Pintar el sueño eterno

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El metódico proceso de decoración de las tumbas de los nobles egipcios está más que protocolado. Es un oficio como otro cualquiera, aunque sí que es cierto que las condiciones en las que en ocasiones se realizan los frescos son duras. El narcisismo de los grandes mandatarios egipcios hace necesaria la profesionalización del gremio. Día tras día, los encargados de decorar las cámaras funerarias entran y salen en las cámaras, dando igual si hay que introducirse en la pirámide de turno o en algún otro lugar más abierto y ventilado. Al fin y al cabo, son trabajadores al servicio del faraón.

TEXTO POR LEONARDO D'ANCHIANO
ILUSTRADO POR GINA MARTÍNEZ
ARTÍCULOS
ARTE | EGIPTO | EGIPTOLOGÍA
20 de Enero de 2022

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Egipto. Año 1800 a. C.

Kehn-ka heredó la paleta de su maestro. Es una tablilla de unos treinta por quince centímetros a la que Mu´At había realizado una serie de vaciados centrados longitudinalmente, más o menos del mismo tamaño y repartidos de manera equidistante. Unos huecos bien rematados, porque los hizo siendo sabedor de cuál sería su utilidad. En el improvisado taller se crean los pigmentos que han de dejar patente la grandeza del faraón. Y es que en ocasiones los encargos se hacen en vida. Una vida que en Egipto está tremendamente marcada por las vicisitudes de lo que pasa en el cielo por la noche, y en base a la aparición y desaparición diaria de Amón-Ra en el horizonte. Mientras los pigmentos de Kehn-ka van amalgamándose con la medida de agua necesaria que también aprendió de Mu´At, otro compañero humedece con cuidado la pared para que el estuco posibilite la magia de la química al colocar sobre él los primeros trazos rojizos. Esa reacción que hará entrecruzar ambos compuestos congelándolos unidos durante milenios. Dentro de la cámara no se está mal. A pesar de estar acostumbrados, los trabajadores agradecen cualquier cosa que no sea tener que decorar una gigantesca estancia bajo el incesante calor del Sáhara. Suelen hablar de ello de vez en cuando durante esos momentos de espera hasta ver que la pared está lista. Es entonces cuando el pincel se embadurna de rojo. Siempre suele hacerlo así, porque así lo hacía su maestro. La conversación termina cuando la imaginación de Kehn-ka se abre paso como a borbotones, moviendo gracilmente su mano derecha con trazos firmes y decididos que van haciendo aparecer sobre el frío muro la figura principal del fresco. Le lleva un buen rato terminarla. Una vez está completada, cambia el color rojo por el negro, y remarca con firmeza un trazo grueso que define la silueta. El faraón, centro de la escena, ya está plasmado. Es el turno de representar a los sacerdotes, las ofrendas y completarlo con el resto de figuras habituales. Le llevará unas cuantas semanas completar el encargo, pero lo tiene estructurado mentalmente, y confía en que no tendrá mayor problema en llegar a tiempo.

El Nilo, siempre presente, cambiante, consigue equilibrar la demanda del día a día como lleva haciendo desde que los primeros pobladores del delta decidieron asentarse en sus riberas. El entorno natural tan bestia que hay en el desierto, lleno de extremos, castiga sin miramientos las vidas de todos los seres que desde hace millones de años llevan evolucionando para adaptarse y sobrevivir en él. El ser humano es uno más de ellos, si acaso con la facilidad de disponer de herramientas creadas por sí mismo para propio beneficio. También hay que decir que gracias a ello ha podido aprovecharse más de los escasos recursos naturales que le rodean. De todos esos, el agua del Nilo es el más importante. Desde que los primeros homínidos descendieran de los árboles hace cientos de miles de años, adaptándose al medio con el bipedismo como piedra angular del cambio, las tribus comenzaron a valorar la posibilidad de tenerse los unos a los otros como algo más que meros individuos. Los diferentes éxodos que tuvieron lugar en diversos puntos de África y Oriente Medio derivaron en un mínimo progreso social que permitió a los protourbanitas de aquellas civilizaciones primigenias comenzar a comprender los patrones de la naturaleza.

