Míster Tembleque

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El señor Decibelios escuchaba sonidos por aquí, sonidos por allá y no paraba de temblar... ¡todo el rato! Era como si de repente se hubiese convertido en un tímpano. Por eso lo habían apodado Míster Tembleque, porque vibraba todo el tiempo. Prepárate para descubrir un cuento con humor en el que las ondas sonoras, los decibelios y la contaminación acústica son los protagonistas.

TEXTO POR PAULA MARIEL LIVERATORE
ILUSTRADO POR NEREA ORTIZ
ARTÍCULOS | KIDS
CONTAMINACIÓN ACÚSTICA | SONIDO
3 de Octubre de 2022

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El señor Decibelios no podía decirlo con exactitud: si en su otra vida había sido un perro o polilla de cera, si se debía a la asombrosa coincidencia con su apellido o a que tal vez alguna región de su oído se había vuelto extremadamente sensible. Lo cierto es que un buen día el señor Decibelios comenzó a temblar cada vez que escuchaba un sonido.

Este excepcional evento no había sucedido en su corta infancia. No, queridos lectores. Había ocurrido de la noche a la mañana, como suele decirse. Pero tal cual fue. El señor Decibelios se despertó sudado un lunes de verano y notó que el sonido de la alarma de su despertador era como fuegos artificiales estallando al lado de sus oídos. Nada más y nada menos. Creyó que estaba soñando y se frotó las orejas. Sin embargo, el claxon que provenía de un autobús fuera, allí debajo de su ventana abierta, lo hizo rebotar en su cama como sapo con hipo. No había duda: algo extraordinario estaba aconteciendo. Cada sonido que llegaba a su cuerpo le hacía vibrar.

Un tanto aterrado y muy confundido, llegó al trabajo y, al verle temblar como cometa en medio de un vendaval, un nuevo compañero que provenía de esas islas al norte en las que se habla un idioma anglosajón, sin mucho tacto y con desmedida confianza lo saludó:

 

Good morning, Mister Tembleque.

 

Sus otros colegas opinaron que era divertido y, convencidos de que esas extrañas convulsiones se pasarían pronto, empezaron a llamarlo con ese apodo. No obstante, los días pasaban y las vibraciones no.

La realidad del señor Decibelios había cambiado por completo. Parecía una peonza de lo distraído y mareado que estaba por padecer y pensar en su nueva condición. Su cara, con ojos como dos huevos fritos, fiel reflejo de su insomnio, no daba lugar a vacilaciones. Míster Tembleque no lo estaba pasando nada bien.

¡Pobre señor Decibelios!, ¡qué calamidad!

Nunca ya podía servirse su café americano bien alto como le gustaba a él. Ahora siempre dejando la taza por la mitad o beberse a cucharadas la crema de coliflor al curry que tanto amaba, pues se le enfriaba sin más. Ni qué decir de practicar su pasatiempo predilecto, el modelismo con cerillas… el Puente de la Torre no llegaba a unirse y la Torre de Pisa estaba inclinada en ¡zigzag!

El sonido es un fenómeno que viaja en ondas a través de un medio, generalmente el aire, y que es producido por la alteración de las partículas de un objeto 

Nuestro protagonista buscaba respuestas ante tan extraordinario suceso. No podía decirse que la causa fuese su trabajo, pues era analista de contratos en adquisición de terrenos, trabajo altamente silencioso, por no decir aburrido. Tampoco su estilo de vida: era amante de la música clásica, caminaba ida y vuelta a su oficina y dormía ocho horas diarias como recomendaban.

Ni los más grandes eruditos habían podido ayudarle. Los expertos a los que acudía habían visto pacientes con hiperacusia, hipersensibilidad al sonido o misofonía, lo que significa de manera literal «odio al sonido», pero el señor Decibelios era un caso excepcional, digno de estudio.

—¿Apellido? —preguntaban las diferentes secretarias de las innumerables salas de espera de los médicos que visitaba.
—Decibelios. Sí —explicaba él—. Decibelios, como la medida que se usa para expresar la potencia o la intensidad del sonido. Para ser exactos, un decibelio es relativo, por no decir subjetivo, y sirve para comparar dos sonidos.

Miradas se entrecruzaban, aunque nadie decía nada, nadie osaba sacar conclusiones azarosas y casuales, ya que se encontraban en un consultorio médico y la rigurosidad debía brillar por esos recintos.

Señor Decibelios o Míster Tembleque vibraba o, mejor dicho, temblaba ante el menor ruido. Es más, todo se había convertido en ruido, en sonidos molestos y no deseados para él.

