Eileen Mary Lind Hendriks nació en Birmingham el 3 de noviembre de 1887 en una acomodada familia que le permitió dedicarse al arte y la fotografía, aunque también mostró interés por la geología gracias a las conferencias de Charles Lapworth. Todo cambió con la muerte de su padre, que obligó a la familia a mudarse a Aberystwyth, donde se matriculó en la Universidad de Gales para estudiar zoología y geología.

Tras licenciarse, comenzó su andadura en el mundo académico como profesora en la Universidad de Belfast, pero no duró más de un año, parece ser que el motivo de abandonar la docencia fue el poco interés que esta despertaba en su madre.

Se doctoró en el Imperial College de Londres, y durante al menos dos años estuvo trabajando para el Servicio Geológico de Gran Bretaña.

Posteriormente, se trasladó al suroeste de Inglaterra, pero no le resultó fácil encontrar trabajo, por lo que para seguir con su pasión por la geología sus primeras investigaciones fueron independientes y ella misma las pagaba a través de la financiación de algunos trabajos esporádicos que conseguía.

Dedicó su vida a observar la geología de Cornualles y Devon, tratando de explicar la geología de la región utilizando los datos estratigráficos y de la estructura de las rocas paleozoicas que recogió en las zonas costeras.

Su trabajo era tan extenso y exhaustivo que al inicio le resultó imposible encontrar una publicación que lo aceptara, salvo alguna comunicación esporádica publicada por la Sociedad Geológica. Sin embargo, encontró en el Transactions de la Royal Geological Society of Cornwall (RGSC) una publicación donde plasmar todas sus investigaciones. Dado que esta publicación tenía muy pocos lectores y prestigio, el trabajo de Eileen Mary Lind Hendriks (principalmente sus observaciones del sur de Cornualles) pasó desapercibido para la comunidad científica.

El trabajo de Eileen Mary Lind Hendriks sentó las bases para la comprensión de la geología varisca (formación de las montañas) del suroeste de Inglaterra y los procesos que operaban durante el Devónico.

Posteriormente, en 1958, y ya con varias publicaciones importantes a sus espaldas, recibió financiación a través de una beca del Fondo Lyell de la Sociedad Geológica. Esta beca era otorgada a científicos con investigaciones relevantes, por lo que fue una de las maneras en las que se le reconoció su valioso trabajo y su gran contribución en la geología, que hoy día se le reconocer por méritos propios. De hecho, en 1965, la Sociedad Geológica de Londres le otorgó el premio RH Worth, que se entregaba a personas que hacen contribuciones distinguidas a la geología «como aficionados». Si bien hay que decir que de aficionada Eileen Mary Lind Hendriks tenía poco.

Sus principales aportaciones fueron en relación a la existencia de madera fósil, lo que demostraba la edad devónica de gran parte de la secuencia sedimentaria de la región. Además, también descubrió la presencia de conodontos (animales marinos con forma de gusano) en el registro fósil, por lo que pudo establecer una correlación estratigráfica entre el norte y el sur de Cornualles.

A través de sus observaciones pudo definir que los lechos estaban invertidos y que las rocas más antiguas habían sido empujadas hacia el norte sobre las más recientes, por lo que las rocas del Ordovícico y Silúrico serían el resultado tectónico de estos empujes y que el complejo de Lizard (ofiolita), en Cornualles, había sido colocado en su lugar.

Una ofiolita es una sección de la corteza oceánica y el manto superior subyacente que se ha levantado y expuesto sobre el nivel del mar, colocándose, a menudo, sobre las rocas de la corteza continental.

El trabajo de Eileen Mary Lind Hendriks sentó las bases para la comprensión de la geología varisca (formación de las montañas) del suroeste de Inglaterra y los procesos que operaban durante el Devónico.

Eileen Mary Lind Hendriks falleció en 1978 y hoy en día se le recuerda su papel fundamental en la resolución de la estratigrafía y la estructura de Devon y Cornualles, a pesar de las difíciles circunstancias familiares, el impacto que tuvo en su carrera científica y en su vida dos guerras mundiales, los problemas económicos por lo que pasó para poder pagar sus investigaciones y la apatía general de la sociedad científica que era incapaz de reconocer los méritos de una mujer, a la que consideraron gran parte de su vida una aficionada.