Se habla de la ciencia moderna como algo resultante de la observación y la experimentación, el aprendizaje. Sin embargo, los avances tecnológicos de aquellos primeros pobladores de las ciudades-estado que terminaron siendo imperios como el babilonio, el egipcio o los que llegaron miles de años más tarde estaban basados precisamente en eso: la observación, la experimentación y, por qué no decirlo, la necesidad, lo práctico. No es casualidad que los egipcios consiguieran edificar las pirámides, ni tampoco la escritura cuneiforme vino caída del cielo. Ambos ejemplos fueron la solución a necesidades reales o autoimpuestas. Interpretaban el cielo nocturno de manera mitológica porque era su manera de entender el firmamento. No es que no supieran que los diferentes dioses y diosas se habían enfadado si no había cosecha o si había adulterios, es que en algún momento comprendieron que la Tierra gira. Y eso, hablando de hace miles de años, es algo impresionante.

De todos esos aprendizajes transferidos de generación en generación, la pintura es uno de los más representativos. Desde que en las cavernas los homínidos utilizasen polvo de minerales para representar escenas de su vida cotidiana, no ha hecho más que progresar. El ser humano ha pasado de soplar por un hueso sin tuétano a un montoncito de polvo con el que generar un “spray” que deje marcada su mano en la pared a conseguir con un software y unos cuantos clics que una foto tenga aspecto de cuadro al óleo. En el punto medio entre ambos extremos está la preciosa fase de experimentación, allá por el año 2000 a. C. Y la consolidación de lo aceptado como válido. El conocimiento de lo aprendido para transmitírselo a las generaciones posteriores. Es el denominado «ambiente técnico», una manera de realizar ciertos procesos de manera repetitiva y que perdura en el tiempo, continuado por hijos, nietos y resto de descendientes. Por comprender mejor el concepto, podríamos verlo en sensu contrario diciendo que hoy en día estamos perdiendo el ambiente técnico de todos esos artesanos que aprendieron el oficio de sus abuelos y que no tienen hijos o nietos a quién contarles nada porque ya hay máquinas que hacen lo mismo en menos tiempo. Está bien que exista el progreso, pero da pena que se pierda la artesanía por culpa de él. Contigo termina siendo sin ti.

Los principales elementos de pintura que comenzaron a utilizarse estaban basados en elementos obtenidos a partir de materiales naturales. El inicio cromático de Kehn-ka y aquellos primeros pintores ya incluía los tres colores primarios (rojo, verde y azul) además de los básicos negro y blanco, o el naranja o el amarillo, fáciles de encontrar en el desierto que les rodeaba. Si aplicásemos la matemática a las diferentes combinaciones que se pueden lograr para decorar los muros y sarcófagos nos saldría un número que no estará muy lejos de la gran cantidad de combinaciones reales que los egipcios dispusieron de cara a que sus faraones fueran capaces de iniciar la vida en el Más Allá con las fórmulas mágicas que dejaban escritas para ellos. Para obtener esos colores se servían de elementos como el carbón para el negro, la cal o el yeso para el blanco, el abundante ocre del Sáhara les servía para conseguir la gama amarillo-naranja-rojo, el verde provenía de la cuprosa malaquita y el intenso azul que vemos aún en las tumbas y templos lo conseguían a partir del apreciado lapislázuli. Los polvos resultantes de moler cada uno de esos elementos de su entorno eran mezclados con agua para obtener esos pigmentos, algo así como proto-témperas, que gracias a la buena base de las paredes húmedas sobre la que eran aplicados y a la climatología seca de la zona han conseguido perdurar hasta nuestros días.

Desde fuera les dicen que el sol está cada vez más cerca del horizonte. Su jornada está terminando y, como cada día, Kehn-ka recoge su tablilla y el resto de herramientas. Es entonces cuando se da cuenta de que tiene algo dolorida la muñeca izquierda por el mal gesto de primera hora, pero no le da mayor relevancia, la importante es la derecha. Se despide de sus compañeros y anochece durante el trayecto que tiene hasta su humilde hogar. Un abrumador manto de estrellas que le han dicho que algunos sabios ya son capaces de reconocer. Así equilibran la balanza del caos, con orden. Sabiendo por dónde pasarán, o identificando que siempre están en el mismo punto del cielo, prediciendo. Y da gracias de que no le haya tocado ser uno de esos otros esclavos, los que se ven obligados a extraer de la roca madre los enormes bloques que había que transportar Nilo arriba desde las canteras para hacerlos llegar hasta su lugar de destino.

 

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