Marian Diamond y su amor por el cerebro: «la estructura más magnífica del mundo»
Una eminencia en el mundo de la neurociencia, con diversos premios a su espalda, amada por sus alumnos y con más de sesenta años de experiencia en la investigación, Marian Diamond es considerada la fundadora de la neurociencia moderna. Ella cambió la manera en la que se entendía el cerebro y su desarrollo en un contexto donde la ciencia estaba aún más dominada por la figura masculina que hoy en día.
Marian nació el 11 de noviembre de 1926 en Glendale (California) y murió el 25 de julio de 2017 en Oakland a los 90 años. Estudió biología en la Universidad de California en Berkeley, empezando sus investigaciones con el sistema nervioso en 1948. Fue aquí cuando se convirtió en primera estudiante de posgrado en el departamento de anatomía de la universidad.
En 1953 acabó su doctorado, comenzando su carrera científica como profesora a la par que investigadora. Fue premiada varias veces tanto por su docencia como en el área de investigación, tareas que siguió realizando hasta 2014.
Entre sus estudios más destacables están los relacionados con la plasticidad cerebral: la capacidad del cerebro para cambiar anatómicamente y adaptarse a los estímulos que se le plantean.
Pese a los más de sesenta años dedicados a la ciencia, y con una experiencia y conocimientos tan grandes como los que ella tenía, es impresionante cómo nunca dejó de fascinarle su campo de estudio. En una clase que impartió en 2010 se puede ver como saca un cerebro humano de una caja como si de un truco de magia se tratara. Para ella, el cerebro era «la estructura más magnífica del mundo».
Los misterios que hay alrededor del cerebro son innumerables y ella trabajó durante años para dilucidar respuestas. Entre sus estudios más destacables están los relacionados con la plasticidad cerebral: la capacidad del cerebro para cambiar anatómicamente y adaptarse a los estímulos que se le plantean.
Entonces, atendiendo a este concepto de plasticidad, ¿es diferente el cerebro de un genio al de cualquier otra persona? Mucha gente creía que el cerebro de Einstein tendría algo especial, pero cuando el genio murió no se observaron diferencias notables, al menos a simple vista. Ni era más grande que un cerebro medio ni más pesado.
De hecho, Marian Diamond alcanzó la fama en 1984, cuando examinó el cerebro de Albert Einstein.
Ella observó que, en ciertas áreas, el cerebro del genio contenía más células gliales por neurona que la media de las personas. Ella concluyó que esta diferencia se debía a la gran exigencia metabólica y estímulos a los que Einstein sometía a sus neuronas.
Estas células, las gliales, son muy interesantes y existen de varios tipos, las cuales se encargan de dar soporte a las neuronas, como si de algún tipo de pegamento se tratara, según describió el médico ruso Rudolf Virchow en 1859. Sin embargo, fue Santiago Ramón y Cajal en 1891 quien describió las células gliales como parte del tejido nervioso e independiente de las neuronas. Recientemente se ha confirmado lo que se sospechaba desde su identificación, y es su función activa en procesos metabólicos y de comunicación entre neuronas, más allá de resultar un mero soporte.
Marian Diamond ya había hecho estudios con ratas sobre la plasticidad del cerebro y cómo este puede cambiar dependiendo del ambiente.
Antes de estudiar el cerebro de Einstein, Marian Diamond ya había hecho estudios con ratas sobre la plasticidad del cerebro y cómo este puede cambiar dependiendo del ambiente.
El experimento se realizó separando a doce ratas en una jaula grande llena de estímulos de unas que se quedarían solas, en jaulas a parte, sin estímulos y aisladas del resto. Las doce ratas crecieron durante ochenta días en un ambiente enriquecido, con juguetes e interacciones sociales. Incluso Marian las sacaba de vez en cuando para interactuar con ellas, mientras que las otras ratas crecieron aisladas.
...las ratas del ambiente enriquecido tenían una corteza cerebral un 6% más gruesa que las demás.
Se hicieron pruebas con laberintos y se observó cómo las ratas del ambiente enriquecido se desempeñaban mejor que las ratas aisladas. Así que Diamond estudió al microscopio los cerebros de los roedores y midió la corteza cerebral, revelando que, efectivamente, las ratas del ambiente enriquecido tenían una corteza cerebral un 6% más gruesa que las demás. Incluso realizaron un estudio replicado más tarde que también daría resultados consistentes.
Teniendo en cuenta que eran los años 60, la investigación no fue bien recibida ya que otros científicos (hombres) opinaban que su trabajo era ingenuo y que estaba perdiendo el tiempo. Dejando a un lado la misoginia generalizada en la ciencia, y más por aquel entonces, la opinión general de la plasticidad cerebral era que, como mucho, el cerebro se desarrollaba en etapas muy tempranas del crecimiento.
Ella misma recuerda que cuando presentó los resultados en una conferencia por primera vez, al terminar, uno de los científicos se levantó y le dijo en voz alta: «Señorita, ese cerebro no puede cambiar». A lo que ella respondió con calma: «Lo siento, señor, pero tenemos el experimento inicial y el experimento de replicación que demuestran que sí puede».
Estuvieran de acuerdo o no, este descubrimiento cambió la idea tradicional de la rigidez del cerebro (en más de un sentido).
En estudios posteriores, Diamond reveló que el cerebro también puede mostrar plasticidad en edades avanzadas. Ella describió cinco factores que son importantes para un cerebro saludable: dieta, ejercicio, desafío, novedad y amor. En cuanto al quinto factor, ella observó que las ratas que habían recibido caricias vivían más.
Muchos recuerdan a Marian Diamond con cariño. Su hijo Jeff cuenta cómo ella lograba establecer una relación especial con sus alumnos. También recuerda ir al hospital con su madre y encontrarse a numerosos alumnos suyos trabajando allí, y cómo ellos hablaban de su buena experiencia asistiendo a sus clases.
Teniendo en cuenta que eran los años 60, la investigación no fue bien recibida ya que otros científicos (hombres) opinaban que su trabajo era ingenuo y que estaba perdiendo el tiempo.
Wendy Suzuki, profesora de neurociencia y psicología en la universidad de Nueva York, cuenta que la primera vez que vio a Diamond llevar un cerebro a clase fue el día en el que quiso convertirse en neurocientífica. Incluso, Diamond se iba a almorzar con algunos de sus alumnos para conocerlos mejor.
Para ella, «el cerebro nos define. Puedes sostenerlo en una mano, pero nada se compara con él. Sus células producen ideas, es lo que realmente somos, quita el cerebro y te llevas a la persona. Y tras sesenta años estudiándolo, solo he sentido pura felicidad».
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