplinas: antropología forense, arqueología, odontología, patología, historia, antropología social, biología, psicología, fotografía y geofísica. La colaboración es fundamental en investigación y para conocer cómo, cuándo y por qué habían muerto aquellas personas era necesario echar mano a todo tipo de técnicas y conocimientos.

El equipo de Serrulla y Etxeberria no escatimó en analíticas para averiguar por qué se habían conservado tan bien los órganos. Se fabricaron modelos en 3D, se analizaron a nivel macroscópico y a través de rayos X y se examinó su textura y sus características anatómicas en detalle en busca de pistas. Se inspeccionaron los tejidos cerebrales y cardiacos a través del microscopio y se tomaron muestras para someterlas a diversos test genéticos, bioquímicos y toxicológicos. En los cerebros, los científicos encontraron algunas estructuras mielínicas (la mielina forma parte de las fundas que recubren los nervios) y una serie de ácidos grasos muy concretos. El cerebro humano tiene un porcentaje muy alto de ácidos grasos ya que estos forman parte de las membranas neuronales y del recubrimiento de los nervios. El perfil de ácidos grasos encontrado en los cerebros de La Pedraja demostraba que había ocurrido una saponificación: un proceso bioquímico mediante el cual los ácidos grasos se convierten en jabón. La saponificación había frenado su descomposición y por eso presentaban aquel aspecto. En uno de los cerebros analizados se encontró evidencia de una hemorragia intracraneal provocada días antes de la muerte. A aquella persona le habían asestado un buen golpe en la cabeza cuando aún estaba con vida.

El terreno de La Pedraja también fue inspeccionado, pues la hipótesis de partida era que el suelo y las condiciones climatológicas podrían haber contribuido a la conservación de los cerebros. Y la hipótesis se confirmó. El suelo tenía un pH bastante ácido y estaba formado principalmente por arcillas, un tipo de roca poco permeable. Al consultar los archivos meteorológicos, se descubrió que el verano de 1936 fue inusualmente lluvioso y frío. Las arcillas impermeables pudieron convertir la fosa en una piscina al comienzo de los enterramientos, siendo este hecho clave para la preservación de los órganos encontrados. Como curiosidad, los científicos relatan en su artículo de Science and Justice (bellísimo nombre para una revista científica, por cierto) que durante la excavación se pudo apreciar un leve olor a putrefacción. Setenta y cinco años después de los enterramientos aún había materia orgánica en descomposición, lo cual dejaba claro que los cuerpos se habían preservado inusualmente bien. A pesar de haber sido abandonados en aquella zanja con la esperanza de que se desintegraran y no quedara ninguna huella de su existencia, La Pedraja 1 había sido una balsa protectora, un sarcófago preservador de la verdad.

La ciencia puede contribuir a hacer justicia recuperando la memoria histórica, y así lo han demostrado los antropólogos forenses Fernando Serrulla y Francisco Etxeberria con sus investigaciones en La Pedraja.

Subimos unos cuantos metros desde la fosa número dos, más pequeña y cercana a la carretera, que estaba acompañada por un monolito decorado con varias placas de metal repletas de poesía. Solté un sonoro «Buff» al abrir la pequeña puerta de madera y acceder a lo que había sido La Pedraja 1. La zona estaba rodeada de pinos y un sencillo vallado y la antigua fosa se había delimitado con unas vigas de madera y rellenado con cantos rodados de color blanco, como los que se utilizan para decorar los jardines.

«Ya», dijo Nerea. Y ya no hizo falta decir nada más.

Encontraron
Donde siempre supieron
Que estaban
45 cerebros y un corazón

Ante tal descubrimiento
Y estupor de los presentes
Vieron la luz, conservados
Cual cuerpos de faraón

Aquí sin mito ni rito
Abandonados al tiempo
Arropados por el lodo
Cerca de alguna urbanización
45 cerebros y 1 corazón

45 cerebros y un corazón, Maria Arnal i Marcel Bagés (2017)

 

Bibliografía

Serrulla et al., (2016). Preserved brains from the Spanish Civil War mass grave (1936) at La Pedraja 1, Burgos, Spain. Science and Justice. 56: 453-463.

Un corazón y 45 cerebros rojos que el franquismo no pudo borrar. Público. 2016. 

 

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Principia Magazine. Temporada 7: la del cine

 

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