La contaminación acústica —el ruido provocado por el tráfico aéreo, terrestre y fluvial, industrias y construcción, lugares de ocio y restauración, etc.— produce efectos negativos sobre la salud de todos

Para haceros una idea, lo normal es que un oído humano soporte sonidos hasta unos ciento cuarenta decibelios (cuyo símbolo, que no abreviatura, es dB), pero más allá de setenta empieza a ser muy molesto. Sin embargo, lo que un avión despegando es percibido por cualquiera en ciento treinta decibelios para él lo sería una llovizna otoñal y el cuchicheo de las vecinas en el portal era similar a un claxon a todo volumen, clasificado en cien decibelios. Moscas y mosquitos, si a vosotros os resultan fastidiosos, imaginaos a Míster Tembleque. Cañones de sonidos por aquí y por allá.

Parecía como que el señor Decibelios se había convertido todo él en un oído o, como comúnmente suele decirse, que era todo oídos. Siendo más concretos, él se consideraba a sí mismo la membrana timpánica que vibra al recibir las ondas sonoras que se propagan en el aire.

Y decía eso, pues el señor Decibelios se había hecho conocedor del funcionamiento del oído, de las ondas vibratorias y de lo que se denomina, sonido.

Estaba al corriente, por ejemplo, de que el sonido es un fenómeno que viaja en ondas a través de un medio, generalmente el aire, y que es producido por la alteración de las partículas de un objeto. Las vibraciones de esas partículas, ondas sonoras, interactúan entre sí, se trasladan y generan una variación en la presión atmosférica. La diferencia entre la presión que había y la que hay cuando la onda sonora está pasando se llama presión sonora y son estas vibraciones que se trasladan y varían la presión las que se perciben cuando llegan al pabellón del oído.

Entre el oído externo y el medio, se encontraba el señor Decibelios. Es decir, se reconocía a sí mismo como el tímpano, que es una membrana que vibra al interceptar las ondas. Después, las vibraciones pasan al oído medio, donde se hayan los huesecillos (martillo, yunque y estribo), las trompas de Eustaquio y las ventanas redonda y oval. A continuación, las ondas pasan al oído interno, compuesto por el vestíbulo, los canales semicirculares y la cóclea, y allí se convierten en impulsos eléctricos transmitidos por el nervio auditivo al cerebro y que este traduce como percepción del sonido. Sin embargo, el señor Decibelios no le traspasaba sus ondas a nadie, eso no, solo él vibraba sin cesar.

Míster Tembleque se había informado de todo ello y no porque fuese especialmente curioso. Lo había hecho porque necesitaba, ante todo, dormir. Así pues, se había interesado también por comprender qué superficies pueden reflejar o absorber el sonido. Por ello había recubierto las paredes de su apartamento con fibra de vidrio y paneles de espuma de poliuretano, materiales aislantes de la sonoridad. Faltaban las láminas de acero para que su apartamento del quinto C se convirtiese en una caseta sonoamortiguada. En su mesita de noche se observaban los más variopintos elementos: tapones NRR33, cascos antidisturbios, libros de relajación, retazos de alfombra que habían sobrado al recubrir el suelo y que él había transformado en oso de peluche… Así había logrado recuperar sus entrañables horas de sueño.

Sus conocidos, solidarios, evitaban hacer cualquier ruido a su alrededor y se comunicaban con él con notas escritas en trocitos de papel. Pese a todo, cuando salía de casa equipado con múltiples elementos protectores, el señor Decibelios se pasaba gran parte del día temblando porque, aunque no os percatéis, el sonido os rodea siempre, aun cuando creéis estar en el más absoluto silencio.

Y para ya ir terminando, tengo que revelarles que no se sabía a ciencia cierta si Míster Tembleque podría parar de vibrar algún día. Los más sabios decían que, así como el temblor había venido, se iría. Pero lo que sí se sabe a ciencia cierta, queridos lectores, es que el exceso de ruido reduce la calidad de vida. Y que la contaminación acústica —el ruido provocado por el tráfico aéreo, terrestre y fluvial, industrias y construcción, lugares de ocio y restauración, etc.— produce efectos negativos sobre la salud de todos, no es broma y menos chiste.

Así que, pequeños y grandes lectores, ahora que ya lo entendéis, decidles a los mayores que cuando se enfaden por una copa de cristal rota, gruñan bajito.

 

 

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«Intrépidas», la serie de minitebeos que cuentan historias de pioneras de las ciencias.

 

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